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=Cuando los ángeles lloran=


Las excursiones escolares nunca fueron del agrado de Daniel.

No le gustaba la idea de viajar en un bus que apesta a ser humano, con un compañero todo sudoroso y molesto, de esos que son capaces de escribir tu cara con marcador si llegas a quedarte dormido.

De niño iba con la idea de un escape de la rutina, un momento de relax, sólo para él. Otra de las razones era para estar lejos de su casa, ¿qué sentido tenía estar ahí si su madre se la pasaba trabajando?

A Daniel Brown le asustaba la soledad.

Tanto que cuando comenzó a quedarse solo en casa, encendía el televisor, la radio y hasta la licuadora para que los ruidos acabaran con el silencioso e insufrible malestar de no tener a nadie con quien hablar.

Todo cambió al conocer a Lucy.

Esa chica tímida que se sentaba al final del aula, la menos participativa y sociable de todas.
La que únicamente hablaba con su mejor amigo, aquel chico británico de melena colorada y diminutas pecas. Ese que con sus ocurrencias divertidas había logrado sacarle más de una sonrisa a la chica cuando su día era de lo peor.

Daniel también quería ser la razón por la que Lucy riera. Él deseaba, algún día, llegar a tan cercano a la rubia como lo era Michael.

Cada bendito día en la escuela fue testigo de los intentos del castaño por lograr la atención de la chica. Sólo las paredes saben el dolor en su pecho cuando ella le rechazaba, aunque lo hiciera por miedo a que le rompieran el corazón.

Lucy jamás acostumbró a ser abierta en cuanto a sus sentimientos, no entendía cómo los demás demostraban lo que sentían tan fácilmente sin temor a que alguien más viniera a aplastar sus ganas de ser felices.

Qué irónico, ¿no creen?

La señorita que finge no tener emoción alguna es en realidad la cosita más frágil y tierna del mundo, su corazoncito de pollo, sencillo de desarmar, y esas perlas brillantes sumergidas en un profundo océano cual tesoro escondido esperando a ser encontrado.

Desde siempre tuvo la sospecha que era diferente, que los demás no le entendían ni un poco siquiera.

"Tal vez por eso nadie juega conmigo en los recreos".

"Quizás por eso mamá no me quiere cerca de ella".

"Posiblemente papá nos abandonó por mi culpa. ¿Quién estaría orgulloso de tener una hija así?".

Y mientras más se repetía esas palabras en su cabeza, más le dolía la realidad que vivía.

Si un día se odiaba, al siguiente lo hacía con más fuerza.

Si el lunes se saltaba una comida, el martes aguantaba sin pisar la cocina.

Bajaba de peso, se volvía sedentaria, las sábanas de su cama significaban refugio, y los brazos de su mejor amigo gritaban calma.

Desde pequeña sabía que los demás se burlaban de ella o esperaban a que cometiese un error para dejarle en ridículo. Por eso no es muy fanática de las salidas que digamos.

Pero, como la vida odia a nuestra parejita "perfecta" y desea que sufran, hoy ambos son partícipes de una tarde de juegos en la Reserva Natural de Smidletown, a las afueras de su ciudad.

—¡Bien, muchachos y muchachas! Esta misión es muy simple —la profesora de Educación Física se nota entusiasmada por esta actividad; a la señora le agrada salirse de su zona de confort y darles a sus alumnos otra forma de entretenerse. Aunque al perecer ellos no piensan igual, y queda más que claro cuando les oye rechistar y lanzar maldiciones al aire—. Los separaré en parejas de dos, cada grupo tendrá un mapa como el que ahora te les estoy mostrando. Cada rectángulo morado indica el lugar donde hay pistas...

—¿Por qué rectángulos morados?

—Porque quiero, puedo y se me da la regalada gana —la alumna que interrumpió cerró su boca al instante—. Como les decía, estas pistas son importantes puesto que los guiarán hacia el gran tesoro que escondió el profesor de Biología esta misma mañana.

—¿Cuál es?

—Es una sorpresa.

—¿Y qué si no quiero jugar? —pregunta altanero el chico.

—Se ganará una buena patada en el trasero directo a las mesas de examen en verano —la profesora habla tan rápido que apenas se le entiende—. Vamos, chicos. Es su último año en la preparatoria, el último año en el que compartirán con sus compañeros, con quienes probablemente no vuelvan a verse el resto de sus vidas. Ya se vienen soportando desde hace años, ¿qué les cuesta hacerlo por unos meses más, ah? No desaprovechen el tiempo que aún les queda. ¡Ahora a jugar! Pero primero asignaré las parejas.

Más alejados de la profesora, un grupo de cuatro chicos cuchichean entre ellos. Están puliendo los últimos detalles para efectuar su "plan maestro" y devolverle la paz a la preparatoria Blueberry.

—¿Todos recuerdan lo que deben preguntar?

—Sí, pero lo que no tengo idea es el cómo. En serio, chicos, siento que algo va a salir mal de todo esto.

—Tú tranquilo yo nervioso, Eric —dice el chico dedicándole una sonrisa ladina—. Ya verás que es pan comido el asunto. Además, como es en parejas hay menos chances de que alguien sospeche de nosotros.

El último chico, que hasta el momento sólo se dedicó a escuchar, se permite suspirar pesadamente y rodar los ojos en señal de burla.

—Recuérdame por qué está aquí —pide un muy irritado Nathan—. Que yo recuerde, Eric te pidió el favor a ti.

—Se le cancelaron las clases  de teatro —responde con simpleza Logan—, pero ni te alteres que es igual o un poco más de agradable que yo. Y eso para mí ya es decir demasiado.

Nathan hace un mueca de disgusto con los labios y se acerca a su pareja.

—Este chico es más diva que yo, ¿por qué es más diva que yo? ¡Nadie tiene el permiso de ser más diva que yo!

—Tranquilo, amor —le roba un beso de pico a lo que el rubio se sonroja—. Nadie puede superarte, mi príncipe.

—Aww, eres tan cursi que das asco —se carcajea, burlón.

—¿Ah sí? —lentamente rodea la pequeña cintura del contrario con su brazo y lo atrae hacia él, plantando un sonoro beso en la mejilla. No le suelta en ningún momento y sigue repartiendo besitos por toda su carita— ¿Así o más dulce me quieres?

—¿Y por esto le cancelé a Cole? —mira la escena que no hace más que darle diabetes y dirige sus ojos a su amigo— Nunca más dejaré que me convenzas con tus estúpidos ojos de gatito, idiota.

—Como si fueras el único que sufre, Alexander. Tú sólo sígueles la corriente y sobrevivirás.

***

—¡Profesora! —una voz irrumpe el silencio ensordecedor que se planta cuando las parejas abandonan el campo abierto para adentrarse en el bosque de la Reserva; sólo la mujer ha quedado esperando al regreso de sus alumnos —Disculpe la demora, me perdí regresando del baño. ¿Y los demás?

—Ah, señor Brown, ya me preguntaba yo en dónde se habría metido. Sus compañeros están en una búsqueda del tesoro.

—¿De nuevo? Profesora, no se lo tome a mal pero nos ha hecho ese juego desde primer año. Lo jugamos tantas veces que parece más bien una tradición que una misión casual y divertida, pierde la gracia.

—Es por eso que siempre lo hago, Brown —la mujer sonríe melancólica—. Usted y sus compañeros son el primer grupo que tuve cuando inicié mi carrera en esta escuela, los primeros en llamarme "profesora". Por más que me saquen de quicio, fueron los que marcaron mi principio. Ahora es mi turno de ser la que les dé un buen final, ¿no le parece?

Daniel se queda perplejo ante tales palabras. Es la primera vez que ve a la mujer así de nostálgica; como si se despidiera de una buena parte de su vida.

¿Por qué solamente son los alumnos del colegio los tristes y nostálgicos, los que sufren al decir adiós?

¿Quién piensa en esos maestros que los vieron crecer, no sólo como sus alumnos, sino también como seres humanos?
Seres humanos preparados para los obstáculos que les deparará el futuro.

—Por poco lo olvido —los pensamientos del castaño se vieron interrumpidos— Te había emparejado con Terry pero no estabas aquí, así que tuve que asignarle a otra persona. Espero no le moleste.

Sin decir más, la profesora se hace a un lado dejando ver a quien será la pareja del chico durante lo que queda de la tarde.

Esa persona, la única persona a quien con mucho esfuerzo ha estado evitando durante varias semanas.

Esa a la que no tiene los huevos para enfrentar... Al menos no aún.

—Lucy...

***

Una hora y media ha pasado.

Los individuos continúan sin dirigirse la palabra.

La chica es la encargada de leer el mapa... que está al revés. Pobre, pobre chica. Está tan nerviosa por la cercanía del castaño que no ha notado su torpeza.

El neanderthal, digo el muchacho, presenta leve sudoración en las palmas de ambas manos. Estúpido, estúpido chico.
Está tan pendejo que no se le ocurrió secarse con las toallitas húmedas que trae en su mochila.

La rubia para de golpe cuando llega frente al gran árbol, lo mira de arriba a abajo y de nuevo hacia arriba.

El castaño la imita. Lo examina, mira el mapa de reojo y lo vuelve a examinar.

Pronto llegan a la misma conclusión:

Están bien perdidos.

—Estar perdido con Lucy no es algo bueno...

—Tal vez ahora sí podamos aclarar las cosas y volver a la normalidad...

Cuando no queda un solo espacio verde para admirar, sus miradas chocan creando un torbellino de emociones en el pecho del chico y un mar de ansiedades en el estómago de ella.

No tienen idea de cómo iniciar la conversación.

¿Cómo le hablas a la persona con la que no has tenido una pizca de intercambio verbal los últimos días? O peor, ¿cómo lo haces si esa persona es tu maldita pareja desde hace poco más de dos años?

Dejando todo el nerviosismo atrás, él es quien da el primer paso.

—Hace un buen tiempo hoy, ¿no?

Bravo, Daniel.

—S-sí... supongo...

Incómodo.

—Lucy.

La chica mantiene la cabeza gacha. Siente sus ojos picar cuando su nombre sale de los labios de su amado.
Jamás pensó que lo extrañaría tan mal.

—Lucy, mírame.

—No quiero...

—¿Por qué no me miras, Lucy? —a Daniel el rechazo le duele como la misma mierda.

—Porque siento que me romperé si eso hago...

—Por favor, mi cielo... Sólo... Mírame...

Con toda la fuerza salida de su interior, la chica eleva su cabecita para que él pueda verle.

Él en parte se arrepiente. Su bebé tiene los ojos colorados, se ve cansada, como si en cualquier instante se echara a llorar.

Se limita a tomar sus mejillas y, con la yema de sus dedos, acariciarlas.

El tacto tan cuidadoso a Lucy la calma, le dice que todo estará bien. Pero no es suficiente para quitar ese sabor ácido que tiene en la boca del estómago.

Se dejan estar por unos segundos, una con los brazos muertos y el otro con sus manos inquietas.

Daniel no resiste y acerca sus labios a los contrarios, provocando mil escalofríos en sus cuerpos, liberando a esas mariposas de las que muchas historias de amor hablan.

Es un toque suave, nadie los apresura, el tiempo se ha congelado.
Son ellos, Daniel y Lucy contra todos los demás, como siempre se han prometido.

Cuando el toque de bocas finaliza, sus frentes se mantienen apoyadas una en la otra; y luego de tanto tiempo Wilson se da el lujo de relajarse. Sin un Michael que la proteja del mal inexistente, ni una Sarah que quiera darle una lección de vida.

Y su felicidad vuelve, se siente viva de nuevo. Completa de pies a cabeza, llena en corazón y en alma.

Para Daniel es lo mismo, un huracán de pensamientos felices, de alivios anhelados y silencios que dicen mucho.

Es feliz porque su Lucy también lo es, no le vuelve a tener miedo a la fea soledad que le ha estado torturando.

Pero todo los momentos buenos tienen su final.

Y para Lucy ese momento fue demasiado corto.

Porque su chico se aleja de golpe, separa sus cuerpos cálidos que ahora se tornan fríos otra vez.

Trata de analizar la expresión horrorizada de Daniel, tiene miedo, algo le perturba. Le molesta no saber a qué se debe.

El castaño, sin que ella sepa, se encuentra en una lucha mental.

Las palabras de aquella víbora rastrera irrumpen sin permiso, arruinan sus buenos pero escasos minutos que acaba de tener.

—Ella se está muriendo porque ni la palabra le diriges. Imagina cómo se pondrá si se entera que le fuiste infiel...

Basta.

—Esa niña en algún momento se cansará de ti, de esperarte a que le des explicaciones. ¿Y sabes qué pasará? Te botará igual que todas las mujeres que se hartan de sus parejas. ¿Y tú? Sufrirás por ella, acabará contigo...

Dije basta.

La imagen mental de Amanda desaparece y él siente alivio. Al menos hasta que es suplantada por la de Lucy, la verdadera Lucy, llorando en silencio por el repentino alejamiento.

—¿T-tanto me odias? —él no contesta— Dime, Dan... ¿Acaso te avergüenzas de mí? ¿P-por eso no me hablas más?

—Nada de eso...

—¡¿Entonces qué mierda es?! —no puede evitarlo y explota, dejando que las lágrimas escapen sin control de sus ojos, provocándole varios espasmos y dificultad para respirar. Él intenta acercarse, ella se aleja un paso más— No t-te me acerques, por favor...

—Pero...

—Quédate lejos c-como todo este tiempo que pasamos separados —Lucy intenta regular su respiración pero le es inútil; grita de la frustración que todo le genera.

Iban tan bien en su relación, ¿qué fue lo que pasó?

Lucy quiere saber... Sólo desea regresar en el tiempo y cambiar ese suceso que acabó con su historia de amor.

Desde una distancia prudente, es Daniel el que ahora suelta las palabras que ninguno de los dos creyó que oiría en mucho tiempo. De esas que piensa no se arrepentirá de decir si con ellas protege a la chica que más ama de lo que puede llegar a hacer la perra de Amanda.

Porque Daniel es un cobarde al no decir la verdad.

Pero, ¿de qué verdad hablar si ni siquiera él sabe lo que pasó esa noche?

Promete, jura averiguarlo aunque sea un completo reto, por más piedras que se le crucen en el camino; pedirá ayuda a quien esté dispuesto a brindarla, ya sea de sus amigos o de alguien más. Lo hará por ella, por su hermosa Lucy.

Mientras tanto, se asegurará de que nada malo le pase, que nadie pueda lastimarla de nuevo, ni física ni psicológicamente.

Mas esas palabras lo quiebra, los quiebran por dentro.

—Creo que debemos darnos un tiempo.

Y el alma de Lucy finalmente se rompe.

Sus delgadas piernas flaquean, le fallan, y cae de bruces sobre el duro suelo. Las manos le sirven como apoyo, o al menos hasta que nota que se ha lastimado al impactar con unas rocas.

Su vista se nubla por el mar que se ha acumulado en sus ojos. Es un caudal infinito, a pesar del incesante llanto parece no tener un final próximo.

Daniel siente el impulso de correr hacia ella, abrazarla fuerte, susurrarle al oído que aún no deja de amarla. Porque nada de esto es su culpa, nada.

No lo hace, no hace nada.

Deja que la chica se derrumbe sola, que llore, que grite, que se desahogue y elimine las mierdas que lleva acumuladas hace años.

Las burlas en la escuela, los gritos de su madre y los ataques de ansiedad no son absolutamente nada comparados con Daniel y la idea de dejarlo.

Si hay algo que aprendió en las películas es que cuando alguien dice que deben darse un tiempo, eso significa que jamás volverán a estar juntos.

Y ella no está lista para eso.

Tampoco está segura de que él sí lo esté... Quiere creer que está en lo cierto.

Su mundo vuelve a girar y puede respirar mejor cuando oye pisadas que se alejan de donde está.
Levanta la cabeza, encontrándose con el cuerpo del castaño dándole la espalda.

Y se enfurece.

Entonces es cierto, él sólo desea dejarla ahí tirada como si de un perro se tratase.

Sin embargo, el ojo humano sólo ve lo que quiere ver. Porque Lucy no es capaz de identificar las gotas que caen sobre las hojas secas de otoño, ni siente la cara húmeda o los labios secos del otro.

Con la poca fuerza que todavía le queda, se levanta del suelo; tambalea un poco pero se mantiene estable.

La rabia, la ira, la impotencia. Forman un nudo enorme en su garganta, que ahora pincha, que ahora arde.

—¿Eso es todo? —pero él no responde, siquiera se molesta en mirarle a los ojos— ¡Contéstame, maldita sea! ¡¿Eso es todo lo que vas a decirme?!

—¡¿Y qué esperas que diga, eh?! —se voltea y Lucy puede al fin ver su desastroso estado— ¡¿Qué mierda quieres de mí, Lucy Wilson?!

Di que me amas —susurra, aflojando su expresión tensa—. Di que me amas y que nunca vas a soltarme, que esto es una broma, una cruel mentira. Dime algo bonito y alentador como siempre haces, hazme cosquillas hasta que ya no aguante más la risa. Por favor, Daniel... Sostenme fuerte y no me dejes caer... Porque no sé si logre aguantar una vez más...

Oye cada palabra, siente cada lamento, le duele cada puta lágrima que sale de esas perlas preciosas.

Vuelve a darse la vuelta con el corazón saliéndose de su pecho y se larga de ese lugar, aunque no sepa ni cómo encontrar a los demás.

Por primera vez en su vida, Daniel quiere estar solo e irse a su casa.

Por primera vez, Lucy cree que es preferible soportar los gritos de su madre que toda esta mierda.

Ella permanece en el mismo lugar por un largo rato, ya alguno de sus amigos la encontrará.

Él se aleja de aquel lugar maldito, sintiendo su cuerpo temblar por el frío ambiente que se ha plantado allí.

Porque cuando los ángeles lloran, hasta el mismísimo infierno se congela.








Más de 3040 palabras

Me costó escribir este cap. we :'v

Los quiero musho❤

Gracias por leer.

Les envió muchos besitos bien gays  :D

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