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=La oportunidad=

Maratón dedicada a betaniacastro25

Lana Wilson quiere un chico como Daniel Brown.

No desea a un muchacho fuerte, atlético o popular. Sólo anhela a alguien en quien pueda confiar, alguien que cuide de ella, alguien que su corazón pueda sanar.

Sin embargo sabe que jamás conseguirá algo parecido a eso. Porque no lo merece, porque nadie la quiere.

Es difícil vivir con su prima desde que sus padres se mudaron a Francia, porque Lucy siempre lleva a Daniel ahí. Lo invita a almorzar, lo invita a cenar, le ruega se quede a su lado las tardes de fuertes tormentas porque le aterran los truenos.

Y Lana debe permanecer en ese lugar, viendo a los otros ser felices mientras ella es la mala, la "perra loca", la de falda suelta y escotes pronunciados. Porque tristemente esa es la única manera en la que puede llamar la atención de los chicos, incluso si son chicos completamente opuestos a su tipo ideal, a lo que ella necesita.

Lana Wilson no necesita un atleta musculoso, guapo y popular como el de las historias de amor. Ella precisa un chico amable, atento, divertido, servicial y honesto, que le diga cosas como: "eres hermosa sin importar qué", "no imagino mi vida con otra chica que no seas tú", "si volviera a nacer te elegiría una vez más". Las conversaciones con los chicos populares que tuvo como novios eran tan repetidas, que hasta a ella le parecían robotizadas: "¡qué buen culo te cargas!", "te invito a coger en mi casa", "me importa una mierda que me dejes, ya conseguiré a otra puta como tú".

La gota que colmó su paciencia y buena autoestima fue el rumor que se encargaron de expandir Amanda y Mandy por todo el largo y ancho del Instituto. Algo sobre un encuentro sexual con Ben Foster, el hermano mayor de Amanda, quien es uno de los chicos más deseados y con el título del típico playboy de la escuela. A Lana no le importó el hecho de que ese insignificante —y falso— rumor haya llegado hasta los oídos del mismísimo director, no le importó en lo absoluto.

Pero fue alguien más, alguien muchísimo más importante en su vida que ahora creía que era una mentirosa —y puta— por haberse defendido de todas las falencias inventadas por las otras dos chicas; alguien que, en poco tiempo y por una simple sonrisa, le hacía olvidarse de todos, hasta del mismísimo Daniel Brown. 

Por eso no pudo evitar llorar esa noche en que el amigo de Lucy fue a una pijamada. Por eso sentía una ardiente sensación en el pecho que no se quitaba con nada. Por eso en lugar de ir a la fiesta de la que todos hablaban, decidió quedarse en cama, hecha una pequeña bolita tapada con mantas. Esas dos mujeres la han dejado así, débil, abatida, nerviosa, casi sin vida; no les importó en lo más mínimo los sentimientos que ahora odia tener, les valió mierda su amistad que ahora entiende como superficial. Ambas son unas harpías malvadas y crueles, a las que les encanta herir indefensas palomas que solamente buscan un espacio donde armar su refugio.

Quizás fue esa la razón, tal vez por ello no se anima a decirle nada.

Porque cuando la mañana se asoma por la ventana de su habitación y se ve obligada a bajar a regañadientes las escaleras para ver a los tres chicos durmiendo en el sofá, no es capaz de decirle, no es capaz de enseñarle.

Ella solo desea proteger a su prima, a su prima que por tanto tiempo molestó con sus amigas, a quienes creía querer. 

Y, cuando despierta antes que los otros dos y la mira con total confusión, como si esperara alguna orden por parte de ella, Lana hace una señal con la mano para que continúe durmiendo.

Enciende la pantalla de su celular y elimina la foto que le enviaron. Suspira sin hacer ruido y susurra un lo siento para calmar la culpa que todo esto le genera.

Amanda y Mandy pudieron haberla herido a ella.

Pero no dejará que la hieran a Lucy.

Y en cuanto viera una vez más a ese idiota pasarse por su casa y sonreír como si nada en su presencia, ella será quien le dé una buena patada en el culo para nunca más volverlo a encontrar.

***

El azabache se estira una vez más mientras de su boca se escapa un enorme bostezo. Está cansado, la noche anterior fue una locura y su dolor de cabeza ahora era testigo de ello. Tantea la mesita de luz intentando alcanzar su celular para ver la hora; por suerte a sus padres no les importa qué es de la vida de su hijo así que no se preocupa por llegar temprano a casa. Su huesuda mano toca algo resbaloso y húmedo a la vez, abre ambos ojos de par en par y se da cuenta de lo que acaba de tocar.

—¡La puta madre! —mira con asco la mesita y toma su celular con la mano que sigue intacta—. ¿Qué les cuesta tirar lo que usan? —baja con mucho cuidado de la cama ajena, procurando no pisar a ninguno de los simios que seguían de piedra en el suelo. Camina por el largo pasillo hasta dar con la escalera caracol que da directo a la cocina. Aunque no esperaba encontrarse a nadie allí por la hora, se sorprende al notar a un bonito chico de cabello ceniza y lentes enormes tomando un café—. Falta como un mes para que sea Navidad, pero si este es mi regalo adelantado no me quejo.

—Eres estúpido.

—Yo también te amo, gracias —se acerca a paso lento hasta llegar al cuerpo del contrario, lo rodea y pasa sus brazos por la pequeña cintura de Nathan. A este último esas manos lo estremecen y logra, de un manotazo, quitárselo de encima.

—¡No te pases de listo, imbécil!

Pero Eric se pega a su espalda una vez más y se aferra como un lindo koala. Se toma el atrevimiento de acercar su boca a la oreja del chico; sabe que se está pasando y que seguramente acabará muerto, sin embargo continúa con su cometido, poniéndolo más nervioso.

—Me encanta que seas así de histérico —Nathan está por quejarse de nuevo pero Eric aprovecha para morder el lóbulo de su oreja—. Te da un aire... sexy .

—... —Eric cree que ha logrado atraparlo en sus redes—. ¡Deja de decir esas babosadas y quítate de encima!

No le importa lo mucho que Nathan intente alejarlo, tampoco le importa que Michael le implorara que se alejase de él, no importa, nada le importa.

Porque sea la dificultad que sea, al azabache le gusta el de lentes, ¡no!, él está enamorado de ese histérico con complejo de diva. Hay algo que le atrae, que le hace diferente de los demás, ese algo que lo conquistó desde el primer momento.

No importa nada, ya nada importa. 

Eric Miller se ganará el corazón de Nathan Allen, cueste lo que le cueste.

—Tengamos una cita —dice sin más.

—¿Estás borracho acaso o la resaca te está haciendo efecto? —extrañamente, Nathan no luce enojado ni a la defensiva como las otras veces que el más alto lo invitó a salir. Todas las ocasiones en las que el corazón de Eric se rompía y sus esperanzas se desvanecían con el viento —No pienso ir a algún lado contigo oliendo a cerveza y sudor.

La mirada de Eric se ilumina. Se pregunta si lo que acaba de oír es real o sólo un sueño.

—¿Estás aceptando ir... a una cita... conmigo?

—Bueno, no —Eric decae de repente —. Tal vez lo considere si te pegas una ducha, pero solamente esta vez. Es aburrido rechazarte siempre.

—¡Seguro, sí! —Eric está con la alegría saliendo de sus poros. Nathan se siente extraño al notar que le agrada verlo así, como un niño pequeño —. Gracias —dice, con las mejillas tintándose de un rojo suave.

Allen lo mira con confusión: —¿Por qué?

—Por la oportunidad —le sonríe al menor mientras este lo esquiva; ambos salen de la casa sin hacer ruido alguno, todos los demás invitados siguen casi desmayados por la intensidad de la fiesta —Mi casa queda lejos.

—Puedes bañarte en mi casa —Eric pone su mejor cara de pervertido y Nathan le da un zape —Haz eso de nuevo y te bañarás en el jardín —el chico ríe y casi por un impulso, o un deseo tal vez, intenta agarrarle la mano pero el otro niega con la cabeza. Tal vez fue demasiado pronto; se maldice por estúpido —La otra mano, Miller.

Miller se da cuenta de lo vergonzosa que resulta la situación y son sus orejas las que se tiñen de un rosado bonito, según Nathan: —S-sí, lo lamento.

Ahora lo agarra con la mano correcta. Se maravilla al notar que sus dedos encajan a la perfección, como un rompecabezas que había querido armar y que tenía piezas perdidas. Es extraño cómo, a pesar de ser frías, sus manos unidas empiezan a ganar calor y, con él, tranquilidad y paz.

Suben las miradas para reencontrarse. Nathan nota por primera vez que los ojos de Eric son tan negros que casi no se notan las pupilas, y eso le gusta. Le gusta mucho.

Eric. Bueno, él no puede estar mejor. Después de todos los intentos, súplicas y riesgos que tomó, Allen le dio la oportunidad que anhelaba.

Después de todo, su chico favorito le dijo que .

Maratón 1/3

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