13. Sombras
Ni bien bajó de la camioneta que provenía de Última Frontera, Lucy contempló el paisaje urbano frente a ella, en la periferia de La Ciudad. El lugar que antaño fue una tranquila y vacía provincia era ahora una fundición de armas. Aunque, claro, La Ciudad era de los pocos emplazamientos que la Armada Carmesí no se había atrevido a tocar aún.
Tras recuperar su uniforme de Alba Dorada al visitar su hogar, Lucy por fin se había deshecho del uniforme militar que le dieron en cuanto se unió al batallón del Muerto. Ya había pasado más de un día desde que se separaron y Lucy seguía con el sabor del coraje en la boca, impidiéndole disfrutar del gozo que debería haberle ocasionado volver a casa.
— ¡Taxi! - Gritó Lucy, deteniendo a un conductor que pasaba frente a ella. Al menos ahora, sabía a dónde dirigirse.
El trayecto a la Base Uno fue un poco más lento que de costumbre: cada dos o tres calles, podían ver al menos a un camión cruzando frente a ellos, cargado de armas y provisiones de todo tipo, desde kits médicos hasta comida, o incluso municiones del tamaño de la cabeza de Lucy.
Cuando por fin llegaron a la glorieta frente a la que se ubicaba la Base Uno, el taxista se detuvo.
— Pensaba que todos los agentes estaban viviendo ahí o habían sido reasignados - Comentó el conductor - O al menos, que vendrían en sus propios coches.
Lucy negó con la cabeza.
— ¿Qué te hace pensar que cagamos dinero? - Contestó ella mientras le daba algunas monedas para pagar el viaje.
Sin más que decir, el conductor arrancó su vehículo y se marchó por donde vino. Lucy dio la vuelta y, tras un largo suspiro, se dirigió a las puertas de la sede de Alba Dorada, rezando porque la reconocieran. Tan pronto como se plantó ante aquellas rejas, un veterano agente llamado Gastón las abrió de par en par, sin siquiera detenerse a averiguar lo que necesitase.
— Es bueno tenerla de vuelta. Las Copa Escarlata la esperaban.
Perpleja y con creciente curiosidad, Lucy se limitó a asentir sin cuestionarlo y avanzó al interior de la que alguna vez fue una bonita casa y ahora se había convertido en una imponente mole de oficinas y dormitorios. Uno que otro agente se la cruzó, pero nadie le dirigió la palabra hasta que subió al segundo piso y atravesó el umbral que daba a la sala de juntas. Ahí, varios agentes, (entre ellos uno vestido con uniforme en rojo y negro) estaban inclinados sobre la mesa de trabajo, donde había un mapa y varios rostros proyectados.
Un agente de tez blanquecina, esbelto y con cara de pocos amigos la evaluó con la mirada, como decidiéndose en cuanto a lo que haría con ella a continuación: Lucy sabía que Candy, Amelia y otra chica eran parte de la Copa Escarlata, pero a ese chico no lo ubicaba en lo absoluto.
— Una disculpa. Jonah - Se presentó el chico - Tú debes ser Lucy Maza, ¿no? Candy me ha hablado mucho de ti.
— ¿Cómo es que sabían que estaba de camino?
— Tu primo Lenny nos avisó que habías pasado a recoger tu uniforme - Admitió Jonah, sin muchas ganas de encubrir a Lenny - Lamento decepcionarte, pero la mitad de nosotros está algo ocupado, es decir, bueno, yo igual, ¿no? Gus está en el taller ayudando a modificar un lanzamisiles y Valka salió a pacificar Cárdenas con un grupo de agentes, así que...
— Solo estás tú.
— ¡Lo haces sonar como si fuera algo malo! ¡Adivina quién ha mantenido a pie este sitio desde que comenzó la guerra civil!
Entonces, algo le hizo clic a Lucy al interior de su cerebro. ¿Y Candy? Tan pronto como expresó su preocupación, Jonah esbozó una sonrisa, como si hubiese estado esperando esa pregunta en específico.
— Verás... está en un refugio de ayuda humanitaria a las afueras de La Ciudad. ¿Conoces los Campos de Soya? Bueno, si llegas ahí, deberías poder encontrarla.
— ¿Me lo estás sugiriendo o...?
— ¿Me estás diciendo que tienes algo mejor que hacer? - Cuestionó Jonah, alzando una ceja, como burlándose un poco de ella. Lucy dejó caer sus hombros, admitiendo la derrota.
— Iré con Candy - Anunció ella, como si no fuera exactamente lo que Jonah le había propuesto (por no decir que se lo ordenó).
Tan pronto como subió al asiento de conductor de una de las camionetas del Alba Dorada, Lucy sintió algo de envidia: sus viejas camionetas en Última Frontera eran poco más que unos cacharros que con trabajo seguían funcionando, pero no iba admitir eso frente a los de Alba Dorada: que fuese a colaborar con ellos no significaba que estuviese de acuerdo con sus ideologías. Tan solo... bueno, Lucy tenía la sensación de que, para descontaminarse de las atrocidades del Muerto, tenía que ayudar al prójimo o alguna de aquellas ideas cristianas.
En la batea de la camioneta, un par de agentes dejaron caer unas cuántas cajas de comida y suministros médicos antes de levantar la tapa. Lucy aceleró y en unos cuántos minutos, ya estaba en la otra punta de la ciudad, uniéndose al espeso tráfico del periférico para salir hacia los Campos de Soya.
Múltiples recuerdos la inundaron: entre ellos, cuando Keith la convenció de enseñarle a disparar porque un pistolero lo había retado a un duelo en los Campos de Soya. Dejando salir una sonrisa amarga, Lucy relajó sus manos sobre el volante.
— Ojalá siguieras vivo, baboso - Dijo para sí misma.
No tuvo que adentrarse mucho en aquella ranchería para encontrarse con el refugio humanitario de Alba Dorada: una enorme carpa se había alzado a un lado de la carretera, con dos o tres domos más pequeños alrededor. Lucy le puso el freno al carro y, tras sacar las llaves consigo, cerró la puerta de un fuerte golpe antes de encaminarse a la entrada.
Muchos niños parcialmente vestidos, muchos de ellos con andrajos, correteaban de un lado al otro a ambos lados de la carretera. Un par de viejos platicaban afuera de la carpa principal y varias señoras cocinaban alrededor de una enorme olla de metal lo que parecía ser el plato de frijoles más grande que Lucy vería en toda su vida.
Un agente la recibió y, tras preguntarle por la carga, se presentó, pero Lucy ni siquiera se esforzó en recordar su nombre: directamente, le preguntó por Candy Castillo y, tras señalar al interior de la carpa, el agente se dirigió a la camioneta para empezar a descargar las cajas que Lucy trajo consigo.
Al interior, la sensación de abandono era aún peor, si le preguntabas a Lucy. Varios metros cuadrados estaban plagados de heridos y otros tantos, de personas con vendajes, algunas sin moverse, recostadas sobre enormes mantas. Lucy apretó la mandíbula, sin saber cómo sentirse al respecto. Incluso le daba asco haber participado activamente en el derramamiento de sangre de aquella guerra civil. Varios metros después, se encontró a Candy, suturando la herida de un niño con cara de ido.
— ¿Llego en mal momento? - Preguntó Lucy al ver aquella escena.
— Sujeta esto - Contestó Candy sin siquiera voltear a verla, tendiéndole una bolsa plástica transparente con un líquido dentro - Presiona solo un poco y... ¡listo!
Una vez Candy terminó con los dos pacientes que estaba tratando al mismo tiempo, se dio el tiempo de verla a la cara, tras lo que se quedó helada y parpadeó varias veces, como intentando cerciorarse de que no la engañaba lo que veía.
— ¿Cómo es que...? ¿Lucy? ¡Volviste! - Chilló de felicidad Candy, poniéndose de pie para rodearla con ambos brazos - ¿Por qué volviste? Pensaba que...
Ambas guardaron silencio: Candy había conocido a Keith durante algún tiempo y era consciente de lo unidos que eran él y Lucy. No sabía bien cómo tratar el tema, por lo que el ambiente rápidamente comenzaba a tornarse incómodo.
— Verás... me enteré de muchas cosas últimamente y...
— Entonces ya debes saberlo - Interrumpió Candy - Lalo, Kai y Keith vienen para acá en un día o dos - Sonrió su amiga - Debes extrañarlos bastante, ¿no?
Algo al interior de Lucy se rompió. No, romper no era la palabra adecuada: era más correcto decir que estalló en pedazos que ardieron en fuego después y luego se desintegraron dejando marcas de corrosión debajo de ellos, maldiciendo el nombre de su primo Lenny. ¿Vivo? ¿Después de todo, Keith estaba vivo? En los últimos dos años, el imbécil debía haber muerto al menos dos veces y mientras ella se preocupaba de más y le sangraba el corazón al recordarlo, aquél idiota estaba...
— O tal vez no lo sabías - Añadió Candy en voz muy baja, viendo cómo Lucy empezaba teñirse de rojo mientras se aguantaba la rabia - Creo que entiendo mejor por qué no soportas estar en Alba Dorada.
Todavía con el trago amargo en el paladar, Lucy se permitió seguir hablando con Candy: ella no tenía la culpa de nada y maltratarla sería estúpido, así que...
— ¿Quieres quedarte a ayudar? Sé que tal vez no sea lo que más te gusta, pero...
— No, de hecho está bien - La interrumpió ella - A eso vine. ¿Qué hay que hacer ahora? - Preguntó Lucy, componiendo una sonrisa lo mejor que pudo.
Amelia no estuvo contenta hasta que su prisionera tuvo ambos ojos morados para cuando llegó la hora de entregarla a sus superiores. Ella y Alyssa habían tenido días difíciles, pero ahora, por fin se acercaba el momento que sus escasas tropas habían estado esperando. Mientras Amelia sostenía de un brazo a Tenebra, sin energías suficientes para estar de pie por cuenta propia, Alyssa conversaba con el comando que llegó a llevársela: por lo visto, eran amigos.
— Gracias, Tristán. ¿Alguien más vino contigo?
— Violet - Comentó el chico - Ella espera afuera del callejón, en la camioneta. Todos en la Ciudad Dorada mandan saludos.
— Lamento lo que ocurrió - Contestó Alyssa, refiriéndose a la desastrosa derrota en Coatzacoalcos.
Tristán intentó restarle importancia, pero era evidente el golpe a la moral que había significado aquella pelea para él y los otros élites que sobrevivieron a la pelea.
— Sea como sea, aquí tienen - Desvió el tema Alyssa, haciéndole señas a su amiga para que trajera a Tenebra con ellos - ¿Piensan ejecutarla como a Gwen Marie o creen que sea mejor si vuelve a la Prisión Vertical?
— No lo sabemos - Dijo Tristán - Aunque recuperamos el control de la prisión... bueno, ya sabes. Sigue siendo problemático. Ezra estaba algo firme con lo de pasar por las armas a cualquier asociado de Arze, pero...
— Entiendo - Asintió Alyssa - De todos modos, ya no será nuestro problema, ¿no?
Tristán asintió, con una sonrisa en el rostro.
— En cuanto al contraataque... - Balbuceó Alyssa, con esperanzas de que Tristán supiese algo que ellas no.
— Será esta semana - Confirmó el chico - No sé exactamente el día, pero...
Alyssa sonrió.
Con eso les bastaba.
Ya había entrado la noche cuando sonó la alarma.
Aunque a Candy no le gustase la idea, tampoco se negó a coger el arma que Lucy le había ofrecido. Había agentes rodeando el perímetro, asegurándose de que quien sea que se hubiese acercado al campamento, no le hiciera daño a nadie. Alrededor de Candy había al menos cuatro agentes, todos armados hasta los dientes con todo tipo de armas no-letales cargadas en sus muñequeras. Sin embargo, y pese a haber encendido las luces para alumbrar el área alrededor, no había rastro alguno del invasor.
— ¿Seguros de que no fue un animal? - Preguntó Candy, intentando corroborar la historia de sus subordinados.
Uno de ellos negó con la cabeza.
— Era una persona. Estoy seguro, jefa.
Se escuchó ruido tras un arbusto y Lucy abrió fuego sin detenerse a averiguar de quién se trataba: se derramó sangre y cuando iluminaron en esa dirección, Lucy pudo ver las escamas de algún desafortunado cocodrilo.
— Seguro no era nada - Desestimó Lucy la alarma. Sin embargo, justo cuando ella y Candy bajaron las armas, se escuchó el grito de un niño en el extremo contrario del campamento, justo detrás de la carpa grande.
Sin pensarlo dos veces, Candy y Lucy aceleraron a toda prisa: si algo le pasaba a un solo refugiado, no solo tendrían problemas, sino además un horrible cargo de conciencia.
Se detuvieron a pocos metros de un barranco con piedras y maleza reseca al fondo. La caída no era excesivamente prolongada, pero te podrías llevar una buena fractura si caías de ahí.
Ahí estaba el niño, con un cuchillo apuntándole en la sien. Al principio, Candy pensó que era un hombre malasangre, teniendo en cuenta su cabello corto y vestimenta. Sin embargo, pronto reconoció a la persona ahí parada.
Ruth Beckett.
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