CAPÍTULO I: Volver a nacer.
Emerald, luego de llorar durante un largo rato comenzó a calmar su respiración poco a poco. Agatha por su parte, quien se encontraba sentada a su lado, únicamente se limitó a quedarse erguida en la silla, sin proporcionarle alguna palabra de aliento que pudiera apaciguar su alma.
Era algo predecible, ella bien sabía que no era su hija favorita y que únicamente la usaba para sus propios beneficios.
Deseaba poder armarse de valor y preguntar que fue lo que pasó en todo ese tiempo, pero aquello sería tentar a su suerte. Su madre era una mujer demasiado intuitiva y calculadora, y si realizaba alguna pregunta incorrecta referente a lo que pasó once años atrás, era probable que Agatha supiera que Emerald, sus amigos, y los amigos de su padre le escondían el hecho de que su hermano estaba vivo, y que alguien lo estaba manipulando.
—¿Qué ha pasado en Delia durante todo este tiempo? —preguntó, la reina se sobresaltó levemente en su lugar y la observó de soslayo.
Emerald no pudo evitar sentirse intimidada por la nueva voz que tenía. El tono que ahora poseía era profundo pero armonioso. No solo su cuerpo había crecido, si no que su falsa apariencia había hecho lo propio para compensar su edad actual.
—Desde lo que pasó en Navidia los monstruos del abismo han estado atacando los campos de todas las naciones aliadas.
Agatha se puso de pie y caminó con elegancia hacia la ventana, una vez que estuvo allí tiró de la soga y las cortinas se abrieron. La luz del amanecer se elevó en medio de las montañas de la nación, pero en lugar de mostrar aquel paisaje verde y lleno de vida que Emerald recordaba, lo que vio al horizonte no era más que tierra reseca y marchita.
—Cada cierto tiempo los monstruos pasan por los campos de cultivo y los atacan —acotó, Emerald la observó—. Lo que hemos podido hacer hasta ahora es mantener a salvo a nuestro pueblo dentro de las murallas de Delia.
—¿Todas las naciones están pasando por lo mismo?
—Casi todas —dijo ella—. Navidia y Sudema son las naciones que evitan.
—¿Por qué no tienen producción de alimento?
—Correcto. Hemos realizado expediciones al abismo, pero es imposible entrar, se ha vuelto a generar un domo protector que los mantiene a salvo. Ni siquiera yo con todo mi poder puedo desvanecer ese hechizo.
Lo primero que vino a la mente de Emerald fue de que en ese lugar debía estar su hermano, y aquel domo que se había formado no era para proteger a las criaturas, era un hechizo que él había colocado para mantenerse a salvo. Hace once años Diamond le había robado el poder de Marie, y lo más lógico era pensar que la magia que ahora él poseía, era incalculable. Emerald no estaba a su altura, si su hermano así lo deseaba podía asesinarla en un santiamén.
¿Pero que estaba esperando? —se preguntó a si misma. En estos once años tuvo el tiempo suficiente para atacar no solo Delia, si no que tuvo la oportunidad perfecta de someter a las naciones aliadas.
Se mantuvo callada analizando las posibilidades existentes, pero sus pensamientos se vieron interrumpidos por su propia madre quien hizo un sonido un tanto extraño. Se giró a observarla, ella alzó el rostro, y Agatha se quedó de pie cerca a la ventana sin despegarle la mirada.
— ¿Quién te proporcionó esa forma?
Era la segunda vez que su madre, de alguna manera, se encontraba contrariada por su apariencia actual, y Emerald no sabía a que se debía esto, ella ni siquiera había tenido la oportunidad de verse frente a un espejo desde que despertó.
—No entiendo a que se refiere, madre —dijo con voz gruesa.
—Velo tu misma.
La orgullosa reina caminó hacia el tocador y sujetó un pequeño espejo, luego caminó en dirección a la cama y se lo entregó, Emerald sujetó el mango de este y cuando vio su rostro allí reflejado por poco y el objeto termina en el suelo.
—Soy... —murmuró.
—Cornellius —Agatha completó la frase mientras Emerald tocaba su rostro—. El hechizo que usas no puede funcionar si no tienes un rostro que imitar. La única manera de que tengas esa apariencia es que hayas podido ver cómo era tu padre cuando era joven —le dijo con cierto deje de recelo en su voz— ¿Tienes poderes de clarividencia?
Emerald dejó el espejo a un lado de la cama y la observó directamente a los ojos. Mintió, y dijo que no tenía esas habilidades desarrolladas, su madre, aunque no quiso creerle del todo lo que le estaba diciendo, simplemente decidió dejarlo pasar, ya tendría la oportunidad de comprobar realmente si ella mentía o no.
—Cuando desperté vi a mi padre frente al cristal —dijo para despistarla, aunque aquello no era del todo mentira—. Copié su rostro.
—¿Te dijo... algo?
Por una fracción de segundo Agatha se mostraba afligida, Emerald no entendía bien porque, hasta donde sabía, el día en que su padre murió ella se había despedido como siempre de él y ambos estaban en buenos términos. Aunque tal vez, cuando ella fue sellada dentro del cristal pudo haber pasado algo que desconocía.
—No me dijo nada, solo sonrió y desapareció.
Agatha volvió a dedicarle una mirada atenta, pero al ver que Emerald aparentemente estaba diciendo la verdad decidió dejar las cosas así. Había sido una noche demasiado larga como para entrar en un interrogatorio, lo único que ella deseaba era descansar un poco antes de comenzar con las diligencias que tenía pendiente.
—Iré a mi alcoba —la reina comenzó a caminar en dirección a la puerta sin mirar a su hija—. Por la mañana traeré a una persona que te enseñará a volver a caminar, pasar tanto tiempo dentro de ese cristal parece haber atrofiado tus músculos, necesitamos fortalecerte.
Y sin decir más, Agatha salió de la habitación.
Emerald se sentó al borde de la cama y trató de sujetarse de los muebles para ponerse de pie, pero al igual que cuando salió del cristal, sus piernas tambalearon y cayó nuevamente al colchón. Luego de intentarlo un par de veces más, se terminó rindiendo y volvió a meterse debajo de las cobijas, una ligera capa de sudor perlaba su frente producto del esfuerzo que había cometido.
Observó sus manos y trató de hacer un hechizo de luz, inmediatamente la energía que emanó de su cuerpo se hizo presente, pero esta ya no era de color negro o morado como antes, ahora su aura mágica había adquirido una tonalidad dorada como el sol.
—Papá... —dijo con voz queda mientras apegaba las piernas a su cuerpo.
Ahora el sacrificio de su padre tenía un poco más de sentido. Hace once años, si su hermano le hubiera arrebatado toda su magia, ella hubiera muerto inmediatamente.
Cornellius supo desde edad temprana el destino que le deparaba, y en lugar de dejar que robaran su cuerpo y lo usaran para unos fines todavía desconocidos, optó por salvar a su hija, pero el porque de sus acciones acababa de tomar un poco más de sentido.
Él quería que ella salvara a su hermano. Por eso le heredó el enorme poder mágico que él tenía. Emerald necesitaba poder hacerle frente a Diamond cuando el momento llegara, y solo de esa manera podría hacerlo. Además, también le había confiado a Silky, la espada que llevaba tantas generaciones en su familia, la cual únicamente era adquirida por el hijo varón. El arma que fue entregada por los mismos dioses y que le fue confiada a August, su antepasado, quien la había usado para ponerle fin a la vida de su hermana, la reina Marie.
El trabajo de Emerald ahora era reparar las cosas y darle a su hermano la oportunidad de vivir la vida que sin quererlo, ella misma le había arrebatado en aquel cumpleaños número siete.
Teniendo esto en mente, ella se acomodó sobre la cama y le dio la espalda a la puerta. Cerró los ojos y trató de dormir, pero aquello se le hizo imposible. Mientras más vueltas daba sobre aquel mullido colchón, más ansiosa se sentía.
Quería saber si sus amigos estaban bien. Deseaba saber que es lo que había pasado en esos once años que se desprendió de la realidad. Y aunque sonara quizás un deseo tonto para muchos, anhelaba saber si su amado hermano estaba a salvo en aquel horrible lugar.
Las horas pasaron y ella se quedó allí quieta mientras veía como las nubes grisáceas surcaban el cielo. Y ya cuando era casi el medio día, alguien golpeó la puerta de su habitación, ella se sentó sobre la cama y concedió el permiso de entrada, pero ni bien la puerta se abrió dando paso al visitante, Emerald sitió como el estómago comenzaba a enroscarse sobre si mismo.
—En verdad despertaste... —dijo Denaisa, quien al verla allí sobre la cama comenzó a llorar.
Ahora Denaisa era toda una mujer. Era delgada, pero las curvas que había adquirido por la edad eran resaltadas por el corsé y los faldones del vestido celeste que traía; su busto era prominente, sus labios eran carnosos, y su rostro estaba tan bien cuidado que ni siquiera una sola marca de acné se podía ver en él.
Emerald entra abrió los labios para poder decir algo, pero Denaisa se acercó inmediatamente hasta donde ella se encontraba y la abrazó con fuerza. La peliblanca lloraba, y Emerald lo único que pudo hacer para brindarle en cierta forma algo de consuelo fue acariciar su espalda con gentileza.
—Cuando tu madre me dijo que despertaste no podía creerlo, salí inmediatamente de mi habitación para venir a verte —dijo muy cerca de su oído, Emerald sintió un cosquilleo en la nuca al sentir su cercanía.
Estaba incómoda, y no era para menos, la persona con la que menos quería cruzarse se encontraba ahora allí, entre sus brazos. Pese a que Denaisa no era alguien mala, constantemente le recordaba a ella la cruda realidad y traía a su mente la visión de aquel futuro que tuvo, donde ambas estaban casadas, y Julian se marchaba.
—Hola —le dijo luego de un largo rato—. No esperaba verte aquí —trataba de sonar lo más cortés que podía, pero simplemente no sabía como actuar frente a la muchacha.
—Por los dioses —dijo ella mientras se apartaba, con un movimiento comenzó a acomodar su larga melena y ordenó los mechones que habían terminado en su rostro—. Perdona, sé que debo lucir verdaderamente mal, pero quería venir a verte lo antes posible, ni siquiera me dio tiempo de mirarme al espejo.
—No estás mal —Emerald sonrió con cierta incomodidad así que desvió el rostro—. Es solo que no esperaba verte aquí.
—Lo sé, debe ser un poco... chocante para ti el verme a tu lado ahora.
En cuanto dijo esto Denaisa agachó las manos y comenzó a sujetar sus dedos con fuerza, Emerald dio un rápido vistazo a estas y se percató de que las yemas de sus dedos se estaban poniendo blancas producto de la fuerza que aplicaba.
—Quiero disculparme por como te traté la última vez que nos vimos.
En cuanto dijo esto, su prometida, alzó el rostro y la observó con los ojos acuosos, Emerald sujetó su nuca mientras seguía observando hacia el lado contrario.
—No pretendo excusar mi comportamiento, pero... no era un buen momento.
—Lo sé, lo entiendo perfectamente, Diamond —la princesa sujetó las manos de ella y Emerald se vio forzada a mirarla—. Sé que todo esto es raro, pero he estado entrenando mucho, tal y como me lo pediste, me he vuelto alguien que te puede ayudar —sonrió—. Seré una buena esposa, ya lo verás.
En cuanto dijo esto Emerald nuevamente sintió como el estómago volvía a enroscarse sobre si mismo. Pero antes de que siquiera pudiera decirle algo, la princesa, rompiendo todos los protocolos existentes, se acercó hacia ella y plantó un casto beso sobre sus labios.
Emerald se quedó estática, el primer impulso que sintió fue empujarla, pero eso sería demasiado inmaduro de su parte. Además, no quería que Denaisa se sintiera nuevamente mal por su rechazo. Ya que ella era una muchacha demasiado vulnerable.
La princesa se separó con el rostro teñido de rojo, Emerald simplemente comenzó a mirar de un lado al otro.
—Diamond... —dijo la princesa, Emerald la observó en silencio—. Lo único que hizo el tiempo fue avivar mis sentimientos por ti —confesó—. Sé que nos comprometieron para generar una alianza entre nuestras naciones, pero... mis sentimientos son genuinamente sinceros.
Y diciendo esto Denaisa se puso de pie y aún con las mejillas sonrojadas salió de la habitación. Emerald inmediatamente tocó sus labios, y con la palma de su mano se los limpió para tratar de deshacerse de la sensación cálida que Denaisa había dejado.
No tuvo demasiado tiempo para reponerse de lo que acababa de pasar. Un par de minutos después un hombre de aproximadamente unos sesenta años, entró a su alcoba y le proporcionó unas muletas para que pudiera apoyarse.
—Bienvenido de vuelta, príncipe Diamond. Mi nombre es Rocke, seré su terapeuta durante este tiempo.
—Es un placer, Rocke.
—Lo primero que haremos será volver a acostumbrar a su cuerpo a caminar. Va a costarle —dijo mientras le daba un rápido vistazo—. Me puedo dar cuenta de que sus músculos están algo flácidos, pero ya verá que en menos de un mes volverá a ser el de antes.
—Gracias.
Rocke guio a Emerald hasta la que fue su antigua habitación y ella no pudo evitar sentir tristeza. Sus cosas ya no estaban, sus vestidos habían sido removidos, y lo único que quedaba sobre su antiguo escritorio era el dibujo que le dio a su hermano en la fiesta de su cumpleaños.
—Necesitaré que ponga de toda su fuerza, príncipe Diamond.
—Lo haré —le contestó.
—Debo confesar, que ha sido un honor para mí ser seleccionado como su terapeuta —dijo el anciano mientras la ayudaba a sentarse sobre el suelo—. Usted se ha vuelto una leyenda en Delia, príncipe Diamond.
—¿Una leyenda?
—No hay persona en Delia que no sepa lo que usted hizo por Navidia, príncipe Diamond. Los trovadores han compuesto sonatas en su honor.
—¿Qué es lo que dicen esas leyendas?
—Sí me permite, se la recitaré.
—Adelante —le dijo mientras ella comenzaba con los ejercicios de estiramiento.
En una luna de sangre,
Un príncipe nació.
Y pese a que su poder su hermana selló,
Él pudo demostrar su enorme valor.
Y a los monstruos en Navidia, él derrotó.
El príncipe Diamond, una revelación.
El legítimo heredero nos traerá salvación.
Con su inmenso poder podrá restaurar,
La crisis que hay en nuestro mundo actual.
Para cuando el anciano terminó su canción, Emerald únicamente pudo sonreír de forma forzada. Que la nombraran en algún punto como la causante del impedimento de la magia de Diamond, era un golpe bastante bajo. Pero lo que no lograba entender, era porque había surgido esa leyenda de que fue ella la que derrotó a los monstruos en Navidia. Diamond y el anciano la habían secuestrado, los que se encargaron de todo el trabajo fueron Rugbert, Greyslan, Bristol, y Diomedes.
Antes de dormirse era la burla de todos los regentes y los príncipes herederos. Y ahora, era una leyenda en vida.
El que hubiera habido tantos cambios en esos once años la asustaban. Porque de cierta manera, era como si hubiera vuelto a nacer.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro