=Noche de abrazos y lamentos=
—¿Por qué tan callada? —ve de reojo a la chica junto a él caminando lentamente, casi sin tocar el helado que se derrite a medida que avanzan.
—¿Por qué no me dices dónde está? —deja salir casi en un susurro, como si temiera preguntar.
Terry se mantiene callado unos segundos, pensando la respuesta adecuada.
Su tardanza preocupa a Lucy, pero prefiere creer que es cosa suya, que está siendo un poco exagerada al pensar que el amigo de su novio le oculta algo.
—No sé a qué te refieres.
Oh, claro que lo sabe. Sin embargo, Lucy no es quien para andar reclamando o reprochando algo que sabe no obtendrá por ningún medio, así que lo deja pasar por alto.
—Ya no lo quiero —anuncia señalando el cono a medio comer—. Perdí el apetito.
Acto seguido, busca el cesto de basura para desecharlo.
Jones la observa, la analiza; ella está cansada, decaída, hastiada, algo la pone de esa manera, la destruye por dentro, le causa temor y angustia.
Mentiría si dijera que no le importa verla así, tan desdichada y débil, queriendo que alguien, quien sea, alivie el peso que cargan sus delgados hombros.
Ambos salen del centro comercial para sentir las frías gotas de lluvia mojando sus cabezas. Los faros alumbran tenuemente el asfalto, el viento invita a los pocos árboles a danzar con él. Y Lucy no puede sentirse más contenta por eso.
—Me encanta la lluvia —dice antes de ir esquivando cada uno de los cristalinos charcos de agua.
—Lo sé —un trueno anuncia la próxima llegada de una fuerte tormenta; Terry queda estático mirando el cielo, ¿cuándo había oscurecido? Si apenas habían llegado hace un par de horas—. Vámonos, Wilson —la aludida dirige sus ojos claros hacia los de él, vacilante e indiferente, como deseando una simple orden para efectuar su siguiente movimiento—. Te llevaré a casa.
***
—¡¿Cómo que no sabes dónde se metió?!
Un intenso Michael se adentra a paso apresurado en la casa de la peliazul, está furioso, se le nota en aquella gruesa vena que sobresale de su cuello.
—Relaja la raja, Henderson, no es para tanto.
—¿Que no es para tanto? —a esta altura, el pelirrojo va a tener un ataque de nervios—. Lucy está perdida desde que salimos del instituto, ni su prima sabe dónde mierda está, tampoco contesta mis llamadas y dices que está bien.
—Michael —llama Sarah con la voz más apacible que puede lograr—, Lucy ya no es una niña, sabe cuidarse sola y no necesita que estén detrás de ella.
—Pero...
—Sé que te preocupa... —interrumpe—. Pero debes dejar que enfrente las cosas por sí misma. Tú no estarás siempre ahí para ella...
—Quiero hacerlo.
—Aún así no puedes, por más que quieras. Y está bien, ¿sí? Está bien soltarla, deja que vuele sola, y que caiga, se lastime y vuelva a intentarlo una vez más.
Michael suspira, rendido.
—A veces quisiera guardarla en una cajita de cristal —admite—. Me duele la idea de verla sufrir.
—Es parte de crecer —la mirada de la chica se alterna entre los ojos del pelirrojo y el suelo—. Mientras uno más crece, más sufre. Estúpido, ¿no?
El chico no responde, no necesita hacerlo; Sarah le entiende sin siquiera abrir la boca, sin tener que intercambiar palabras. Parece increíblemente alocada la forma en la que ambos se comprenden, como si hubiesen sido cortados por la misma tijera.
Es curioso ponerse a pensar que hace apenas un par de meses estos chicos se llevaban de lo peor, compitiendo en clase y causando problemas a cualquier pobre maestro que fuese víctima de sus constantes bromas pesadas.
Michael y Sarah en poco tiempo se convirtieron en la dupla menos convencional —y más extraña— de toda la preparatoria, sin contar el vecindario que se volvió testigo de sus buenas tardes en compañía del otro.
Nadie se salva de los locos amigos de Lucy Wilson, porque si separados ya eran un caos, juntos son un maldito huracán de pensamientos desordenados y hazañas alocadas.
A pesar de ello, y como cualquier otra "pareja" —si es que así se los puede llamar—, existen situaciones que se vuelven incontrolables, que se salen de sus manos y provocan un desequilibrio importante a nivel emocional; y por más que intenten evitarlo, pasa.
Cosa que odian, odian con todo su ser.
Porque si iban tan bien, ¿por qué siempre hay algo que acaba arruinando todo? ¿Es el Universo quien conspira en su contra? ¿Jamás tendrán un momento de tranquilidad en sus muy miserables vidas?
Lo más terrible de todo es la razón de sus peleas y discusiones si sentido alguno, ya que cada quien lo ve desde un punto de vista completamente diferente.
Lucy. Lucy Wilson es el problema.
Michael piensa que ella es débil, ingenua, frágil como la vasija más antigua dentro de la vitrina más expuesta de todo el santo museo. Él tiene el deber de protegerla como si de un tesoro se tratase, cuidarla de todo mal que quiera destruirla o intente corromperla.
Sarah, por otra parte, asegura que la chica sabe lo que hace, que lo mejor es abandonar sus temores. Intentar, fallar y volver a tratar es una ley de vida, el modo y la clave para avanzar. Lucy está estancada en la duda, en el miedo. La angustia le sofoca cada vez peor y, en algún punto, acabará consumiendo sus esperanzas, su razón para seguir adelante, luchando.
Sarah se molesta cada día con Michael porque está harta de su instinto sobreprotector.
Al chico le agobia el temperamento que adopta la peliazul en esos casos de enemistad enfermiza.
Donde olvidan que se llevan bien y juran odiarse a muerte como en los viejos tiempos.
No obstante, las aguas siempre logran apaciguarse cuando se ponen en la piel del otro, cuando sienten lo que el otro siente. Cuando las palabras que parecen no causar efecto se tornan oscuras y duelen como dagas clavadas profundamente en el corazón.
Es ahí donde se declara una batalla perdida, en la que son conscientes de no ir a ningún lado.
Todo el clima de tensión se disuelve, se evapora más rápido que el agua al darle directo los rayos del caliente sol de verano.
El odio se va, la enemistad pasa a segundo plano.
Sabiendo que la prioridad de ambos es el bienestar de su amiga con corazón frágil y mentalidad débil, quien debe aprender a caer, sufrir y volver a intentar.
***
—Gracias por traerme, Terry.
—No es nada,—Wilson sonríe al tiempo que relaja sus hombros y resguarda ambas manos del frío de la noche en su chaqueta del uniforme escolar—. Cuídate mucho, ¿está bien?
La pequeña asiente con la cabeza repetidas veces.
Toma con cuidado la perilla de la puerta, procurando no hacer ruido alguno y se adentra en su hogar.
El muchacho la sigue hasta que la ve desaparecer en las sobras.
Ya ha cumplido con su promesa y está listo para volver a su cálida camita.
Pero una sensación detiene su andar, dejándole completamente de piedra. Un lindo koala se ha aferrado a su espalda, manteniéndose con la carita hundida justo en medio de ambos omóplatos.
La calidez del abrazo invade cada milímetro de aquella piel tersa. Se deja ser por un buen rato, siendo que únicamente le quita de encima para poder acurrucarle contra su pecho, permitiendo escuchar la sinfonía de aquel alterado corazón.
—Gracias —dice en un tierno susurro.
—Ya me agradeciste antes, niña —le responde él sin borrar la sonrisa tonta de su cara.
—No... Gracias por no dejarme sola, yo... lo necesitaba mucho.
E incluso cuando más deseo sentía de quedarse en aquella posición, algo dentro del peliverde hizo clic, creando distancia prudente entre los dos cuerpos que no perdían la sensación cálida a pesar de ya estar separados.
—Bueno, ya es tarde niña, será mejor que me vaya. Te veré mañana, ¿hecho?
Lucy se relame los labios, no le gusta que se le hayan secado por la fresca ventisca de la tarde. Pronto una sonrisa sincera, hermosa y perfecta se asoma por su carita, asintiendo nuevamente ante la pregunta del chico.
Esta vez entra de verdad, de eso se asegura Terry.
Este gira sobre sus talones, camina unos cuantos metros con calma, nadie le apura. Bueno, porque claramente es tarde y no hay ni un alma en las calles a estas altas horas de la noche.
Nadie excepto uno.
—Creí que sólo ibas a cuidarla —esa voz ronca le da un miedo terrible, hasta le resulta irreconocible; ¿por qué está así?—. No acordamos nada de una visita al centro comercial con helado incluido.
—Se me hizo tarde.
—Se te hizo tarde —repite el contrario—. ¿Por cuatro horas? ¿Esperas que me la crea?
—No me jodas, Daniel, que tu novia tampoco es muy sencilla de distraer que digamos. Me preguntaba todo el maldito rato por ti, ya ni sabía qué excusa inventar.
—Ajá, y me dirás que ese abrazo fue la excusa perfecta.
Terry abre los ojos desmesuradamente. No puede creer lo que Daniel acaba de insinuar.
—Eres un idiota, Daniel Brown —suelta sin pelos en la lengua, ganándose una mirada amenazadora por parte del castaño—. Estamos hablando de tu novia, TU novia, pedazo de estúpido. ¿Qué clase de amigo sería si hubiese sido con una intención por detrás, eh? Me dueles, viejo.
—Sí, pero ella tendría que estar conmigo.
—¿Estás bien pendejo, verdad? Apenas y dejas que te vea en clase, ¡ni siquiera hablan y esperas que de la nada venga y te haga mimos!
—¡¿Bueno y qué recomiendas que haga, estúpido?!
—¡Dile la verdad! —exclama, haciendo una pequeña pausa entre cada palabra salida de su boca. Daniel le mira perplejo, como si hubiera dicho la cosa más descabellada del mundo—. Ya no puedes seguir con esto, amigo. Solamente dile lo que pasó y todo volverá a ser como era antes entre ustedes.
—No puedo... —se lamenta el castaño— No podría volver a mirar esos bellísimos ojos después de la traición hacia la dueña de ellos. ¿Y qué se supone que le diga? ¿Que no recuerdo una mierda de lo que pasó en esa fiesta?, ¿que probablemente me acosté con la chica que le hace la vida imposible desde la primaria? —Terry le mira con dolor, con pena— Dímelo, Terry, dime que soy un completo idiota que está a punto de lastimar a la personita que más adora en esta vida por una estúpida fiesta. Por favor... Sólo necesito que alguien me diga lo estúpido que fui al beber de más.
En ese momento, Daniel no soporta la culpa que le genera todo esto, lo que está pasando, y se permite llorar.
Llora, solloza y llora más fuerte, como si no hubiera un mañana.
Su amigo lo atrae hacia su pecho, aquel donde Lucy se acomodó minutos antes, en el cual con un simple abrazo le trasmitió su calma y fugaz felicidad.
Ese donde ahora Daniel libera toda su ira e impotencia, mientras los leves espasmos provocan temblores en la extensión de su delgado cuerpo. Intentando olvidar toda la mierda que le tira la vida.
3:20 de la madrugada y la escritora actualizando 😃
Los amo, bye❤
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