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CAPÍTULO IV: Victoria agridulce.

Aquella simple línea bastó para que no pudiera pegar los ojos en toda la noche. Sentía como su corazón latía con fuerza dentro de su pecho, sus manos sudaban, y la simple idea de volver a verlo provocaba que una sensación extraña surgiera de golpe en su estómago.

No supo cuando pasó, pero el canto de las aves le indicó que un nuevo día había comenzado, y tan solo faltaban algunas horas para que pudieran volverse a ver.

Dio la espalda a la puerta y cerró los ojos. Intentó con todas sus fuerzas quedarse dormida, pero el alboroto de la planta baja se escuchaba hasta su habitación. Resignada, optó por observar al techo, un suspiro escapó de sus labios.

Quería verlo, pero el simple hecho de pensar que ahora estaba comprometido con Privai, su compañera, terminaba provocando que su corazón doliera en cierta forma.

Tocaron la puerta, Emerald se sentó con desgano y concedió el permiso, una de sus sirvientas personales traía consigo una caja aterciopelada color azul en sus brazos.

—Su majestad, la tina está lista.
—Voy enseguida —respondió con desgano mientras colocaba los pies sobre el suelo.

La sirvienta asintió luego de escucharlo, pero antes de marcharse dejó sobre la cama el pequeño paquete. Emerald se puso de pie, caminó hacia la caja y lentamente la abrió, retiró la fina tela de seda que cubría el objeto, y se dio con la sorpresa de que era la corona de su hermano.

Según los protocolos, los herederos siempre debían de usar las coronas de sus familias, pero Emerald y Diamond no eran muy apegados a esta regla. Ambos siempre se sentían incómodos cuando la traían puesta, porque aquel simple objeto marcaba más la brecha social que existía.

—No puedo creer que finalmente llegara el día.

Emerald sacó la corona de la caja y se colocó frente al espejo, se observó con atención, y no pudo evitar pensar en Diamond.

Desde que ella había tomado el lugar de su hermano, Delia había estado bajo el mandato de su madre quien era la reina interina. Pero ahora que era perfectamente capaz de adquirir las responsabilidades del reino, todos los poderes existentes y todas las decisiones importantes serían tomadas por ella. Y aunque lo odiara, aquel nuevo cargo implicaba que siempre tuviera la corona sobre su cabeza.

El resto de herederos estaban muy por encima de él, tuvieron muchos años para pulir perfectamente las aptitudes necesarias para adquirir un cargo de tal magnitud, y ella, tenía que ver la forma de igualar las capacidades de los demás.

No sabía si sería un rey competente, no sabía si podría con tal responsabilidad.

Pese a que el pueblo odió a la verdadera Emerald, era su gente, y desde pequeña su sueño siempre fue hacer más por aquella nación que la vio nacer.

Agobiada por los miedos e inquietudes que se hicieron presentes, optó por dejar nuevamente la corona en la caja y caminó en dirección al baño.

Los pasillos de la planta superior estaban prácticamente desolados, pero a lo lejos pudo distinguir las voces de su madre y Denaisa. Ambas reían y compartían pequeñas historias, incluso escuchó claramente como Agatha, su madre, llamaba hija a Denaisa.

Agatha jamás había tenido si quiera la intención de confraternizar con ella de esa forma.

Era consciente de que su madre la aborrecía, pero por más que le pedía a su cabeza que de una vez aceptara esa idea, su corazón era el que dolía cada vez que se paraba a pensar en eso.

Cuando se encerró dentro del baño se deshizo del camisón holgado y los pantalones. Caminó hasta el enorme espejo de la pared y observó su cuerpo parcialmente desnudo en el reflejo. Su vista reparó en los vendajes que traía en el pecho, una de sus manos fue a los sujetadores que traía al costado izquierdo, y poco a poco fue retirando las vendas, dejando tras de si unas marcas de color rojo producto de la presión que estas hacían en esa zona.

Deshizo el hechizo y regresó a su apariencia original. Tocó la superficie del espejo y acarició el reflejo de sus ojos violáceos, luego, siguió con su camino y se detuvo a la altura de sus pechos, y finalmente, su mano cayó a los lados.

Se había vuelto una mujer en un abrir y cerrar de ojos, y lo más irónico de todo era que, con el paso de los años, su apariencia real se asemejaba cada vez más y más a la de su madre.

Sus manos sujetaron las puntas de su corta melena. Tiró de su cabello hacia atrás y reprimió el llanto.

—Cuanto quisiera ser tú en verdad.

Había aprendido a odiar su reflejo, ya que cuando volvía a la normalidad, la Emerald que tanto odiaba la miraba desde el otro lado y le recordaba lo vulnerable que era.

Sintiendo el escozor en los ojos se metió dentro de la tina y abrazó sus piernas con fuerza, y únicamente cuando el agua estuvo fría, terminó con su rutina de baño.

Los sirvientes continuaron trabajando, ella aprovechó la oportunidad para ir a los establos, se colocó una capa y tomó uno de los caballos más dóciles de los que disponían.

No podía ir más allá de los muros, pero al menos pasear por el pueblo le daría un vistazo real de como era la situación actual de los habitantes de su nación.

El pueblo lleno de vida que ella siempre observó desde lejos cuando era niña ya no estaba. La Delia que ahora se mostraba frente a sus ojos era una nación agonizante, pero aunque los tiempos se veían en verdad caóticos, la alegría de su pueblo parecía no haber decaído del todo.

—¡Hoy a las ocho ascenderá Diamond Lagnes, el salvador! —gritó un vocero desde la plazuela central— Les recordamos que es de carácter obligatorio la asistencia de los habitantes del pueblo para celebrar su ascensión.

En cuanto el sujeto terminó de hablar se marchó, los que estaban cerca de la plaza comenzaron a dispersarse, y Emerald decidió acercarse un poco para escuchar que era lo que estaban diciendo.

—¿Por fin despertó? —le preguntó una mujer al verdulero.
—Aparentemente llevaba despierto algún tiempo, pero no dijeron nada.
—¿Quizás esté enfermo?
—Oremos a los dioses y pidamos que no —dijo el sujeto mientras colocaba las verduras que la mujer escogió dentro de una cesta—. Diamond es la única esperanza que tenemos, si algo malo le pasa, será la ruina de todos.
—Tienes razón —respondió ella mientras le entregaba el dinero—. Pero me da pena que su madre ponga tanto peso sobre los hombros de prácticamente un niño.
—Estoy seguro de que el muchacho podrá manejarlo, ya pasó por mucho, esto es una prueba más.

Luego de realizar sus compras la mujer se fue y el verdulero volvió a acomodar los pocos productos que tenía, Emerald aprovechó ese momento para regresar y sujetarse del caballo.

En cierta forma escuchar que sentían medianamente algo de empatía por ella la reconfortaba, pero nuevamente el hecho de que pusieran tantas expectativas en ella la ponía nerviosa.

Sin quererlo caminó tanto, que terminó llegando a los cuarteles de la guardia real, afuera había dos guardias, pero como traían el casco puesto era difícil saber si uno de esos era Draven.

Emerald observó el muro y vio el domo protector bordeaba el cielo para evitar que estos seres entraran. Ella se quedó observando fijamente a uno de esos animales mientras veía como se alejaba, pero de un momento a otro aquella criatura dio media vuelta y comenzó a acercarse al domo, Emerald se quedó estática, analizando los movimientos de la criatura, y esta, con los ojos negros por completo emitió un alarido sin despegarle la mirada.

Los guardias que estaban custodiando la entrada dieron media vuelta, la criatura comenzó a golpear las paredes con su cuerpo y poco a poco más de estas comenzaron a imitarla.

—¡Que suene la alarma! —gritó uno de los sujetos.

Una extraña sirena se escuchó en cada rincón, Emerald volteó a observar en dirección al pueblo y vio como la gente corría a esconderse en sus domicilios. Los guardias salieron en fila de los cuarteles y comenzaron a hacer sus formaciones de ataque.

—¡Que los dioses bendigan su camino! —gritó el capitán desde adelante— Si uno ha de morir, se le recordará como un héroe —añadió, y los demás gritaron.

Las pesadas compuertas poco a poco se abrieron, los soldados salieron corriendo y los gritos de pelea no tardaron en oírse. Emerald temblaba, su cuerpo todavía no era tan fuerte y su magia no estaba lo suficientemente preparada, pero no había tiempo para dudar, debía ayudarlos. No podía dejar que murieran porque esos soldados eran su gente, y entre ellos, podía estar Draven.

Emerald comenzó a caminar con rapidez hasta la entrada, pero el portón bajaba cada vez más y más. En ese instante una extraña sensación comenzó a embargar su cuerpo, era como si una corriente de energía la hubiera envuelto.

—¡Retírate forastero! —gritó uno de los custodios.

Pero antes de que el portón se cerrara del todo, Emerald se barrió hasta el otro extremo y salió finalmente de las murallas.

Al salir vio como las criaturas aleteaban y bajaban en picada para lastimar a los guardias, pero los feroces protectores envainaban sus espadas en el aire y lanzaban proyectiles de armería para lastimarlos.

Emerald caminó y se situó en el centro de todo, su cuerpo había comenzado a moverse por si solo. Las criaturas, al darse cuenta de que ella estaba allí cambiaron de objetivo y unas diez se acercaron volando a velocidad con tal de asesinarla.

El escozor en sus manos comenzó a emerger, era la misma sensación que sintió en el bosque, la noche que asesinó a esos dos hombres que pusieron fin a la vida de su hermano.

Un aura dorada se formó bajo sus pies y las ondas del viento generaron que su capa cayera hacia atrás, dejando de esta forma expuesto su rostro.

—¡Diamond! —escuchó la voz de Draven desde atrás.

Ella aún estaba canalizando la energía, y poco a poco su brazo se extendió y una esfera dorada que crecía cada vez más y más comenzó a formarse frente a ella.

—¡Yo te cubro! —dijo su amigo a la par que le cortaba el cuello a una de las criaturas.

Los sonidos de su alrededor se pausaron, Emerald abrió los ojos, y vio como estos seres se acercaban lentamente hasta donde estaba ella.

«No los lastimarán»

—¡Largo de mi reino! —gritó, y la esfera salió despedida hacia el cielo.

En su camino, aquella esfera comenzó a arrastrar a los seres y los aprisionó en su interior. El tamaño de las criaturas provocó que esta comenzara a crecer más y más.

Los soldados, quienes prácticamente habían tirado su armamento al suelo, observaban anonadados como aquella enorme masa de energía similar al sol, crecía cada vez más y más.

Emerald, por primera vez en toda su vida sintió como la magia circulaba por todo su organismo y no era una sensación dolorosa en lo absoluto.

—¡Diamond! —volvió a gritar Draven, y ella observó al cielo.

Todos los seres estaban aprisionados dentro, así que ella comenzó a cerrar poco a poco el puño, y el alarido de dolor de las criaturas no se hizo esperar.

La superficie de energía brilló aún más y todos apartaron la mirada, pero cuando el brillo cesó y Emerald abrió la palma, las cenizas de aquellos seres cayeron encima de todos, cubriéndolos por una fina capa de polvo blanco.

Emerald cayó, pero Draven la sujetó entre sus brazos e impidió que se golpeara la cabeza.

—¿En que estabas pensando? ¡Pudiste haber muerto! —la regañó, pero ella sonrió y algunas lágrimas escaparon de sus ojos.
—Tengo control —susurró mientras se tapaba el rostro.

Los soldados que estaban más lejos se acercaron corriendo hasta donde estaban ellos y comenzaron a celebrar.

—¡Larga vida a Diamond! ¡Larga vida al rey! —gritaban en conjunto.

El castaño la ayudó a ponerse de pie y le sirvió de apoyo, los soldados la rodearon y en cuanto Emerald llegó al otro lado del muro se topó con los habitantes de Delia, quienes la recibieron entre vitoreos y aplausos.

Draven pidió permiso para escoltar a Emerald hacia el palacio, y luego de que se lo permitieron, la ayudó a subirse a su caballo y caminó junto a ella. Durante todo el trayecto no dijo nada, no estaba feliz, ella se había expuesto tontamente, si sus poderes no hubieran reaccionado, las criaturas la hubieran destazado y ni siquiera hubieran dejado sus restos en el lugar.

Emerald era consciente de que tomó una decisión arriesgada, pero no podía dejar que los soldados murieran a manos de las criaturas. Algo dentro de si misma le dijo que todo saldría bien, y quiso creerlo, ya que cuando albergó a Marie dentro de su cuerpo nunca se sintió de esa forma.

—Lo siento —le dijo ella en cuanto dejó el caballo dentro del establo—. Pero no podía dejar que algo les pasara.
—Sé que eres alguien fuerte, pero todo pudo salirse de control, debes dejar de arriesgarte tanto —ella agachó la mirada, Draven suspiró y removió su cabello—. Pero... fue asombroso —dijo a medida que le dedicaba una sonrisa.

Emerald sonrió ampliamente mientras sus mejillas se sonrojaban.

—Tú también fuiste asombroso, has mejorado mucho con la espada.
—Te lo prometí, seré tu caballero, siempre te cuidaré las espaldas —respondió mientras alzaba un pulgar en su dirección.

Draven se marchó y Emerald entró al palacio. Los sirvientes ya habían terminado de acomodar todo, y lo único que ella podía hacer de momento, era volver a tomar un baño y esperar a los invitados.

La hora de la celebración finalmente llegó. Su madre, con tal de asegurar el bienestar de los invitados, había mandado a construir un portal mágico al que únicamente tuvieran acceso determinada cantidad de personas.

El primero en llegar fue el padre de Denaisa, quien inmediatamente fue a conversar con su hija. Poco a poco las personas comenzaron a atiborrar el salón, los regalos que traían eran recibidos por la servidumbre, quienes los colocaban en un espacio especial.

Una vez que todo el salón estuvo lleno, los sirvientes fueron a decirle a Emerald que era el momento de bajar. Ella se dio un último vistazo en el espejo, inhaló una considerable cantidad de aire, y comenzó a bajar por las escaleras lentamente.

La música alegre resonaba, la gente reía y conversaba de forma amena, y ella sentía que con cada paso que daba la respiración comenzaba a fallarle. La última vez que había visto a toda esa gente fue durante la evaluación para saber a que clase pertenecía, y casi todos ellos la miraron como una escoria cuando quedó seleccionada por la clase guerrera.

Los nobles y los regentes que estaban cerca de la escalera, al darse cuenta de que Emerald estaba cerca, abrieron paso mientras hacían una reverencia. Ella contuvo la respiración hasta que pisó el último escalón.

Avanzó a paso lento, la música cesó, y la gente iba abriéndose mientras le daba paso, reconoció a varios que se rieron prácticamente en su cara durante hace ya varios años atrás, pero ahora la mirada que le dirigían era completamente diferente.

La realeza y la nobleza estaba conformada de gente hipócrita en verdad —pensó.

Miró hacia el frente, si pensaba en toda la gente que había allí reunida corría el riesgo de desmayarse. El padre de Denaisa estaba sentado en la silla de la izquierda, su hija estaba al medio, la silla de su derecha estaba vacía y tenía una decoración especial, y finalmente la última del extremo contrario estaba ocupada por su madre.

Agatha al ver que ella estaba cada vez más cerca se levantó de su asiento y fue a recibirla, extendió su brazo en su dirección, Emerald entendió que debía de sujetarse de su brazo.

Caminaron una al lado de la otra sin siquiera hablarse o mirarse hasta que estuvieron enfrente del hechicero en jefe, el anciano, inmediatamente abrió la caja y dejó a la vista la corona que le había pertenecido a Cornellius, su padre.

—Los dioses nos han devuelto la esperanza nuevamente —dijo su madre en dirección a los demás—. Hace once años, en Navidia, Diamond logró salvar a su gente y ayudó a sus iguales en ese terrible ataque. Tiempos complicados han venido desde ese día y la gran mayoría de nosotros estamos preocupados por el futuro.

Luego de decir esto Agatha retiró la corona de príncipe de la cabeza de Emerald, una de las sirvientas abrió otra caja y la depositó dentro con cuidado.

—La esperanza ha regresado nuevamente. Después de once largos años, mi hijo, Diamond, asumirá el cargo de rey de Delia y el de líder de las naciones aliadas —la mujer sacó lentamente la corona de su esposo y la situó encima de la cabeza de Emerald—. Por el poder que tengo y con la gracia de los dioses, doy inicio al reinado de Diamond Lagnes, el salvador de los reinos y el líder de las naciones aliadas.

Emerald caminó un poco más cerca del borde del podio y observó al resto de los invitados, extendió las palmas de sus manos, y materializó un dragón de luz, similar a la forma que adquiría Julian en cuanto se transformaba. El ser de luz dorada recorrió la habitación y finalmente desapareció dejando tras de sí unos destellos dorados.

Los invitados comenzaron a aplaudir enérgicamente, incluso desde donde estaba, podía jurar que algunos nobles lloraban de la emoción.

Ahora venía la parte complicada, re afirmar el compromiso con Denaisa.

—Agradezco la confianza que están depositando sobre mí, prometo ser un líder... que no va a defraudarlos —dijo ella, y los presentes volvieron a aplaudir—. Antes de continuar con la ceremonia, me gustaría llamar a la princesa Denaisa Treical.

La nombrada se levantó de su asiento con el rostro encendido, su padre la observaba con orgullo desde su lugar.

—En mi cumpleaños número siete mi madre anunció mi compromiso con la princesa Denaisa —hizo una pausa para respirar y continuar—. Durante once años he estado atrapado en una prisión de cristal, y Denaisa, siempre estuvo allí preocupada por mi bienestar.

Emerald giró levemente el cuerpo para poder observarla, luego, tomó una de sus manos y lentamente fue deslizando el anillo que su madre le había entregado con anterioridad.

—El día de hoy quiero re afirmar mi compromiso con Denaisa Treical, esperando que esta unión traiga prosperidad y tranquilidad al resto de habitantes.

Denaisa la observó confundida, Agatha le había dicho el discurso que Diamond daría, pero este aparentemente había cambiado las líneas y dejaba de forma clara en ese punto, que su unión era algo netamente político.

—Gracias a todos por asistir —respondió ella, girándose nuevamente para observar al resto—. Disfruten de la velada.

Los invitados aplaudieron, aparentemente ninguno, salvo Denaisa, se dio cuenta del verdadero significado que Emerald acababa de dar.

Emerald estiró el brazo en dirección de la muchacha, ella, tímidamente se sujetó y lo acompañó al centro del salón. Sujetó su mano donde reposaba el anillo, luego depositó la otra en la cintura de su prometida, y los músicos comenzaron a tocar una suave melodía para dar inicio al baile.

Emerald recordaba las veces que su hermano le había enseñado a bailar, no era muy diestra, pero le bastaba con imitar los movimientos que Diamond hacía para aparentar que sabía lo que hacía.

Denaisa parecía estar algo decaída, pero aunque el baile fuera breve, había logrado que los malos pensamientos que se acumulaban en su mente desaparecieran, al menos momentáneamente.

Para cuando la música cesó Emerald la acompañó nuevamente a la parte superior y los demás invitados comenzaron a bailar, la familia los observaba encima del podio, y ella con la mirada, inconscientemente, comenzó a buscar a Julian con la mirada.

Al observar a la esquina, alejado de todo y de todos, vi a un muchacho que tenía un traje de color morado semi pegado al cuerpo mirándola de forma atenta. Su tez era oscura, sus ojos era de color verdes, y el hoyuelo producto de la sonrisa que tenía plasmada en su rostro era algo que le dijo que él era la persona que estaba buscando.

Julian, quien no le apartaba la mirada con un gesto muy disimulado le observó el exterior y se fue. Emerald, quien se levantó de la silla mintió diciendo que iría al baño y se dio la vuelta por el extremo contrario para darle el alcance.

Sentía que los vendajes y la ropa le apretaban más de la cuenta. Su corazón palpitaba como loco, y sus manos habían comenzado a sudar.

El manto de la noche los cubría por completo, vio a Julian a lo lejos esconderse dentro de los establos y decidió seguirlo. Al entrar todo estaba oscuro, pero ni bien su cuerpo logró cruzar la puerta sintió claramente como unos brazos la rodeaban y la apretaban con fuerza.

La descarga eléctrica volvió y esta vez era diferente a cuando eran niños. Fue una sensación envolvente, casi atrapante que erizó todos los vellos de su cuerpo.

—No sabes cuanto quería hacer esto —susurró con voz grave cerca de su oído y ella sintió su cuerpo temblar.

Julian siempre había sido alguien apuesto, pero la edad le había sentado de maravilla. Era alto, mucho más alto que ella, le sacaba casi una cabeza de diferencia, y estando así de cerca podía reafirmar el cuerpo tonificado que poseía.

—Te extrañé —dijo ella de forma automática sin siquiera pararse a pensar.
—Cuando quedaste atrapada, sentí como una parte de mí fue arrebatada —confesó mientras observaba el rostro de Emerald.

Pese a que estaba oscuro ambos podían apreciarse a la perfección. Emerald aprovechó ese momento para deshacer el hechizo, y Julian, al ver aquellos ojos violáceos que solo ella tenía no pudo evitar sonreír.

—No sabes lo feliz que soy por verte otra vez —el pelinegro volvió a acariciar la mejilla de la muchacha—. Te has vuelto alguien muy hermosa.
—No mientas —le dijo ella con vergüenza—. Soy todo menos una mujer.
—No importa como luzcas, Emerald, para mi siempre serás la persona más hermosa sobre la faz de este mundo.

Ambos se quedaron callados y lograron escuchar la música del salón envolver el ambiente. Julian extendió su mano en su dirección y ella con temor sujetó delicadamente sus dedos.

—No sé bailar... tan solo sé los pasos que Diamond me enseñó.
—Déjate llevar —le dijo él, y aquellas palabras daban a entender algo más.

Julian colocó una mano sobre la cintura de ella, y en cuanto apegó su cuerpo contra el suyo, sintió como su cuerpo temblaba aún más.

El pelinegro se movía al compás de la música. Ambos se observaban y no decían absolutamente nada, pero el silencio que se formó no era para nada incómodo, muy por el contrario, era muy placentero.

Estuvieron danzando en medio de ese ambiente místico durante un largo rato. Sus rostros estaban cercas uno del otro. Julian comenzó a acortar la distancia cada vez más y más.

Ella alternó la vista entre estos y los ojos del pelinegro. Se estaba dejando llevar por completo, pero faltando apenas unos cuantos centímetros... su voz interior le recordó la cruel realidad, y ella, con todo el dolor de su corazón, deshizo aquel contactó y se limitó a abrazarlo del cuello.

«No debo amarte» —pensó.

Y el ser más consciente ahora de eso era lo que destrozaba su corazón.

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