CAPÍTULO XXXII: La caída del reino (II)
Diamond se puso de pie de espaldas a su amo y limpió la daga con el borde de la capa que traía puesto y giró para observar a Noman, el hechicero guardó silencio y lo observó atento mientras una sonrisa escabrosa brotaba de sus labios.
—Bien hecho mi esbirro.
Noman se puso de pie y caminó hasta situarse frente al muchacho, Diamond únicamente asintió mientras volvía a mostrar sus duras facciones en el rostro, de un momento a otro, el hechicero colocó una mano encima de su hombro y ejerció cierta presión mientras se acercaba a su oído.
—Ahora, entrégame esas reliquias que con tanto esfuerzo has recolectado.
Tras escucharlo Diamond se tiró hacia atrás y creó un domo protector, pero cayó de espaldas en cuanto la honda de poder llegó a alcanzarlo, los reyes que se encontraban cerca fueron empujados hacia los lados.
—¿Creíste que no me daría cuenta? —preguntó Noman al lanzar otro ataque al frente—. No podrás liberarte nunca. Diamond Lagnes, soy tu amo, y te ordeno que te sometas ante mí.
Diamond comenzó a escuchar un chirrido estridente dentro de su cabeza, las reliquias que estaban dentro de su cuerpo comenzaron a brillar y se mostraban inquietas a medida que el hechicero que se acercaba. Finalmente, sus rodillas terminaron flaqueando y la protección que había generado se desvaneció por completo.
Noman caminó hasta su altura y lo sujetó de su coleta, obligándolo de esa forma a que lo observara, volvió a sonreírle, pero esta vez le dedicó una mirada de desprecio.
—Ya no te necesito —soltó con frialdad y la risa del sirviente se escuchó desde atrás—. Con tu ayuda ahora podré volverla a traer a la vida, y con su poder, nada ni nadie podrá detenerme.
Noman giró a observar el cuerpo de Joan que estaba frío y con los labios amoratados en el suelo, ella comenzó a levitar y se acercó hasta ellos, Diamond, estaba tratando de liberarse del control que él estaba ejerciendo, pero poco o nada podía hacer para conseguirlo.
—Ahora regresarás a ese abismo oscuro del cual te saqué, Diamond —tras decir esto Noman sujetó a Diamond del cuello—Deus Neptys, Deus Neptys —recitó Noman, y las flamas comenzaron a emerger de las palmas de Diamond—. Te ofrezco este cuerpo a cambio del poder necesario para vengar a la reina Marie, quien fue injustamente asesinada y condenada al olvido.
Las llamaradas de fuego comenzaron a viajar desde los brazos de Diamond a través del cuerpo de Noman, en cuanto su piel hizo contacto con las llamas unos remolinos de viento se formaron bajo los pies de todos, Diamond sentía como la energía comenzaba a ser drenada a medida que la flama era absorbida por el hechicero.
La flama de Neptys fue consumida por Noman, y cuando el brillo cesó, una delgada capa, que hasta ahora no era visible, apareció envolviendo los brazos de Diamond.
—Deus Aretusa —dijo—. Dame tu poder para someter a los bastardos que nos dieron la espalda.
Tras decir esto la delgada capa dejó de rodear a Diamond y poco a poco comenzó a envolver los brazos de Noman, el cuerpo del hechicero brilló con fuerza cuando el poder pasó a estar bajo su control, y luego el brillo de la lágrima de Nereida fue lo siguiente que se materializó.
—Deus Nereida, conviértete en el arma que forjará esta nueva era, dame el poder para blandir mi espada y destruir los cimientos que el usurpador construyó.
Tras decir esto la lágrima emergió del cuerpo de Diamond y flotó hasta el frente, impregnándose en el pequeño cráneo que el hechicero llevaba atado en el cinturón.
Finalmente, la reliquia de Azoret comenzó a brillar, Noman colocó su otra mano cerca del pecho de Diamond, y la reliquia poco a poco comenzó a ser extraída del interior, el rubio sentía como la visión comenzó a fallarle, sus brazos habían dejado de responderle y cedieron a cada lado de su cuerpo.
—Azoret, dame el poder para traer de vuelta a la reina piadosa y que finalmente cumpla su venganza.
Sin embargo, antes de que Noman consiguiera extraer por completo la reliquia del interior de Diamond, un estruendo proveniente de afuera provocó que la entrada fuera destruida en un santiamén, y en cuestión de apenas unos segundos comenzó a reinar el caos.
Antes de que Noman pudiera reaccionar una bomba cegadora estallo muy cerca y le impidió ver quienes eran los intrusos, los reyes aprovecharon ese momento para escapar del palacio.
Un dragón blanco largo de gran tamaño entró rápidamente y tomó a Diamond entre sus dientes, comenzó a volar para escapar lejos, pero Noman llegó a herirle una de sus patas y el rastro de sangre fue lo único que quedó luego de eso.
Tanto Noman como su esbirro corrieron a las afueras y vieron a los estudiantes de la escuela huyendo con sus padres, él silbó y Darakatan, su fiel mascota, no tardó en aparecer a su lado.
—Invoca a los esclavos —ordenó, el esbirro asintió inmediatamente—. No quiero que ninguno de esos reyes vea la luz del amanecer.
Noman se fue volando junto a Darakatan para seguir a Julian que acababa de huir con Diamond, mientras que el esbirro caminó hasta el portal de transportación de los Lagnes, tomó una daga, se cortó la mano y cuando la sangre se impregnó en el marco la magia de este se tiñó de rojo.
La primera en atravesar el portal fue Leila Sallow quien luego de recibir la indicación comenzó a correr al frente con los demás soldados que la estaban siguiendo.
Los príncipes y estudiantes, pese a los esfuerzos que estaban realizando, estaban a punto de ser alcanzados por los muertos que blandían sus espadas en el aire. De pronto, el relinchar de los caballos se escuchó a lo lejos y vieron como el ejercito real llegó hasta donde se encontraban.
—¡Protéjanlos a cualquier costo! —ordenó Igna Sallow mientras descendía de su caballo y lo espantaba para que no pudieran lastimarlo.
Empuñó su espada y escudo, pero al ver al primero de ellos llegar sus brazos terminaron cayendo a cada lado. Tenía el rostro desencajado, los demás guardias que estaban a sus espaldas se quedaron igual de anonadados con lo que estaban presenciando.
—Leila... —musitó el hombre mayor al ver a su hija demacrada frente a él.
La muchacha ni siquiera se inmutó al ser llamada, muy por el contrario, alzó la espada y ordenó a los demás muertos que comenzaran el ataque; los soldados a penas tuvieron tiempo para reponerse, Igna Sallow ni siquiera era capaz de blandir la espada, llamaba a su amada hija con insistencia, pero esta no le respondía, únicamente lanzaba un ataque tras otro sin descanso.
—¡Hija, soy yo! —el corpulento hombre lloraba al sentir los impactos sobre su escudo.
Leila atacaba con ferocidad sin descanso. Él únicamente retrocedía y recibía los ataques.
De un momento a otro trastabilló, Leila aprovechó esto para dirigir su espada a la altura de su cuello, pero una honda de poder terminó tirándola hacia atrás.
—¡Ya basta, Leila! —gritó Draven quien acababa de ponerse frente a su padre.
Greyslan ayudó a Igna a ponerse de pie, él jefe de la guardia observó al docente todavía con el rostro desencajado, este únicamente agachó el rostro, pero lo colocó a sus espaldas para impedir que pudieran lastimarlo.
Leila volvió a su posición de combate, Draven hizo lo mismo y ambos se lanzaron al frente para pelear. El castaño, aunque no sabía más que los hechizos básicos, utilizaba los necesarios para defenderse. Si bien Leila era una simple humana y no poseía magia, la destreza que tenía para el combate era algo que hasta ese momento ningún soldado había podido igualar, y pese a que Draven había entrenado sin descanso para ese momento, todavía lograba superarla del todo.
—¡Llévate a mi padre lejos, Greyslan!
Tras la orden él tomó a Igna del suelo y lo obligó a alejarse de la batalla, el hombre aún gritaba el nombre de su hija con dolor mientras era prácticamente arrastrado lejos de esa zona del combate.
—¡Draven, cuidado! —gritó Eugene que acababa de llegar junto con Privai.
Uno de los muertos iba a atacarlo por la espalda, pero la muchacha lanzó un polvo paralizador al frente y logró detenerlo justo en el momento oportuno.
—Privai, por favor, protege a Draven, debo impedir que se siga moviendo para que pueda cortarle la cabeza.
Privai asintió mientras ayudaba a Draven, e impedía que alguien atacara a Eugene. La muchacha lanzaba todos los hechizos que conocía uno tras otro sin descanso, su cuerpo había comenzado a dolerle, sentía las palmas al rojo vivo debido a la magia que emanaba de esas, pero si descansaba sería el fin de sus amigos, y la muerte de alguno de ellos era algo con lo que no deseaba cargar.
Eugene comenzó a recitar un dialecto antiguo mientras cerraba los ojos y concentraba su poder bajo sus pies, Leila, al darse cuenta de que los rezagos de su magia estaban por alcanzarla dio una voltereta y se situó lejos de ambos; la muchacha tomó una daga y la lanzó en dirección a Eugene.
Privai, quien estaba protegiendo a Draven de otro ataque no tuvo tiempo para reaccionar, pero antes de que el arma pudiera llegar a clavarse en medio de los ojos de Eugene, Greyslan se puso al frente y recibió el impacto directamente en su pecho.
—¡Maestro! —gritó Privai horrorizada.
Pero Greyslan ni siquiera hizo una mueca de dolor al sentir el puñal enterrado allí, por el contrario, tomó el arma y luego de desenterrarla la tiró hacia un lado.
—Eugene, dime que necesitas que haga —preguntó ante la mirada de asombro de ambos.
—Debo detener a Leila para que Draven pueda enterrar la espada en su corazón ... —dijo con dificultad—, es la única manera de romper el sello que le pusieron para que finalmente pueda descansar.
—Bien, yo me encargo.
El profesor observó a sus dos alumnos y les sonrió, luego fue hasta donde se encontraba Draven y tras sacar su espada se colocó en posición de ataque.
—Te dije que te fueras —le dijo el castaño, quien estaba temblando pues acababa de escuchar todo lo que Eugene había dicho.
—La única manera de sellarla y ponerle fin a todo esto es que destruyas el sello que está a la altura de su corazón —volvió a repetir, Draven asintió, y tras decir esto observó a su alumno, sonrió, y revoloteó su cabello. Seguidamente comenzó a correr al frente—. Solo tú puedes liberarla. No dudes, Draven.
Antes de que pudiera negarse Greyslan ya estaba blandiendo la espada contra su amada, Leila esquivaba los ataques y este le respondía. Eugene volvió a concentrar su magia, y la honda comenzó a acercarse.
El segundo intento falló, pero Greyslan ya había comenzado a calcular el tiempo que Eugene tardaba en volver a concentrar el poder, y cuanto tardaba en llegar hasta donde ellos se encontraban.
Para el cuarto intento Greyslan tenía un plan trazado dentro de su mente, y cuando observó de soslayo y vio a Eugene volver a recitar el hechizo, supo que esa era la última oportunidad que tenían para ponerle fin a todo esto.
—¡Maestro, ahora! —gritó el muchacho.
En apenas unos segundos Greyslan tiró la espada a un lado y corrió al frente, Leila empuñó su arma y la espada atravesó por completo. Los brazos de este la rodearon y la abrazaron con fuerza impidiendo que se mueva, Leila trataba de escapar al ver como la magia iba a alcanzarla, pero por más que removiera la espada dentro de su cuerpo este simplemente se negó a soltarla.
—¡Draven! —gritaron Eugene y Privai al unísono.
Greyslan dio un ultimo vistazo a Leila, la muchacha de cabello corto lo observó con sus ojos vacíos, y su boca se entreabrió ligeramente para decir:
—G...Greyslan.
—Juntos hasta el final, mi amor, tal y como te lo prometí.
El castaño cerró los ojos, un fugaz beso fue lo último que plantó en sus labios de su amada, y enseguida la espada de Draven terminó atravesándolos a ambos. El sello del pecho de los dos comenzó a brillar, sus cuerpos cedieron de inmediato. Draven cayó de rodillas al suelo, Eugene y Privai corrieron a ver su amigo que estaba de rodillas y lo ayudaron a colocar los cadáveres uno al lado del otro, de pronto, un orbe emergió del cuerpo de Greyslan y otro del de Leila, ambos giraron alrededor de Draven y finalmente subieron al cielo y se perdieron en medio del cielo.
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