Prefacio
Las nubes oscuras comenzaron a transitar sobre el cielo despejado de Delia, la luna, que hasta hace poco había estado brillando en lo alto del cielo despejado se escondió detrás de estas envolviendo a la nación en penumbra. Las aves nocturnas callaron su canto y ni siquiera el ruido del viento golpeando las hojas de los árboles se logró escuchar. Era como si la naturaleza supiera que algo estaba apunto de pasar, y lo que menos querían era interferir en aquel suceso tan importante.
Dentro del palacio, mientras todos dormían, la habitación donde reposaba el cuerpo de Emerald comenzó a centellar. El cristal que la envolvía poco a poco comenzó a fragmentarse dejando tras de si pequeñas esquirlas de vidrio tiradas por el suelo.
Sus dedos entumecidos poco a poco comenzaron a moverse aún estando atrapados, y solo cuando su rostro estuvo descubierto completamente ella se permitió abrir los ojos.
Tardó en recobrar la consciencia y la visión. Trató de reconocer su entorno, pero aquella simple tarea se le hizo imposible, no podía ver más allá de su nariz. Cerró los ojos y esperar con calma algunos minutos más, y al abrirlos, poco a poco el espacio donde ella se encontraba se fue volviendo cada vez más y más nítido.
Recordó que era la último que había visto y la sensación gélida producto de la nieve de Delia la envolvió, observó en todas direcciones buscando a Draven o a Julian, pero no había nadie más allí con ella. Se encontraba completamente sola en esa habitación extraña.
Sus labios temblaban conforme fue abriéndolos. Trató de llamar a alguien, pero no pudo gesticular ni una sola palabra. La garganta le dolía, y su lengua estaba tan áspera que parecía que traía tierra dentro. Tenía demasiada sed y hambre, no sabía cuanto tiempo había dormido, pero que el estómago comenzara a rugir como si fuera alguna especie de animal le indicó que había sido un periodo demasiado prolongado de tiempo.
Trató de ver más allá de su cuerpo, pero este aún se encontraba congelado dentro del cristal. Sus ojos comenzaron a observar a los alrededores y se dio cuenta de que había una especie de domo protector que protegía la habitación.
Su cuerpo comenzó a brillar y la luz la cegó momentáneamente, la cabeza comenzó a dolerle, su cerebro estaba recibiendo una recarga masiva de información. No solo estaba recordando los hechizos que vio cuando Marie aún se encontraba dentro de su cuerpo, si no que ahora también todo el conocimiento de su padre formaba parte de ella por alguna extraña razón.
—P...papá —murmuró bajo luego de realizar un gran esfuerzo y enseguida la imagen de su padre emergió desde adentro de su pecho se materializó frente a ella.
Cornellius la observó de forma paternal mientras acariciaba su rostro. No le dijo absolutamente nada, el rey únicamente cerró los ojos y colocó la palma de su mano sobre la fría superficie. Al hacer contacto, el cristal comenzó a partirse más y más y los grandes bloques de vidrio comenzaron a caer al suelo.
Al sentir movimiento dentro de la habitación, el sistema de seguridad que la reina Agatha en compañía de sus magos habían puesto se dispararon y los despertaron a todos. La reina, quien hasta hace poco había estado durmiendo plácidamente en su habitación prácticamente se lanzó de la cama y colocándose una de sus capas de seda corrió escaleras abajo en dirección a la habitación donde reposaba su hija.
Los guardias y los magos protectores no tardaron en darle el alcance, sabían que hacer, se habían preparado durante once años y el protocolo en caso de ataques era más que claro.
Al llegar al cuarto, Agatha le dirigió una mirada atenta a su gente y asintió, ellos le devolvieron el gesto, pero antes de que siquiera pudieran prepararse para atacar un golpe seco dentro del cuarto, seguido de un extraño quejido le indicó a la reina que no se trataba de algún invasor.
Abrió la puerta con prisa, y allí, tirada en el suelo pudo ver a Emerald quien no podía moverse con normalidad. Corrió hasta ella para poder levantarla y asegurarse de que no se hubiera golpeado al caer de una altura medianamente alta, pero en cuanto observó su rostro se quedó completamente petrificada.
—Cornellius... —murmuró ella, pero Emerald no pudo evitar mirarla con extrañeza.
—¡El príncipe despertó! —gritó uno de los hechiceros a sus espaldas.
—Su majestad —dijo otro, mientras hincaba una rodilla en el suelo.
Todos los magos y soldados sin excepción hicieron una reverencia en señal de respeto. Emerald, quien aún no entendía lo que estaba pasando, únicamente se limitó a extender las manos y al ver que estas eran del tamaño de un adulto no pudo evitar comenzar a temblar.
Agatha, intuyendo la impresión que acababa de recibir su forzada heredera al trono, se dio cuenta de inmediato que ella no sabía que era lo que había pasado, ni tampoco era consciente de cuánto tiempo había permanecido sumida en aquel sueño que le salvó la vida cuando apenas era una niña de siete años.
—¿Cua... cuánto? —preguntó ella mientras sentía el nudo posicionado justo a la altura de su garganta.
—Once años —respondió su madre de forma escueta.
La ropa que traía la última vez que estuvo consciente estaba rasgada porque ella ya había crecido. Ahora medía un metro setenta y dos y era un adulto de dieciocho años de edad.
Agatha se retiró la bata que traía puesta e hizo que su hija se la colocara para evitar que el resto la viera. Se puso de pie, pero Emerald no podía dar más de dos pasos sin caerse al suelo. La reina pidió ayuda a uno de los guardias e inmediatamente uno de ellos se acercó hacia ella y pasó el brazo de Emerald sobre sus hombros.
En medio de la celebración del resto, Emerald fue llevada a la antigua habitación de su hermano, y una vez que estuvo con su madre a solas, no pudo evitar comenzar a llorar. Aunque tratara de hacerlo, no podía esfumar la sensación de tristeza dentro de su cuerpo.
Por muy raro que fuera, Agatha no le dijo absolutamente nada, simplemente se sentó al lado de la cama y la observó callada como ella lloraba.
Once años —se dijo Emerald a si misma.
Le habían arrebatado once años de su vida.
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