=La dolencia=
Es lunes y Lucy se siente preocupada.
El día de ayer se suponía comería con su novio, Daniel, aprovechando la ausencia del resto de su familia en la casa.
Sin embargo, Daniel jamás llegó y la pequeña Lucy se cansó de llamarlo para saber si se encontraba bien.
Había estado a un paso de ir hasta a la casa del castaño, tocar quinientas veces el timbre chillón y plantarse toda la tarde si era posible sólo para pasar el tiempo con su chico favorito.
Mas quitó esa absurda idea de su cabeza al pensar que sería un estorbo para él. Quizá estaba cansado por la fiesta del día anterior. Sí, podía ser eso.
Esperó, esperó y esperó.
No iba a desesperarse porque Daniel no le hablara, era una menuda tontería, digna de una niña de doce años.
23 mensajes y 12 llamadas perdidas.
No. Lucy no iba a salir de sus carriles.
Ella sabía que el chico estaría esperándola en la puerta de su casa para ir juntos a la escuela.
Él jamás llegó.
Ella estaba segurísima que al verse en los pasillos se saludarían con un tierno y fugaz beso.
Él sólo la ignoró.
Ella creía, ahora dudaba, que al intentar hablarle y pedirle explicaciones de lo que ocurrió y el porqué la dejó plantada, Daniel al menos tendría la amabilidad de hacerlo.
Pero él le miró con desgano —y pánico— y se marchó lo más velozmente que pudo a su siguiente clase.
Y esa fue la acción que Lucy necesitó para desarmarse por completo.
En estos momentos, la rubia mira con recelo la mesa de los populares, esa mesa llena de mentiras, celos y engaños, donde todos fingen ser amiguitos. Ve a un pequeño grupo chicas bonitas —hermosas— que están rodeando al chico que alguna vez le prometió que se quedaría a su lado para siempre.
Lucy se pregunta qué hace ahí, ¿por qué su chico no está almorzando con ella como hace todos los días?, ¿lo habrán invitado a comer sus amigos?
Ve que Terry también está con ellos, los habrán invitado a ambos, sabrán que esos dos son un paquete completo. Aún no comprende, Daniel le ha dicho muchas veces que no le agrada comer con ellos, que se la viven hablando mal de los demás estudiantes y que, en lugar de comer, acabas con ganas de vomitar debido a lo desagradables que son.
Luego de sus increíbles intentos por captar la mirada del castaño, Lucy se da por vencida y dirige sus ojos al plato que, desde que se sentó, no ha sido tocado. No tiene hambre, esa sensación fue suplantada por un dolor feo que se extiende desde su vientre hasta la garganta. A Lucy no le gusta eso.
Levanta la mirada nuevamente, en dirección contraria a la de los chicos, ve a Mike peleando con Sarah. Siente que a la peliazul le encanta discutir por todo con su amigo pelirrojo; Lucy piensa que se ven lindos juntos, a pesar de que ellos afirmen que se odian a muerte.
No tiene idea de qué trata su pequeña discusión, tampoco le interesa mucho, no tiene ganas de preguntar por ello siquiera.
Agradece internamente el hecho de que Michael no se ha dado cuenta de su bajo estado de ánimo; Sarah se encarga de mantenerlo ocupado.
Wilson siente que algo aterriza en su nariz: una redonda y pequeña uva.
¿En qué momento estos dos salvajes comenzaron a lanzarse comida?
No lo sabe pero tampoco le da importancia, al menos no hasta que llega un profesor a llamarles la atención. Ve que Sarah y Michael se burlan del hombre apenas gira; son un dúo particular.
Lucy pasa el resto de la hora del almuerzo mirando la nada. Prefiere quedarse observando un punto fijo sin siquiera parpadear en lugar de fijarse qué anda haciendo el castaño.
Su fuerza de voluntad la engaña por unos segundos y le obliga a voltear en el sentido donde aún están ambos chicos y el grupito de muchachas bonitas, donde una azabache es la que más llama la atención entre las demás.
La chica está tratando de entrelazar su mano, adornada con anillos y brazaletes brillantes, con la mano de Daniel. Una esperanza se deposita en la rubia al recordar que al castaño no le agrada el contacto físico con extraños. Esa esperanza se va tan rápido como llegó.
Daniel y la chica bonita se tomaron de las manos. Y ahora ella le sonríe a él.
Aunque Daniel parece querer evitar el contacto visual con la otra, Lucy nota que no apartó en ningún momento la otra mano; una mano de una chica cualquiera.
"Una chica cualquiera que es más bonita que tú"
"Ahora no, Daisy", le suplica Lucy a su consciencia.
Ya es tarde, Lucy siente nuevamente su pecho oprimirse. Es tarde, no puede evitar la caída de las saladas lágrimas.
Siente impotencia, nada puede hacer para cambiar lo que ven sus ojos, los cuales se han tornado de un color rojizo.
Mike la mira con detenimiento y enseguida pregunta qué le pasa, ella sólo responde que algo le duele.
Sarah se ofrece a acompañarla a la enfermería, Lucy se niega con la excusa de que no tiene clase y ellos llegarán tarde a la suya.
Se levanta rápidamente, sintiendo varias miradas posarse en ella. Supone que la de Daniel es una de esas muchas; no tiene intención alguna de comprobarlo.
Sale de la cafetería y se sumerge en los pasillos, esos pasillos que cuando apenas entró a la preparatoria le parecían confusos e interminables. Cuando está a punto de llegar a la sala de enfermería, gira sobre sus talones y entra al baño de mujeres.
Lo primero que se le cruza en su camino son los espejos enormes colgados en la pared, ella los evita: seguramente se ve espantosa.
Se encierra en uno de los cubículos, baja la tapa —agradece mentalmente al conserje por su trabajo— y se sienta allí.
Se permite llorar aún más fuerte, queriendo patalear, gritar, hacer berrinche como una niña pequeña a la que no le quieren comprar la muñeca de la vitrina.
No le mintió a Mike cuando dijo que algo le dolía, sin embargo las medicinas de la enfermera serían de ayuda casi nula.
Porque lo que a Lucy Wilson le duele no es nada más ni nada menos que su corazón
Ese frágil corazón que Daniel juró cuidar.
Maratón 3/3
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