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=Epílogo=


Lucy había prometido a Daniel que, cuando el frío invierno llegara a su fin, todo estaría mucho mejor. Y así fue.

Con el inicio de la primavera, cuando los árboles recuperaron sus verdes hojas, las calles se pintaron de colores y aromas exquisitos que cualquier compañía de perfumes y cremas querría mezclar.

La misma semana en la que el secreto del muchacho fue descubierto por la chica, la noticia de que la única hija del empresario ejecutivo Edgar Foster había sido protagonista de un asalto sexual fue de lo único que se hablaba en la ciudad.

De las bocas de las viejecitas chusmas sólo salía el nombre de la muchacha acompañado con mil y un insultos que, según Lana, se merecía de pies a cabeza.

La madre de Daniel, a pesar de ser más activa en el ámbito laboral de lo que debería, pidió una licencia especial hasta que la Justicia pudiera resolver el caso en el que su pequeño había sido la víctima.
A los pocos días, y desesperanzada porque ningún abogado de la zona quería defender a Daniel en la Corte, recibió una llamada de una abogada que le imploró no buscara más ya que ella estaba, en ese preciso instante, tomando un avión desde la ciudad de Nueva York para ser quien diera fin al infierno psicológico por el que pasaban todos sus familiares y parientes cercanos.

Así, un mes y medio después de presentar la denuncia por "agresión sexual a individuo con alteraciones de consciencia", ambas partes fueron llamadas dar pelea ante la Honorable Jueza Holt, mujer que había encerrado a un total de veinticinco violadores seriales en sus muchos años de carrera.

Decir que esas semanas fueron las peores de la vida de Daniel sería quedarse cortos con todo el estrés que experimentó, el insomnio y la ansiedad comenzaron a carcomerlo por dentro. Su madre y Lucy fueron testigos de ello, siendo que esta última, a pesar de haber pedido que mantuvieran cierta distancia, no dudó ni un segundo en quedarse a su lado en los días tormentosos en los que pisaban los Tribunales.

Su futuro era incierto, pero una cosa era segura: Lucy Wilson se quedaría con Daniel Brown hasta el final, aunque hacerlo signifique su completa destrucción.

Lo que más le preocupaba al castaño en estas circunstancias era el rechazo por parte de su comunidad. Desgraciadamente, era algo de todos lo días que en las noticias salieran casos de jovencitas violadas, acosadas y denigradas sexualmente; todo mundo se vuelve empático, es lo poco que pueden hacer porque nadie les devolverá a esas pobres chicas lo que algún fatídico día les arrebataron.

Ahora, ¿qué pasa cuando se trata de un jovencito?
¿Los policías? Probablemente le llamarán marica. ¿Amigos cercanos? Tal vez se le reirán en la cara. ¿Desconocidos? Un "una chica no puede ser capaz de violar a un hombre" nunca falta.

Por ello Daniel, antes de su última charla con Lucy, había decidido firmemente en que enterraría ese secreto junto con su ya envejecido cuerpo. Que Eric y Terry sellarían sus labios, que a Nathan lo "amenazaría" para que no anduviera de chismoso; incluso ya había tratado un pacto con Michael para que este no fuera despavorido a replicar lo dicho por él a la inocente Lucy.

No. Esto debía enfrentarlo solo.
Y no hay mejor forma de enfrentar tus miedos que huyendo de ellos.

Al menos eso creía antes de enfrentar a Lucy en las escaleras.

Eso pensaba cuando tuvo que repetir su declaración a una policía fuera de turno porque los que cumplían con sus horarios lo tomaban por estúpido y débil.

Eso pasó por su mente cuando la mirada asesina de Amanda Foster se clavó en la suya cuando su abogado defensor le hacía unas preguntas que le sacudieron el cerebro. En este caso, llegó a la conclusión de que algunos abogados son unos hijos de puta.

El padre adinerado de Amanda le consiguió una fiera para defenderla. No porque le importara su hija en realidad, sino porque la Jueza había dejado una indemnización de cantidades inimaginables de dólares por el daño causado en el muchacho.

Sin embargo, ni todo el dinero del mundo fue suficiente para evitar lo inevitable.

Amanda Foster, de diecinueve años fue condenada a trece años de prisión por violación y dos adicionales por posesión de drogas. En total fueron quince años los que perderían en la cárcel. Años en los que ya no saldría con sus amigas al cine, no estudiaría modelaje, no visitaría París ni disfrutaría de una conmovedora obra en el teatro.

Todo lo que tuvo a cambio de dañar física y psicológicamente a un muchacho con el que compartía clases, almuerzos y recesos, le hubiese dolido menos si Mandy Rogers no hubiera testificado en su contra.

¡¿Cómo pudiste hacerlo?! —Amanda, al ver cómo la de ojos verdes subía al estrado, se había parado de su asiento montando un espectáculo—. Estás echando a la mierda nuestra amistad.

—No somos amigas, Amanda —contestó fríamente sin siquiera voltearse a verla—. Y no soy yo la que te está echando mierda, esa eres tú querida —las palabras se sintieron cómo un balde de agua helada. El ego de Amanda Foster estaba destrozado—. Deberías comenzar a buscar quién te sostenga el bolso Gucci tras las rejas.

Sí. Ya nada fue igual después de eso.

Como sea, gracias a la evidencia en video —cortesía de Mandy— y la droga que encontraron los oficiales en casa de la acusada tras un intenso allanamiento, se la encontró culpable del crimen.

Daniel siguió con su vida normalmente, decidiendo estudiar a las afueras de la ciudad para alejarse de todo y de todos.

Claro que las despedidas fueron la parte más difícil.

—Intenta no trabajar mucho cuando ya no esté, mamá.

—No te prometo nada —le contestó en un tono burlón—, de algún modo tendré que distraerme para fingir que en realidad sigues aquí.

—Vendré a visitarte seguido —aseguró a su mejor amigo, Terry Jones, quien intentaba con esmero ocultar sus lágrimas que amenazaban con escapar de sus ojos.

—Sí, sí, a la chingada.

—Ya te dije —ahora era el castaño quien lagrimeaba— que el acento mexicano no te queda. Cuida a Sarah, que no se junte con malas influencias.

—Creo que ella es la definición perfecta de "mala influencia".

Lucy... Ella simplemente no tuvo el valor para despedirse.

—¿Seguro que sólo me pedirás que cuide de mi hermana? —inquirió Terry, descifrando los pensamientos del más bajo.

Daniel negó con una sonrisa.

—Ella estará bien.

Y hoy, justo ahora, cuatro años después de su partida y a causa de muchos pendientes en la escuela, Daniel Brown regresa a su ciudad a ver a sus seres más queridos.

Baja del autobús para ser el protagonista de la bienvenida más colorida, y siente que su alma casi se le escapa del cuerpo.

Su mamá, sus mejores amigos, incluso Lana, hasta el cartero, están allí para saludarlo después de tantos meses sin siquiera poder apreciar su crecimiento.

—¡Estás más alto!

—¡Te emparejaste el cabello!

—¡Tienes un chicle pegado en el pantalón!

Cielos, él de verdad extrañó oír sus voces.

La primera en abrazarlo, y estrujarlo, es su progenitora que a esas alturas ya tiene una laguna en sus ojos.

Los hermanos Jones son los siguientes, y Daniel hasta entonces nota que ambos volvieron al rubio ceniza natural tan característico de ellos.

—¿La abuela Mara estuvo recientemente por aquí o qué? —bromea más para sí mismo que para los demás. Poco le importa la reacción de los demás, él ya está en casa.

—Es bueno volver a verte, DanDan —Lana pone los brazos en jarra en modo de protesta—. ¿Sabes la tortura que fue tener que aguantar a tu amigo todo este tiempo? Me volvió loca.

—Tú me amas, niégamelo —ella sólo rueda los ojos y pega media vuelta; Terry se acerca a su amigo para susurrarle—: Siento que estoy más cerca de que caiga a mis pies.

—Oh, sí, eres una fiera. Deberías enseñarme para conseguir algún ligue —calla de inmediato al percatarse que alguien falta allí—. ¿Lucy no vino?

Terry niega mientras ve atentamente cómo la señora Brown corta el pastel que habían mandado a comprar para su llegada.

—¿Qué día es hoy?

—Jueves, ¿a qué viene eso?

—Tiene sentido —dice Jones con cierta obviedad—, fue a buscar a su hija al jardín de infantes.

Ahí es cuando la expresión del castaño se quiebra y se declara muerto oficialmente.

¿Acaso dijo "su hija"?
Él jamás creyó que Lucy sería capaz de seguir, o siquiera imaginar, una vida separados.

—Terry.

—Mmh.

—¿Dónde está ese lugar exactamente?

[...]

A unas cuantas calles de donde unos celebran la llegada de uno, cierta rubia de ojos azules como zafiros lidia con una pequeña de tres años y medio que se ha manchado el delantal en hora de pintura.

—¿Cómo puede ser que cada jueves termines así, Sophie? —la pequeña le mira con intriga y algo de diversión, sabe que Lucy no asusta a nadie aunque lo intente; se ríe ante la mueca que al parecer es una especie de cara enojada—. Eres una niña muy descuidada, Sophia.

—Se parecen mucho.

Esa voz pone de inmediato en alerta a la chica, volteando tan rápido que por poco se lastima el cuello. Sus ojos no pueden, mejor dicho no quieren, creer que él regresó, no después de tanto tiempo deseando que alguien fuera hasta la dichosa universidad y le obligara a quedarse a su lado.

Lucy se siente egoísta al desearlo sólo para él, sin importarle sus estudios, sólo que se quedara con ella para siempre.

En ese momento se echa a llorar, siendo sus sollozos una señal para la pequeña Sophie de que necesita un abrazo. Al ser la niña tan chiquita aún, sus brazos únicamente alcanzan para rodearle las piernas delgadas, a la altura de sus gemelos.

Así se quedan un rato hasta que Sophie se acerca a Daniel enojada y dice como puede:

—Edes muy malo —su ceño fruncido le causa ternura al mayor—, y edes feo pod eso nadie te va a queded nunca. Vete a la mie...

—¡Es demasiado! —Lucy sale de su triste trance y le tapa la boca antes de que suelte alguna grosería—. Tendré que hablar seriamente con tu padre con las cosas que dice en la casa.

Daniel, quien por la ternura de haber visto a dos niñas (sí  para él, Lucy seguía siendo una niña) interactuando, se había olvidado de la razón por la que está allí en aquella calle que está a poco y nada de ser empapada por una amenazante llovizna.

—Ha pasado tiempo.

—Más del que querría.

—Pensé muchas veces en venir a visitarte —se sincera— pero la Universidad me consumía el tiempo y los planes se me terminaban arruinando. Yo... lo siento mucho.

—¿Por qué te disculpas?

—¿Por qué pareces molesta?

Lucy guarda silencio un segundo. Segundo que a Daniel le parece eterno a comparación de esos cuatro años lejos de ella.

—¿Por qué te ves sorprendido? —contraataca—. Me imaginé nuestro reencuentro muchísimas veces pero jamás algo como esto.

—¿Esto?

—Llegar de la nada —lo revisa con la mirada de pies a cabeza—, sin avisar.

—Quería que fuera una sorpresa —Daniel vuelve sus ojos a la pequeña chiquilla que se está tambaleando, quizás por sueño—. Aunque veo que el sorprendido terminé siendo yo.

—Tengo sueño —anuncia Sophie—. ¿Podemos ir a casa?

—Claro, cariño. Despídete de Daniel, amor.

Sophie levanta la cabeza en dirección al castaño.

—Adiós, señor feo.

Y antes de que se pueda quejar por las ocurrencias de una niña de tres años, Lucy y Sophie pegan media vuelta y emprenden su camino de regreso al vecindario.

—¡Oigan! —exclama el muchacho—. Al menos déjenme acompañarlas. De todas formas, vivimos en la misma calle... ¿Sigues viviendo en la misma manzana, Lucy?

—En la misma casa —responde obvia.

"—¿Vive en la casa de su madre, con su nueva pareja e hija? Que alguien se apiada de la pobre niña", piensa él.

En el camino, ambos hablan de cosas triviales, como si Daniel nunca se hubiese marchado y se hubiesen visto apenas ayer. Sophia, o Sophie como le llama Lucy, va dormida con la cabeza apoyada sobre el hombro del chico, abrazándolo un poco para no caerse.

Cuando ya se encuentran frente a la casa de la rubia, siendo que todas las personas que hace unas horas lo habían recibido están en sus respectivos hogares, Dan baja a la pequeña y se la entrega a la rubia en brazos.

—Gracias, tiene sueño pesado —ríe con nerviosismo.

—Ella se parece mucho a ti —admite con tristeza; le hubiese encantado tener un hijo con Lucy—. Eres una gran mamá.

La cara de la chica cambia de una nerviosa a una de asombro, terminando en una risa jocosa que pone confundido al contrario.

—¿A-acaso dije algo gracioso?

—Oh, Daniel, tú no cambias nunca, ¿no? —Wilson, con Sophie aún en brazos, inicia una marcha hacia al lado oeste de la calle, pasando de largo su casa y la de Michael. Brown no hace más que seguirle el paso—. Es aquí.

—Pero...

—¡Ahí está mi princesa!

—¡Papi! —la niña, ya despierta gracias a la voz de su padre, pega un salto y sale directo en busca de mimos.

Daniel abre tanto los ojos que parecen que se saldrán en cualquier momento.

—¡¿Nathan?!

—Hola, Daniel —le saluda con una sonrisa—. Perdona por no ir a darte la bienvenida, me llamaron del trabajo incluso sabiendo que es mi día libre, ¿puedes creerlo?

—La verdad...

—Sabes, me encantaría invitarte a cenar pero le prometí a Sophie que veríamos la película de las princesas encantadas —interrumpe con una velocidad excepcional en su habla—. ¡Bueno, nos vemos después!

Y sin más cierra la puerta, dejando nuevamente ese silencio entre ambos.

—¿Sophie es...?

—La hija de Nathan —completa la frase con asentimiento de cabeza—. Hace ya dos años que se casó con Eric, se mudaron de casa de sus padres y decidieron adoptarla cuanto antes. Si te soy sincera no me los imaginaba, Nathan siempre demostró ser reacio a los niños más pequeños.

—¿Y qué lo hizo cambiar?

—Su amor por Eric lo convenció —explica—, y más tarde ese mismo amor floreció en él cuando la vio por primera vez en el orfanato, tan sola y... desprotegida. ¿Si me entiendes, no?

Daniel asiente, aún impactado por la noticia de que ese par de locos se convirtieran en padres a sus cortos veintidós años.

—¿Por qué creíste que Sophie era mi hija?

—Terry me lo mencionó —ve cómo Lucy rueda los ojos y responde con un "ese torpe"—. Además no pude evitar pensar que se parece mucho a ti, no sólo físicamente.

—¿Y cómo te sentiste? —el castaño le mira sin comprender—. Ya sabes, cuando él te lo dijo. ¿Cuál fue tu reacción por dentro, Daniel?

—Quisiera decir que me sentí feliz por ti, sé que siempre quisiste ser mamá para no cometer los mismos errores que la tuya. Pero la verdad es, Wilson, que sentí que me moría porque no me esperaste como prometiste, creer que otro chico te había siquiera tocado un pelo me puso furioso porque sé que nadie te merece. Pero todo eso cambió cuando las vi fuera del jardín de infantes, mientras ella te hacía pucheros y tú fingías estar molesta. Sin dudas es la escena más jodidamente tierna que he visto el día de hoy.

—Me alegra saber eso —unas gotas de lluvia comienzan a caer sobre la cabeza de ambos—. Es mejor que vaya a casa. Tú deberías hacerlo si no quieres pescar un resfriado.

—No vi el auto de tu mamá —dice el muchacho en un intento de alargar ese momento con ella.

—Mamá se mudó con la abuela Mara. Después de que te fuiste, mi abuela intentó convencerla de que me enviara a vivir con ella en su ciudad pero, aunque es difícil de creer, mamá me pidió mi opinión al respecto. Le dije este es mi hogar y que no lo dejaré por nada del mundo. Claro que mi abuela se enojó mucho conmigo pero no me importó en lo absoluto. En fin, mamá quiso volver al lugar donde creció para recuperar todos los momentos que perdieron cuando la abuela se desvelaba las noches en el casino.

—Entonces, ¿vives sola con lo peligroso que puede ser?

Lucy niega.

—Lana aún vive conmigo y ,de vez en cuando, invitamos a quedarse varios días a Sarah o Michael. Nunca estamos solas, ya no más.

Daniel sonríe ante la idea de esas reuniones entre amigos, viendo películas y haciendo bobadas todo el día. Él está decidido: volverá a recuperar el valioso tiempo que se le escapó de las manos.

—Seamos algo, Lucy —pide esperanzado—. Tal vez no pareja, pero tampoco seamos simples conocidos. Vayamos al cine como solíamos, preparemos cupcakes de chocolate para San Valentín y juguemos al Monopolio si el wifi se pone malo. Volvamos a ser quienes éramos antes de distanciarnos así como así, dejemos que el pasado se quede allí, lejos de nuestro presente. Y si es demasiado para ti, lo entenderé y evitaré ser cariñoso. Sólo dime que sí, y yo me encargaré del resto.

Lucy, aún manteniendo una distancia prudente, se muerde apenas el labio inferior pensando claramente la propuesta.

—No quiero ser lo éramos antes —Daniel luce decepcionado—. No quiero que volvamos a ese juego en el que eras el único que hacía algo para mantenernos juntos, ya no quiero ser una carga para ti, Daniel. Quiero intentarlo, pero esta vez ambos colaboraremos para que lo nuestro funcione de verdad.

La carita del castaño se ilumina drásticamente.

—Pero —se apresura a aclarar la chica—, me decepciona un poco que no me hayas convencido a la primera.

Daniel sonríe, siguiéndole el juego a la rubia.

—Entonces, ¿qué puedo hacer para convencerla, mi hermosa dama?

Di que me amas.

El corazón de ambos late a mil, sus caritas ya no lucen tan demacradas como en aquel entonces, su relación se hará más estrecha de lo que en algún punto fue.

Al fin y al cabo, los hermanos Jones sí tuvieron razón en algo:

"Ellos estarán bien".

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