Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

PRÓLOGO


————————

PRÓLOGO
Prólogo

————————

UNOS PASOS RESONABAN POR TODO el pasillo de la mansión, creando cierto eco por el material con la que la edificación estaba construida. La melena platinada se mecía de lado a lado con cada movimiento, como si fuera alguna especie de péndulo. Algunos retratos murmuraban al verla pasar, pero ninguno habló con ella ni la muchacha les dirigió la mirada. No tenía tiempo de entretenerse para escuchar los chillidos de sus antepasados, aquellos que más odiaba, solo por ser como era.

Dianne detuvo sus pasos delante de un amplio cuadro, el cual estaba tapado con una sábana de color gris ceniza. La agarró con dos dedos y, de un rápido movimiento, lo destapó. Dio un paso hacia atrás y observó el cuadro, sus ojos verdes recorriéndolo por completo, mientras aguardaba el movimiento de la persona que estaba allí retratada. A veces se hacía de rogar, en especial con ella, pero ya sabía manejar su curioso humor.

—Te he visto parpadear—señaló Dianne, aplanando los labios unos segundos—. Deja de fingir que eres un cuadro pintado, haz el favor.

Una sonrisa surcó las facciones pálidas del hombre frente a ella. Lo vio mover las manos hasta sus rodillas, mientras se acomodaba en otra posición, sin dejar de mirarla. Aquellos ojos grises, que tan familiares le eran, la observaban con un sentimiento que no predominaba demasiado en su familia. De hecho, por un instante, olvidó que era un cuadro y su mente la traicionó, haciéndola creer que él era real. Pero no era así; el hombre frente a ella estaba muerto, y no podía hacer nada para remediarlo.

—¿A qué debo tu brillante visita—cuestionó el hombre, con voz ronca pero armoniosa. Estaba cargada de sabiduría, aunque su mueca estaba distorsionada en una sonrisa sarcástica. Una que la muchacha frente a él conocía muy bien—, mi pequeña estrella?

—Cumplí quince—le recordó la muchachita, como si ya hubieran tenido esa conversación anteriormente—, y quiero que convenzas a mi madre de que me deje ir a verlo.

—Estrella...—comenzó el hombre.

—Por favor—lo cortó ella, dejándolo algo pasmado—. Necesito verlo, de verdad que sí. Me voy a volver loca de remate si no voy a verlo. ¡Tres meses en esta casa, sin ver la luz! ¿No me ves cara de loca?

Orión Black observó a la pequeña rubia frente a él, aplanando los labios. La muchachita lo llevaba visitando todo el verano, insistiendo con la misma idea día tras día, tratando de comprarlo con aquella expresión de linda muñeca, de alguien que no había roto un plato en su vida.

—Sabes que no queremos que vayas allí, estrella—replicó el hombre, con el ceño fruncido—. No es un lugar adecuado para una muchachita como tú.

—Quiero verlo—insistió, con la cabezonería que caracterizaba a la familia.

El hombre retratado soltó un largo suspiro, algo derrotado. Aquellos ojos verdosos había calado su propósito, pues no sabía que palabras decirle para espantarla de aquella idea. Era mucho más Slytherin de lo que ella pensaba y su determinación lo había dejado pasmado. Además, para que mentir, sentía una pequeña debilidad por ella, incluso cuando todavía estaba vivo.

—De acuerdo—aceptó, rendido, cerrando los ojos unos leves segundos—. Pero debes tener en cuenta que sus niveles de sarcasmo, ira, frustración... van a estar por las nubes. No será como leer sus cartas. Te darás de lleno con la realidad de aquel tugurio apestoso.

Dianne le mantuvo la mirada, de la forma más seria que pudo. Sabía perfectamente a lo que se exponía, pero aun así, quería verlo.

Finalmente había cumplido la edad que el Ministerio de Magia había puesto como mínima para todo aquel que quisiera visitar a alguno de los que allí estaban. Llevaba años esperando el momento, y no iba a dejar que unos cuantos detalles la echaran para atrás.

—Lo sé—comentó como si nada, cruzándose de brazos—. Mamá ya me habló de ello y te contestaré lo mismo: me da igual como esté, solo quiero verlo. Solo recuerdo el brillo grisáceo de sus ojos cuando yo era un bebé, y necesito verlo ahora. Quiero que me vea, quiero enseñarle que creo en él... y la única manera de hacerlo, es que me vea la cara. Él sabrá si miento o si no con una mirada, es nuestro mayor poder, y tú lo sabes mejor que nada, abuelo Orión.

El mencionado soltó un pequeño suspiro, mientras asentía con la cabeza.

—Hablaré con tu madre...—dudó unos segundos—. ¿Está... esa víbora rubia por aquí?

—No, se llevó a Draco a no sé dónde—respondió Dianne, mientras contenía una sonrisa.

—Mejor, sino me dan ganas de salirme del cuadro y estrangularlo por todo lo que te hace—gruñó el hombre, mientras su ceño se fruncía con molestia.

—No te preocupes, abuelo Orión, sé defenderme —le restó importancia—. Además, cada vez duele menos.

Dianne no mentía. Con cada vez que pasaba, cada instante en el que su padre usaba aquella maldición contra ella para castigarla por cualquier estupidez que se le ocurriera, menos le dolía. Era como si su cuerpo se acostumbrara al dolor y supiera como protegerse. Cada vez el daño se hacía menor, más soportable.

—Eres el orgullo de los Black, pequeña estrella—sentenció Orión, mientras se ponía de pie, sin apartar sus ojos grises de ella—. Nunca lo olvides.

Ella asintió, para luego observar como el hombre le guiñaba un ojo antes de desaparecer por uno de los laterales del cuadro, seguramente en busca de su madre por los demás cuadros suyos que había por toda la casa. Sus palabras se habían quedado flotando en su mente, y una tonta sonrisa asomó por sus labios mientras agarraba la tela y volvía a colocarla.

Parecía mentira que el gran Orión Black, aquel que casi todo el mundo decía que era como su hermano Cygnus, tuviera aquel lado tan dulce. Dianne lo había sentido muchas veces, como el amor que su tío abuelo le tenía traspasaba los lienzos y le llegaba. Orión era mucho más que un sangre pura, era uno de los indicios que ella tenía para entender que no era la oveja negra. No, ella se parecía a los Black, verdaderamente lo hacía. A Orión, Sirius y Regulus Black. Y eso, la hacía feliz, en medio de todos sus problemas.

Se aseguró de que la tela quedaba perfectamente puesta, para evitarse los gritos de su padre, —o la víbora rubia, como Orión siempre le llamaba, debido a su desprecio—. Alisó las arrugas y luego giró sobre su eje, deshaciendo el camino que había hecho hacia el cuadro para hablar con Orión. De camino, observó de reojo los cuadros que no se movían, los que sí habían sido pintados, seguramente por capricho de Druella.

Su mirada se detuvo en uno de los últimos pintados, en los que aparecía toda la familia Black, al completo. Era antiguo, mucho, puesto que Sirius y Andrómeda aparecían en él. Probablemente había sido pintado antes de que Sirius entrara en Hogwarts, y antes de que Andrómeda hubiera empezado su relación con Ted Tonks. Cuando todavía merecían portar el apellido Black, según su madre siempre le decía que habían sido las palabras de Cygnus, Druella y Walburga.

Dianne observó a todos los retratados, observando la juventud de sus tías, sus tíos y su madre. Algo que compartían los Black, era que eran hermosos, y todavía en la actualidad seguían manteniendo aquello. Ver a los jóvenes Sirius y Regulus le hizo pensar en la cantidad de pretendientes que ambos habían podido tener en su vida, y a pesar de eso, ninguno de ellos le había dado ningún primo. Lo lamentaba, la verdad, pues se habría asegurado de que aquel primo o prima fuera igual que sus padres. Sería otro racimo libre de la parra. Como Dora y ella misma.

Se puso de nuevo en movimiento, no queriendo estar más tiempo allí delante para que los cuadros se chivaran, como los cotillas monumentales que eran. Al pasar por delante del cuadro de Walburga y Druella, lanzó una mala mirada a ambas. Aquello hizo que las dos mujeres dejaran de cuchichear, dando un bote, y mirándola con sorpresa. Dianne sabía que ambas eran unas arpías sin cuidado, y que daba igual que estuvieran muertas, puesto que seguían amargando a cualquiera que pasara por delante.

—Espero que tengan un buen día—pronunció con educación, aunque se le escapó una sonrisa sarcástica—, abuela Druella, abuela Walburga.

Su sonrisa amenazó con ampliarse cuando, al alejarse, las escuchó chillar con indignación. Dianne sabía perfectamente que ambas odiaban que las llamara de aquella forma, —un gran contraste en comparación con la forma en la que los ojos grises de Orión brillaban cuando ella lo llamaba abuelo—.

¿Había algo que disfrutaba más que hacerlas rabiar, hacer que chillaran como una manada de hienas? No, no lo había. Y sabía que no era la única en su familia que lo hacía.

Volvió a su expresión de seriedad mientras bajaba los escalones, en dirección a la planta baja de la mansión. Escuchó voces viniendo del gran salón, aquel en el que estaba la chimenea que usaba para los polvos lux, por lo que dirigió sus pasos hacia allí. Su padre, su madre y Draco estaban allí, aunque solo los adultos hablaban. Su hermano se dedicaba a estar sentado en el sofá, apoyando el mentón en una mano, mientras con la otra trataba de apartar los mechones de su extraño flequillo de delante de su cara.

Draco había cambiado con el paso de los meses, al menos físicamente. Había crecido unos centímetros, haciéndolo más alto que su hermana pequeña. También su cuerpo había comenzado a moldearse, bien por la genética —de los Black, evidentemente—, bien por los entrenamientos de quidditch. Su pelo había crecido considerablemente, y ahora tenía dos mechones -a modo de flequillo, que le colgaban a ambos lados de la cara.

La mirada grisácea de Draco dio con la figura de su hermana, quien observaba a los adultos con algo de confusión. El mayor de los mellizos reparó en la vestimenta de su hermana y frunció el ceño.

Evidentemente, la figura de Dianne también había cambiado en aquellos meses, y aquel vestido que llevaba puesto se amoldaba demasiado bien a ella.

Draco experimentaba, por primera vez, aquello que se denominaba como "celos de hermano mayor". Porque, ¿Cómo iba a dejar que su hermanita saliera de aquella manera a la callw? Que la gente la mirara, repasara su esbelta figura y su rostro angelical, lo hacía hervir la sangre. Lo hacía sentir verdaderas ansias de propinarle un puñetazo a todo aquel que osara mirar a su hermanita.

Y eso, que todavía no habían llegado a Hogwarts, donde sus ansias asesinas explotarían sin ninguna duda.

—Cariño—llamó Narcissa, sacando al mellizo mayor de su espiral de pensamientos—, acércate.

Dianne parpadeó, pero guio sus pasos hacia su madre, sin siquiera posar su mirada en su padre. El brazo de Narcissa se cernió en torno a la figura de su hija, mientras sus labios —perfectamente pintados de rojo intenso—, se posaban con suavidad sobre su sien. Draco las observó a ambas con un amago de sonrisa, frunciendo el ceño con molestia al reparar en la expresión de su padre. Mueca que tuvo que borrar al sentirse confundido por la fiera mirada de su hijo.

—¿Ocurre algo, mamá?—preguntó con confusión, aunque su mueca seguía anclada en su expresión vacía de siempre.

—Ha llegado una carta del Ministerio—informó Lucius Malfoy, con la voz sonando profundamente irritada—a tu nombre, Dianne.

—¿Qué? —soltó Draco, mientras se ponía de pie de un salto. En un parpadeo, estaba al lado de su hermana, aunque su cuerpo cubría parcialmente el de la rubia—. Dianne no ha hecho magia fuera de la escuela, no tienen ningún motivo para mandarle una carta. Me van a oír...

—Hermano, tranquilízate—pidió Dianne de forma suave, posando una mano en el tenso brazo de su hermano mayor.

—Hijo, no es nada malo—lo tranquilizó Narcissa, mientras las comisuras de sus labios se curvaban en una sonrisa—. Es una confirmación del permiso que tu hermana pide cada año, sin falta, en vuestro cumpleaños.

Draco parpadeó, y la confusión llenó su pálido rostro al instante. Sus ojos grises dejaron el estoico ser de su padre, para dirigirlos a su madre. Esta estaba sonriendo muy levemente, y sus ojos medio avellanas parecían brillar con algo de felicidad. Y aquella emoción era poco frecuente en su familia.

—¿De qué habláis? —gruñó Draco, perdiendo la poca paciencia que tenía.

—¿La han aceptado? —cuestionó Dianne, con la emoción vibrando muy leve en su voz, pero estando presente. Sus ojos verdes refulgían mientras miraba a su madre, ignorando la presencia del hombre rubio—. ¿De verdad? ¿Lo han...? ¿Lo han hecho?

La sonrisa de Narcissa se amplió levemente al ver el cambio en el rostro de su hija. Ahora hacía honor a su nombre, pues brillaba como lo hacían las estrellas del firmamento. Y debía disfrutar de aquel momento, pues era efímero en ella. Tanto como lo era una estrella fugaz.

—Lo han hecho, cariño —respondió la mujer Black, mientras su mano libre acariciaba suavemente una de las mejillas de la joven rubia—. Han aceptado tu petición. Vas a poder ir a verlo en persona.

Dianne miró de reojo a su padre cuando este soltó un gruñido irritado, más propio de un animal que de una persona, para luego abandonar la estancia con fuertes pisotones. Lo ignoró, para posar toda su atención en su madre, quien la observaba ahora con una sonrisa verdadera.

—¿Qué?—repitió Draco, todavía sin entender ni una sola palabra—. ¿De qué demonios habláis?

—Hermanito, ¿todavía no lo has entendido?

Draco se sintió algo abrumado cuando su hermana giró la cabeza y le dedicó una mirada. Pocas veces en su vida había visto a su hermana pequeña destilar tanta luz como en ese momento, y estaba tentado de poner una mano en sus ojos para protegerse. Era como mirar al sol de frente, y por eso no lo hizo. Sabía que su hermana no tardaría demasiado en apagar todo su ser brillante, — como ella era—, por lo que debía disfrutar de verla tan feliz tanto como pudiera.

—¡Voy a poder ir a verlo! —siguió hablando Dianne, mientras sus labios se estiraban en una amplia sonrisa. Estaba tan llena de júbilo que no le importó la expresión algo ida de su hermano—. ¡Veré al tío! ¿No es genial?

Aquellas palabras hicieron que Draco hilara todas las piezas en su mente. Ahora entendía por qué su padre parecía un basilisco cuando abandonó la estancia, y por qué su madre parecía el sol en persona. O porque su hermana brillaba como si fuera una estrella del firmamento. Y, sin poder evitarlo, su mueca se desfiguró en una de felicidad oculta.

—¿Hablas enserio? —preguntó y miró a su madre para confirmar, quien asintió con la cabeza—. Me alegro por ti, hermana...Pero, ¿no tienes miedo?

Dianne negó con la cabeza, en un simple movimiento, como si se hubiera esperado aquella pregunta desde que supo la buena nueva.
Por eso, ni a su madre ni a su hermano, le extrañaron la felicidad con la que pronunció las siguientes palabras:

—Me da igual como sea el tugurio apestoso, iré a verlo y es lo único que me importa.


































¡HOLA, HOLA! ¿QUE TAL ESTÁN? ESPERO QUE BIEN.

Okay, ya me calmo. Pero es que no sabéis lo contenta que me tiene este libro. Me está quedando... No es por echarme flores pero, me está quedando una fantasía. Yo solo digo: ojo cuidado. Ojo cuidado conmigo.

El prólogo ya avisa de como va a ser el libro con la aparición del magnífico Orión Black (lo veo como Colin Firth sisoy). ¿Por qué aparece? Porque puedo, ahre. No, porque en este libro va a haber muuucho drama con respecto a las familias. Yo ahí lo dejo.

Bueno, ¿que os ha parecido? Espero que os haya gustado.

¿Espectativas? ¿Qué creéis que va a pasar? Os leo 👀

Nada más por mi parte, pero...

¡BIENVENIDOS AL TERCER LIBRO! ¡YEI!

Nos leemos en comentarios❤️

~ I 👑

|Publicado|: 14/03/2022

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro