6. Ciudad en llamas
No fue un viaje particularmente agradable, pero por fin se encontraba ya en La Ciudad. El lugar que hacía pocos años fue una provincia poco significativa era ahora un puesto militar de Alba Dorada en toda la extensión de la palabra. Las calles de los principales distritos estaban repletas de agentes, muchos de ellos ayudando a cargar mercancía a los camiones estacionados en las calles, listos para enviar suministros a cualquier otra parte.
Aparentemente, llevaban poco tiempo así, pero eso no lo hacía ver menos imponente. A como pudo, Kai logró subirse a un colectivo que lo llevara al distrito de Serra, donde estaba la Base Uno, la sede de Alba Dorada en el estado. Inusualmente vacío para la hora que era, Kai le preguntó al conductor por qué casi no había gente en las calles.
— Bueno, Alba Dorada está dando vacaciones pagadas a mucha gente con tal de que se queden en sus casas. Es mientras completan los pedidos y envían mercancías a la Ciudad Dorada - Explicó el chófer, sin apartar la mirada del camino - Llevan así desde lo de Coatza, hijo.
Kai decidió no hacer más preguntas al respecto: pretendía no llamar la atención hasta haber atravesado las puertas de Base Uno y, considerando que gran parte del mundo lo creía muerto, no era conveniente que alguien por ahí recordase su rostro.
Se bajó a cuadra y media del cuartel, que ocupaba ya una buena parte de la calle en la que originalmente estaba aquella casa de seguridad. Tras cruzar hacia la glorieta que estaba entre la parada de autobuses y Base Uno, Kai notó que había agentes de Alba Dorada fungiendo como agentes de tránsito. Ahora que lo pensaba, no había visto ni a un solo policía desde que llegó al estado. Pronto se enteró del porqué: un par de camionetas que solía usar la policía, ahora repintadas en negro y dorado, estaban aparcadas en el estacionamiento al frente de la entrada de Base Uno.
Un joven de tez negra, cabello corto y ondulado, con el uniforme estándar de Alba Dorada, permanecía de pie en la entrada. Kai lo reconoció al instante: después de todo, Gastón era uno de los pocos miembros de la primera generación de Alba Dorada (de cuando no eran más que un puñado de adolescentes jugando al justiciero) que aún seguían activos.
Kai se acercó a pie hacia él, vestido como un andrajoso civil extraviado. Tan pronto como llamó su atención, hurgó en su bolsillo hasta encontrar su placa de Alba Dorada, sacándola para que la viera. Ni bien vio la placa, sin siquiera leer el nombre en ella, se escuchó el sonido del seguro de la muñequera, haciéndole saber a Gastón que estaba en guardia.
— ¿Esperamos por un nuevo amanecer? - Preguntó Kai, dubitativo.
— ¿Dónde encontraste eso? - Preguntó Gastón, a punto de dispararle algo.
— Gastón, soy Kai - Le dijo a su viejo amigo - ¿Tan mal me veo?
Gastón llevó su otro brazo a la altura de su boca y dijo "traigan a algún supervisor a la entrada" al micrófono de lo que debía ser su comunicador: probablemente, un modelo nuevo que dejaba obsoleto el aparato que Kai y el resto solían utilizar. Al poco tiempo, una oficial vestida con el uniforme rojo y negro de Copa Escarlata caminaba hacia donde estaban Gastón y Kai.
— Entonces sí llegaste - Murmuró aquella chica, sin el casco puesto y dejando ver su rostro debajo de una larga cabellera.
Candy se veía bastante diferente a la última vez que la vio, posterior a la crisis del Caleidoscopio en Xalapa. Ahora se veía más grande, como si hubiese estado ejercitando y ahora, cada vez se asemejaba menos a su versión adolescente en preparatoria. Ahora lucía más seria, como si parte de ella se hubiese vuelto etéreo. Además, por lo que Kai sabía, consiguió acabar sus estudios con prácticas en comunidades rurales bastante alejadas de La Ciudad. Eso y un proyecto de investigación después le valieron graduarse año y medio antes de lo previsto, así que...
— ¿Cómo te sienta trabajar aquí de tiempo completo? - Preguntó Kai.
— Mejor de lo que te cae Xalapa - Observó ella: Kai lucía como si no se hubiese recuperado aún de que le tiraran un edificio encima (porque en parte, así era). Sin embargo, ahí estaba, de pie ante la Base Uno y listo para participar en otra guerra, dos años después de la primera.
Gastón bloqueó su muñequera nuevamente y, ahora sí, abrazó a su amigo, algo avergonzado por no reconocerlo. Una vez atravesó el umbral de la entrada, Candy lo escoltó al interior de Base Uno mientras lo ponía al corriente de todo lo que estaba ocurriendo: actualmente, los estados alrededor de la capital estaban sitiados por la Armada Carmesí: el norte estaba resistiendo y la Academia pudo defenderse con éxito, pero aparte de eso, había muchos problemas con los sureños, haciendo de La Ciudad y de Campeche unos de los pocos sitios que aún estaban libres de la influencia de Arze.
— Pero, ¿Mérida y Quintana Roo? - Preguntó Kai.
— Aislados - Respondió Candy - Y Chiapas tiene varios problemas menores de ocupación, pero no se han atrevido a acercarse aún a la capital.
— Entiendo. ¿Qué hay de La Ciudad?
— No son idiotas para intentar volver a tomar este lugar: sin contar la Ciudad Dorada, este es el sitio donde actualmente hay más agentes en todo el país. Además, los malasangres recuerdan.
Los malasangres: muchos de ellos, parte importante de las fuerzas de la armada Carmesí. Originarios de la Zona 2 de La Ciudad, se habían expandido por todo México como si de veneno filtrándose por su superficie se tratara. Si tan sólo los hubiesen erradicado cuando aún podían...
— ¿Ya tengo una asignación? - Preguntó Kai - ¿Quién está a cargo ahora?
— Como Valka está en una misión en las afueras y Amelia salió a no sé dónde, el resto de Copa Escarlata nos estamos encargando - Le explicó Candy - En cuanto a tu asignación...
Ambos se detuvieron ante la renovada sala de juntas en el segundo piso: dentro, habían tres personas. Una de ellas era Lezama, el médico de la primera generación de Alba Dorada. Los otros dos, que hablaban con él momentos antes de que entraran en la sala de juntas, se enderezaron después de estar inclinados sobre la mesa central, y voltearon a verlo.
— Entonces ahora ya somos dos muertos - Sonrió uno de ellos, acomodándose los lentes mientras el otro, con sus rizos perfectamente cuidados, dio un paso al frente: era Lalo, y el que habló primero...
— ¿Keith? - Preguntó Kai - ¿Ustedes...?
— Creo que tenemos una asignación los tres juntos - Dijo Lalo - Nos mandaron a Xalapa.
Kai estuvo a punto de protestar, pero se lo guardó para sus adentros: esto ni siquiera era ir de la sartén al fuego. Más bien, era ir de la sartén a una olla.
Violet seguía tensa, aún cuando habían rechazado ya alrededor de seis asaltos contra sus muros.
Ella y los demás élites a cargo de la defensa de la Ciudad Dorada, en Angelópolis, estaban cansados y a estas alturas, incluso racionaban la comida. Tras que algunos miembros de la armada derribaran un helicóptero con suministros, la gente al interior de la más grande base de Alba Dorada en todo el país estaba sufriendo ante la falta de comunicación con el exterior.
Ahora, con el acceso a provisiones y comida del exterior seriamente restringido, era casi suicida emplear vehículos aéreos para entrar o salir de ahí, y no contaban con vehículos terrestres blindados para resistir los ataques de la armada. Tenía que admitirlo: los tenían cogidos del cuello y era sólo cuestión de tiempo para que terminaran asfixiándolos. Después de todo, de nada les servía estar llenos de armamento necesario en el resto de los frentes de batalla si no podían movilizarlo. Además, al abrir las puertas y pelear contra los hombres de Arze era arriesgarse a fracasar y dejarlos tomar las armas al interior de la ciudad, asesinar a los agentes y ganar aún más ventaja táctica de la que tenían antes.
A su lado, el resto de los élites disponibles al interior de la Ciudad Dorada se encontraban alrededor de la mesa de juntas en la parte más alta del edificio administrativo. Rafael Valdez se encontraba ahí, vistiendo una versión sin mangas del traje de Alba Dorada. Aparentemente, venía de darle mantenimiento a una de las torretas. Tristán, el estratega entre los élites presentes, llevaba tiempo pensando en alguna alternativa para que no murieran todos de hambre, mientras que Mariela y Keri recién llegaban de afuera de las barracas, donde algunos agentes empezaban a quejarse de la escasez de comida.
— Los agentes de la 107 quieren organizar una expedición por la puerta trasera para ir a buscar suministros - Les dijo Mariela - Quieren arriesgase a ser vistos empleando nuestra salida de emergencia. ¿Qué hacemos?
— Diles que sólo pueden salir tres personas - Contestó Rafael - Si en serio quieren intentarlo, ellos bastarán para traer comida para toda su unidad y no son tantos como para ser vistos.
— De acuerdo - Contestó la pelirroja. ¿Qué más?
— Las torretas no funcionarán si nos acabamos la munición - Señaló Rafael - Y solo quedan dos recargas para cada una. Después, tendremos que repeler a los de la armada nosotros mismos.
— ¿Qué hay de los francotiradores? - Insinuó Keri Cáceres - ¿Podemos apostarlos alrededor de las torretas como soporte?
— Entonces se darán cuenta de que no hay mucha munición en las torretas - Contestó Violet - Hay que admitirlo, no soportaremos más de tres semanas sin ayuda. Puede que menos.
Entonces, a Violet se le ocurrió algo, pero no se atrevió a expresarlo en esa misma junta, sino hasta después, en su habitación, con Tristán como única compañía: los últimos días, se habían vuelto mucho más cercanos. Él incluso la había despertado en más de una ocasión por tener pesadillas. Él la cuidaba después de despertar sudando frío.
Con todo esto de por medio, Tristán se espantó un poco cuando le contó su idea.
— Pero, ¿y si fallamos? - Le preguntó, aterrorizado - ¡Podrían tomar esta base y perderíamos la guerra!
— Si no hacemos nada, igual moriremos y tomarán la base - Obvió ella - Podemos organizar un asalto a la capital y entonces, Arze tendrá que ordenarle a tantos de sus hombres como sea posible que vayan a cubrirle las espaldas, ¿no? Entonces podremos salir y enfrentarlos. ¡Podremos mandar nuestras armas pesadas a donde las necesiten!
Tristán aún no estaba del todo convencido, así que decidió preguntarle cómo planeaba organizar un ataque desde ahí, y peor, cómo pensaba convencer a los líderes de Alba Dorada.
— De convencer a los jefes te encargas tú - Le pidió ella - Yo llamaré a Alyssa.
— ¿Por qué a Alyssa?
— Ella fue asignada a Ciudad de México, ¿no? Creo que puede ser de ayuda.
Tan pronto como llegaron, se hizo evidente que ya era tarde.
Apenas abrieron las puertas del camión, se escucharon balazos en la calle vecina: Atlas decidió buscar un mejor lugar para aparcar el camión y el resto, Lucy incluida, se refugiaron tras una pared.
— ¡Gas, granada! - Le pidió uno de ellos a otro, quien sacó una de su mochila y se la arrojó.
— ¡Encendida no, animal! - Le gritó Blanco, aventándola a toda prisa contra un grupo de chaquetas rojas.
Lucy sujetó con fuerza su fusil de asalto y, tras asomarse brevemente, contó trece enemigos. Volvió a sacar la cabeza y disparó una ráfaga.
— Quedan ocho - Contó ella - ¡Gas! ¡Asómate y tira una granada a la derecha, cerca de ese taxi!
Gas asintió con la cabeza: después de la explosión, Lucy contó solo a tres de ellos. Entonces, ella y el resto de los hombres del Muerto salieron a acribillarlos, desorientados como estaba después de dos granadazos.
El Muerto gritaba órdenes mientras disparaba contra cada hombre armado que se le cruzara por enfrente. Pronto, se dividieron en dos grupos: el primero, a cargo de Rex, crearía una distracción en las calles aledañas mientras que el segundo, donde estaban él mismo, Lucy y otros tres, avanzarían a donde tenían a varios militares como rehenes. Con algo de suerte, algunos de sus captores irían a apoyar a sus compañeros cuando el grupo de Rex atacara.
— Foster, Gas, Blanco, quiero que arrojen todas las granadas que carga ese idiota en su mochila - Ordenó Rex, señalando una barricada hecha con varios carros volteados - Si esto no llama su atención, no sé qué lo hará.
Kick, Sietes y Perro siguieron al Muerto junto a Lucy. Tan pronto como la atronadora explosión sacudió las calles de aquél pueblo con nombre de ciudad, varios de los chalecos rojos que estaban vigilando a los rehenes cogieron un arma y fueron en dirección a aquél estallido. Ahí es cuando el Muerto abrió fuego contra los cinco o seis restantes, que cayeron como moscas sin siquiera ver quién les disparaba.
— ¡Vamos, vamos! - Los apuró el Muerto - ¡Pronto se darán cuenta de que los liberamos!
Ni bien cortaron las cuerdas en las manos de los primeros soldados, estos ayudaron a liberar al resto y pronto, más de veinte hombres habían cogido ya sus armas y marchaban a ambos lados del escuadrón del Muerto.
Lucy por lo general no se asomaba en primera línea, casi siempre cubriéndose detrás de algún soldado antes de vaciar su cargador: así, poco a poco fueron abriéndose paso hacia la parroquia de la ciudad, a varias cuadras de donde bajaron.
— ¿Qué hacemos ahora? - Preguntó Sietes, viendo al Muerto, quien observaba atentamente la parroquia.
— El resto está escondido ahí dentro - Señaló - Agarren sus armas. Entraremos.
Lucy se quedó helada. ¿Planeaba abrir fuego al interior de una iglesia? Ella no era precisamente la más religiosa pero eso le parecía demasiado.
— ¡Vamos! - Ordenó el Muerto - ¿Quieren liberar esta ciudad o no?
De entre los soldados que los apoyaban, muchos eran guatemaltecos y liberar esta ciudad significaba evitar una futura invasión a su patria, así que no lo dudaron mucho. Sin embargo, algunos del escuadrón lo pensaron un poco, entre ellos Foster y Siete, que, como Lucy, no obedecieron al instante, quedándose un poco atrás cuando el resto ya estaba casi a las puertas del edificio.
Lucy tenía recuerdos borrosos de lo que pasó después. El Muerto abriendo fuego contra el párroco y un sacristán, el Perro y Gas cogiendo del cabello al chaqueta roja a cargo de la operación... la siguiente imagen clara que tuvo ella en la mente fue la del teniente a cargo de los chaquetas rojas de rodillas afuera de la iglesia junto a un par de sus subalternos, con más de un cañón apuntándole a cada uno.
Cuando sonó la detonación de los fusiles, Lucy no cerró los ojos, pero pudo sentir cómo se estremecía algo en sus adentros. Una cosa era matar a un par de idiotas que intentaron matarte primero, pero ejecutar gente oculta al interior de una iglesia para poder atrapar a tres oficiales...
Algo mareada, Lucy hizo un gran esfuerzo por no vomitar ahí mismo. A su lado, Sietes tenía la mirada baja y Foster directamente había preferido no mirar. Lucy sabía que el Muerto era algo sanguinario, pero esto superaba por mucho sus expectativas.
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