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4. Residencia

Disfruten el capítulo.

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Lo difícil de estudiar una carrera es terminarla y ejercerla. En muchas ocasiones los índices de deserción por malas decisiones a la hora de elegir se vuelven cifras altas y aunque para algunos les resulte absurdo creer como alguien después de mucho sacrificio sea capaz de dejar la carrera, la realidad es que esas personas les fue difícil tener la motivación suficiente para lograrlo.

Camila fue un caso distinto. Desde el día en que su padre decidió abandonarlos trás el nacimiento de Carlos, ella se propuso como objetivo superarse.

La vocación médica no es algo que haya decidido desde el principio. Su familia nunca la desmotivó pero le hicieron ver qué cualquier cosa que eligiera hacer en su vida sería tomado con orgullo y pasión. Después de revisar los cientos de carreras en los que podría desenvolverse, se vió atrapada en la emocionante y agotadora vida de la medicina. Su abuelita —que en paz descanse— le dijo lo buena que era con la memoria siendo de utilidad para aprender conceptos clínicos y como ella en su juventud trabajó como enfermera particular, algo pudo transmitirle a su nieta sobre el amor de servir a los demás.

...

Muchos cambios a su vida llegaron desde el día en que supo que consiguió pasar el examen y que gracias a la buena puntuación que consiguió, tenía la oportunidad de elegir la especialidad que quisiera. Desde luego no lo pensó mucho, supo lo que quería siempre y el título de cirujana general estaba entre sus planes.

—Ya llegó mi doctora favorita —mencionó Don Raúl al ver volver a su nieta.

—Abuelito. Espero ser la única o me molestaré con usted si se lo dice a Matías o alguien más —le dió un beso en la mejilla.

—No. Jamás podría hacer eso.

—¿Y mamá?

—En la tienda. Recién se fue a abrir de nuevo. ¿Tienes hambre?

—Si, un poco.

—Entonces, ven para que te sirva la comida.

—No es necesario, abuelo. En un momento voy y me sirvo.

—No. Yo lo hago. Déjame consentirte aunque sea de vez en cuando. Muy pronto comenzarás a ir al hospital y después te acordarás de mí porque no habrá quien te consienta tanto como yo —la abrazó con ternura.

Camila sonrió contenta. Tuvo que aceptar porque simplemente su abuelo no aceptaría un no por respuesta.

—Llegaste temprano, hija —la señora entró de vuelta al comedor a recoger algo que había olvidado.

—Si, . Hoy en la mañana recibí el correo del hospital. Es posible que en unos días me programen una entrevista para la estadía.

—Es una buena noticia, cielo. Ten por seguro que quedarán admirados cuando te conozcan pero por si las dudas, contacte al compadre Chelo, tiene conocidos en el hospital del Sur y está dispuesto a apoyarnos para algunos trámites que te falten.

—Espero no ocupar su ayuda, pero la tendré en consideración.

—Me parece bien.

Terminó de comer y después de lavar los trastes sucios se fue a la habitación para buscar los demás documentos que necesitaba llevar.

***

Matías fue el primero en decir adiós. La terminal de autobuses fue el punto de reunión para despedirse antes de partir a otra ciudad cuando después de mucho esfuerzo, consiguió la plaza para residencia en el hospital que quería.

Todos, incluso el pequeño Carlitos, acompañaron a la madre del joven esperando que su viaje estuviera colmado de bendiciones y salud.

—Si, mamá. Te prometo llamar al menos cada tercer día.

—Eso espero, mijo. Cuídate mucho y pórtate bien, por favor.

—No se preocupe, señora —intervino Camila—. Lo mantendré al tanto por si hace algo indebido. Eh, aprendido a leer su rostro cuando trata de mentirme.

—Gracias, hija.

—Tú ni siquiera vas a ir conmigo.

—Ah, pero encontraré la manera de averiguarlo. Ya lo verás.

—Me das miedo, Camila.

Las risas no faltaron, pero como en todo, era momento de despedirse. A la hora indicada, el personal anunció la próxima salida. Por enésima vez su madre lo sostuvo en brazos hasta que doña Lucía le hizo ver qué se estaba haciendo tarde para irse. 

—Me escribirás también, verdad —fue más una afirmación que otra cosa.

—Por supuesto. Quiero saber que tal te irá en la residencia ahora que te dieron luz verde para laborar allá —confirmó Camila—. Eres como la hermana menor que nunca tuve. Estoy orgulloso de tí.

—Te quiero mucho, Mati —lo abrazó con fuerza. Tal vez no sería la última vez que lo vería pero sería de las pocas veces que lo tendría así para ella—. No me olvides.

—Jamás. Y tú tampoco lo hagas. No quiero enterarme que tienes a una nueva persona especial allá.

—No, celosito. Eso no sucederá.

—¡Quién sabe! Ya me estarás contando.

Matías tomó la maleta dirigiéndose a la sala donde los pasajeros comenzaban a abordar.

Camila lo observó hasta que fue difícil seguirle el paso. Era cierto, que ese hombre lo consideraba como parte de su familia a pesar de no tener lazos de sangre. Habían crecido juntos, compartieron algunos grados escolares e incluso asistieron a la misma universidad. Ahora que no estaba, sentía que una parte de ella viajó con él

***

—¿Llevas todo lo que necesitas?

—Si, mamá. Calma. No creo necesitar mucho en mi primer día como residente adscrita. Inclusive ni siquiera sé si estaré toda la mañana allá.

—No lo sabemos. Por eso me preocupa que al menos tengas algunos suéteres extra en esa mochila.

—Ten —se acercó Carlos a su hermana—. Úsalo. Lo hice para tí.

—Tu hermano no quiso ir a la escuela porque quería despedirse de ti en tu primer día —mencionó su abuelo. 

Aquello la llenó de ternura debido a que a menudo no solía compartir mucho tiempo con él. Agarró el collar que hizo con hilos y algunas perlas y tratando de no maltratarlo le pidió al menor colocarlo.

—Gracias, pequeño. Te amo.

—También yo. Cuídate.

Le tomó cerca de una hora llegar al hospital. Le llevaría tiempo pero se estaba mentalizando que debía conseguir algún sitio cercano al hospital que le permitiera llegar más rápido ante cualquier emergencia suscitada a futuro.

Una vez dentro, las instrucciones fueron precisas, debía dirigirse en primer lugar a la oficina para recibir las credenciales correspondientes que la identificaran en la plantilla médica como residente de primer año.

Luego, tan pronto saliera, debía buscar las aulas dónde internos y residentes tomarían clases.

—Hola —se acercó con amabilidad una joven que portaba el mismo gafete que ella—. ¿Eres nueva también?

Camila asintió. Parecía tan pérdida como ella, por lo que evitó ser descortés.

—Si. Me llamo Camila, soy residente de cirugía.

—Wow. Cirujana. Yo soy residente de radiología. Me llamo Irma.

—Un placer, Irma.

—¿También buscas las aulas de clases?

—Si. Me dijeron que era por ese corredor, cruzando el puente en el otro edificio.

—También voy para allá. ¿Te importa si vamos juntas?

—No, para nada.

—Entonces andando. Se hace tarde.

Ambas caminaron a la dirección que les indicaron. Mientras llegaban se pusieron a platicar aspectos como de que universidad venían y qué esperaban de la especialidad. Aunque sólo en términos generales porque llegaron muy rápido al edificio.

—Supongo que aquí nos separamos. Ya tienes mi número. Espero verte por ahí después.

—Por supuesto. Nos vemos —En breve localizó el aula ingresando con la emoción a flor de piel. La última vez que había estado en esa situación fue cuando hizo su año de servicio social. El hospital en aquel entonces era más pequeño lo que le permitió conocer a mayor detalle las diferentes áreas médicas. En esta ocasión, el hospital se consideraba como uno de los más importantes de la ciudad. Tenía buen posicionamiento a nivel nacional así que todos esos méritos significaban lo mucho que Camila tenía que esforzarse para conservar su puesto ahí.

Ubicó un asiento en la parte lateral. Estando en el tercer piso alcanzaba a tener una pequeña vista del estacionamiento en uno de los accesos. Se pasó el rato observando la ventana notando como poco a poco se iba llenando el aula.

—Esto será rápido —un doctor llamó la atención de todos apenas llegó—. Tengo una reunión programada y no quiero demorarme más de la cuenta. Soy el doctor Daniel Fernández, jefe de residentes en este hospital. Por primera y única vez les extenderé mis más sinceras felicitaciones por entrar. Pero si estoy aquí es para advertirles que a partir de hoy nada será igual. Ya no son universitarios que necesitan ser llevados de la mano. Se han convertido en trabajadores calificados por esta institución para llevar con orgullo y ética la misión del médico.

Hizo una pausa y luego continúo.

—Están aquí para aprender pero también para trabajar según las actividades que los residentes de segundo año soliciten. Tendrán un asesor para sus proyectos de la especialidad y también internos que orientarán y cuidarán hasta el final de su periodo escolar.

Nadie dijo nada. Si aún quedaban dudas en decir que la medicina era fácil con aquel doctor a cargo les hizo ver la realidad.

—En breve un médico adscrito los esperará en la sala de especialidad. Mientras tanto, antes de irme, me dirán sus nombres para recordarlos si es que en alguna ocasión nos llegamos a encontrar.

Todos se apresuraron a mencionar sus nombres, el orden se predispuso con la primera persona valiente que comenzó.

Algunos más nerviosos, trataron de no verse ridiculizados por la mirada imponente del doctor.

—Soy Jimena Martinez —dijo la persona que tenía al frente ella. El jefe de residentes asintió señalando con la mirada a la siguiente persona para hablar.

—Mi nombre es Camila García, residente de cirugía general.

—Un placer doctora García. Gracias por confirmar lo obvio.

No había salido tan bien como lo imaginó en su mente. Tomó asiento de inmediato cuando todos se volcaron a reír.

—¿Qué son? ¿Niños de primaria? —Dijo el doctor. Provocando el silencio instantáneo.

Pudo haber sido más vergonzoso, si la vergüenza no se hubiera convertido en sorpresa con la voz familiar que escuchó detrás de ella. 

Algo que la puso en alerta porque sólo significaba una cosa.

—Mi nombre es Alexa Luján y… —observó con cierto grado de diversión al encontrarse a la joven del frente—, al igual que mi colega, también soy residente de cirugía en este hospital. Es un gusto.

Sería una aventura interesante.

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