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2. El viaje

Cuando las alertas se dispararon, Alyssa ya estaba de camino a Ciudad de México. Ezra y ella ni siquiera tuvieron tiempo para instalarse y, tan pronto como pudieron salir a la calle, ellos dos y un pequeño grupo de agentes salieron a las calles alrededor de palacio nacional: no tenían aún en claro lo que ocurría, pero tras los levantamientos en Oaxaca y la caída de Coatzacoalcos en tan pocos días, no había que ser ningún genio para darse cuenta de que el rastro de sangre se dirigía en línea recta hacia la capital.

Sobre su motocicleta, pintada con sus propios colores en lugar del blanco, negro y dorado de la organización, Alyssa recorrió las calles aledañas al zócalo: tras recibir una alerta sobre posibles terroristas cerca de la catedral, se movilizó a toda prisa, consciente de que era la que más rápido podría llegar a reforzar a sus subordinados. Con su casco que asemejaba la cabeza de un reptil, Alyssa sabía que era inconfundible, tanto para sus aliados como para cualquier posible rival: nadie más en Alba Dorada vestía así, con un traje en verde y negro con una superficie que emulaba la piel escamosa de los reptiles.

— Aquí está todo despejado jefe - Informó Alyssa a través de su comunicador, pensando en que hacía bastante no pisaba los suelos de la capital: casi dos años desde que se fue. Ahora que por fin había vuelto, no era ni remotamente por gusto. Sin embargo, el jefe Saucedo se lo había pedido y, como agente de élite, no tuvo opción más que aceptar.

Esta misión en particular era más peligrosa que la media, aunque últimamente, a Alyssa le tocaban muchas tareas riesgosas. Tras pasar un buen tiempo en Xalapa y conocer a Kai, el fundador de Alba Dorada, Alyssa había aprendido a no desear trabajos más arriesgados: a estas alturas, si le pedían archivas papeles en una oficina, aceptaría con gusto. Después de todo, cuando se enteró de la derrota de varios de sus compañeros en Coatzacoalcos, no pudo reprimir una punzada de dolor emocional, pero no tuvo tiempo para preguntarse si de haber estado ahí, las cosas habrían salido de otra manera. Tristán, Rafael, Violet... sus amigos apenas habían sobrevivido, pero el resto de las fuerzas de Alba Dorada en la ciudad portuaria eran ahora tan sólo una pila de cadáveres.

Por la cabeza de Alyssa pasó la idea de que, por primera vez en un buen rato, el gobierno federal había pedido a Alba Dorada su apoyo: desde los problemas de trata de personas de hace un par de años, no les habían concedido un contrato a nivel federal y ahora que por fin lo hacían, parecía ser una situación que los rebasaba con creces: tras lo sucedido los últimos días en Veracruz y Oaxaca, temían un atentado en contra del presidente , por lo que pidieron que varios de sus mejores hombres patrullasen en cooperación con las fuerzas armadas. Ezra en persona había acudido al llamado, pero no era el único: varios otros élites estaban merodeando por las calles, Alyssa incluida.

Y aún así, la noche estaba relativamente tranquila.

— Lissa, hay un grupo de chaquetas rojas cerca del museo del templo mayor y otro tanto por la catedral. No son demasiados como para preocuparnos, pero deberíamos reducirlos cuanto antes - Le avisó Ezra.

Alyssa asintió, recordando enseguida que ese gesto la inutilidad del gesto cuando hablaba a través del radio de su traje.

— De acuerdo. Ya iba de camino - Contestó ella - ¿Pedimos refuerzos?

— Nunca está de más - La autorizó Ezra: ambos tenían un mal presentimiento.

A estas horas no solía haber tanto problema con la gente, pero por algún motivo, las calles todavía estaban algo atestadas: el presidente se negó a alertar a la población y de pedirles que permanecieran en sus casas ni hablar: a Ezra le pareció un enorme desatino que se negaran a evacuar, pero poco pudo hacer al respecto.

Una vez llegó a las puertas de la catedral y hubo estacionado la motocicleta, su comunicador empezó a disparar alertas cada medio segundo: de inmediato, la razón por la que hacía horas no tenía noticias de la sede en Xalapa se hizo evidente. Una televisión instalada en un puestito de comida rápida a pocos metros de donde se había estacionado empezó a mostrar imágenes de un reportaje en vivo desde Xalapa, donde parecía que habían bombardeado la ciudad.

— ¿Qué es eso? - Se preocupó Alyssa, acercándose al puesto, alarmada.

— No sé güerita - Contestó la mujer que hacía empanadas en ese puestito - Apenas hay cobertura, dicen que la ciudad estuvo cerrada desde tempranito.

Alyssa volteó a ver la televisión, pidiéndole a la señora que subiera un poco el volumen, olvidándose de su misión por un momento.

«...la masacre ocurrida en pasadas horas ha conmocionado a la comunidad de Xalapa. La cifra de bajas totales aún está por confirmarse, pero el reporte inicial de Alba Dorada indica que casi la mitad de las bajas civiles han sido de estudiantes de la universidad estatal. El grupo terrorista conocido como "La armada escarlata" provocó este atentado después de días de asesinatos a funcionarios públicos corruptos, pero no se compara al acto inhumano que cometió al secuestrar y hacer explotar a un grupo de hombres al interior del palacio de gobierno, mismo que hace unas horas quedó en ruinas producto de una explosión. Una subdivisión de Alba Dorada conocida como "Paraselene" intentó plantarle cara al criminal Arze, quien huyó tras el atentado. Los Paraselene declaran haber perdido a uno de sus miembros, el estudiante conocido como "Kai Rivera", además de otros doce...»

Alyssa intentó respirar con normalidad.

— ¿Ezra? - Preguntó Alyssa con su comunicador encendido - Ezra, ¿tú sabías esto?

No hubo respuesta.

— ¡EZRA, CONTESTA! - Se desesperó Alyssa. Sin embargo, no había respuesta.

No pasaron más que unos cuántos segundos (que Alyssa gastó intentando contactar con Ezra) hasta que se escucharon múltiples disparos desde el zócalo. Sin dudarlo un segundo, Alyssa se subió a su motocicleta, más en acto reflejo que por algún motivo específico: sin darse el tiempo para reflexionar, con la adrenalina recorriendo su cuerpo, la chica empezó a temerse lo peor. Sin embargo, ni siquiera pudo cruzar media cuadra en dirección al zócalo: una marabunta de civiles corriendo en todas direcciones le imposibilitó  avanzar en moto, y al poco rato el motivo se hizo evidente.

Un grupo de chaquetas rojas, todos armados, estaban disparando al aire. Muchos de ellos tenían viejas armas de fuego y machetes, pero otros, de aparente rango superior, avanzaban con chalecos antibalas pintados de rojo, rifles de asalto y demás armas que en el mejor de los casos, eran de uso exclusivo del ejército.

— ¿Pero qué mierda? - Exclamó Alyssa, pulsando un botón del traje para que la visera se cerrara, por si alguien intentaba darle un tiro directo en los ojos.

A Alyssa le dio la impresión de que ella no sería suficiente para reprimirlos.

Llevando una mano a su espalda, donde tenía la funda de una glock más pequeña que las de la policía, desenfundó el arma y, sin darles tiempo para preguntar, abrió fuego contra los chaquetas rojas. Entre pandilleros malasangre, campesinos armados y tenientes de lo que parecía ser un ejército bien organizado, Alyssa se preguntó cómo tantos de ellos habían llegado al corazón de la capital sin ser detenidos.

— Se habían infiltrado hace semanas - Alcanzó a escuchar Alyssa a través de su comunicador. Aparentemente, la señal había escogido ese momento exacto para volver. La voz de Ezra estaba proporcionando un informe a todos los agentes en el campo.

Mientras Alyssa abría fuego contra los desprevenidos insurgentes, la voz de su joven superior explicaba sinsentidos como "encontramos un departamento lleno de armas" o "se escondían en una bodega". Alyssa pronto desechó su primera pistola sin carga y desenfundó otra, asegurándose de apuntar a la cara con cada uno de sus limitados tiros.

— ¡Maten a la hijita de perra! - Vociferó uno de los tenientes carmesíes, apuntándole directo mientras varios hombres con machete en mano apretaban el paso para rodearla antes de que alcanzase a desenfundar otra arma de fuego.

Algo desesperada, Alyssa sacó la primer arma que tuvo a la mano y desplegó un sencillo bastón de aleación: ligero como el plástico, pero duro como el acero. Con él, alcanzó a desarmar a los primeros dos campesinos con machete en mano, para después noquear de un golpe en la nuca a otros tantos. Pronto, iban a rodearla y sinceramente, Alyssa prefería que la atraparan muerta. Preguntándose si valía la pena encender el detonador de su muñequera, no se percató de que un agente con traje blanco y dorado se aproximaba a toda prisa hacia donde ella estaba. Para cuando alzó la vista, pudo ver a su jefe, el mismo Ezra Saucedo, disparar una serie de misiles miniatura hacia los hombres que la rodeaban, haciéndolos caer al instante.

— Dejamos de escucharte hace un rato - Reclamó Ezra - Así que me preocupé.

Estuvo a nada de preguntarle por lo de Xalapa, pero el chico la interrumpió antes incluso de que ella abriera la boca.

— No importa. Escucha. Hay que evacuar cuanto antes.

— Pero el presidente...

La expresión de Ezra le hizo saber que se había perdido de algo muy importante cuando su comunicador perdió señal. De nuevo, antes de preguntárselo, el jefe Saucedo ya le estaba contestando:

— Perdieron en Xalapa. El presidente está muerto. Tenemos que poner a la gente a salvo.

Al cabo de un rato, el vehículo prometido se dejó ver desde la distancia: era un camión de transporte militar, pintado del característico verde oscuro, con el número "069" pintado sobre el cofre. Lucy sintió que se le iba a salir el corazón y apretó fuerte la mano de su novio, emocionada. El camión frenó y de la parte trasera, donde viajaban los pasajeros, bajaron varios hombres. Al frente de ellos, un joven totalmente calvo, con una cicatriz sobre el ojo izquierdo y la mirada perdida, se dirigió directamente a Lucy.

No era Keith. Él debía venir detrás.

Era El Muerto, otro excompañero de Lucy de cuando iba en bachillerato. ¿Acaso venían juntos?

— Lucy.

— Fernando - Contestó ella, llamándolo por su nombre real. La última vez que le vio la cara, El Muerto le había dado la espalda a Alba Dorada para unirse a los malasangres. Lucy no había sabido más de él, pero aparentemente, ahora era un soldado, a juzgar por su vestimenta.

— Lamento decirte que, pese a nuestros esfuerzos por hacer que se encontraran, Keith no pudo llegar con nosotros.

— ¿De qué hablas? - Preguntó Lucy, volteando a ver a su primo de inmediato - No es gracioso, Lenny. No es gracioso.

— Lucy. Antes de entrar al estado, fuimos atacados por un grupo de hombres de la Armada Carmesí. Keith estaba con nosotros, devolviendo el fuego mientras atravesábamos la frontera, pero...

No. No podía ser.

No de nuevo.

La cabeza de Lucy empezó a dar vueltas, mareada. Se negaba a dar crédito a lo que escuchaban sus oídos: ya había perdido a Keith una vez. Probablemente esto era tan sólo una mala broma de Lenny para hacerle creer que, ahora sí, su amigo había fallecido.

— Cayó del camión. No sabemos si le dispararon o no, pudo haber perdido el equilibrio y ya - Explicó El Muerto, intentando darle esperanza a su vieja conocida - Pero no pudimos volver por él. Puede que la Armada lo haya apresado o...

— Mientes.

El Muerto negó con la cabeza. Varios soldados detrás de él tenían sus cascos agarrados con una mano, a la altura del pecho. Lucy comprendió entonces que no era una broma y, resistiéndose a gritarle algo feo a Lenny, se dirigió nuevamente al Muerto.

— Entonces tienen una vacante, ¿no? - Preguntó Lucy - Van a pelear a Campeche y necesitan a alguien que cubra a Keith.

El Muerto contestó que en teoría era cierto, aunque al adivinar las intenciones de Lucy, intentó negarse. La chica volteó a ver a su novio y, tras besarlo, se excusó con un "tengo que hacer esto" para después darle la espalda y caminar hacia El Muerto, muy a pesar de las advertencias de Lenny, a las que hizo oídos sordos.

— Iré con ustedes. Estoy harta de escapar de mis problemas y de que estúpidos de la Armada Carmesí o quien sea intenten matarme todo el tiempo. No está a discusión.

Lenny dio un paso al frente con intención de persuadirla, pero ella lo rechazó con un ademán.

— ¡No puedes sólo largarte! ¡Piensa en tu propia seguridad, Lucy!

— Por mucho que te pese, soy una adulta - Respondió ella tajantemente, sin expresar ira en su voz, tan apaciguada como si las cosas estuviesen de lo más tranquilas. Su novio puso una mano sobre el hombro de Lenny, como diciéndole que no armara una escena: ambos chicos sabían que no había manera de tener quieta a Lucy una vez se proponía algo.

Y, dicho esto, El Muerto no tuvo más remedio que aceptarla a bordo: a espaldas de Lucy, tanto Lenny como Lalo la observaron, sin poder creerse del todo la determinación con la que había decidido unirse a un grupo de hombres armados para ir y balear a unas cuántas personas. Aunque Lucy sabía perfectamente que eso no iba a llenar el vacío que sentía en el pecho, al menos podría redirigir toda esa rabia a una causa justa.

Antes de subirse al camión, Lalo la detuvo para decirle una última cosa antes de verla partir.

— Intenta no morirte, ¿sí? - Dijo el chico, con esa mirada llena de preocupación y amabilidad que siempre lo había caracterizado - No podré proponerte matrimonio si no vuelves con vida.

Lucy sonrió. Por un momento había pensado que su novio pensaba detenerla. Sin embargo, no tenía planeado morirse todavía.

No hasta haberle abierto un agujero en la cabeza a cada miembro de la Armada Carmesí.

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