17. La ciudad de la furia, Parte 2
Poco a poco, el grupo de Alyssa se abrió paso camino al Zócalo. Mientras más se adentraban en el corazón de la ciudad, mas hombres de la Armada Carmesí se interponían entre ellos y Palacio Nacional. En la esquina más cercana del Zócalo, una ametralladora estaba bien situada tras un muro de contención, lista para hacer papilla a cualquiera que se le acercase lo suficiente.
Un par de cuadras detrás de ellos, surgieron varios carmesíes para cortarles las vías de escape: sin embargo, Amelia, quien se quedó atrás intencionalmente, comenzó a abatirlos antes de que dispararan por primera vez.
No todo era miel sobre hojuelas. Algunos dispositivos electrónicos empezaban a dar señales de vida, aunque todavía no funcionaban. Claro, era de imaginarse que Arze ya estaría bien informado sobre lo que ocurría afuera de Palacio Nacional. De cualquier manera, el factor sorpresa era algo con lo que no contaban.
Keith se incorporó nuevamente al grupo después de ausentarse por varios minutos. Se inventó algo respecto a haber sido rodeado por varios malasangres y, dadas las circunstancias, nadie se lo cuestionó. Además, por lo visto había asaltado una licorería.
— ¿Te parece que es tiempo de alcoholizarnos? - Le recriminó Lucy, sin poder creer las prioridades de su amigo.
Keith negó con la cabeza, todavía sosteniendo una caja llena de botellas con ambas manos.
— ¿Alguna vez aprendiste a hacer una molotov? - Preguntó el chico, con una amplia sonrisa en el rostro.
Lucy le devolvió la sonrisa, consciente de lo que su amigo planeaba hacer.
Varios civiles se les unieron: no habían llegado tan lejos como para que esa monstruosa ametralladora les impidiera tomar lo que era suyo. Y, si no se equivocaban, había otras distribuidas a lo largo y ancho del patio delantero de Palacio Nacional. Keith destapó una botella de whisky y le bebió un buen trago antes de introducir un pañuelo por la boca.
Varios civiles le copiaron, algunos no muy seguros de lo que estaban haciendo. Otros, por su lado, lo imitaron con incluso más destreza que él. Lucy escuchó decir a un anciano que aprendió a hacerlas en las manifestaciones estudiantiles del siglo pasado. Lucy guardó un par de botellas ya preparadas. Si bien se arriesgaba a que le prendieran fuego cuando estuviese descuidada, tenía un buen plan.
Keith ordenó a varios civiles que arrojaran sus botellas: pronto se produjo un enorme muro de fuego que le impidió a los carmesíes acercarse demasiado a los hombres de Alba Dorada. Entonces fue cuando Lucy, sin avisarle a nadie, se escabulló entre los vítores de la gente. Muchos hombres carmesíes permanecían alerta, viendo de frente a los agentes frente a ellos, del otro lado del fuego. La ametralladora, caliente como estaba, no podría disparar aún y Lucy se alegró de no tener que esperar demasiado por una oportunidad.
Le prendió fuego al pañuelo de la primer botella y la arrojó por los aires, destinada a caer sobre los hombres que rodeaban la ametralladora. Pronto, un coro de aullidos le hizo saber que había logrado su objetivo. Pero ahora...
— ¡No pierdan la artillería! - Vociferó un malasangre, ordenándole a sus carmesíes correr hacia la ametralladora para recuperarla.
Lucy prendió fuego al otro pañuelo y arrojó la botella en dirección a los carmesíes que se aproximaban hacia ella. Sus aliados comprendieron enseguida lo que pretendía: una chica con traje verde y casco de reptil corrió hacia la ametralladora, quitando de en medio un cuerpo a medio carbonizar para tripularla y, aunque con cierta torpeza inicial, la maniobró para dirigir el cañón hacia los hombres carmesíes que se aproximaban a ella.
Abrió fuego.
Amelia por fin alcanzó a la vanguardia y le cortó el cuello a un soldado carmesí que sobrevivió al bombardeo de molotov. Extendió su brazo derecho y disparó una cuchilla de su muñequera, misma que se enterró en el tobillo de un carmesí. Molesta por no haber hecho un tiro letal, disparó otra vez, ahora clavando la cuchilla en el pecho. El carmesí cayó de rodillas en sus últimos momentos de vida.
Con el Dragón de Jade manipulando la primera ametralladora, no tardaron demasiado en aproximarse a las demás, avanzando a través del zócalo. Sin embargo, por ahora eran el único grupo que logró llegar a Palacio Nacional: los demás se encontraban todavía a medio camino, a pocas cuadras, o resistiendo los esfuerzos de la Armada Carmesí para obligarlos a replegarse.
Además de Amelia, otro uniforme rojo y negro era visible entre las filas del ejército dorado. Valka, miembro de Copa Escarlata, surgió de entre un grupo de civiles y abrió fuego con un par de pequeñas armas de fuego apenas más grandes que su mano. Disparando pequeñas balas de sus pistolas, Valka consiguió hacer avanzar a su propio contingente desde el extremo oeste de la Ciudad de México: a lo lejos, donde debía de estar el Ángel de la Independencia, había tan solo polvo y un vacío enorme. Valka le ordenó a sus agentes que se abrieran paso con fuerza letal, por lo que muchos de ellos cambiaron sus cartuchos de sedantes por pequeñas balas para las muñequeras, ajustándolas para tirar a matar.
A Valka le incomodaba tener que avanzar a ciegas, pero sin el Pulso, la Armada Carmesí habría adivinado muy pronto el plan que tenían para rodearlos. A su izquierda, un hombre cayó muerto, pero Valka no identificó de dónde provenía el disparo. De hecho, ni siquiera escuchó el disparo.
A lo lejos, sobre un tejado, un hombre con extravagante ropa en blanco y cyan los observaba, con un rifle de francotirador apoyado sobre su hombro, relajado. ¿Había sido tan rápido como para disparar y pararse sobre la cornisa? Valka no iba a esperar otra baja para averiguarlo.
— Dispárenle al payaso de azul - Ordenó.
Aunque ningún tiro le dio, al menos lo obligaron a retirarse. ¿Quién era ese sujeto? No parecía ser miembro de la Armada Carmesí a juzgar por su uniforme. De cualquier manera, no estaba de su lado.
El cuerpo del agente caído explotó detrás de ellos. Valka temió lo peor. ¿Y si el disparo del hombre de azul no era una bala normal, sino explosiva?
— ¡Corran! - Vociferó Valka. Sus agentes no esperaron por una explicación y se limitaron a obedecerla, dirigiéndose hacia el monumento caído frente a ellos, donde un grupo de agentes se esforzaba por resistir.
Para cuando llegaron, pocos miembros de Alba Dorada seguían sobre sus carros blindados, proporcionando cobertura al grueso de los refuerzos. Valka los reconoció al instante: los élites que sobrevivieron a Coatzacoalcos estaban ahí, en pie de guerra, atrincherados detrás del ángel caído.
Valka ni siquiera tuvo que ordenarle a sus hombres que socorrieran al grupo de agentes de la Ciudad Dorada: por su propia cuenta, corrieron a proporcionarles apoyo, abriendo fuego contra los cada vez más numerosos hombres carmesíes, que pronto se vieron superados en número.
Sin embargo, no fueron ellos, sino un grito de auxilio lo que llamó su atención. Volteó a un costado, intentando rastrear su origen, cuando pudo ver a un chico andrógino con las piernas debajo de una camioneta blindada con daños y volcada al revés. Si bien, no había aplastado por completo al chico, la presión le impedía zafarse.
— ¡Por favor, alguien! - Suplicaba una chica morena con trenzas y lentes, vestida con su traje de Alba Dorada y un arma de fuego enfundada en la cintura.
Valka corrió hacia la pareja y se arrodilló junto al chico atrapado.
— Tranquilo, te vamos a sacar de ahí - Le dijo al chico, tratando de tranquilizarlo, aunque siempre que Valka intentaba algo así, terminaba alarmando aún más a las personas.
La morena a su lado se puso de pie y apoyó ambas manos sobre un costado de la camioneta. Si la empujaban de esa manera, las dos al mismo tiempo, podrían librar al joven agente. Valka comprendió a la perfección y, haciendo tanto esfuerzo que sintió que iba a sacar las tripas en el proceso, la camioneta se alzó tan solo un poco.
— ¡Tom, apúrate! - Exclamó la morena. En unos pocos segundos, tendrían que soltar la camioneta.
El chico se arrastro tan lejos como pudo, usando las manos solamente. Por la cabeza de Valka se cruzó la siniestra probabilidad de que hubiese perdido la movilidad, pero tan pronto como ella y la otra chica soltaron aquella mole, el chico ya estaba haciendo esfuerzos por ponerse de pie.
Valka jadeaba por el esfuerzo.
— Gracias - Musitó la chica de lentes, viéndola fijo - Soy Kris Ta.
— Valka - Contestó Valka, sin saber bien qué decir hasta que fijó su vista en Tom - ¿Puedes pelear todavía?
Él asintió.
— Si es así, vayan a ayudar al resto detrás del Ángel. Si no, busca un lugar seguro. Ya te salvamos la vida, así que no mueras hoy, ¿entendido?
El chico asintió con la cabeza, todavía sin palabras.
Kai corrió hacia donde se encontraba Amelia, degollando con gracia y elegancia a otro soldado carmesí. Si bien, debía permanecer centrado en su tarea, no pudo evitar lo bien que lucía aquella chica cortándole el cuello a los paramilitares al mando de Arze. Sin embargo, tan pronto como Ezra lo alcanzó, su cabeza volvió a la realidad. Hacía tanto que no la veía...
— Amelia, necesitamos tu ayuda - Espetó Ezra, saltándose las formalidades.
— ¿Qué quieren? - Preguntó Amelia antes de voltear a verlos. Cuando lo hizo, tuvo que esforzarse considerablemente en mantener la boca cerrada. No esperaba ver a Kai de pie frente a ella.
— Necesitamos entrar a un lugar, pero queremos una distracción. Es importante. Creemos que Zeta está escondido dentro.
Amelia lo meditó un momento.
— Ya intentamos entrar, pero será inútil si no mantenemos ocupados a los guardias primero - Se explicó Kai - Están muy bien armados y...
— Basta - Lo interrumpió - ¿Crees que podrás venir después de desaparecerte y pedirme un favor?
— Sí - Le contestó Kai - Es decir, no es por mí. Es para ganar esta guerra cuanto antes. Si capturamos a Zeta, vivo o muerto...
— Sin contar que soy tu superior... - Insinuó Ezra.
Amelia se dio por vencida.
— Bien, pero necesitaré ayuda.
Tras una rápida visita al grupo de Alyssa, por fin habían reunido al grupo que les permitiría entrar con Zeta: Kai se sintió avergonzado al ver a Lalo, Keith y Lucy frente a él. Junto con Amelia, serían los encargados de abrirles paso.
— Pensabas meterte en problemas sin decirnos nada. Otra vez - Le espetó Lucy, decepcionada - Aún así, tienes mi apoyo.
Keith simplemente se limitó a levantar un pulgar. Lalo asintió con la cabeza y Amelia se recargó en la camioneta que usarían para volver al sitio en el que Zeta se escondía. Se aseguraron de tener sus armas cargadas y, pocos minutos después, los seis estaban aproximándose a la entrada de un vertedero a las afueras de la capital.
Kai suspiró. Se enojarían bastante cuando los dejaran afuera. Sin embargo, se justificó recordándose que esto era entre él y Zeta. Si Ezra lo acompañaba era porque no encontró una manera de librarse de él. Ezra y Kai bajaron un poco antes y corrieron al muro que pensaban escalar mientras los chicos llamaban la atención de los guardias.
En cuanto se escucharon los primeros disparos, el guardia que permanecía apostado en ese muro desvió su atención directo a la entrada principal. Sin ningún miramiento, Kai le disparó un sedante y, acto seguido, volteó a ver su muñequera. Esperaba que ese disparo fuera letal, pero ya no tenía tiempo para cambiarlo.
Ezra tomó impulso con ayuda de Kai y escaló la barda de un salto, aferrándose a la parte superior. Después, encontró de dónde amarrar el cable que usaría Kai para escalar y una vez lo dejó bien sujeto, arrojó el otro extremo al suelo para que su compañero pudiese subir con él.
Kai escaló con mucha más lentitud respecto a Ezra y, una vez estuvieron ambos arriba, Kai cortó el cable. Se aseguraría de que no lo siguieran: tras hacer acopio de su determinación, tiró las tablas por donde caminaban conforme iban avanzando. No podía dejar que lo siguieran.
— ¿Estás seguro de esto? - Le preguntó Ezra.
Kai asintió. Ambos avanzaron hacia la entrada principal hasta tener a tiro a los pocos guardias a los que Lucy y el resto no habían logrado abatir aún. Al acercarse al borde, escucharon la voz de Lucy gritándoles que ya abrieran la puerta. Ezra volteó con Kai, preguntándole qué hacer.
— Solo nosotros. Nadie más - Le recordó Kai.
— ¡No tiene gracia! - Gritó Keith del otro lado - ¡Vamos por él!
No les respondieron.
— ¡Kai, no te atrevas! - Lo amenazó Amelia - ¡No te hagas el héroe, imbécil!
Kai sintió una punzada de arrepentimiento. Sin embargo, esto era algo que tenía que hacerse. Se lo debía a sí mismo.
— ¡KAI! Chilló Amelia - ¡No puedes! ¡Ábreme! ¡Ábreme, desgraciado!
Sin atreverse a contestar, Kai se dio media vuelta, directo al vertedero, donde lo aguardaba Zeta. Aunque Ezra se lo pensó por un segundo, decidió respetar la decisión de su amigo y, como él, se alejó de la puerta, directo al vertedero.
No avanzaron mucho antes de escuchar gruesas cadenas meciéndose sobre sus cabezas, justo enfrente de ellos. Un enmascarado con la letra "Z" perfilada en la cara los observaba desde arriba, agarrado de aquellas vísceras metálicas conforme descendía. Pero no era el único. Más al fondo, un hombre que vestía con las más vivas tonalidades de rojo, con una larga capa roja cuyos adornos emulaban llamas sobre un traje completamente blanco, y el ya clásico sombrero de ala ancha en color blanco, el enemigo público número uno del país se había presentado para plantarles cara.
— Amigo Kai, te dije que había que venir solos - Se burló Zeta - Pero sabía que traerías a tu cachorrito, así que él insistió en acompañarme.
— Pensé que no seguías las órdenes de nadie - Observó él, echándole en cara a Zeta su repentina lealtad a Arze.
— Es que por el momento, él y yo tenemos varios objetivos en común. Deshacernos de ti, por ejemplo.
Kai volteó a ver a su compañero: Ezra estaba muy tenso y probablemente sus manos estarían ya engarrotadas alrededor de la empuñadura de sus armas. Él aún recordaba la pelea que tuvo con su némesis en el Puente de las Garzas, hacía ya un par de años. Arze perdió por muy poco en aquella ocasión.
— Supongo que no habrá ningún monólogo del villano - Sugirió Kai, intentando ganar algo de tiempo.
Zeta le quitó el seguro a su propia muñequera, probablemente sustraída a algún pobre agente muerto: se veía llena de arañazos y la habían pintado de negro, probablemente con pintura en aerosol. Arze también tenía una. Ambos avanzaron hacia Ezra y Kai, decididos a largarse del vertedero con sus cabeza en las manos.
— Entonces no - Balbuceó Kai, sin saber si saldrían bien parados de esta.
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