3. Exámen
Disfruten el capítulo.
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—Sale una orden de maciza para la mesa tres —El hombre al otro lado del mostrador extendió el plato a la mesera. Camila que venía de limpiar, puso los trastes sucios al otro extremo apresurandose a llevar la orden de tacos de carnitas a dónde su jefe le indicó.
Los fines de semana, Taquería El Místico se veía completamente abarrotado de clientes gracias a la variedad de comida que servían, muchos optando por comer después del trabajo o pidiendo a domicilio según fuera el caso. Además Don Carmelo después de muchos años de haber trabajado como vendedor ambulante al fin había logrado cerrar un trato con el dueño de un edificio para ocuparlo como establecimiento por tiempo indefinido. Y no era cualquier lugar, tenía buena ubicación transitable y los sitios aledaños eran zonas de alta demanda comercial por lo que ya no bastaba con sus hijos y esposa para atender el negocio, el contrato de empleados era inminente. Camila fue una de ellas.
Solicitó el trabajo un poco porque se conocían ya que El rey de las carnitas —como se hacía llamar Don Carmelo— vivía en la misma colonia que su familia y otro tanto, porque buscaba ahorrar un poco de dinero si es que conseguía aprobar el examen que haría dentro de tres meses.
Entonces debía esforzarse tanto en el trabajo como en estudiar.
—Camila, los clientes de tu mesa ya desean la cuenta.
—Si, voy —se apresuró a anotar la cantidad en un papelito para ir de inmediato a dónde la esperaban. Cuando recibió el dinero les agradeció a los comensales su preferencia invitándolos a visitarlos en otra ocasión.
—Al menos estos si dejaron propina —susurró Sandra, una de sus compañeras al llegar junto a ella—. Mi padre siempre me dijo que la gente más tacaña es la que no le falta dinero.
—Supongo que no cargan mucho efectivo.
—Tienes razón, han de traer puro black card. Mira a ellos —señaló a las personas que estaban subiéndose en un auto de lujo—. Se ve que lo que les sobra es dinero. Yo los atendí, son clientes frecuentes y nunca en lo que llevo trabajando aquí han dejado un centavo para esta humilde mesera.
—Tal vez no los atendiste bien —bromeó un poco antes de volver al mostrador.
—Pues tendré que copiar tu secreto. La otra vez uno de los que atendiste te dió hasta su número.
—Ash. Dijiste que no me harías burla de nuevo. Fue vergonzoso rechazarlo.
—Al menos le hubieras aceptado las flores de la otra ocasión.
—No creo que a Don Carmelo le guste ver ese tipo de espectáculo en su local.
—Uhm. No, creo que no.
—Es una ventaja de estar en zona de ricachones —se sumó a la conversación una persona más—. Serán muy fifis y lo que quieran pero vienen aquí gustosos a echarse su buena orden de tacos. Yo conseguí salir con una mujer muy hermosa por un buen tiempo, hasta que descubrí que estaba casada.
—¿Te volviste su amante? —se interesó Sandra.
—Basta de cuchicheos —intervino el señor—. Sandra y compañía pónganse a trabajar. Camila, ven un momento.
Los aludidos se apresuraron a dispersarse entre sus actividades que aún debían cubrir. Sin olvidar el tema, Sandra les mencionó que hablarían de ello en la hora de su descanso.
—Dígame.
—Nuestro repartidor aún no llega y ya tenemos un pedido. Me dijiste que sabes conducir motocicleta. ¿Podrás dejar el encargo? No te preocupes, te pagaré extra por el servicio.
—Si. Está bien, jefe.
—Gracias. Ve a dónde mi esposa, ella te dará la ubicación, es aquí cerca.
La residencia no quedaba lejos. Luego de guardar las bolsas con comida en la cajonera y colocarse el casco, condujo en dirección al sitio marcado.
Tardó unos minutos en llegar. La comida parecía estar en buen estado pese a la imprudencia del coche con el que se cruzó instantes atrás obligándola a maniobrar para no impactarse con otro auto.
Ahora entendía lo difícil que era el trabajo de su compañero con el tráfico de la ciudad al momento de entregar a domicilio.
—Llegaste rápido.
—No fue complicado. Aquí está el dinero.
—Gracias, hija.
Volvió a su puesto sirviendo a los clientes. Llevaba casi un mes trabajando ahí y cada vez iba entendiendo mejor el servicio del lugar. Además, Don Carmelo tenía una forma muy personal de tratar a todos como parte de su familia que era complicado no tomarle cariño y tomar sus empleos más en serio.
Se mantuvo en así unas horas más hasta casi acabar su turno por la tarde.
—Camila, antes de que te vayas ¿Podrías ir a tirar la basura al contenedor de la esquina?
—Si, no tardo.
La noche estaba cayendo. Las calles se iluminaban con la tenuidad de las lámparas que poco a poco comenzaron a encender en una especie de efecto domino.
Otra de las muchas ventajas de estar ahí, fue que la seguridad en esa zona era frecuente. A menudo se escuchaba entre las calles de su colonia de asaltos a personas que deambulaban a ciertas horas del día pero este sitio parecía diferente. Algo de razón tenían sus compañeros al mencionar que se debía por lo cercano de las plazas y sitios de mayor demanda turística y residencial.
Incluso ver a gente caminando tan tarde en esas calles era tan común como el turno nocturno de la taquería.
—Wow —la voz de una persona que cruzaba la calle atrajo su atención. La joven leyó las letras bordadas en su mandil, observó la gorra roja con el logo del establecimiento deteniéndose en la curiosa y sorprendida mirada que Camila dibujó en su rostro.
—Taquería El Místico. Vaya. Quien diría ver a un médico apoyando lo que alguna vez prometió acabar. El colesterol.
Soltó la bolsa torpemente en el contenedor. Encontrarse de vuelta a la insufrible pelinegra parecía como un pequeño Karma a cualquier mal que hubiera hecho alguna de sus vidas pasadas.
Sobre todo, cuando al tratar de bajar del cajón que usó como banco esté le jugó una broma al quebrarse y dejar uno de sus pies atorado en él.
Una risita aguda escapó de ella. No se veía grave el asunto, exceptuando lo vergonzoso que estaba siendo para Camila. Así que decidió irse tan pronto la otra se concentró en sacar su pie de la caja.
—¡De qué rayos te ríes, A…! —volteó a verla hasta notar una vez más, como las otras veces, Alexa se había ido—. ¿A dónde demonios se fue?
…
Se despidió de sus compañeros en la puerta de servicio. Algunos le ofrecieron salir a divertirse un rato en algún bar de la zona pero Camila prefería no hacerlo porque necesitaba llegar a leer un poco algunos documentos como parte de su rutina de estudio.
—Cuidate. Nos avisas cuando llegues a tu casa.
—Si, ustedes también —Al dar la vuelta en la esquina de la taquería se topó por accidente con una persona que estaba recargada ahí—. Disculpe. No la vi en… ¡¿Tú?! —gritó de vuelta al notar quien era.
Alexa guardó el pequeño cuadernillo que leía. Dejó que la otra terminará de maldecir por su suerte para poder hablar.
—Vaya, volviste a la normalidad. ¿Dónde quedó tu peculiar uniforme?
—¡Cállate! —bramó molesta, lo que fue divertido para la otra.
—¿Por qué estás molesta? No pareces ser del tipo de persona que se la pasa maldiciendo a medio mundo.
Camila relajo su semblante. Tenía algo de razón Alexa. Pero curiosamente con ella parecía salir su enojo al natural. Además que la descubriera trabajando ahí no era muy bueno para su presentación en las futuras entrevistas que debía tener de aprobar el examen. Aunque no se tratara de nada malo, algunos hospitales sobre todo los privados, cuidaban la imagen por el prestigio que querían mostrar.
—Ven, acompáñame por allá.
Llegaron a una tranquila cafetería, a pocas calles de dónde toma su transporte. Camila no buscaba alargar más el encuentro pero quería dejarle en claro la posición en la que se encontraba y de ser posible, obligar a la otra a guardar el secreto.
—¿Tan mala es tu situación?
—La economía en mi familia no es tan buena que digamos. La tienda produce lo suficiente para mantener los gastos de la casa y la escuela de mi hermano.
—¿Estás ahorrando dinero?
—Quiero ayudar al menos un poco con los gastos en lo que consigo entrar a la residencia.
—Ya veo —tomó un sorbo del café.
—Así que, si no es mucha molestia, te pido de la manera más atenta que guardes el secreto, al menos por un tiempo.
—Uhm.
—Ambas sabemos que nos favorece el silencio mutuo —hizo referencia al incidente del beso tiempo atrás, lo que rápido captó Alexa.
—No tengo problema con que grites a los cuatro vientos mi lesbianismo —la observó firme—. La única razón por la que lo mantuve en secreto fue porque la persona con la que salí así lo quiso.
—¿Hablas de tu novia? —habló con torpeza. No solía tener ese tipo de conversaciones tan abiertamente y sobre todo sumado al hecho de que era Alexa con quién lo compartía.
Las relaciones homosexuales eran mal vistas aún a pesar de todos los avances que muchos activistas venían realizando en la última época. Se acordó de uno de sus primos lejanos que visitó algunos años atrás, en ese entonces él había aceptado su sexualidad con el terror del rechazo de los demás. Pensó que sería sencillo pero le desconcertó saber que sus parientes en lugar de apoyarlo decidieron echarlo a la calle a manera de castigo.
Por lo que conocer a alguien como ella, la hizo sorprenderse por lo increíble que ella teniendo la popularidad que tiene su orientación sexual no fuera motivo de vergüenza.
—No podría definirla como tal —bebió lo último de su taza. Antes de levantarse—. Solo viste una pequeña parte del problema. Aunque eso ahora es historia antigua.
—Espera ¿qué hay de lo que te dije? —comentó de golpe al notar que la pelinegra se preparaba para irse.
Alexa se acomodó la chaqueta de vuelta. Se estaba haciendo tarde. No tenía problema en quedarse más tiempo, pero en el caso de la otra, desconocía el trayecto exacto que tenía para llegar a su casa.
—Ya veremos —fue lo último que mencionó antes de salir del lugar.
¿A qué se refería realmente? Pensó intrigada.
***
—¿En qué sección te tocó? — Matías se acercó a revisar su hoja de registro.
—Doscientos cuarenta.
—A mi en la ciento veinte.
Se dirigieron de inmediato al edificio para ubicar las aulas dónde realizarán su examen. Observando el lugar pudo concluir que habían cientos de jóvenes médicos compitiendo por obtener una plaza. Recordó lo que su antigua profesora de la carrera les dijo sobre los limitados lugares que los hospitales de todo el país brindaban, y aún pasando el examen debías tener promedio sobresaliente para que pudieras ser capaz de elegir la especialidad que buscaban o al menos una que fuera su segunda opción. Y aún así nada sería seguro. El ENARM en algunos lugares se trata de un simple requisito más de lo que pedían.
—Es hora de pasar, mi futura cirujana.
—Dios te oiga —completó Camila más nerviosa que cuando llegó.
—Tranquila. Ya verás que lo conseguiremos.
—Si. Tienes razón.
Se despidieron para dirigirse a sus respectivos salones. Pronto daría inició el examen y lo único falta para estar un paso más a la residencia era realizarlo.
El tiempo dió inicio, cada sección del examen contaba con cierto tiempo que debía de cuidar. Algunas preguntas parecieron más fáciles que otras. La parte más compleja en la que muchos sufrieron fueron los casos clínicos que les llevó más tiempo responder puesto que debían de tomar en consideración todos los factores que pudieran involucrar al paciente.
Camila salió del aula algunas horas después. Se encontraba bastante cansada luego de más de cinco horas adentro. A un costado de ella un grupo de jóvenes discutían sobre los problemas más difíciles que pudieron notar. Ella sintió que era innecesario quebrarse la cabeza en los errores o aciertos porque al final lo que habían respondido no podía modificarse Y en el peor de los casos siempre estaba la opción de prepararse mejor y volver a intentarlo el siguiente año.
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