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=Conejito blanco=


Lucy estaba bajo la cama, escondida, asustada por el ruido de los platos de porcelana estrellándose contra la pared; los gritos cesaban únicamente para dar lugar a las palabras hirientes, de las que ella sólo distinguía la frase: "todo ha sido por tu culpa".

Mentiría si dijera que eso no la consumía. Oh, claro que lo hacía, y lamentablemente de una manera abismal, poco sana.

Tanto las rodillas como los codos comenzaban a dolerle. Aferrada a su conejito de peluche, ese que su papá había ganado para ella en la feria, cerró los ojos con mucha fuerza mientras viajaba a su lugar feliz; aquel donde, esperaba con ansias, pudiera olvidar toda su realidad para al fin ser una niña como las otras.

—¡Todo esto es tu culpa! —la temblorosa voz de su padre resonó por lo ancho de la planta baja—. ¿Creías que no me enteraría, eh? ¡Eres una falsa e hipócrita, mujer!

—¡¿Y si ya sabías que te metía los cuernos, por qué mierda no te separaste de mí antes?!

Lucy salió de su habitación con la piel de gallina, los cabellos de su nuca estaban erizados; su cuerpo le imploraba quedarse allí, resguardada.

Bajó las escaleras, pisando cuidadosamente cada escalón con sus pies descalzos. El suelo estaba frío mas no le importaba en lo absoluto, y al pisar la alfombra que adornaba la madera plastificada, permaneció quieta para oír la desgracia que se avecinaría pronto.

Para su fortuna, el ruido había acabado, los platos ya no volaban de aquí para allá, la pared que ahora debía estar abollada y maltratada no recibía más golpes.

—¿Por qué? —retomó la mujer, devastada—. ¿Por qué incluso sabiendo que cometí el peor de los actos permaneciste conmigo?

—Porque te amaba —respondió con simpleza, pero con el alma rota en su interior—. Te amaba, Julianne. Y fue ese mismo amor el que me hizo quedarme las noches de soledad cuando te ibas con otro, ese amor sincero y traicionero que me consumió los últimos años —su esposa lloraba desconsoladamente. Sabía que había conseguido arruinar su relación sin siquiera quererlo, y ahora se lamentaba—. Y mi hija, nuestra hija, ha tenido que acompañarme en ese dolor horrible. Ella también sufrió, mi amor, y no tengo dudas de que seguirá siendo así si no hacemos algo para salvarla.

Lucy sabía, algo se lo advertía, lo mucho que le dolería lo que iría a escuchar.

—¿Qué estás insinuando, Charlie? —se sorbió la nariz en un intento de calmar su llanto—. ¿Quieres que nos separemos y olvidemos nuestra historia juntos? No pienses en la niña, ella lo superará con el tiempo...

—No —la interrumpió sin chances de detenerla.

—Crecerá, será una adolescente quisquillosa a la que no le importará ni un poco lo que sea de sus padres. Se sentirá mal ahora, sí. Pero más tarde eso ya no será su problema. No busques una excusa para alejarte de mí... por favor...

—Lo lamento, de verdad lo hago —Lucy oyó cómo las pisadas para nada suaves de su padre hacían rechinar el viejo piso de madera; se estaba acercando a su escondite—. Me duele dejarte, mi vida, pero me duele incluso más seguir fingiendo que todo va de maravilla entre nosotros.

Aquel hombre con los ojos llorosos y el semblante caído pronto ya estaba frente a la niña pequeña de cabellos dorados, quien todavía se encontraba aferrada al peludo conejito blanco.
La miró con ternura infinita, una pizca de empatía y amor. Se inclinó poco hasta quedar a su altura, acarició suavemente su mejilla, besó con sumo cuidado la frente.

Ella jamás, ni siquiera diez años después de aquel acontecimiento, pudo olvidar la promesa que él le hizo.

Promesa que nunca logró cumplir.

—Volveré, mi cielo, y te llevaré a vivir conmigo a esa casita en el campo de la abuela que tanto de gusta —él lo prometió—. Sólo debes ser fuerte un poquito más, ¿bien? Prométeme Lucy, prométeme que aguantarás un último golpe para así ser felices de una vez por todas.

—¿Cuándo vendrás por mí, papi? —preguntó Lucy al borde del llanto.

—¿Ves ese calendario colgado en el refrigerador? —ella asintió—. ¿Qué mes marca ahora, mi vida?

Sus ojitos adormilados se achicaron para ver con claridad las letras impresas.

—¿Octubre?

—Sí, cariño. Octubre —el hombre ya no creía poder retener el llanto—. Cuando tú leas en su lugar la palabra "Diciembre", ten por seguro, mi cielo, que yo estaré de vuelta para llevarte conmigo.

—¿Lo prometes, papi? —inquirió con una gran sonrisa.

—Lo prometo.

Él nos abandonó gracias a ti, maldita mocosa...》

—Te quiero, papi.

Él no te amaba...》

—Y yo a ti, bebé.

《Nadie te ama...》

[...]

Los días pasaban, y con ellos las esperanzas de Lucy crecían. Sabía que su papá regresaría por ella, ¿por qué no lo haría? Él se lo prometió.

Cuando bajó las escaleras aquella mañana pintada de blanco por la nieve, divisó la palabra con "D" que tanto deseó encontrar desde que él desapareció de esa casa.

Todo el mes de diciembre ella lo esperó.

Se había fabricado, junto al ventanal del comedor, un fuerte de almohadas y cobijas al que llamó refugio; todo lo necesario estaba allí, lo único que conservaría para cuando se fuera a vivir al campo de su abuela.

Una mochila con varias mudas de ropa y su conejito blanco. Eso era todo lo que ella se quería llevar de ahí.

Su mamá había estado muy rara los últimos dos meses, muy distante de su hija.
Apenas la veía por la casa, solía encerrarse en su habitación, la cual Lucy más de una vez había visto desordenada; no comía nada que no fuese sopa instantánea. ¿De su hija? Bueno, digamos que de milagro le dejaba a su alcance el tazón con leche y cereales.

Últimamente, la pequeña rubia vivía a base de eso.

Desde la partida de su ahora ex esposo, Julianne ha culpado a Lucy en un estúpido intento por quitarse todo el dolor de encima; cree que así, quizás, se mienta a sí misma diciendo que no fue una basura al meterle los cuernos al "amor de su vida".

No. Ella no aceptaría que fue inmadura y una completa idiota.

Y, cuando supo de la promesa de Charlie hacia Lucy, no pudo hacer más que continuar culpándose.

Su niña era una mocosa, demasiado inocente y crédula al confiar en las palabras de ese hombre que ahora era un desconocido.

Ella, en cambio, mujer fuerte que de fuerte no tenía nada, reconocía las promesas construidas con palabras débiles y susurros mentirosos.

¡Cómo no hacerlo si ella también fue la ama y señora de las blasfemias crudas!

—Él no volverá.

La pequeña de apenas ocho años, con la incredulidad y confusión plasmadas en el rostro, negó efusivamente con la cabeza.

—N-no, mami, te equivocas —Lucy deseaba que su madre lo hiciera—. Papi me dijo que vendría por mí, ¿ves? Ahí dice diciembre, mami. Dijo que volvería en diciembre.

—Te mintió.

—¿Por qué me dices esas cosas feas, mami? —la niña estaba nerviosa, comenzó a jugar con las orejas largas del conejo—. Él... él lo prometió...

Julianne dejó escapar una risa amarga.

—Los adultos prometemos cosas que no cumplimos —una punzada desagradable se instaló en su pecho—. Créeme... Lo sé.

—¡Mentirosa! —exclamó Lucy al borde del llanto— ¡Mentirosa, mentirosa!

—Cierra la boca...

—¡Es cierto lo que dijo papi de ti! ¡Eres mentirosa y por eso él te dejó!

Sin haberlo previsto, la mano de Julianne arremetió contra la mejilla de su hija dejándola roja y caliente.

—Tú —escupió con odio— no tienes derecho alguno a hablarme de esa manera, esta sigue siendo mi casa aunque tu padre no esté aquí —a medida que elevaba el tono de voz, la de ojitos claros se acurrucaba más contra su fuerte de almohadas—. Él te dejó. No a mí, a ti. Te prometió algo que sabía jamás cumpliría y aun así lo hizo. ¡Él no te ama, estúpida mocosa! Nunca lo ha hecho —le arrebató el muñeco de entre sus brazos y lo sacudió sin pudor alguno—. Esto es una mentira, una falsedad...

—M-mi conejito...

—... igual que el amor que decía tener por ti.

Se levantó en un abrir y cerrar de ojos, llevando al conejo consigo.

—¿A d-dónde te lo llevas? —no obtuvo respuesta—. ¡Mami! ¿Qué vas a hacerle a mi conejito?

—¡Lo quemaré!

Y el corazón de la niña dio un vuelco.

Mareo, náuseas, el pecho oprimido. Casi no podía respirar por más intento de ingresar oxígeno a su cuerpo, sus ojos se llenaron de lágrimas y nublaron su visión. También había comenzado a sudar frío.

—M-mami...

La pequeña intentó pararse y llegar hasta la cocina, a unos metros de allí, donde estaba la mujer.
Sin embargo no logró su cometido, ya que al poner un solo pie en la habitación sus piernas flaquearon, cayendo de bruces al suelo.

Julianne pegó un grito, presa del pánico.

Aterrada y sin saber qué hacer, tomó el cuerpo de su hija e hizo que esta la mirase a los ojos.

—M-mami —estaba temblando—, t-tengo miedo...

—Shh —trató de calmarla la mujer—, tranquila cariño. Sólo es un ataque de pánico, pasará pronto, mi vida.

"Mi vida". Su papá le decía así.

—No, mami... —la mayor pareció no entender— Me da miedo que papá no vuelva...

[...]

Lucy despierta agitada, son las manos empapadas en sudor y las lágrimas cayendo como cascadas.

Ya no está tumbada en el piso de la cocina.
Ahora se encuentra en el salón de clases, sentada en el último banco de la fila.

Apenas al incorporarse se da cuenta que varios pares de ojos la observan sin disimular; algunos le dan miradas de pena, otros con sincero dolor.

Se queda estática sin saber qué hacer, ya no sabe cómo debe reaccionar.

Nunca estuvo en una situación similar.

Recordar el peor día de tu vida, ese que provocó un hueco en tu alma, no pasa muy seguido.

—Nena... —un susurro proveniente de la boca de Sarah llama su atención— Estás temblando...

Lucy ya lo sabe, es muy consciente de ello.

Quiere hablarle, decirle que es normal en ella, que todo estará bien y no hay de qué preocuparse.

Pero lo único que le sale es elevar la mano derecha mientras tiembla visiblemente, delante de todos sus compañeros y del mismo profesor Coleman. Así se mantiene con la mano alzada y los ojos clavados en su banco, humedecido por las lágrimas, para no tener que enfrentar la realidad de saber que luce terrible.

Sólo quiere irse a casa y abrazar a su conejito blanco.

El conejo blanco que, luego de su primer ataque de pánico, su madre no tuvo el valor de destruir.

Ya suficiente la había hecho sentir menos como para además arrebatarle lo único que le quedaba de su progenitor.

Coleman, hombre amable y carismático, comprende que Lucy necesita salir de ese lugar. Las personas le sofocan, ella no desea estar ahí.

Por eso basta un sencillo asentimiento de cabeza para que salga disparada a los baños donde cree estará segura.

Su respiración se vuelve cortante, el aire no llega a los pulmones y sus piernas no paran de temblar. Utiliza los casilleros como apoyo, siente que ha corrido demasiado.

Trata de tranquilizarse, aún debe llegar bien al baño.

Pero antes de recuperar el aliento y continuar su camino, una mano la toma de la muñeca deteniendo su andar. Es empujada hasta quedar frente a la persona que ahora la acurruca en sus brazos, apoyando el mentón de la chica en su hombro.

Lucy abre ambos ojos de forma desmesurada, el asombro... simplemente no puede con él.

En sus brazos se siente segura, protegida de todo lo que pueda llegar a hacerle daño, incluso si se trata de él mismo.

—Daniel...

—Shh —ella puede jurar que sintió al chico sonreír—, gastarás oxígeno si intentas hablarme. No quiero que te hagas daño.

Ella trata de zafarse sin éxito.
¿Para qué? Pues ni ella lo sabe. Se siente tan bien estar así otra vez.

—Pero...

—Recupera el aliento con calma, mi vida —Lucy casi se siente desfallecer. Extrañó tanto que le dijera así, que pronto se largaría a llorar—. No te asustes, no te alejes de mí —¿esto está pasando o es otro de sus sueños?—. Porque yo no volveré a alejarme de ti... No me iré de tu vida como él lo hizo.

[...]

Wuuu

Tiempo sin actualizar esto, ¿verdad?😅

¿Me extrañaron? Yo sé que sí 😏

En este capítulo, no les voy a mentir, me dolió hacer sufrir a bebé Lucy 😿

Peeero, por otro lado, el maldito (también bebé) de Daniel hizo que las neuronas se le conectaran y ¡puf!

Ya me estaba desesperando su idiotez 😑

(Mentira bebé DanDan, yo te amo❤)

Espero hayan disfrutado el cap. mis fieles lectores que votan y comentan...

Y de ustedes no me olvido, lectores fantasmitas👻💞

Los amo💖

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