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Capítulo 2

—¡Buen día!

—Hola... ¿Te puedo ayudar en algo? —

—Fui citada a este lugar, porque fui contratada como niñera.

—¿Niñera? No sabía que necesitábamos una niñera.

—Bueno, una amiga suya me contrató.

—¿Una amiga? ¿Quién?

—Prefirió no dar su nombre. Solo mencionó que era una amiga cercana y que usted ya sabía de mi llegada.

—No recuerdo que nadie me hablara de una niñera.

—Lo siento, señor. No puedo darle más información. Solo estoy aquí para cuidar de su hijo.

—Déjame ver si entendí; te presentas en mi casa bajo la excusa de que alguien te contrató para cuidar a mi hijo, ni siquiera eres capaz de decirme quien fue esa persona, mucho menos me dices tu nombre y esperas que te deje entrar ¿Así solamente?

Era una pregunta simple, pero la respuesta que pensé, sonaba tan estúpida como la mayor parte de nuestra conversación. Opté por contenerme y esbocé la sonrisa más convincente que pude, tratando de demostrar que era la candidata perfecta para el puesto. En el fondo, lamentaba haber aceptado un empleo sin conocer realmente lo que implicaba.

Entonces, recordé el comodín que me habían entregado para este tipo de situaciones. Dejé caer la mochila que llevaba en mi espalda y saqué la carpeta que contenía toda la información necesaria para realizar las actividades que se me encomendarían. La expresión del otro fue digna de contemplar; parecía como si pensara que iba a sacar una bomba. Sin embargo, su rostro se relajó cuando le entregué un sobre perfectamente planchado.

—Es de su amiga. Tenía la sospecha de que no aceptaría así que me ha enviado completamente preparada.

Abrió el sobre justo delante de mis narices, y de él emergió un documento de varias páginas cuyo contenido era tan denso que no me atreví a intentar echar un vistazo. Decidí apartar la mirada para darle un poco de privacidad, aunque la verdad era que su sola presencia ya era suficientemente intimidante como para que no pudiera sostener su mirada por mucho tiempo.

Increíblemente, pasaron varios minutos antes de que él respondiera, lo que me dio la oportunidad de analizar su lenguaje corporal, el cual parecía estar tenso. La mandíbula apretada y los nudillos blancos eran señales claras de su estado de ánimo. No había duda de que el fallecimiento de su esposa seguía siendo un asunto pendiente para él, así que estaba dispuesta a darle más tiempo si lo necesitaba para digerir el contenido del contrato que le acababa de entregar.

—Considero que lo más prudente sería que te ausentes por un tiempo. Digamos, el resto de la semana. Si tu principal preocupación es la remuneración económica, no te preocupes, te pagaré como si hubieras trabajado. Sin embargo, te pido que no regreses hasta que tengas una mejor idea de lo que estás haciendo.

—¿A qué se refiere? ¿Qué quiere decir con "mejor idea"?

—Tu invención no me convence, pese a que el material es impecable en cuanto a falsificación. No creo que sea viable ni seguro. Necesitas más tiempo para desarrollar y pulir tu actuación antes de presentarla nuevamente.

—No es una invención, tampoco estoy actuando. He trabajado duro en esto y estaba segura de que iba a funcionar.

—Mira... respeto tu esfuerzo, pero no puedo permitir que expongas a mi hijo a algo que no tengo certeza de que sea seguro.

—Me niego a retirarme sin haber realizado la labor por la que se me indicó en el contrato que obtendría la paga a cambio. He cumplido con mi parte del trato y estoy aquí para trabajar.

—Entiendo tu postura, pero la situación ha cambiado. No puedo permitir que entres a mi casa hasta que tenga más información. Te daré mi respuesta una vez haya consultado con mi abogado y revisado el documento con detenimiento.

—Pero, el documento es real, se lo aseguro. Su amiga no mentiría.

—No lo dudo, pero necesito corroborarlo. Además, la información que me has dado hasta ahora es insuficiente. No puedo tomar una decisión basada solo en este papel.

—Se lo agradezco de todas formas, que tenga un buen día.

Cargué nuevamente la mochila sobre mis hombros y, con lo poco que me quedaba de dignidad, me di la vuelta en dirección a la calle. Quién sabe cuánto tiempo tardaría en llegar de vuelta a la residencia universitaria, pero estaba segura de que sería bien recibida en cualquier otro lugar que no fuera ese. Ya no importaba si su actitud se debía al proceso de duelo o al incidente que habíamos compartido unos meses atrás. Lo único que importaba era alejarme de allí y dejar atrás esa atmósfera cargada de tensión y desagrado.

—¿Es esa una mochila de Bluey?

La voz, aunque dulce, me tomó por sorpresa, y un pequeño rayo de esperanza pareció dirigirse hacia mí en medio de la tensión. Me volví lentamente hacia el infante que hablaba y asentí en respuesta.

—¡Qué te he dicho de hablar con desconocidos? No puedes dirigirte a una persona que no conoces de nada solo porque tiene algo que llame tu atención—reprendió el hombre con el que había estado discutiendo momentos antes, pero el pequeño parecía más interesado en la mochila que en sus palabras.

—... ¿Puedo verla más de cerca? — Antes de que pudiera responder, mis ojos se encontraron con los del hombre, quien, ante el evidente favoritismo del niño, no tuvo más opción que contener sus palabras.

Cualquiera pensaría que la elección del personaje de la mochila era un simple intento de ganarse el favor del pequeño, pero desde una de mis prácticas en el servicio de pediatría, se había convertido en un verdadero amuleto de la suerte. Conocí a una niña encantadora que lo llevaba a todas partes, y desde entonces, decidí hacer lo mismo.

El padre del niño no apartaba la mirada de él en ningún momento, mostrando una clara desconfianza hacia mí. Sin embargo, lo que más me sorprendió fue cuando finalmente rompió el hielo y me preguntó:

—¿Cuál me dijiste que era tu nombre?

—¡Entonces tampoco la conoces! ¿Por qué tu puedes hablarle y yo no, eh? —el hombre dedicó una mirada de autoridad al pequeño, quien se disculpó por haber interrumpido la conversación. Por mi parte, solo pude contener una risita, gesto que también recibió una mirada inquisitiva.

—Pues no se lo dije... pero es Leighton, Leighton Cavell.

Cuando pensé que nuestro primer encuentro no podría haber ido peor, vi cómo sus ojos se iluminaban, pero no precisamente en el buen sentido de la palabra. Fue entonces cuando supe que él también recordaba el evento que nos había unido en el pasado. En ese preciso instante, le di mi nombre, y pude sentir cómo él experimentaba lo mismo que yo al verlo detrás de la puerta. Entendí que debía irme, ya que cualquier oportunidad que pensé tener con el favoritismo del niño se había esfumado por el odio del padre.

—Bueno, Leighton. Puedes retirarte con la tranquilidad de que, si requerimos de tus servicios, serás contactada.

Decidí abandonar el lugar con suma cortesía, despidiéndome de ambos antes de iniciar mi partida. Antes de solicitar un taxi, verifiqué mi saldo en una de las aplicaciones del teléfono para asegurarme de tener suficiente dinero disponible. Una vez confirmado, realicé la llamada y esperé unos minutos hasta que el vehículo señalado por mi teléfono llegara a buscarme. El viaje de regreso resultó mucho menos estresante que la ida, aunque la decepción por no haber podido cumplir con mi primera jornada de trabajo era palpable.

Durante el trayecto, me sumergí en los mensajes de aliento de quienes sabían del empleo, pero fue el mensaje de mis padres el que más impacto tuvo en mí.

"Hoy amanece un día muy especial para ti, ¡tu primer día de trabajo! Estamos muy orgullosos de ti y de todo lo que has logrado. No ha sido fácil, pero tu esfuerzo y dedicación te han llevado hasta aquí.

Recuerda que este es solo el comienzo de un camino maravilloso. Serás un ángel de la guarda para ese pequeño, así como para muchos que te necesitarán en un futuro, y tu corazón bondadoso y tus manos expertas les brindarán alivio y esperanza. Te enviamos un fuerte abrazo y nuestras bendiciones. Te queremos mucho y siempre estaremos aquí para apoyarte. ¡Mucha suerte, hija!"


Eran contadas las veces en las que la señal del teléfono alcanzaba a llegar a casa, si es que llegaba alguna vez. Mi familia se reducía a mis dos padres; un hombre y una mujer de edad avanzada, provenientes de la clase trabajadora. Pero en ese mensaje que recibí esa mañana, pero que habría evadido por miedo a decepcionarlos nuevamente, había un trasfondo mucho más grande del que jamás había encontrado en ninguno de los anteriores.

Había dependido de ellos por mucho tiempo, y solo fue cuando ingresé a la universidad que pude abandonar el nido, aunque debo admitir que aún había ocasiones en las que me sentía adherida a mis raíces.

Y la deuda que sentía hacia ellos cada vez aumentaba en tamaño, sobre todo cuando durante una de mis visitas recientes descubrí que me estaban ocultando algo. Y ese fue otro de los motivos por los que accedí a aceptar el empleo.

Después de unos minutos de reflexión, el conductor indicó que habíamos llegado a nuestro destino. Al descender del vehículo, me encontré frente a una impresionante fila de imponentes edificios corporativos. A diferencia de antes, esta vez no sentí miedo, sino una determinación renovada. Caminé por las calles hasta llegar a las puertas de una lujosa edificación, sabiendo que al entrar destacaría entre las demás personas que allí se encontraban.

Pero ya no me importaba. Era hora de enfrentar lo que fuera que me esperara dentro.

Sin detenerme a reflexionar, me dirigí directamente al elevador, donde se amontonaban otras personas también esperando. Sin embargo, la recepcionista, a quien no había tenido la oportunidad de conocer anteriormente, me detuvo y me indicó que pasara primero por recepción. Maldije en silencio. ¿Podía algo salir bien en ese día siquiera?

—Buenos días ¿En qué podemos ayudarle? ¿Tiene alguna cita concertada con...? —

—Buenos días, buscaba a la señorita Spencer. —

—La señorita Spencer está ocupada en este momento. ¿Tiene una cita programada? —la mujer tenía un aspecto tan elegante como el del lugar, pero su lenguaje corporal era robótico y eso me causo evidente inquietud.

—No, no tengo cita. Pero es importante que la vea lo antes posible.

—Lo siento, pero sin una cita no puedo asegurarle que la señorita Spencer pueda atenderla. ¿Podría darme su nombre y número de teléfono para que ella le llame cuando esté disponible?

—No, ella me ha dicho que no es necesario dejar mi número y que puedo venir cuando estime conveniente. Solo necesito hablar con ella unos minutos.

—Entiendo su frustración, señorita, pero debo seguir los procedimientos. Si me permite su nombre, puedo ver si la señorita Spencer puede hacer una excepción.

—Leighton Cavell.

Se me indicó que tomara asiento en la elegante sala de espera mientras se anunciaba mi llegada. Mientras esperaba, me dediqué a observar los detalles del recibidor, impresionada por los lujosos elementos que garantizaban un servicio de primer nivel, algo completamente ajeno a mi experiencia previa. La tecnología de vanguardia del lugar me recordaba a lo que había visto en la facultad, lo que me llevó a concluir que la persona a cargo de esta empresa debía poseer un gran capital económico.

En visitas anteriores, me había sorprendido la impecable presentación con la que recibían a sus clientes potenciales. Siempre había escuchado que la primera impresión era crucial, y esas personas eran la prueba viviente de esa máxima.

"Señorita Spencer, ¿podría atender a la señorita Cavell, por favor? Es un asunto urgente." Habría dicho quién me atendió solo un par de segundos atrás.

Mientras esperaba, me surgió una idea: ¿por qué no intentar contactar directamente a la persona a la que buscaba? Busqué su número en la lista de contactos y realicé la llamada, pero la respuesta se hizo esperar. Era plausible que no se encontrara en el edificio, considerando su ocupada agenda en el mundo de los negocios. Sin embargo, una parte de mí rogaba que no reaccionara mal ante el rechazo que había experimentado por parte del padre del niño al que se suponía que debía cuidar.

El sonido de unos tacones retumbando a través del pasillo captó mi atención. Volteé para ver a una mujer de piel morena, cabello lacio y una expresión amable que se dirigía hacia mí después de haber consultado con la recepcionista.

"¿Leighton? Me temo no conozco a ninguna Leighton." dijo la mujer, lo que me hizo girar de inmediato. Mis manos comenzaron a temblar ante la posibilidad de haber cometido un error. Además, su voz no se parecía en absoluto a lo que recordaba, lo que volvía la situación aún más extraña.

Observándola detenidamente por un momento, comencé a sentir que algo no estaba del todo bien.

—Buenos días, señorita Cavell ¿En qué puedo ayudarla?

—Señorita Spencer, yo...yo

—Tómese su tiempo, señorita Cavell. No hay prisa.

—Señorita Spencer, yo...no creo que usted sea la persona que estoy buscando.

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