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=Amargura=

Después de la charla que tuvo con Lana, Lucy decidió que debía esclarecer su mente. Y nadie mejor para hacerlo que Michael Henderson.
El único problema era que su buen amigo Mike se había ido de visita a casa de sus tíos, a las afueras de la ciudad; por lo tanto, no le quedó más remedio que ir al hogar de la segunda persona a la que le tenía más confianza: Sarah Jones.

—¿Estás segura de lo que dices, nena? —vuelve a preguntar la peliazul en un tono apaciguado.

—Es lo que digo, Sarah —la menor permanece sentada sobre la cómoda cama de su amiga, mientras ésta le acaricia la cabeza en un gesto fraternal—. Lana sabía lo de Daniel hacía meses, ella me mintió y lo estuvo ocultando desde entonces.

—Quizás sólo intentaba protegerte —asume la mayor en medio de un suspiro—. No te hagas ideas erróneas sobre las intenciones de otros, Lucy... Eso nunca sale bien, terminamos hiriendo a quienes más amamos.

Lucy nota el aura triste que emana Sarah, algo muy raro en ella, claro, por su espíritu rebelde y algo tosco.

Cuando está a punto de preguntar por ello, es la misma chica quien le responde sin siquiera oír el interrogante.

—Terry ya lo sabía —esas palabras le caen como un balde de agua helada a Lucy, ¿él también fingió ser su amigo para encubrir a Daniel?—. O eso supongo, no lo sé en realidad. Lo que sí tengo por seguro es que ya ninguno de los dos se dirige la palabra.

—¿Cómo dices?

—Sí, es un hecho. Terry está muy irritante estos días y Daniel más silencioso de lo normal —al ver la cara de preocupación de la rubia,  agrega—: Pero no tienes por qué ponerte mal por ellos, nena. Es un problema suyo y, como amiga, te recomiendo que te mantengas alejada. Ya bastantes problemas tuviste estos meses. Pruébate este.

Ah, eso.

Resulta que, aprovechando su visita de último minuto, Sarah quiso que Lucy se lleve a casa unos vestidos que ella asegura no le quedan más.

Aunque en realidad sólo le sirvió como excusa para que la rubia despejara su mente un poco y no pensara tanto en el castaño que rompió su corazón... Ni en el peliverde que ahora quería repararlo.

—Lucy —llama la peliazul observando a la más pequeña—, ¿soy yo o estás más delgada que la última vez que viniste?

Y es que no puede ser más evidente, a la chica ya se empiezan a notar un poco las costillas, sus muslos perdieron masa y su carita algo cachetona se encuentra chupada.

—Evitas comer, ¿no es así?

Un asentimiento es lo que recibe a cambio y exclama con firmeza:

—¡Mamá, Lucy se quedará a cenar esta noche!

—¡¿Me estás preguntando o me lo estás proponiendo?! —grita desde la planta baja la mujer.

—¡Te estoy avisando!

—N—no hace falta hacer eso, debo regresar a casa. Mamá debe estar preocupada pero gracias igualmente.

—Sabes que tu mamá no te espera en casa, Lucy —le dice mientras observa cómo la rubia se va quitando el vestido azul con volados—. Está bien, tú ganas. Al menos déjame acompañarte, ¿sí?

[...]

La puerta es abierta de golpe apenas pone un pie en el jardín delantero. Ya es tarde y el cielo oscuro es testigo de ello.

—Será mejor que no entren ahí —advierte una agitada Lana a las otras dos que apenas vienen llegando—. Tía Julianne llegó más temprano y trajo una muy desagradable compañía.

Sarah, todavía confundida, está por rechistar diciendo que es una exageración de la de ojos esmeralda, mas cambia de parecer cuando la mano de Lucy que sujeta se tensa.

—No me digas que...

—Sí —admite Lana—. Vino de visita a la ciudad.

—No entiendo nada, ¿de quién hablan?

Dirige la mirada hacia Lucy quien, luego de tragar grueso y respirar hondo, dice:

—Nuestra abuela Mara está aquí.

[...]

Casi al otro lado de la ciudad, cuatro adolescentes se encuentran reunidos en la esquina de Melbourne y Wallace charlando amistosamente como gente civilizada.

—¡Eres un maldito hijo de perra, Allen!

Sí. Muy civilizada esta gente.

—¡Tú le tocas un pelo y estás muerto, Jones! —exclamó con furia Eric Miller.

—Cierra la jodida boca, Eric —pidió el pelirrojo—. Terry te derribaría con solo soplarte en la cara.

—¿Y tú qué? —contraataca Nathan—. ¿No deberías estar fuera de la ciudad?

—¡Qué te importa!

—Le mentiste a tu mejor amiga, eso me importa —el de lentes da un vistazo a su alrededor, asegurando que nadie los escuche ni reconozca—. Ella no se merece esto, amigo. Es un angelito caído del cielo.

—Sólo la protejo.

—¿Mintiéndole en la cara y abandonándola cuando más te necesita? —pregunta Terry en burla—. Sí, qué gran forma de protegerla.

—Tú tampoco haces mucho que digamos —observa Eric.

—Sarah me dijo que estará con ella, quedó en buenas manos.

De pronto escuchan unos pasos aproximarse a donde ellos se encuentran, los cuatro muchachos dirigen sus ojos a una figura cabizbaja que intenta pasar junto a ellos. Al parecer el desconocido no desea ser reconocido, ya que lleva puesta la capucha de su abrigo negro a la altura de su nariz; aunque también podría ser por el helado invierno que azota la ciudad y eso que apenas inició el mes.

Sus planes se ven arruinados cuando una ventisca fuerte logra quitar lo único que servía para pasar desapercibido, no le queda otra que lamentarse por no llevar puesta al menos una bufanda que cubriría su boca.

—¿Daniel?

[...]

—¡Pero qué horror, niña! —es lo primero que exclama la mujer entrada en años cuando las tres entran al comedor. Al parecer el tinte azul es demasiado para esta señora conservadora—. ¿Pero qué cosa horrible te hiciste a tu cabello?

Sarah la mira con repudio poco disimulado, para su suerte ella no lo nota.

—El tinte se va con el tiempo, señora.

—Señorita —le corrige indignada—. No tengo esposo.

—Entonces viuda —sonríe con sorna al mismo tiempo en que toma asiento.

Mara la mira con desaprobación.

—¿Este es el tipo de amistades que le dejas tener a tu hija, Julianne? Yo no te crié así.

—Tú no me criaste, mamá —le aclara con tranquilidad, sirviéndole un poco de pollo—. Estabas demasiado ocupada en el Bingo del pueblo como para hacerte cargo de mí, ¿te acuerdas?

—Y la historia se repite.

—¿Dijiste algo, cariño?

—Nada de nada —cuando Julianne está por servirle una pata del ave a Sarah, ésta la detiene quitando su plato—. No gracias, señora Wilson. Soy vegetariana.

—¡Oh, lo que faltaba! —pero no es la madre de Lucy quien dice algo sino su abuela—. Esa estúpida moda de los jóvenes de hoy en día, no entienden que los animales jamás se salvarán sólo porque ellos dejen de comer carne. ¡Tremenda tontería! Con el cuento de que también salvan al medio ambiente, ¡bah! ¡Oh, y no me recuerden a los homosexuales! Esos son otra aberración del universo, aunque no tanto como esas... esas, ¿cómo las llaman? ¡Feministas! Que una mujer puede trabajar y ganar lo mismo que un hombre. ¡Son puras patrañas! En mi época, ya en la pre adolescencia nuestras madres nos educaban para atender y servir a quien fuese nuestro futuro marido, también a asear bien la casa y cuidar a nuestros hijos. Claro que antes los que decidían cuántos hijos habría en la familia era el esposo, a nosotras nos daban la oportunidad de elegir sus nombres. ¡Ah! Eran buenos tiempos.

Cuando termina de hablar y dar sus opiniones es cuando se da cuenta que las otras se han quedado sumamente calladas; Sarah y Lana conteniendo sus ganas de contradecir todo lo que la anciana criticó, Lucy con la mirada perdida en la ensalada de col y Julianne aún con la fuente del pollo en mano.

Sarah tiene ganas de gritarle, ¿quién se cree ella que es para criticarle su estilo de vida? Ella es feliz, ¿qué importa?

Lana siente lágrimas acumuladas. Sus dos mejores amigos son gays y además están saliendo juntos, ¿qué problema tiene su abuela con ello? Son felices, ¿qué más da?

Lucy quiere huir de ahí. Si por algo no le agradan las visitas de su abuela es porque la anciana se dedica a criticar y juzgar todo aquello que, según como le enseñaron hace años, no es lo correcto o normal.

Julianne... Bueno, ella no puede reclamarle nada. Al fin y al cabo es su madre.

—Y... ¿comemos ya?

[...]

—¿Qué haces tan lejos de tu casa y a estas horas, Daniel?

El ambiente se puso tenso en cuanto reconocieron al castaño vagando por aquella calle solo y con frío.

—Lo mismo debería preguntarles a ustedes —su voz sale algo ronca, se nota a leguas lo tomada que está.

—¿Lloraste?

—¿Qué?

—He dicho si lloraste —insiste el peliverde.

Daniel niega pero Terry es su mejor amigo, nadie puede mentirle a su mejor amigo y mucho menos si es un Jones.

Terry se acerca a paso apresurado al cuerpo del castaño, éste cree que va a darle una buena paliza por todo lo que pasó con Lucy desde que dejaron de hablarse.

Le sorprendió sentir unos brazos rodearlo cálidamente seguidos de unos golpes en la espalda. Su felicidad es infinita aunque no lo demuestra por inseguridad.

Los demás presentes se limitan a mirar la escena sin saber qué hacer.

—Ya, ya, DanDan —oh, Daniel siempre odió ese apodo, pero viniendo de su hermano de otra madre no se queja ni opone resistencia—. Relájate, Terry está aquí para consolarte, amigo... Terry está aquí para cuidar de ti.

Y las defensas de Daniel Brown bajan con esas simples palabras dichas a su oído. Rompe en llanto y abraza con fuerza al más alto como si temiera que se desvanezca en cualquier instante.

Eric mira a los amigos enternecido, se deja llevar por sus impulsos y toma la mano de Nathan para jalarlo junto con él al abrazo de los otros dos.

Michael queda alejado del círculo que se formó, observa con desconfianza al idiota que rompió a su Lucy. Siente que no sólo la traicionó a ella, sino también a él prometiéndole que la cuidaría.

Una voz dentro de su cabeza despierta una alarma en él, provocando que su vista se centre en las ojeras con las que carga el chico. Aunque sea de noche, nota las bolsitas que cuelgan bajo sus ojos almendrados. Lo que le lleva a una conclusión:

Daniel no estuvo durmiendo bien.

Supo desde siempre que el chico tenía problemas de insomnio y era capaz de quedarse despierto varias noches seguidas, pero creyó que esos episodios desaparecieron después de salir formalmente con su amiga. Al menos así lo dijo la madre de Daniel.

Tal vez está completamente equivocado y no sólo es Lucy la que sufre su separación. Es su turno de confirmarlo.

—¡Oye, Brown!

El susodicho se dirige hacia el pelirrojo de pecas abundantes, aún con los ojos enrojecidos y el resto de lágrimas secándose sobre sus mejillas.

—No me agradas.

—Por favor, Mike —interrumpe Eric.

—Cállate, no he terminado —contradice, hastiado—. No me agradas pero eso no quiere decir que no quiera verte con la chica que dices amar... Claro, si es que eso es cierto.

—Lo es y tú lo sabes.

—No —Michael trasmite tanta  indiferencia que hasta Nathan lo empieza a indagar con la mirada—, no lo sé. De hecho no sé nada de lo que ha pasado en los últimos meses que haya involucrado a Lucy y siento lástima por ella, ¿sabes? Quiero decir... Es tan vulnerable.

—¿A qué viene todo esto?

Pero el pelirrojo ignora de principio a fin la pregunta del ojimiel.

—Pasar todas las mañanas por ella para ir a la escuela, esperando que me reciba con esa sonrisa tan brillante y agradable, para que Lana me diga que no quiere ni salir de la cama porque evita a un idiota al que se veía obligada a ver cómo la ignoraba en los pasillos y los salones...

—Suficiente, Henderson.

—Oírla llorar por teléfono cada madrugada cuando me llamaba, incluso cuando sabía  que quizás nadie respondería del otro lado. Yo siempre estuve ahí para lo que ella necesitara.

—¡Cállate!

—¿Dónde estabas tú, Daniel? Si es que ese es tu verdadero nombre —una sonrisa casi psicópata se dibuja en el rostro del muchacho mientras los otros tres veían y escuchaban—. Eres tan mentiroso que me da gusto que mi mejor amiga se haya alejado de tu vida. ¡Felicidades, Brown! Ya puedes tener la maldita conciencia limpia e ir a revolcarte con la perra de Amanda, tal como hiciste esa noche.

—¡Eso no pasó! —grita Daniel con clara molestia. Las lágrimas en sus ojos vuelven a acumularse mas se nota que hace todo lo posible para mantenerlas allí—. Nada de eso pasó, todo es mentira.

—¿Qué pasó aquella noche entonces, Daniel? —inquiere Terry con curiosidad y preocupación.

El castaño agacha la cabeza y niega frenéticamente evitando mirar a sus compañeros.

Nathan siente empatía por él, se acerca cuidadosamente aún aferrado a la mano de Eric, apoya su mano libre sobre el hombro del contrario y dice:

—Daniel, estamos aquí para ti. Ninguno te juzgará ni señalará porque nosotros tampoco somos perfectos y eso está bien porque de los errores, por más grandes que sean, se aprende. ¿Sabes que es lo único que me inquieta? —el castaño niega, a lo que el de lentes continúa—: no creo que este error lo hayas cometido tú. Así que necesito, necesitamos que nos digas todo lo que recuerdes de esa fiesta.

—No lo hagas por nosotros, amigo —insiste Terry—, sino por ti y por Lucy. Nadie merece saber más que ella porque algo me dice que no está pasando un buen momento justo ahora.

[...]

—No estoy pasando un buen momento justo ahora —acota la rubia, viendo desde una distancia razonable cómo su madre le masajea los pies a la anciana.

—Mírale el lado bueno —dice entonces una peliazul que se dedica a devorar los chocolates con nueces que dejaron en la mesa del comedor—. Tu abuela no tiene los pies tan hinchados como la mía. Esos son realmente horribles.

—Eso porque no nos está visitando en verano —agrega Lana—. En julio es cuando sus pies de tan hinchados se le empiezan a poner azules.

—¿Azules como mi desastroso cabello?

Sarah y la mayor de las Wilson comienzan a reír al recordar las ocurrencias de la abuela Mara durante la cena. Se detienen al ver a la menor algo ida en su asiento.

—Sólo se quedará esta noche, Lucy.

—Pero una noche es suficiente como para que ella quiera llevarme otra vez a Nueva Orleans.

Sarah casi se atraganta con una nuez.

—¡¿Cómo que otra vez, Wilson?! Jamás me dijiste que visitaste Nueva Orleans, ¿es bonito allá?

—En realidad —comienza a contar la mayor—, la abuela Mara nos visita una vez al año para convencer a tía Julianne de ir a vivir con ella ya que vive allá —suspira con pesadez—. Cree que está en deuda con su hija por nunca cuidar de ella, así que insiste en que al menos puede hacerse cargo de una de nosotras y educarnos a la antigua para ser "mujeres de bien".

—Cielos —Jones se imaginó a su amiga en un futuro, con un esposo mandón y siete hijos a los que se vería obligada a cuidar—. Si esa vieja me caía mal, ahora me cae peor. ¿Hace cuánto está haciendo esto?

—Desde que cumplí trece —contesta Lucy—. Sabe que, como los padres de Lana le dieron la custodia a mi mamá, ella no podría llevársela a menos que ellos volvieran de Francia y aceptaran ante un juez. Pero Lana ya cumplió la mayoría de edad.

—Entonces la única opción eres tú —razona.

Lucy asiente con tristeza.

—Eso no pasará —sentencia la chica de mirada intensa—. No voy a dejar que esa arpía te lleve lejos, que te aleje de todos nosotros es algo inaceptable.

—Ya suenas como Michael —bromea Lana.

—Sí, al menos algo bueno me pegó el muy idiota.

—Sarah.

—No me disculparé por eso.

En ese instante, el teléfono de Lucy comienza a sonar. Se disculpa con las demás mujeres allí presentes y entra a la cocina para poder atender la llamada. A pesar de ser un número desconocido, la chica siente algo dentro suyo que le pide, le grita y suplica que responda al llamado.

—¿Hola? —dice con tono dubitativo.

—Tú y yo tenemos que hablar sobre Daniel.

—¿Qué? —la chica apenas puede procesar lo que le dice la voz detrás del celular—. Lo siento pero no comprendo lo que me dices.

—Ya me lo agradecerás después, Wilson —la voz se oye agitada y a la vez bajita, como si se estuviese ocultando de alguien—. Nos vemos mañana a primera hora en el callejón Dion.

Cuando escucha los tonos que indican el fin de la conversación, la joven se batalla mentalmente sobre ir o no a la dirección dada.

—Siento que ya escuché esa voz antes —es lo único que susurra antes de abandonar la cocina y comentarles a Lana y Sarah lo ocurrido.

—No tiene sentido —dice Lana un tanto desesperada—. ¿Por qué alguien te llamaría a mitad de la noche para decirte que deben hablar sobre Daniel? Lo suyo ya quedó enterrado en el pasado, sin ofender.

—Tienes razón —admite Lucy con los brazos en posición de jarra—. Como sea no iré, seguro sólo es una broma de mal gusto y ya estoy harta de que siempre me tomen de punt...

—Ve —interrumpe Sarah. Las Wilson dirigen sus ojos a la chica de cabello azul que se encuentra apoyada en una columna mientra medita bien sus siguientes palabras—: Tengo una estúpida pero muy convincente corazonada.

—¿Estúpida?

—Y convincente —remarca bajo la reprobatoria mirada de Lana.

—¿Por qué no confío en ti? —se preguntó la mayor, más para sí misma que para la peliazul.

—Que un Jones te haya dado motivos para desconfiar no significa que ninguno sea de fiar —es lo que dice con un tono cantarín para, posteriormente, despedirse e irse de la casa con la excusa de que sus padres deben estar preocupados por ella.

—Hagas lo que hagas —susurra Lana sin perder firmeza en su tono de voz—, te apoyaré sin importar qué.

Lucy responde con un vago asentimiento, agradecida de tenerla consigo y poder confiarle todos sus problemas y dudas.

La velada termina con una arrugada abuela roncando un el sillón de la sala y Julianne bebiendo vino sobre la barata alfombra donde algún día se recostaba con su ex esposo a mirar películas o prometerse las mil y un estrellas.

Lucy, quien aún no ha podido conciliar el sueño, entra sigilosa a la habitación donde su prima duerme profundamente. Sin intención alguna de despertarla, se abre paso bajo las cálidas mantas que cubren su cuerpo. Unos brazos la rodean a la altura de su tórax y cierra los ojos bajo la protección de su mayor.

—Todo será mejor mañana —susurra la susodicha en la fría  oreja de la rubia.

—Todo será mejor mañana —repite Lucy, con la leve esperanza de que aquello que tanto desea se cumpla.







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Falta 1 capítulo + el epílogo para que esta historia termine :)

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