7. Tiempos mejores
Los tres subieron a la camioneta con tan sólo sus mochilas en la cajuela: con aquél vehículo blindado, cortesía de Base Uno, sería difícil que entrara alguna bala, aunque Kai conocía perfecto su suerte y no podía descartar que a alguien de repente se le ocurriera dispararles con un misil o algo por el estilo.
Con Lalo al mando por votación unánime (dado que era el que menos posibilidades tenía de matarlos en carretera), el grupo atravesó al menos tres puntos de control de Alba Dorada antes de abandonar la capital del estado. Con Keith de copiloto y Kai en los asientos de pasajeros, cuidando además una bolsa llena de comida para el viaje, a los tres les daba la impresión de que algo muy malo estaba por suceder, razón por la que les fue imposible relajarse.
Aún así, pronto, el conductor designado fue quien abrió conversación.
— ¿Se acuerdan de la última vez que nos vimos los tres? - Preguntó el novio de Lucy, sin apartar la vista del volante.
— ¿Te refieres a esa vez a escondidas de Lucy, cuando aún no sabía que estaba vivo? - Contestó Keith, mirando hacia el cielo, recordando una época que se le antojaba lejana, cuando el primero de varios sicarios de Última Frontera intentó matar a Lucy.
— Se enojó bastante cuando supo que respirabas - Reconoció Lalo - Me dejó de hablar unos días.
— ¿Por qué se lo ocultamos en primer lugar? - Preguntó Kai, no muy bien enterado de todo ese asunto: en ese entonces, estaba más ocupado desapareciendo él mismo como para preocuparse por los demás.
— Bueno, está ese asunto de que Keith se volvió el objetivo número uno de los remanentes de Alba Dorada y el Quincunce - Explicó Lalo - Los meses que estuviste fuera, antes del asedio a La Ciudad, él se encargó de... bueno, de llamar la atención en tu lugar.
Keith sonrió desde el asiento de copiloto, evidentemente complacido porque reconocieran sus logros: vaya que había llamado la atención en ausencia de su amigo.
— Casi muero, pero cuando sobrevivió a la cirugía, decidieron mandarme a la Academia a educar a los reclutas de la organización - Les explicó Keith - La jefa Nora decidió que era muy riesgoso tenerme en La Ciudad mientras todo se estabilizaba. Podrían matarme en serio, o eso dijo ella.
— Y cuando por fin se calmaron las cosas, su primo Lenny insistió en que nadie le dijera nada a Lucy respecto a ti. Nunca lo entenderé - Comentó Lalo.
— Bueno, yo nunca le caí muy bien a Lenny - Reconoció Keith - Aunque tal vez tenga algo que ver con que soy más increíble que él.
— Creo que es más porque te considera una amenaza para la integridad de Lucy - Sugirió Kai.
— Sí... también eso.
Después, fue el turno de Kai, quien tuvo que contarle a sus amigos lo que le ocurrió durante casi dos años en Xalapa: llegó e intentó mantener un perfil bajo, pero a los dos meses, un sujeto que se hacía llamar "El Cazador" llegó a Xalapa, siguiéndolo. Cuando lo encontró, ambos se pelearon y aunque lo capturaron, resultó que había otro agente de Arze de por medio, un tal "Nightstalker".
— Entonces llegó la Caleidoscopio - Siguió contándoles - Y aunque también la arrestamos, Nightstalker ya había confirmado que yo estaba en Xalapa y decidió reunir información y enviársela a Arze. Estuvo espiándonos durante un año, más o menos, pero la atrapamos. Igual, ya era tarde.
También les contó de la gente que había conocido en Xalapa: ahora, todos ellos lo creían muerto, excepto Toph (a quien, irónicamente no conoció en Xalapa).
— Entonces, ¿había una chica que te odiaba con todo su ser? - Señaló Keith, preguntándose por qué aquello le daba una curiosa sensación de deja vú.
— No lo sé, es como si el espíritu de Beckett me siguiera a donde voy - Comentó Kai, refiriéndose a una vieja amiga de preparatoria (que se volvió su enemiga poco después). Todo porque no se puso de su lado cuando Lalo la rechazó. Era todo un enredo, sin duda.
Pronto, se acercaron a la única otra ciudad de aquél despoblado estado: más peligrosa y un poco más pequeña que La Ciudad, la zona se encontraba también bajo férreo control de Alba Dorada, con agentes portando armas de fuego casi en cada cuadra. Aunque esta vez no tuvieron que parar en ningún punto de control, Lalo no bajó la guardia en ningún momento, aún estado rodeado de otros agentes como ellos: después de todo, aquella sensación de alerta permanente cuando hay gente armada a tu alrededor no desaparecía aunque tú también fueras uno de ellos.
— ¿Desde cuándo está así? - Preguntó Kai. Había estado tan desconectado respecto a La Ciudad y sus alrededores que sentía que se había perdido no dos, sino veinte años de historia. Por desgracia, aquella historia no era precisamente favorable.
— Un par de meses, creo - Comentó Lalo - Bueno, eso me ha dicho Lucy - Se explicó - Yo en realidad no he estado por aquí.
— Ah, cierto, te fuiste a estudiar a...
— Sí, Monterrey - Completó la oración Lalo, más relajado una vez dejaron atrás las calles saturadas de agentes para acelerar un poco la velocidad en la carretera - Este año acababa mi carrera, ¿saben? Un par de meses más y...
— De no haber estallado esta guerra, ya serías ingeniero - Observó Keith - De no haber estallado, yo seguiría entrenando idiotas en medio del desierto. De cierto modo, me alegra poder dejar ese castillo un rato y tomar aire.
Kai y Lalo no voltearon a verse, pero ambos pensaban lo mismo: Keith casi agradecía que el país estuviera en crisis si eso significaba estirarse un poco y ejercer la violencia contra uno que otro criminal que se le cruzara por enfrente.
De cierta forma, los tres habían seguido adelante con sus vidas, sin verse las caras entre sí más que en contadas ocasiones: Lalo había echado a andar su carrera profesional, cuando lo más probable era que tarde o temprano, terminaría trabajando para Alba Dorada diseñando y perfeccionando muñequeras y demás artilugios de la compañía.
Keith, por su parte, había pasado de justiciero sociópata a profesor cascarrabias. Si bien, frecuentemente solicitaba volver al trabajo de campo, Nora, Ezra o quien estuviese al mando, denegaba cada una de sus solicitudes. Aparentemente, alababan sus habilidades como profesor y lo consideraban un recurso invaluable para las generaciones venideras. Además, considerando la cantidad que le pagaban, tampoco es como que fuera a quejarse en serio.
Kai, por su lado, se sentía el menos impresionante de los tres: miembro fundador de Alba Dorada, había tratado de distanciarse del campo de batalla en repetidas ocasiones, siendo forzado a volver una y otra vez cuando las cosas se ponían feas. Seguía sintiendo que le debía eso al mundo entero, como si no mereciera existir si no estaba al servicio de alguien. Incluso el breve tiempo que estuvo en paz en Xalapa, vivía estresado, pensando en que vendrían a buscarlo en cualquier momento: intentó concentrarse en sus estudios y empezó a producir un registro escrito sobre la historia de Alba Dorada, lo adaptó para que fuera más atractivo y le dio formato de novela, pero al poco tiempo, terminó dejándolo de lado paulatinamente cuando El Cazador y los demás llegaron a sembrar el caos a Xalapa.
Ya ni siquiera sabía si le seguía gustando escribir. Había dedicado tanto tiempo a pelear con los miles de enemigos de Alba Dorada que se había vuelto uno de los mejores, pero no era precisamente algo que disfrutase. Además, claro, de que siempre que intentaba disfrutar de sus otros pasatiempos, terminaba dejándolos abandonados en repetidas ocasiones cuando llegaba alguien nuevo a amenazar la integridad de sus seres queridos. Poco a poco, con el paso de los años, se había acostumbrado a aquella agitada rutina. Estaba comenzando a resignarse, a sentir que aquello nunca cambiaría. Cinco años de pelear incansablemente contra quien fuera y Kai no le veía el final a aquella cruzada.
— ...mucho tiempo, ¿estás bien?
— ¿Uh? - Balbuceó Kai, perdido en sus pensamientos.
— Decía que te quedaste callado mucho tiempo - Repitió Keith - Hermano, ¿estás bien?
— Sí, supongo - Contestó Kai. Sin embargo, sus amigos no le creyeron y terminaron estacionando la camioneta al lado de la carretera en cuanto se cruzaron con la siguiente gasolinería, abandonada.
La tienda de autoservicio de al lado también estaba vacía, con el cristal de una puerta roto y parte de la mercancía, saqueada: probablemente, obra de un grupo de chaquetas rojas.
— Supongo que no habrá problema si tomamos algunas cosas, ¿no? - Sugirió Keith, caminando al interior de la puerta. Sin embargo, Lalo y Kai se quedaron de pie afuera, viendo el paisaje a un lado de la carretera.
— Es bonito, ¿no?
— Supongo que sí - Le respondió Kai, todavía algo perdido en sus pensamientos, aunque tratando de no hacer evidente lo mucho que le deprimía aquél tema.
— Oye, evidentemente no estuve ahí para ver qué tan horrible fue la invasión en Xalapa - Le dijo su amigo, con el viento acariciando sus rulos - Pero me imagino lo doloroso que fue para ti teniendo en cuenta lo del asedio de hace años. Lo que quiero decir... - Recapituló Lalo - Eres más fuerte que cualquier otro agente que conozca. Te admiro por eso.
— Todos sabemos que eres el mejor aquí - Rechazó Kai el halago mientras Keith aventaba a la cajuela un gran número de bolsas de papas y paquetes de galletas.
— No, lo digo en serio - Lo detuvo Lalo - Siempre me halagaste cuando estábamos en la escuela, como desviando la atención hacia mí. Quizá te sentías indigno de cualquier reconocimiento, no lo sé. Solo sé que te esforzabas tanto en que todos vieran lo geniales que eran otras personas, pero nunca quisiste que te reconocieran como un héroe.
— Porque no lo soy - Cortó el discurso Kai - No lo soy, Ed. Siempre que vuelvo a la pelea, descubro que ya es muy tarde y que si hubiese decidido antes, quizá las cosas no habrían acabado tan mal. Si tuvieses tantas víctimas colaterales en tu historial, no querrías que te consideren un héroe.
— Kai. No siempre podemos salvar a todos - Le recordó Lalo, mientras Keith subía un par de hieleras con botellas de cerveza y alcohol de distintas variedades a la cajuela - Aunque parece que Keith quiere salvar cada botella de cerveza que quede en las bodegas.
— ¡Es mejor eso a que se eche a perder! - Exclamó el tercer chico, cerrando la cajuela tras de sí.
Parcialmente ajeno a la conversación que había tenido lugar en sus narices, Keith decidió abrir la bragueta de su pantalón y orinar antes de volver al asiento de copiloto.
— Yo que ustedes haría lo mismo - Dijo Keith - Pronto llegaremos a Coatzacoalcos y no creo que queramos ir a un baño en esa ciudad.
Coatzacoalcos. Otro campo de batalla donde habían masacrado cadetes dorados porque Kai no supo actuar a tiempo. Intentando alejar ese nauseabundo pensamiento de su mente, Kai decidió seguir el ejemplo de Keith. Sin más remedio, Lalo se les unió.
Había anochecido hace un par de horas ya. Mientras atravesaban los cerros que separaban la zona costera de Veracruz con la montañosa, ningún otro sonido aparte del ruido blanco de la locomotora interrumpía el silencio nocturno.
De nuevo sobre el vagón de grava, Amelia observaba el acantilado frente a ella. Sería muy fácil saltar, pero algo en esa alternativa le sabía mal. No conseguiría nada si se arrojaba del tren en movimiento, aún si su cráneo chocaba contra las rocas y la libraba de respirar. Además, por deprimente que resultara involucrarse en otra guerra, para Amelia, este propósito era mucho mejor que ninguno: otros miembros de Alba Dorada podían hacerlo por dinero, otros por gloria, unos cuántos por su estúpido sentido del deber. Amelia lo hacía para tener algo que hacer: quizás así se salvaría de caer en la locura.
Aún no sabía cómo tratar con Polanski. El idiota había intentado hacerla su amante cuando tenía novia, en preparatoria. Amelia la pasó mal en ese entonces, cuando antes no había experimentado algo así. El tipo ni siquiera lo valía, pero ella se dejó abatir emocionalmente. Otros pasaron por alto la estupidez de Polanski, unos cuántos más se limitaron a echarle en cara lo idiota que había sido, como fue el caso de Lalo, pero Kai no lo había perdonado jamás.
Amelia se abrazó las rodillas y dejó caer su mentón sobre ellas, haciendo un puchero con la boca mientras pensaba el motivo por el que se había cruzado de nuevo con ese idiota. Aunque fuera casualidad, pensar en las posibilidades que había de terminar ambos en el mismo tren la enfermaba. No es como que Polanski la estuviese siguiendo ni mucho menos, pero aún así, algo en esa situación no la dejaba estar en paz. A estas alturas, Amelia empezaba a creer que no iba a poder dormir esta noche.
Escuchó que alguien trepaba por las escaleras que daban a la parte superior del vagón: probablemente sería la mujer que había compartido su comida con ella. Cuando Amelia volvió con comida suficiente para todo el viaje, aquella mujer insistió en prepararle algo, algo con lo que su marido no estaba precisamente de acuerdo, pese a que no pudo negarse a darle las gracias: con esas provisiones, toda la familia comería bien hasta llegar a su destino.
Sin embargo, no era nadie de esa familia quien trepó: era Polanski. "No podía ser nadie más", pensó Amelia, preguntándose qué quería aquél idiota. El viento empezó a soplar un poco más fuerte, así que Polanski decidió sentarse sobre la grava: probablemente no quería arriesgarse a que el aire lo arrojara por la borda.
— ¿Qué quieres? - Preguntó finalmente ella, todavía sin voltear a verlo, aunque dándose cuenta de que Polanski no pensaba empezar aquella conversación.
— Sólo venía a ver cómo estabas - Se excusó él - Hace tiempo que no te veía.
— Por algo será - Espetó ella, sin poder filtrar la amargura en su voz - No finjas que te preocupas por mí. ¿Qué quieres?
— Oye, yo solo... - Balbuceó, pensando en una mejor excusa - Pensé que quizá podría, ya sabes, subir un rato y...
— ¿Y ver si yo estaba dispuesta a recibirte en mis brazos? ¿Pensabas aprovecharte de mi estupidez y llenarme la cabeza de palabras bonitas? Ya no tengo dieciséis. No te lo repetiré de nuevo, Polanski. ¿A qué viniste, a molestarme? Porque lo estás consiguiendo.
— Oye, yo sé que las cosas no terminaron bien entre tú y yo, pero...
Amelia dejó escapar un bufido disfrazado de risa, burlándose de las palabras que había escogido aquél imbécil.
— "No terminaron bien" - Lo arremedó - Claro que no iban a terminar bien. Tu novia supo que estabas buscándome aunque yo ya no quería saber de ti.
No sólo eso: supo que ella fue el premio de consolación después de que Amelia se alejara de él. ¿Con qué confianza seguirías en una relación así? Claro, que después, Polanski intentó frecuentar a Amelia, que apenas y quería cruzar palabras con él. Polanski no parecía sentir remordimiento alguno hasta que su novia lo cortó frente a media escuela. Y, sin embargo, logró convencerla de regresar con él. Esa pobre chica terminó detestando a Amelia, culpándola de "seducir" al mujeriego que tenía por novio. A Amelia poco le importó, pero casi a un nivel inconsciente, esa y otras cosas habían contribuido a minar sus fuerzas: Polanski era una de las razones por las que Amelia solía sentirse miserable. Una de muchas.
— Pero, fui parte de la defensa del asedio - Presumió él, como si eso fuera a impresionar a Amelia, que peleó en primera línea aquella noche - ¡Peleé por el Alba!
— ¡Peleaste para ti mismo! - Vociferó Amelia, rompiendo por completo con el silencioso y tranquilo ambiente que había antes de que Polanski subiera con ella - ¿Crees que por haber peleado en el asedio voy a querer acostarme contigo? ¡Ni siquiera fuiste considerado para cuando Alba Dorada se formalizó! ¡Lalo ni siquiera intentó recomendarte! ¡Todos saben que eres un pedazo de porquería!
Pávlov quedó callado por un momento cuando Amelia le dijo esas cosas. Era cierto: todos los que los habían conocido a ambos durante la etapa de preparatoria pensaban que Polanski era un perdedor, lo expresaran o no. Sus propios amigos no desaprovechaban ninguna oportunidad de dejarlo en ridículo. Sus infidelidades, lamerle los pies a Lalo... todo eso tenía por objetivo que lo miraran con algo de respeto, que dejasen de burlarse de él. Ni siquiera lo veían como un patán, solo como un pretencioso y ridículo don nadie que intentaba darse aires de grandeza.
— ¿Y qué hay de ti? Deprimida, huyendo de tus responsabilidades mientras tus compañeros de equipo en La Ciudad intentan mantener la base en orden - La acusó Polanski - ¿Qué haces huyendo a quién sabe dónde mientras los demás pelean? Por lo que dicen en las noticias, esta semana mataron a miles. Pero eso ni siquiera te importa, ¿verdad?
Algo al interior de Amelia se encendió, alimentando su coraje. ¿Qué sabía Polanski de ella? ¿Por qué tenía tanto coraje para decir esas cosas y por qué tuvo tan poco para encararle y decirle la verdad? Él solo quería saber si ella estaba interesada en tener algo con él para saber si dejar o no a su novia. Sólo estaba jugando. Cobarde. Idiota. Infiel.
— No sabes lo que dices - Chirrió Amelia, rezumando odio en cada una de sus palabras, con los ojos enrojecidos.
— Desde que te conozco, todo es quedarte callada, haciéndote la miserable y deprimiéndote. Jamás has tenido ganas de superarte. Esa es la verdad... pero puede ser diferente - Sugirió Polanski, incorporándose, esperando a que Amelia dejara de darle la espalda.
El odio no dejaba de acumularse en las entrañas de Amelia. ¿Qué pretendía? ¿Ningunearla para después ofrecerle una solución al problema que él mismo le había achacado? ¿Podía alguien ser tan cabeza hueca como para creer que eso de verdad funcionaba?
— Amelia, ven conmigo. Crucemos la frontera. Podemos empezar de cero en Estados Unidos. Podemos apoyarnos, crecer... superarnos.
Y, acercando su brazo al hombro de Amelia, dijo:
— Ven conmigo Am...
Ella lo apartó de un manotazo, volteando a verlo de frente: sus ojos estaban inyectados en sangre y su cabello, más desarreglado que de costumbre, le conferían un aspecto mucho más fiero que de costumbre. Con el seguro puesto en su muñequera, Amelia prefirió estamparle un golpe en la cara a Polanski. Sin embargo, él no la soltó y, en un intento de azotarla contra el suelo de grava, se le fue encima, limitando mucho su movilidad.
— Entonces será por las malas.
Sujetando las muñecas de Amelia con sus propias manos, Polanski quedó por encima de ella, aprisionándola mientras se retorcía. Cuando aproximó su rostro al de ella, Amelia aprovechó para darle un cabezazo directo en la nariz. Al verlo replegarse, le dio con la rodilla directo al estomago. Sin embargo, Polanski se negaba a soltarla.
Ya desesperada, Amelia lanzó una mordida al brazo de Polanski, quien la soltó por un instante para después abalanzarse sobre ella en un intento de empujarla fuera del vagón. Cuando Amelia se tiró al suelo y rodó, Polanski decidió subir la guardia, listo para golpearla a puño cerrado, pero Amelia no le siguió el juego, pateándolo en la articulación de la rodilla, con la intención de fracturársela. Al escuchar el sonoro "crack" de un hueso tronando bajo la suela de su zapato, seguido del grito de aquél abusivo, Amelia habría sonreído, pero en este momento, estaba tan llena de adrenalina que su rostro era tan sólo una carcasa inexpresiva.
— Ame, yo...
Amelia cerró su puño derecho y le cerró la quijada con un gancho ascendente. Polanski jadeaba, intentando sostenerse en pie con su única pierna sana. La miró a los ojos, como suplicando piedad, aunque incapaz de pronunciar palabra alguna. Mientras intentaba calmar un poco su respiración, Amelia apoyó ambas palmas abiertas en el pecho de Polanski, quien por primera vez en un buen rato, se permitió relajarse.
Entonces Amelia presionó con ambas manos, empujándolo desde el borde del vagón. Polanski ni siquiera metió las manos para intentar llevársela con él. Simplemente cayó de espaldas y Amelia sintió cómo el tiempo iba cada vez más despacio. La mirada del chico estaba clavada en ella, quien siguió observando hasta que su cabeza se estrelló contra las rocas y el tren avanzó hasta perderlo de vista.
Amelia permaneció de pie sobre la grava, con la mirada perdida y apuntando a alguna parte del barranco a un lado de las vías. La brisa no había parado de soplar y acariciaba el rostro de Amelia, limpiándole las primeras lágrimas que escurrían a sus mejillas. Pasado un tiempo, sus piernas cedieron y se desplomó sobre la grava, dejando salir el llanto que tanto rato había estado guardándose. Ya se había enfrentado a sus problemas, pero ¿por qué se sentía tan mal?
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro