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=Carta a un enamorado=

Dicen que todo ocurre por alguna razón, que nada es casualidad en la vida, cada uno tiene su camino escrito que se une con otros caminos más.
Cada uno de estos caminos, senderos, nos llevan a encontrarnos con momentos únicos, situaciones felices o tristes, que se convierten en una anécdota fascinante.

Nunca creí en el destino, no me atreví a convencerme de que mi vida era una especie de libro escrito por algún ser superior o divino, como se solía creer en la mitología griega.

Tampoco acepto que las cosas se dan por puras casualidades de la vida. Porque, si así fuera, no podría el día de hoy asegurar con certeza que lo nuestro sí pasó por alguna razón.

Hay quienes creen en la leyenda del Hilo Rojo. Ese mito que la mayoría ama porque tiene la esperanza de tener a alguien especial en este mundo; y que, sin importar qué, esa persona siempre estará unida a ella.

No fue casualidad conocernos.

Tampoco fue cosa del destino.

Descarto la idea del Hilo Rojo que supuestamente nos ha unido desde nuestro nacimiento.

Entonces, ¿cómo fue que terminamos así?
¿Qué clase de fuerza extraña y poderosa logró que dos personas tan diferentes acabaran juntas?

Siempre me he preguntado lo mismo.

Y, como siempre, jamás logro alcanzar la respuesta.

Quizás todo inició el día que llegaste a la escuela, con tu cabello perfecto y esa sonrisa tan encantadora.

O, tal vez, al atreverte a pedirme prestado un lápiz, incluso sabiendo que no debías hablar conmigo por ser la chica rarita y rechazada del salón.

A ti no te importó.

Me hablaste, me miraste a los ojos y sonreíste de una forma tan pura y sincera que mis sentidos fallaron, comencé a tenerte confianza, formaste parte de mi acotado grupo de conocidos; nunca te alejaste de mí, por más que tus amigos te lo pidieran de rodillas, ellos aseguraban que estar conmigo arruinaría tu imagen o algo así.

Apenas teníamos catorce cuando tus coqueteos iniciaron.
Al principio me parecían tiernos, te veías muy seguro cada vez que me decías cosas lindas frente a mi mejor amigo. Él solamente nos observaba desde una distancia prudente; no lo sabes, nunca te lo dije, pero desde un principio Michael shippeó "Danucy".

Con el paso del tiempo, tus coqueteos inocentes pasaron a un nivel más serio.
Te tomabas la libertad de llamarme "bonita", "linda" o "princesa" frente a tus amigos -esos que tanto me odiaban por alejarte de sus vidas- y cada vez que nos enviaban a realizar proyectos en parejas, tú solías ser el primero en pedirme de compañera, logrando la atención de las miradas curiosas de nuestros compañeros.

Esas miradas que lograban ponerme colorada.

Siempre fui una chica tímida, Daniel Brown. Y eso a ti te encantaba.

Yo, por otra parte, no comprendía por qué alguien tan extrovertido y alegre como tú se la pasaba detrás de una chica tan tímida y con autoestima baja como yo.

Muchas veces te lo he hecho saber y ,por cada vez que abría la boca, me lo recriminabas como un padre reta a su hija al hacer una travesura.

Me decías que me callara, que mejor me viera cuidadosamente en un espejo o incluso en el reflejo del agua, que me diera cuenta de lo bellísima que soy, que lo aceptara y lo gritara a los cuatro vientos. Prometiste que, si aceptaba salir contigo, me harías la chica más feliz de la Tierra y podría ser la única que pudiera tomarte de la mano y besarte en los atardeceres.

Es por eso que acepté, cuando cumplí los quince años de edad, salir en nuestra primera cita.

Recuerdo que me llevaste al cine, vimos una película de terror como hacen en esos tontos clichés, donde los chicos creen que es su oportunidad para abrazar a la chica porque está desprevenida.

Fue una mala idea.

Fue tanto el miedo que tuve a mitad de una horrible escena que, ni bien tuviste la intención de rodearme con tus brazos, pegué un brinco, te golpeé en el estómago y tiré las palomitas.

Sentí tanta vergüenza al ver esa cantidad de personas observándome que sólo pensé en dejarte allí y correr, alejarme de todo.

Mas, al querer levantarme de la butaca, tus brazos volvieron a rodearme, jalándome hacia tu cálido cuerpo.

Fue tan raro para mí el hecho de tener que esconder mi cara en tu blanquecino cuello.
Sin embargo, fue aun más extraño sentirme tan a gusto con un chico que no fuese Michael; me sentí protegida, pude entender cómo te preocupabas por esta chiquilla tan insegura de sí misma.

Un año pasó, lleno de citas, la siguiente más alocada que la anterior. Ahora eran simplemente anécdotas, permanecerían en el tiempo y en nuestras memorias también.

Como esa vez que me llevaste al parque de diversiones y nos subimos a la montaña rusa acuática, quedando completamente empapados de pies a cabeza. Fue mala idea ir en invierno, Daniel.

O aquella vez en clase de Literatura cuando tuvimos que hacer poemas para el catorce de febrero.
Te paraste frente a toda la clase sin que nadie lo pidiera, y comenzaste recitando tus hermosos versos mientras tus ojos avellana se conectaban con los míos.

Tuve la sensación de que el mundo se paralizaba, al único que veía eras tú y a la única que veías tú era yo.
Jamás me sentí tan especial como cuando las palabras llegaban a mis oídos, endulzándolos cual miel de panal.

Le he pedido tanto al cielo
que me enviara una estrella,
tan luminosa y bella
que supiera calmar mi dolor.

La esperé por tantos años
mirando desde mi ventana;
Para que cuando llegara
la pudiera recibir con amor.

A medida que el tiempo pasó
fui perdiendo la esperanza;
Si ella no se presentaba
se me rompería el corazón.

Pronto llegó a mi vida y
me invadió con sus sonrisas.
Los sonrojos y silencios
que supe aprender a amar.

Los míos por ahí contaban,
era una estrella rechazada,
abandonada y triste
que nadie supo valorar.

Siempre se veía cegada,
la bella estrella acomplejada
Queriendo ser como otras.
¿Hasta dónde deseaba llegar?

Estrella, estrellita fugaz,
jamás se quedaba quieta;
Y en cuanto querías acercarte a ella,
se alejaba una vez más.

Hermosa, delicada, perfecta.
Ya no puedo otra cosa desear;
el cielo me ha regalado
un tesoro especial》

Aún recuerdo perfectamente cómo los demás me miraban fijamente, algunos con odio y otros con ternura. Sentí mis mejillas calientes, supuse estaban coloradas a más no poder.
Sin embargo, poco me importaba porque tus palabras ocupaban mis pensamientos, y los sentimientos inundaban mi corazón.

Hoy lamento no haber sido lo suficiente para ti.
Jamás te escribí un poema, ni te dediqué una bonita canción, todas las cosas que me brindaste, tu amor, tu cariño, tus palabras de aliento; temo que no puedo ser tan romántica.

De todos modos, siempre te estaré eternamente agradecida por nunca lastimarme como él alguna vez lo hizo.

Gracias por amarme y sostenerme en las buenas y en las malas.

Te amo, Daniel.

Con amor, Lucy.

❤❤❤
Bueno, acá un capítulo especial de cómo se conocieron Daniel y Lucy, y de cómo su relación fue evolucionando.

¡Gracias por leer!

Dedicado a Morawater

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