=Donde los protagonistas son felices para siempre=
Pov Lucy
A medida que camino por las calles de la ciudad me doy cuenta que respirar me cuesta más que antes, mi ritmo cardíaco está acelerado y mi vista hace el amague de querer ponerse borrosa.
No le dije a mamá que me iría temprano... de hecho jamás lo hago, pero saber que la abuela se quedará más tiempo de lo esperado la obliga a quedarse en casa. Por otro lado, Sarah y Lana quedaron durmiendo en mi habitación ya que faltan un par de horas para entrar a clases.
Eso me alivia un poco. Lo crean o no, me agrada estar sola a veces.
Hace mucho frío, el invierno es una de las épocas que menos me gustan. Es triste, lúgubre y monótona.
Muchas personas relacionan estos meses con chocolate caliente, mantas que te abrigan por la noche y tardes nevadas donde lo poco que puedes hacer es mirar una buena serie o romántica película.
Haber terminado una relación de años me enseñó a odiar el romance.
Saber que mi padre se fue poniendo de excusa la infidelidad de su esposa, pero aún así dejándome con ella, me hizo entender que la esperanza no existe; ni siquiera para una niña de ocho años.
Es triste.
Triste saber que las únicas personas que amas te den la espalda. Es frustrante no entender el porqué lo hicieron, mas es incluso peor estar a punto de averiguarlo y querer tirar todo por el retrete, dar un paso atrás y huir de los problemas.
Huir es lo que mejor sé hacer.
Todos estos años tuve personas que intentaron protegerme hasta de lo más insignificante.
Pero eso terminará hoy. Porque puede que parezca una chica inocente y sensible, alguien a quien si llamas por su nombre completo creerá que estás enfadada con ella y se echará a llorar.
Llega un punto en la vida en el que hay que madurar, hacernos más fuertes.
Es gracioso que hable de esto mientras pienso en Daniel Brown. Él es en quien menos debería estar pensando ahora.
Tal vez Daniel siempre fue algún tipo de velo, algo de él evitaba que viera lo mal que íbamos. Pero, ¿debo asumir tan pronto que los que estábamos mal éramos nosotros?
Dejo de maquinar los pensamientos en mi cabeza al tiempo en que paro en seco frente al callejón.
No se asusten, no es como los callejones de las películas donde asesinan a alguien. En realidad es un sector bastante limpio donde algunas vecinas dejan las macetas que no entran en sus pequeñas casas.
—Creí por un momento que no vendrías —dice una voz femenina desde las sombras; la misma voz de anoche aunque menos angustiada. Su tono me hace pensar que está a punto de quitarse un gran peso de encima.
—Debí saber que eras tú —mi expresión se mantuvo neutra, me decepcioné un poco porque supuse que al menos me sorprendería pero acabó siendo todo lo contrario—. Si buscas molestarme, olvídalo. Ya bastante tengo con mi madre y mi abuela, sólo faltabas tú.
Me doy media vuelta e intento irme de ahí con la frente en alto y el orgullo intacto. Ella resulta ser más veloz, me sujeta del brazo y me jala hacia dentro de la calle bloqueada.
—Confía en mí cuando te digo que es exactamente lo último que quiero contigo, Wilson.
Del bolsillo izquierdo de su chamarra saca una memoria USB, colocándola en la palma de mi mano y cerrándola con ayuda de las suyas propias, formando así un puño cerrado.
—¿Qué es...?
—Un video —me interrumpe—. Un video es la única prueba, concreta y certera, que necesitas para comprender lo que en verdad pasó aquella noche.
—No entiendo.
—Y no la harás jamás, a menos que hagas lo que te digo —suspira con cansancio—. No intentes enterrar algo que todavía sigue con vida. Lo que ustedes tenían era envidiable pero muy bello y sobretodo sano, son cualidades que hoy ya no se ven seguido en una pareja joven.
Lo pienso por un rato, el suficiente como para darme cuenta que desea ayudarme de verdad.
—¿Por qué lo haces? —le pregunto al aire cuando ella se dispone a marcharse por donde vino—. No somos nada, siempre has pasado de mí, no digo que te burlaras de lo que me hacían pero tampoco quisiste hacer una diferencia. ¿Por qué decides ser mi heroína en este instante?
La castaña se da media vuelta y me encara, la sonrisa que lleva dibujada en los labios es radiante; creo que en mi vida la he visto con esa expresión tan... suya.
—No eres la única chica con inseguridades a flor de piel, Lucy —me comienzo a sentir un poco mal por ella, culpable porque eso suena como si fuese una persona egoísta—. Tienes mucha suerte al tener amigos que estén ahí para ti, dales las gracias más seguido.
Sin decir más, se comienza a alejar de mí dando pasos firmes con sus botas de gamuza y postura ideal.
Por fuera parece una persona ruda y segura de sí misma; quien la viera, afirmaría que sabe lo que quiere, cuándo lo quiere y de qué forma conseguirlo. Pero todo se reduce a la desgarradora realidad, en ese momento en el que enteras que las apariencias dicen todo y a la vez no dicen nada.
—Míralo antes de clases, aunque no te prometo que lo asimiles todo de pronto, es mejor que te prepares para lo peor. Querrás que alguien cercano a ti, como Sarah o Michael, lo vea contigo pero si fuera tú no los involucraría; es demasiado complicado.
—Si es así, ¿por qué debería hacerlo sola?
—Porque, aunque te niegues a aceptarlo, eres más fuerte de lo que todo mundo cree —me sonríe nuevamente y se despide con un movimiento de mano—. Cuídate, Wilson.
Me quedo sola en aquel lugar repleto de plantas y autos antiguos, mi cabeza maquinando a todo lo que da para intentar encontrarle el sentido a esto.
Sea lo que sea, en unos minutos lo sabré. Sabré todo después de tantos días de incertidumbre.
—Gracias, Mandy.
[...]
Ya en la seguridad de su casa, rodeada por las cuatro paredes blancas del cuarto de baño, la rubia abre la única carpeta que esa memoria contiene. No es sorpresa que el título sea la fecha en que la fiesta de Amanda Foster terminó en un completo descontrol; el video comienza a reproducirse.
Puede ver la cara de Mandy Rogers, mejor amiga de Amanda, ya un poco pasada de copas pero lo suficientemente consciente como para grabar a la chica de cabello oxigenado subiéndose a la mesa ratona de lo que parece ser su sala de estar. No es sorpresa tampoco la poca ropa que lleva. A diferencia de la que manipula la cámara de video, la adolescente muestra una lucidez admirable.
—¡Mandyyy, enfoca un poco más mi trasero wuuuu!
—¿Cuál trasero?
Wilson cree ya haber tenido suficiente del intento de "baile sensual" de Amanda y avanza unos segundos.
Un pasillo con alrededor de cinco chicos fumando marihuana e inhalando quién sabe qué porquería más. A la rubia se le revuelve el estómago cuando Mandy enfoca a una pelirroja vomitando sobre su acompañante inconsciente. Risas es lo poco y nada que oye; se lamenta pertenecer a la generación de jóvenes estúpidos.
Unos veinte segundos más y su cara comienza a deformarse, no puede creer lo que ve: Daniel, su Daniel, tendido boca arriba sobre una cama enorme... y Amanda Foster encima suyo.
Pone pausa y sujeta su cabeza con ambas manos.
No está lista.
Una cosa es saber que la persona que juraba amarte te haya decepcionado. Otra muy diferente es ver con tus propios ojos la traición.
Respira profundamente, intenta creer que hay alguien con ella, alguien que pueda limpiar sus lágrimas cuando se eche a llorar, o que la regañe por maldecir y patalear el suelo.
Pero aquí y ahora, en este preciso instante, está más sola que nunca.
Pone play al video nuevamente, esta vez sin sonido, prefiere no escuchar lo que para su imaginación ya fue desgarrador a la primera.
Sus ojos se nublan cuando el momento más doloroso llega, su pecho se oprime y las lágrimas no tardan en agrietar sus suaves mejillas.
Regresa, reproduce, pausa, regresa.
Cada vez parece más punzante y enfermiza que la anterior.
Se pregunta por qué la castaña tuvo la necesidad de filmar esa mierda. Quizás creyeron que sería divertido rememorarlo; tal vez ya estaba hasta el tope de ebriedad.
Cierra de golpe su laptop y la lanza lo más lejos que puede, aunque no le quedan ya energías pega un grito tan desagradable y penoso que llama la atención de la persona que caminaba por ahí.
Sarah entra con notable preocupación, importándole un carajo la llamada entrante en su teléfono. Se agacha a la altura de Lucy, quien permanece en la esquina de la ducha hecha una bolita.
La peliazul se queda de piedra, no sabe cómo actuar en estas circunstancias. Normalmente es Michael quien se queda con la menor, es él que más entiende su personalidad cambiante, la conoce desde hace mucho más tiempo que ella.
Pero a veces, cuando terribles cosas pasan, cuando las noticias nos atraviesan de esa forma, el tiempo y la relación no importan en lo absoluto.
Extendiendo sus brazos hacia la rubia, Sarah Jones envuelve a su pequeña amiga en un cálido y sincero abrazo.
Sin palabras ni regaños. Sin pañuelos que limpien esas gotas saladas que se escurren de sus azules ojos.
Sin el falso "todo va a estar bien".
Lucy se aferra a Sarah.
Sarah sostiene a Lucy.
Y mientras fuera de ese diminuto baño la vida de los demás sigue, la chica del corazón roto se ahoga en su propio mar de lágrimas y lamentos.
[...]
Daniel no creía en los ángeles.
Cuando su padre falleció, su mamá tuvo que cargar con muchas cosas.
Él le había dejado su pizzería, la que luego de unos meses decidió vender.
Daniel recuerda que solía llevar ahí a su novia cuando se proponía a comenzar una dieta. Su mamá los recibía gustosa de que su único hijo hubiera elegido tan buena compañera, estaba orgullosa de él.
Sin embargo, el negocio no daba las ganancias suficientes como para pagar los estudios futuros de Daniel, por lo que su madre renunció a lo poco que le había dejado el amor de su vida para dedicarse a su antiguo empleo de soltera: ser enfermera.
Enfermeras era lo que más faltaba en el hospital central de la ciudad, así la madre de Daniel se tenía que quedar haciendo turnos completos que luego se convertían en doble turno.
Sí, Daniel Brown había comenzado a quedarse solo en la casa... Más solo de lo que ya estaba.
Su padre había muerto, su madre llegaba cansada del trabajo.
La vida de Daniel era vacía, bueno, casi vacía de no ser por cierta rubia que complementaba cada hora del día.
Como dije antes, Daniel no creía en los ángeles. Ni cuando su mamá trató de convencerlo que su papá ahora era uno de ellos y que los cuidaba a ambos desde algún lugar.
No creyó que los ángeles lo cuidarían cuando terminó con Lucy a causa de Amanda.
No creyó en ellos tampoco cuando su inquebrantable amistad con Terry se desmoronó poco a poco.
Odió a los supuestos ángeles cuando no lo cuidaron aquella noche de la descontrolada fiesta.
Se odió a sí mismo después de contarles la verdad a sus amigos...
Rogó desaparecer en cuanto su mejor amigo acunó su rostro contra su pecho mientras se mantenía en completo silencio.
Sin palabras ni regaños.
Sin esos falsos "todo estará bien".
Porque ambos sabían que nada iba a estar bien.
—¿Quieres hablar? —están en la habitación del de pelo verde, Daniel pasó la noche ahí aprovechando la ausencia de la hermana menor de su amigo. El castaño negó con la cabeza, terminando de colocarse su suéter—. No es bueno callar cosas como esas.
—No es sencillo hablar de cosas como esas —afirmó—. Que se los haya contado anoche no quiere decir que quiera desahogarme justo ahora, ustedes son unos complicados y no pensaban dejarme en paz.
—¡Pero es que me da una bronca! ¡¿Y cómo es eso de que no harás nada, joder?!
Daniel se mantiene impasible, Terry se rinde ante la mirada de cachorro del contrario y suspira con pesadez.
—Quiero ayudarte, Daniel —confiesa—. Quiero que tu vida sea la de antes, que tú seas el de antes. No puedes mantenerte callado por siempre mientras que otras personas pueden estar pasando por lo mismo en este mismo momento, no es justo para ellos ni para ti. Sólo piensa en ello.
—¿Y quién me ayudaría, eh? —su tono de voz se torna oscuro, está harto—. ¿Quién querría perder el tiempo por algo tan insignificante?
—Lucy lo haría —sentencia con firmeza—. Si se trata de ti, esa chica daría todo su tiempo para revivir a alguien que dice ser así de insignificante. Ella te devolverá algo de lo que perdiste en un pasado, amigo. No todo, porque en ocasiones de este tipo, todo no es suficiente.
—¿Por qué ella? —inquiere el castaño—. ¿Qué tiene ella que la hace tan especial?
A Terry se le dibuja una sonrisa ladina, pero para nada burlesca, al tiempo que se coloca la mochila de la escuela en el hombro.
—Lucy es un ángel, amigo —toma el picaporte dispuesto a salir de su cuarto—. Ella es tu maldito ángel.
El chico se queda solo en aquel amplio lugar mientras oye las pisadas alejarse escaleras abajo.
Daniel jamás creyó en los ángeles, pero no le vendría mal empezar a confiar en uno.
[...]
Cuando llega a la escuela, Lucy busca con su mirada inmediatamente al dueño de sus pensamientos, debe encontrarlo y aclarar las cosas de una buena vez; esta vez de verdad.
Sarah le dice que se quedará un poco más de tiempo esperando en la entrada a su hermano. Ella no lo sabe, pero Terry las ha estado vigilando desde que salieron de la casa de la menor.
La rubia corre por los pasillos sin cuidado, ignorando el grito de sorpresa que pega una de las profesoras cuando la choca por accidente. Tiene la sensación de que el castaño ya está dentro de las cuatro paredes de aquel enorme edificio, sólo le hace falta hallarlo. De todas formas, Daniel siempre suele llegar más temprano que cualquiera porque odia quedarse solo en su casa; su mamá sale casi de madrugada de ella.
Lo busca por las aulas que a esa hora deberían estar vacías encontrándose con algunos alumnos adormilados, seguramente por estar en épocas de examen. También busca por la biblioteca, salas de computación, laboratorio de ciencias, hasta en el armario del conserje.
Nada.
Daniel Brown no está por ningún lado.
Su reloj de muñeca marcan pasadas las ocho treinta, su primera clase del día ha empezado y ni siquiera está para dar el presente; no hay cuidado, es lista y lo sabe, la recuperará luego.
Trata de pensar en qué otros lugares puede buscarlo, algún escondite o lugar secreto, donde él pueda evitar a los demás con éxito.
—¿Lucy? —una voz llama su atención y desvía su mirada al chico delgado de lentes con marco oscuro.
—Oh, ¿qué tal, Nathan? —saluda con una mueca—. Creí que estabas en clase.
—El profesor de Biología no vino y no tenemos suplente —el muchacho se encoge de hombros mientras coloca ambas manos dentro de los bolsillos del pantalón de jean—. ¿Y tú, no deberías estar en clase?
Lucy afirma con un leve sonrojo, le apena tener que admitir que se salta clases.
—Bueno, chica rebelde, ¿por qué no haces algo productivo entonces y me acompañas a un lugar?
—Oh, es que yo...
—¡Vamos! —insiste él—. No es como si no te hubieras metido en problemas ya, ¿a qué le temes, Wilson?
Y a pesar de las dudas y la voz en su cabeza que le implora busquen a Daniel, Lucy termina aceptando ante la petición del más alto.
Inmediatamente, Nathan la toma de la muñeca y comienza a correr hacia las escaleras de emergencia.
—¡Oye! —se queja la rubia—. ¿A dónde se supone que vamos?
—Shh, es sorpresa.
Un piso, dos pisos, tres pisos de escaleras.
Lucy nunca había hecho tanto ejercicio en su corta vida. Con sus manos apoyadas en las rodillas y su respiración a mil, se asombra al ver que su acompañante ni una gota de sudor ha derramado.
—¿Seguro que eres humano? —Nathan le mira con confusión—. Fueron tres pisos, cuarenta escalones cada uno, ciento veinte en total y no luces ni un poco cansado. ¿Cómo lo haces? Tu hermano apenas puede hacer la tarea de química sin empezar a empaparse como un cerdo.
—Eric me obliga todos los sábados por la mañana a correr con él —se corre un mechón molesto de la cara—. Gracias a eso, esta diva mantiene su forma incluso en invierno, mi amor. Es aquí.
—La terraza —asume la chica—. ¿Me vas a empujar por el techo para acabar con mi sufrimiento?
—Los empujaré a ambos si con esto no acaban con el mío.
Lucy entiende recién cuando el chico la deja con sus palabras en la boca, en el instante en que una figura bastante familiar es divisada en el único banco de madera que se ubica en el centro de la amplia terraza.
Entiende entonces que ella no habría podido dar con él nunca por dos razones.
Una: no sabía que a Daniel le gustara ir a la terraza.
Dos: ni siquiera tenía idea de que su colegio tuviera terraza.
Se acerca tratando de no provocar ruido, mas sus intentos son en vano. El chico se ha dado vuelta, uniendo sus ojos acaramelados con los azules de ella.
Así se quedan un tiempo, aunque los segundos corran y haya empezado a nevar. Ellos se mantienen así, separados y a la vez juntos. Cuando compartes el mismo dolor con alguien, la conexión es inmediata. Pero, ¿qué pasa cuando el tipo de dolor es completamente diferente y ninguno de los dos sabe cómo reaccionar?
A Lucy le gustaría saberlo, si existiera un manual sobre cómo ser esa persona en la que te apoyas para llorar desconsoladamente, ella ya lo hubiese leído más veces de las que pudiera contar.
El frío de la nevada cae sobre Daniel como un bloque de ladrillo, no literalmente, pero así se siente cuando se está en pleno invierno y olvidas ponerte un gorro. Qué despistado fue. Ahora se lamenta de no haberle pedido prestado siquiera uno a Terry; el muchacho siempre tiene ese tipo de accesorios de más.
De un momento para otro, deja de sentir helada su cabeza.
Lucy le ha puesto su gorrito de lana color crema tejido a mano.
Y ese simple gesto hacia él, algo que para otros puede parecer lo más común del mundo, logra derretirlo por completo en esta fría estación del año.
A pesar tener diferentes personalidades, parecen estar en medio de una potente conexión cuando sus miradas vuelven a chocarse pero de inmediato se ponen tímidos y evitan el contacto visual.
—Disculpa por haberte sorprendido —dice entonces Lucy en un vago por iniciar una conversación.
—No es tu culpa —él le sonríe—. De todas formas es bueno tener algo te compañía.
—Si hubiera sabido que estarías aquí...
—Si hubieras sabido que estaba aquí —le interrumpe—, me habrías estado evitando todo el día.
Ella niega, divertida.
—No soy ese tipo de ex novia.
La reacción del castaño no es una sorpresa. Nostalgia es lo que emana su mirada perdida.
—¿Vas a decirme... —se toma un milisegundo para procesar rápidamente lo que dirá. Con la rubia, las palabras directas pero sutiles siempre funcionan— ...que me estabas buscando?
—Ajá.
Cortante.
Lucy Wilson sólo es cortante y fría cuando no sabe cómo decir las cosas.
—Y... ¿Puedo saber el porqué?
—Mmh...
—Oye —en un arrebato y olvidando su promesa de guardar distancia, Daniel toma las abultadas mejillas de la menor, obligándola a mirarlo—, te congelarás si seguimos aquí.
Cuando ya se encuentran resguardados por el calor de las escaleras de emergencia, el chico cae en cuenta de que tiene sujeta la maño de Lucy. Cielos, extrañaba tanto esa sensación.
Cuando menos se lo espera, sus caras ya están a unos centímetros de tocarse. Sus corazoncitos se aceleran de pronto y bombean al compás, como si estuvieran sincronizados. El aliento de él es exquisito, huele a menta; a Lucy le gusta mucho la menta.
Los iris de sus ojos son bellísimos. ¿Por qué hasta ese instante se ha dado cuenta?
Tiene sentimientos encontrados. Demasiados para soportarlos de una sola vez. Se siente pequeña, insignificante al lado de ese chico. Su estómago es todo un revoltijo a causa de la ansiedad; en cualquier momento va a vomitarle el desayuno encima.
Todo dentro de ella estalla en el precioso segundo en que sus labios se tocan sin previo aviso. Contiene la respiración y queda petrificada, su espalda se tensa cuando las manos del más alto se posan en sus caderas, atrayendo el cuerpo de la chica.
Se separan por falta de oxígeno. Lucy tiene las mejillas sonrosadas. Daniel, una sonrisa boba.
Si alguien les hubiera dicho que en algún punto de su relación estarían así, en medio de las escaleras, con los pechos subiendo y bajando, y el corazón latiendo a mil por segundo. Ellos hubiesen creído que aquella persona leía demasiados cuentos fantasiosos, esos donde los protagonistas son felices para siempre.
La magia se acaba cuando la rubia se aleja bruscamente del de ojos avellana, poniendo la expresión más seria que su capacidad de actuación le permite.
—Sé lo que pasó en la fiesta, Daniel.
Y así como esas palabras salieron de su boca, la sonrisa del contrario desaparece quedando poco y nada de su rastro.
—Tú no sabes una mierda —le contesta en un tono desapacible—. Si era eso para lo que me buscabas entonces perdiste tu tiempo.
—Sé que te molesta que me haya enterado.
Él calla antes de poder continuar.
—Molesto es todo lo contrario a cómo me siento —su voz sale quebrada, y sus característicos labios finos amenazan con temblar. Es algo muy duro para él, demasiado como para que ahora la chica que ama lo sepa—. Me decepciona saber que ahora me tienes lástima... Seguro piensas que soy un cobarde.
Lucy niega frenéticamente con la cabeza.
—No es justo que creas eso de ti —busca que la mire a los ojos; necesita el contacto visual—. A cualquiera le puede pasar, en cualquier circunstancia y momento...
—Sólo olvídalo.
—¡Y se te ocurre eso! ¿Me quieres ver la cara de estúpida? —respira intranquila, sus ojos se pasean por el techo gris para reprimir el llanto—. ¡¿Cómo se supone que deba olvidar algo como eso?!
—Shh, harás un escándalo.
—¡Y eso qué me importa! —en parte es cierto; la rubia tiene un nudo en la garganta que le impide siquiera dejar salir todo lo que la tiene atormentada. Hace un esfuerzo por él, siempre será por él—. E-ella te violó.
—Ay, Lucy...
—¡Ella te violó, maldita sea! —y sin más se echó a llorar, ya no se impediría eliminar todas las porquerías tóxicas de su cuerpo y alma—. Lo intenté, Daniel. Traté de ser fuerte para poder apoyarte y protegerte. Pero, ¿cómo se supone que sea fuerte por ti cuando ni siquiera tengo para mí misma?
—Lucy —la llama entonces, conmovido por lo valiente que su princesa es. Pero ella hace caso omiso, sumida en su pequeño gran mundo interno. Ve cómo sus puños se cierran con fuerza provocando que sus nudillos se pongan blancos.
—¿Lucy?
Al igual que un rayo, desaparece justo frente a sus ojos dejando como única evidencia la puerta entreabierta.
Lleno de desesperación, ira y tristeza a la vez, sale en su búsqueda hacia los pasillos que en estos momentos han de estar repletos de estudiantes por el receso de media hora.
Logra interceptarla cuando corre entre un pequeño grupo de alumnos de segundo año, tomándola por los hombros y jalándola hacia la pared contraria.
Varias personas que pasan a su lado los miran expectantes mas siguen su camino al ver una cabellera pelirroja espantando a los chismosos.
Michael se acerca al castaño lo suficiente para susurrarle un "no la embarres" y desaparece cual fantasma.
Ya un tanto más calmados, Daniel intenta buscar en Lucy una señal, cualquier cosa que le haga saber que aún se encuentra en sus cabales. No sabe de lo que la rubia es capaz cuando se encuentra demasiado molesta o hastiada. Tampoco quiere saberlo.
—¿Te sientes mejor? —inquiere con un ápice de culpa al creer que está así por su situación.
—¿Se supone que debería estar bien con esto? —la voz de su pequeña suena inaudible, casi como un susurro que pasa desapercibido en un bullicio de gente—. Dime, Daniel Brown, ¿en qué dimensión paralela algo de esta mierda está "bien"?
—No fue tu culpa —afirma.
—Fui yo la que te convenció de ir esa noche. Sólo... creí que esa era la única manera de tenerte siempre a mi lado, dándote las libertades que mereces y evitando ser la típica novia celosa de otras chicas —los ojos de la menor se pintan de un lastimero efecto traslúcido y brillante. Si no fuera por el pinchazo que siente en su pecho, Daniel aseguraría que jamás ha sido testigo de orbes tan bellos—. Terminé alejando a la única persona que realmente me ama a pesar de toda la porquería que le he hecho pasar, no soy lo que se considera una chica sencilla pero prometo que intentaré cambiar. Por favor... no me odies.
Hubiese esperado que se molestara, que la dejara parada como la idiota que es y se marchara para jamás volver a hablarle. Cualquier cosa que le ocurriera terminaba con su dignidad destrozada y su humor por el suelo; de todas maneras ya se encontraba rota por dentro muchísimo antes de caer en cuenta en lo que ocurre.
Pero grande es su sorpresa al sentir cómo la frente del chico que ama queda apoyada en la suya, quedando no sólo más cercanos sus rostros sino también sus palpitantes corazones.
—Odiarte suena sencillo y a la vez imposible —el más alto sonríe ante el ligero rubor que permanecen pintadas en la nariz y mejillas de la contraria—. No sé por quién me tomas, cariño, pero no seré de los que se ofenden por algo que otro no ha hecho. Te sientes culpable porque dejé que así lo pensaras, porque aunque intentemos ponernos en modo detective e interrogarnos a media ciudad, siempre acabaremos en la conclusión descabellada que afirma que la culpa no fue de ninguno de los dos.
Lucy es un mar de lágrimas, ya casi no se esmera por ocultar su emoción. Daniel Brown es un romántico cuando se lo propone.
—Con lo que te dije allá arriba...
—Olvídate de eso, ahora somos sólo tú y yo, como debió ser desde el comienzo, como se mantendrá desde aquí en más. No te prometo que no tendremos más problemas porque al parecer el mundo está en contra de las buenas personas. Pero, mientras yo tenga la fuerza de voluntad suficiente, seré fuerte por los dos, por ti y por mí. Y si ahora me dices que necesitas un poco más de tiempo, lo entenderé y me apartaré de ti indefinidamente. Siempre y cuando me asegures que algún día volverás a mí, Lucy Wilson.
Ella lo medita, lo piensa y analiza.
Sabe que él está siendo sincero con ella, trata de tomar una decisión con la cabeza. Porque cuando el corazón toma las riendas, tu vida pasa por un sinfín de subidas y bajadas que acaban por revolverte el estómago. Y Lucy ya está cansada de sentir mareos.
—Creo que estaría bien... un tiempo separados.
Daniel, a pesar de sentirse dolido, sonríe para su chica de aguados ojos.
—¿Soportarás más días lejos de mí, princesa? —pregunta con burla.
Ella se limita a asentir al mismo tiempo que toma el impulso de abrazarlo delicadamente.
—Esto no es un adiós.
—No empieces con eso —advierte ella—, me harás llorar con tus cursilerías.
—Me encargaré de sacarte una sonrisa por cada lágrima que derramaste en mi ausencia, Lucy. Lo prometo.
—Dan.
—Mmh.
—Prométeme también que conseguirás un buen abogado —este se aparta rompiendo el abrazo y le mira con una pizca de confusión—. Quiero ver a esa perra pagar por lo que te hizo.
Sí. Daniel Brown no cree en los ángeles.
Pero no negará que Lucy Wilson cayó del cielo para salvarlo de su propio infierno.
No puedo creer que ya haya terminado esta historia.
Parece que fue ayer cuando estaba haciendo el borrador, preocupada por saber quién leería esta cosa.
Me encantaría leerlos para saber qué opinaron de ella, cuál fue su momento favorito, qué personaje ganó un espacio en su corazón.
Después de publicar el epílogo (sip, hay epílogo) les dejaré un apartado de curiosidades sobre la historia misma.
Gracias por leer y tener tanta paciencia💕
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro