Prólogo: La toma de Coatzacoalcos
Preocupados, pero con esperanzas de vencer, y ganas de plantarle cara a la Armada Carmesí, dos o tres miles de agentes de Alba Dorada permanecían de pie a lo largo y ancho del malecón. Ante ellos, Rafael Valdez alzó la voz, de pie sobre aquél camión de pasajeros, semejante al modelo que empleaba el ejército para transportar pelotones.
— ¡Agentes! ¡Alba Dorada! ¡Nuestros viejos enemigos, resurgiendo! ¡Gente como ustedes es lo que necesitamos para salvaguardar nuestra nación! ¡Defiendan esta ciudad y no tendremos que defender otras! ¡Ganemos aquí y no tendremos que perder más tarde! ¡Es la hora: es el momento! ¡Esperamos un nuevo amanecer!
— ¡Y lucharemos por el Alba! - Completaron las tropas frente a ella.
El puerto de Coatzacoalcos estaba repleto. En menos de unos minutos, la ciudad sería atacada por ellos, la Armada Carmesí. Si los detenían ahí, no avanzarían jamás hacia Xalapa, mucho menos rumbo a Ciudad de México.
— Son solo un pequeño batallón - Le restó importancia Violet, dirigiéndose a su novio, Tristán, quien sujetaba su rifle con algo de temor. Podrían perder la vida en el enfrentamiento, después de todo. Era la primera vez que empleaban armas de verdad, en lugar de las muñequeras y demás juguetes no-letales de Alba Dorada.
Estaban a pie de guerra, también. Oaxaca de Juárez había dejado pasar a la Armada Carmesí hacía apenas tres días.
— Son solo un pequeño batallón - Repitió.
Rafael había sido puesto a cargo de dirigir a los escuadrones: con Keri Cáceres como su mano derecha, los escuadrones estaban repletos de élites, graduados de la prueba dorada, tanto de la generación de Violet como de la anterior y posterior.
Sin embargo, la mayoría tenía miedo. No era lo mismo perseguir a uno o dos asaltantes que enfrentarse a una horda de paramilitares con intenciones de asesinar. Amelia apenas y consiguió evacuar la ciudad.
— Un pequeño... - Musitó Violet, cada vez menos convencida.
Alyssa estaba en una misión especial en Ciudad de México, investigando quién sabe qué después de salir de una asignación en Xalapa.
"Cómo me gustaría que ella esté aquí",pensó Violet. "Ally sabría qué hacer".
Cuando sonó el primer disparo al aire, las fuerzas de Alba Dorada saltaron al campo, frenéticas y dispuestas a no dejar ni a un sólo hombre de la Armada Carmesí en pie. Los campesinos que conformaban las fuerzas de la Armada avanzaron a toda prisa, blandiendo machetes, hachas y hoces en sus manos, armas de hombres del campo con herrumbre en sus filos. Algunos cargaban escopetas consigo y uno que otro revólver.
Ellos, por otro lado, portaban cada uno su muñequera, aunque las municiones variaban de agente a agente: algunas eran sedantes, otras agujas, otras, ganchos. Unas cuántas eran explosivos de algún tipo, granadas de gas o cosas por el estilo. Los hombres de la Armada Carmesí no tenían oportunidad alguna contra ellos. Sin embargo, al ver la marea rojiza aproximarse al malecón, los hombres a cargo de Rafael empezaron a temer que no serían los suficientes para pelear contra un ejército que los duplicaba en número, si bien les iba.
Rafael no se quedó en su lugar seguro: saltó a la refriega tan pronto como dio la orden de avanzar a sus hombres. Violet y Keri avanzaron también, rodeadas de grandes grupos de cadetes que aún no habían terminado su entrenamiento o que ni siquiera llegaron a ir a la Academia de Alba Dorada. Muchos de ellos eran ya adultos, pero unos cuántos apenas eran legalmente adultos. Violet quitó el seguro de sus muñequeras y disparó una esfera circular, lo más cercano que estaría a tener un arma de fuego en las manos. Si bien los diábolos no necesariamente eran letales, le dolería bastante a quien recibiera el proyectil y eso sería suficiente.
En la espalda de Violet, una mochila llena de munición, así como una riñonera cargada con juguetes letales ralentizaban su avance, pero poco importaba: la Armada Carmesí ya estaba frente a ellos y los primeros gritos ya se hacían oír, tiñendo el suelo color rojo. Violet saltó sobre un automóvil para obtener algo de altura: entonces pudo ver cómo la Armada Carmesí estaba masacrando a los hombres de Alba Dorada tan pronto como los tenían enfrente.
Si bien, ellos también morían, no se comparaba a la carnicería que estaban provocando ahí: frente a Violet, por cada hombre carmesí que moría presa de agujas, diábolos y ocasionales granadas diminutas, dos o tres hombres dorados eran masacrados. Sus fuerzas no estaban hechas para confrontación a corta distancia, mientras que los de la Armada Carmesí prácticamente se abalanzaban hacia ellos con tal de destriparlos frente a sus compañeros.
Violet no se contuvo y disparó un par de diábolos al malasangre más cercano: si de repente, todos los asesinos expertos eran erradicados, sería difícil para los campesinos seguir órdenes, pues no podrían escucharlas.
En su frenesí combativo, Violet fue incapaz de notar un pequeño detalle: poco a poco, los hombres de la Armada Carmesí fueron cerrándole el paso a los soldados de Alba Dorada: antes de darse cuenta, habían cortado toda vía de escape por la avenida, avanzando hacia ellos hasta tenerlos contra la pared del malecón. Si pensaban saltar a la playa y correr sobre la arena para huir, los pocos hombres con armas de fuego los harían desangrarse con perdigones antes de que fueran muy lejos: además, no había barcos en esta parte de Coatzacoalcos.
No fue hasta que Keri Cáceres subió al auto junto a Violet que la chica pudo enterarse de lo que ocurría a sus espaldas. El grueso del batallón de Alba Dorada estaba rodeado y forzado a retroceder hacia el faro. Ahí, más de la mitad de las fuerzas restantes sostuvo su defensa hasta que algunos élites, los compañeros de armas de Violet, empezaron a caer tras varios disparos de revólver. Ahí donde Violet estaba, unos cuántos, tan sólo cincuenta agentes o menos, estaban siendo rodeados en islas por los hombres carmesíes. Sin contar al grupo del faro, había seis o siete islas doradas en medio del mar rojo.
— Entonces, estamos muertas - Admitió finalmente Violet, dándose cuenta de que si estaba viva todavía era porque los hombres carmesíes se habían divertido rodeándola a ella y a unos cuántos de sus hombres.
Un estallido resonó a escasos quince metros de Violet, a sus espaldas. Algún agente suicida debió detonar su muñequera al ver la muerte acercársele. Varios más lo secundaron, abriendo momentáneas brechas entre el mar rojizo que rodeaba a los Alba Dorada. Sin embargo, ninguno de los que intentaban escapar conseguía su cometido, siendo acuchillados por los hombres de la Armada después de correr algunos pasos.
Cerca de Violet, en su isla, con apenas ocho o nueve agentes y cadetes rodeando el automóvil al que estaba trepada, la chica distinguió la melena corta y ondulada de Tristán. A su lado, se abrió paso un agente más, con sangre sobre la cara y la protección del brazo izquierdo bastante dañada: Rafael estaba con ellos.
— Van a matar a los chicos del faro - Reconoció el élite - Estamos todos muertos.
— No todos - Contestó una chica: era otra élite: Helena Venegas, si no mal recordaba Violet. Ambas se graduaron juntas en la misma generación de la Prueba Dorada, hacía poco tiempo.
— Pero... - Balbuceó Rafael. Helena se negó a escuchar y, apretando los gatillos de sus muñequeras en una secuencia específica, ambos se iluminaron de color blanco. Helena corrió hacia la marea carmesí mientras gritaba y, tras avanzar unos cuántos metros mientras los hombres enemigos le asestaban golpe tras golpe con sus machetes, finalmente se desplomó.
— Cúbranse - Ordenó Rafael.
Violet saltó del automóvil para usarlo como escudo. Cuando las muñequeras de Helena explotaron, consiguieron llevarse consigo a más de cincuenta malasangres apiñándose sobre ella. Otros cuántos salieron volando lejos de la explosión por culpa de la onda expansiva. Entonces, Keri aprovechó para apremiar a sus compañeros, indicándoles que se levantaran.
— ¡Rápido! - Chilló Keri, corriendo en la misma dirección que la difunta Helena, confiando en que los otros correrían tras ella.
El grupo comprendió: su compañera de élite se había sacrificado para abrirles paso a través de la marea carmesí. Rafael fue el siguiente en correr, seguido de Violet y finalmente, Tristán. Los demás de la isla corrieron tras ellos, pero pronto, los hombres de la Armada Carmesí restantes les cayeron encima por todas direcciones. Tras hacer sonar el filo de sus armas, varios otros del grupito de Violet cayeron al suelo, encharcando las calles con su sangre.
Cuando Rafael logró golpear la puerta de un negocio para refugiarse dentro, volteó a ver a quienes lo habían seguido. Eran tan sólo cuatro personas: Violet Toledo, Tristán Yamanaka, Keri Cáceres y Mariela Rojas. A lo lejos, los gritos y disparos hicieron coro al filo del hierro arrastrándose contra el asfalto. Apenas enviaron el mensaje a los altos mandos de la organización, informando que Coatzacoalcos había caído, los cinco pisotearon sus comunicadores. Si los encontraban, al menos no podrían usarlos en contra de la organización.
Del lado del faro, Ramsés Bello y Pedro Moore, dos de los élites que lideraban al grupo, se voltearon a ver el uno al otro: las islas de cadetes dorados ya se habían hundido en la marea carmesí. Detrás de ellos, poco más de trescientos agentes eran todo lo que quedaba del ejército defensor.
Entonces, entendieron que los habían encerrado en un callejón sin salida, rodeados de agua salada contra una turba del tamaño del malecón entero.
— No sé tú, pero no pienso rendirme - Dijo Moore a su compañero.
— Como si fuesen a tomar rehenes - Se burló Ramsés - Ambos sabemos que esto siempre fue una masacre.
Tras ellos, el otro élite del grupo, Jonás Coronel gritó por última vez el lema de la organización por la que morirían esta tarde, frente a la costa.
— ¡Esperamos por un nuevo amanecer! - Vociferó, alzando su brazo derecho ante cadetes y hombres carmesíes.
— ¡Y pelearemos por el Alba! - Contestó a coro el grupo de agentes a sus espaldas.
Sus compañeros avanzaron junto a él, conscientes de que ni siquiera vivirían para ver el ocaso.
Mucho menos el alba.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro