19. Amanecer
Dos días después
El conteo de muertos por fin había finalizado: las fosas comunes no fueron una opción y los hornos estuvieron saturados por mucho más tiempo, pero la limpieza ya estaba próxima a terminar. Pronto se celebrarían las elecciones, puesto que Arze se aseguró de purgar medio país y, de repente, no quedaban mandatarios suficientes.
Los partidos políticos tampoco se veían muy dispuestos a participar: la noticia de que Arze había escapado con un remanente de la Armada Carmesí le había dado la vuelta al país y nadie quería correr riesgos con ellos. Los rumores apuntaban a que estaba oculto con sus hombres en alguna región de Oaxaca, pero las negociaciones con los pueblos originarios tardarían. Entrar a sus tierras por la fuerza era impensable: en esta época tan delicada, no podían correr riesgos.
Alba Dorada veía una nueva era de luz: su impresionante actuación, aún con los números en contra, les valió reconocimiento internacional. Probablemente, terminarían asimilando a la milicia del país, o eso dijo Nora en la junta de la victoria.
Sin embargo, Kai no compartía la sensación de haber ganado. El día después de permanecer en la enfermería, le habían informado que todavía no podían correr el riesgo de declararlo vivo. No contestarían a las interrogantes respecto a su presunto deceso en Xalapa (aunque sus compañeros empezaban a sospechar debido a la ausencia de cadáver). Kai no quería que lo mantuvieran en perfil bajo como a Keith, pero enseñar en la Academia y ser juez de la Prueba Dorada no sonaba tan mal.
Toph vino a verlo cuando estaba en cama: era quien más problemas tuvo para ocultar que seguía vivo. Kai se sentía eternamente en deuda con ella: con su ayuda, había permanecido en el anonimato hasta que la situación se volvió insostenible y ahora, de nuevo gracias a ella, podría gozar de un breve tiempo de descanso mientras Nora decidía qué hacer con él.
Cuando por fin lo dejaron solo la noche anterior, el sentimiento de culpa volvió a inundarlo. Ezra pudo haber muerto ahí, aunque, por lo que le dijeron, se había salvado de milagro. Si bien perdió el ojo, pues Arze se lo sacó con una daga, le habían dado a elegir entre una prótesis o un parche. Ezra bromeó con la idea de verse como pirata, pero al final, se decantó por la prótesis. Kai no podía asimilar que su amigo se lo tomara con tanta calma. Para él, su error había permitido que mutilaran a la persona en la que depositó un peso enorme, uno que no puede descansar en un solo par de hombros. En su opinión, este había sido un error que no podría perdonarse nunca.
El día de hoy, Eleazar vendría a la capital a ofrecer una rueda de prensa: cedería las acciones de Alba Dorada a Nora (legalmente, se las vendería), y así podría postularse a la presidencia sin ser acusado de tener un ejército privado a su nombre (aunque así era). Kai se levantó con desgana de su cama: eran pasadas las diez y la gran mayoría de los héroes de guerra ya estaban en el salón del hotel cuando él bajó. No veía a Ezra por ninguna parte y tampoco llamó la atención: últimamente, lucía irreconocible: se había dejado el cabello largo y la barba se le cerraba como un candado. Ni siquiera parecía un agente. Pudo notar la evidente ausencia de agentes de Xalapa, exceptuando a Toph.
Dentro de poco, comenzaría la rueda de prensa y, aunque había un buen número de periodistas en las primeras filas frente a la tarima, al fondo del salón, cercanos a la puerta, más de cincuenta agentes conversaban entre sí, poniéndose al día con amigos a los que no veían hace mucho. El ambiente, si bien festivo, tenía un aire formal que incomodaba a Kai, y por lo visto, no solamente a él. Casi todos los agentes asistieron con los uniformes con los que combatieron la última vez: algunos cadetes de bajo rango habían ayudado eliminando remanentes carmesíes hasta el día de ayer, por lo general dirigidos por uno o dos agentes de entre los presentes. Kai se perdió de todo eso gracias al aislamiento al que fue sometido: Nora insistía en que había sufrido una fuerte conmoción emocional y lo mejor era mantenerlo alejado de las calles por el momento. Si lo dejaron salir, era tan solo por el evento de hoy.
De la puerta trasera del salón, se asomó un hombre vistiendo un uniforme de Alba Dorada en amarillo, blanco y dorado, la combinación que los altos mandos empleaban. Además de él y dos o tres unidades especiales, como Copa Escarlata, el resto de los uniformes eran exactamente iguales. Aquél hombre era Eleazar Salazar.
Los reporteros empezaron a tomar fotos. Los agentes de al fondo callaron. Eleazar se aclaró la garganta frente al micrófono. Todos estaban esperando su discurso.
— Los últimos días se ha rumoreado sobre mi intención de postularme a la presidencia de este país. Mi intención, caballeros, es confirmar dicho rumor. ¡Por ende! - Alzó la voz, anticipándose al inevitable intento de los reporteros de acribillarlo con preguntas - He realizado la venta de mis acciones sobre Alba Dorada para deslindarme por completo de la organización. Me considero una persona capacitada para este cargo, aunque no perfecto. No fui hecho para esto. Creo que nadie es perfecto para el puesto, pero también creo que puedo guiar a este país a una era de prosperidad. ¡Les prometo darle caza a los grupos criminales anexos y derivados de la Armada carmesí! ¡Les prometo una política de cero tolerancia con los nuevos grupos criminales! ¡Les prometo limpiar las calles! ¡Abriremos más sedes, más academias!
Kai no le prestó tanta atención al resto del discurso de Eleazar. Dijo algo sobre un proyecto para reforzar la seguridad de la Prisión Vertical y también mencionó que, si bien el sueño de Arze era una meta admirable, sus métodos eran propios de un terrorista. Iban a hacer del país la mejor versión de sí mismo, pero empleando métodos más humanos.
Los periodistas quedaron en silencio cuando Eleazar terminó su discurso hasta que una reportera alzó la mano con la que sostenía su bolígrafo, atreviéndose a hacer una pregunta.
— No pudieron capturar a Arze. La fuga masiva de la Prisión Vertical ocasionó el escape de muchos prisioneros peligrosos. ¿Cómo podemos estar seguros de que esta vez podrán mantenerlos a raya? - Preguntó, con la voz a punto de quebrarse - Mataron a mi hija. Los soldados carmesí mataron a mi hija cuando comenzó la invasión. Ella solo se estaba defendiendo de un intento de violación. Nadie pudo ayudarla. ¿Cómo puedo estar segura de que eso no se repetirá jamás? ¿Qué consuelo me queda?
La periodista rompió a llorar. Una chica de uniforme rojo y negro se acercó a ella y, en vez de sacarla del recinto, se arrodilló junto a su silla y le regaló un abrazo, dejando que se desahogara por varios segundos más antes de que Eleazar, quien permaneció mudo todo este tiempo, pronunciara una respuesta para aquella mujer.
— Lamento escuchar que su hija haya tenido un destino tan atroz. Si Alba Dorada no empleó fuerza letal todo este tiempo fue porque el gobierno anterior no lo permitía. No estaban autorizados a hacerlo: lo sé porque yo mismo intenté tramitar las licitaciones necesarias, pero la ley era muy clara respecto al tipo de armas que podíamos usar. Sin embargo, pienso cambiar eso. ¿Cuántos carmesíes quedaron después de la batalla de hace dos días? ¿Cuántos quedaban cuando los capturábamos con sedantes? No sugiero que cada miembro de Alba Dorada salga y tire a matar al primer sospechoso que tenga enfrente, pero sí me gustaría promover una ley de cero tolerancia contra criminales verificados. Las fuerzas de Alba Dorada son de las más eficientes en todo el mundo y pienso emplearlas para fortalecer a este país, para que casos como el de su hija no vuelvan a ocurrir jamás. Sé que nada de lo que hagamos le traerá a su hija de vuelta, así que...
A Eleazar se le cortó la voz y tardó varios segundos más en continuar. Cuando lo hizo, sus acciones dejaron mudos hasta a los periodistas más mordaces.
— De corazón, le pido una disculpa - Suplicó Eleazar, bajando de la tarima para arrodillarse frente a la señora, bajando la cabeza mientras hablaba, ahora sin micrófono en mano, pero con suficiente fuerza para hacerse escuchar en todo el recinto - Perdón por no haber estado ahí para defender a su hija.
El asistente de Eleazar alzó la voz para anunciar que la rueda de prensa había terminado y que no contestarían más preguntas: Candy, quien todavía permanecía a la periodista, volvió a abrazarla antes de acompañarla a la salida. Kai fue de los últimos en salir, todavía de pie, mirando el escenario cuando solo quedaban un par de agentes por ahí.
Toph se le acercó lentamente, sin llamar su atención hasta que estuvo justo al lado suyo.
— Se acabó, ¿verdad? - Preguntó ella, con la mirada baja - Te han echado mucho de menos. Nessa sigue histérica. Mei casi no habla. Yo...
Kai se le lanzó encima para abrazarla. Ninguno dijo una palabra, pero ambos dejaron salir esa presión con la que cargaban. Estaban cansados, abatidos, desmoralizados. Puede que el grueso de la población se sintiera aliviada, pero en su caso, estaban dejando salir toda la tensión acumulada de semanas y semanas de guerra, de no saber qué hacer o cuánto iba a durar la ocupación carmesí, de no saber si estarían vivos cuando todo acabara, si es que acababa.
Kai estaba llorando y pronto pudo probar la sal que escurría sobre sus mejillas. Toph también lo hacía, pero ni siquiera gimoteaba. Cuando por fin se soltaron, Toph lo volvió a abrazar rápidamente para después soltarlo y retroceder un poco.
— Y, ¿qué vamos a hacer ahora?
— No lo sé - Admitió Kai. Su vida había perdido todo rumbo desde que empezó la guerra: antes, solo pensaba en llegar al día siguiente, sobrevivir y pelear. Ahora ni siquiera sabía qué hacer.
— ¿Seguirás adelante y verás cómo resolver lo que vaya saliendo? Preguntó Toph, en alusión a cuando se toparon en el autobús camino a Xalapa, antes de empezar la universidad, hacía ya más de dos años.
— Como siempre - Respondió Kai, como aquella vez.
Arze había dejado una lista.
Si bien duró varias semanas ocupando la capital, no logró terminar su cometido: un buen número de políticos corruptos aparecían enlistados en el papel, seguido de la lista de cosas que hizo cada uno, pruebas incluidas. Además, dejó un mensaje: "Si ustedes no los atrapan, haré otras diez masacres de ser necesario". Abajo, firmó con lo que parecía ser sangre.
Ezra observó el papel. Nora permanecía cruzada de brazos frente a él, esperando a que terminara de examinarlo. Estaban en las oficinas de la sede de Alba Dorada de la Ciudad de México. Como todavía quedaban asuntos pendientes y Ezra seguía siendo el jefe de agentes, parte de sus deberes incluían darle seguimiento a la purga que estaban realizando en el terreno capitalino, aún cuando seguía con el vendaje en la cabeza. Aún cuando sus doctores (Nora incluida) le aconsejaron reposar.
— Los informes dicen que la mayoría de los lugartenientes consiguieron escapar - Reconoció Ezra - Dicen que Sak huyó al extranjero y no encontraron el cadáver de Ruth Beckett. A Valdez la mandaron directo a la Prisión Vertical a recuperarse de sus heridas, ¿no?
Nora asintió.
— Serán un problema. Nadie encontró a Niambi ni a Nakamura, ¿verdad? Helio Soto también escapó y...
— Ezra... tranquilo. No tenemos que hacerlo todo ahora. No tienes que hacerlo tú - Trató de consolarlo Nora.
— Pero debería - La interrumpió él - Fui muy débil para detener a Arze. No le serví de nada a Kai en esa pelea. Él confió en mí y fui una decepción. Si tan solo hubiese sido un poco más...
— ¡No! - Alzó la voz Nora - Ezra, no es necesario que...
Era extraño llorar con un solo ojo. Era totalmente consciente de sus lagrimales y tuvo que inclinarse al frente para evitar que se le almacenaran las lágrimas al interior de su cuenca ocular. La prótesis aún no llegaba y estos días había tenido demasiadas razones para llorar, pero la obligación médica de aguantarse las ganas. Ni siquiera se había atrevido a ir a ver a Kai, pues sabía que rompería en llanto al instante. Lo había decepcionado y nadie podría convencerlo de lo contrario.
— Ya no puedo seguir - Admitió él. Había sido interesante ser el jefe de agentes de la organización, pero la situación lo superó. Vio morir a muchos de sus compañeros. Había llegado a su límite una y otra vez y luego había roto el límite y descubierto que en realidad, su corazón podía aguantar muchísimo más de lo que parecía humanamente posible. Estaba roto, tanto física como psicológicamente. Sus emociones estaban hechas un guiñapo.
— No tienes porqué seguir - Lo consoló Nora, pasándole un brazo por detrás de la espalda. A Ezra siempre le dio vibras de hermana mayor sabia y responsable. A veces, se le olvidaba que también era humana.
— ¿Quién se hará cargo sino?
— Yo puedo. Podremos. Puedes retirarte, si quieres, pero también puedes seguir como agente, o en un trabajo de oficina. No te obligaremos a nada, Ezra.
Él asintió.
— Supongo que tengo que escribirte mi renuncia, ¿no?
Nora negó con la cabeza mientras esbozaba una sonrisa.
— Si eso es lo que quieres...
— Quiero seguir como agente. Hay cosas de las que todavía quiero hacerme cargo - Recapacitó el chico.
— Por cierto - Añadió Nora - Kai se va pronto. Deberías despedirte.
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