Prologo
20 de septiembre de 2017
El cielo se cubría de nubes negras que amenazaban con una grande tormenta, el sonido de la silla de ruedas al moverse se oía junto a una desesperada voz
—¡Sáquenmela ya! —grito Danna. Estaba angustiaba por sentir tanto dolor, nunca creyó que serían tan fuertes. De todas maneras, ella no quería tener hijos, pero su marido había insistido y ya no había escapatoria.
—Cálmese señora.
—¡No me pida que me calme!
Cuando la colocaron sobre la camilla, los dolores fueron peores, se escucharon gritos escalofriantes que erizaban la piel de Adam, el marido de Danna. La lluvia pronto empezó a caer con una potencia sorprendente, acribillaba las ventanas salvajemente sin dar tregua. Después fueron los granizos los que caían sin temor y la luz parpadeo, hasta irse por completo.
Los doctores se asustaron cuando la mujer embarazada dio tales gritos de agonía que pareciera como si escarbaran bajo su piel. Era algo atemorizante la tensión que se sentía, las enfermeras corrían de aquí para allá buscando linternas.
Nadie hacia caso a lo que tomaba a Danna, lo que se escabullía sin hacer el mínimo ruido alguno.
—¡Rápido!
Lograron encontrar luz y cuando dio en dirección a Danna, se pusieron a trabajar para traer al mundo a la niña. El doctor coloco los dedos en la entrada y dijo:
—¡Puje señora!
Ella tomo respiro y dijo en su mente Voy a joderte por hacerme esto Adam.
—¡AAAAAAAAAA!
Las horas pasaron, el sudor le caía a montones sobre el cuerpo, ya estaba cansada e iba a desfallecer.
—Una vez más señora, ya veo la cabeza.
—¡Eso dijo hace dos horas!
Pero ella pujo, hasta sentir que sus entrañas dolían, su garganta ardía y su corazón golpeaba su pecho agitado.
El hombre por fin, más aliviado que nunca saco por completo a la niña que pronto entro en llanto. Era el parto más largo en el que había estado. Y en ese momento la luz regreso dando claridad al lugar, los ojos de todos se acostumbraron a la luz y cuando el doctor vio a la niña se quedó quieto, en shock, porque una grande cicatriz atravesaba aquel rostro infantil. Parecía hasta diabólico lo que el miraba.
—¿Me la puede pasar? —pidió Danna. Había pasado lo peor de su vida y merecía ver a la niña. El doctor dudo, pero al final se la mostró sin soltarla del todo.
La sonrisa de Danna se borró cuando la vio, sus ojos se abrieron de par en par y su boca quedo abierta.
—¡Dios mío! Pero ¿Qué es eso?
—Es su hija señora.
La mujer la aparto de ella
—Ese monstruo no es mi hija.
Ese día nació Diana.
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