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Capítulo dedicado a law127 

por apoyar siempre votando 

y comentando. Te tengo en el cora🖤🩶



ᴘʀᴇᴛᴛʏ ᴡᴏᴍᴀɴ, ᴛʜᴇ ᴋɪɴᴅ ɪ'ᴅ ʟɪᴋᴇ ᴛᴏ ᴍᴇᴇᴛ


Decidí no volver a casa aquella noche. En cambio, fui a la de Cailin y dormimos juntas en su enorme cama. Era lo mejor, de lo contrario, habría pasado lo que quedaba de noche mirando a la ventana, comprobando si Kilian había decidido ir a por mí o quien sabe qué. Aunque lo de dormir era relativo. No podía, me era imposible y muchísimo menos tras lo ocurrido en la fiesta. No dejaba de darle vueltas a todo. Cuestionándome si Dexter estaría enfadado conmigo por desaparecer constantemente, si alguien me vio vendiendo, o si Kilian me sorprendería al día siguiente colocándome una pistola en la cabeza.

Y así vi las horas del reloj de la mesita de noche de Cailin, que pasaban sin descanso. Los rayos de sol pronto comenzaron a notarse a través de las gruesas cortinas de la habitación. Y tras unas cuantas horas en las que me di cuenta que no iba a dormir ni pizca, decidí levantarme y darme una ducha, así por lo menos invertiría el tiempo en algo productivo. Cuando terminé, mi amiga siguió dormida en su cama, lo que era de esperar si la noche anterior regresamos casi a las cinco de la mañana. Volví a acostarme a su lado, solo que esa vez sobre las sábanas y volví a darle vueltas a todo. Tenía el móvil a un lado, pero me daba miedo mirarlo por si Kilian me había avisado de algo. Era evidente que tendría que afrontarlo tarde o temprano, pero algo en mí me decía que no era buena idea. Por suerte, Cailin comenzó a revolverse y a abrir los ojos en mi dirección, aunque apenas podía enfocarme bien.

—No has dormido, ¿no? —habló con voz ronca tras el sueño.

—No.

—¿Nada? ¿Ni una hora?

—Nada.

—Ay Dios, Effie... —susurró para después restregarse los ojos con su puño—. Anda, bajemos a desayunar.

No me opuse a ello, aunque tampoco tenía apetito, todo estaba revuelto en mi interior. Bajamos por las escaleras de cristal y cruzamos el pasillo hasta el comedor de la estancia. El apartamento de la familia de Cailin estaba en la calle 57, lugar donde habitan lujosos y altísimos rascacielos, como también los más caros. Por algo era conocida como "la fila de los millonarios". Y este no debió de ser el más barato de ellos precisamente. Era una instancia enorme con dos plantas y habitaciones para aburrirse.

Della, la ama de llaves de la familia, nos asaltó en cuanto nos sentamos en la mesa. El resto de la familia debió haber desayunado hacía rato puesto que la mesa estaba recogida.

—Señorita Cailin, buenos días. Señorita Effie, buenos días a usted también. ¿Durmieron bien?

—Yo sí, pero ella no tanto. Deberías tomarte un café, Eff —comentó Cailin frente a mí para después soltar un bostezo.

—Bueno...

—Mandaré a que les sirvan el desayuno enseguida.

Della salió por la puerta y, poco tiempo después, aparecieron más personas procedentes del servicio, sirviendo platos y bebidas por doquier, convirtiéndose en un bufé libre privado listo para que te sirvieras lo que más te gustase. Y así era cada comida que se servía en esa casa. Unté una tostada con mantequilla y me serví leche con un poco de café; necesitaba mantenerme en pie. A mitad de nuestro desayuno, la madre de Cailin hizo acto de presencia, lo cual me sorprendió. La última vez que la había visto fue en una casa completamente destrozada por una fiesta que no me gustaba demasiado recordar. Sin embargo, aquella mañana estaba sonriente y espléndida. Era una mujer alta, delgada y elegante. Su cabello, al contrario que el de su hija, era una larga melena casi pajiza. Una mujer de revista, sin lugar a dudas.

—Hola, chicas. ¿Qué tal la fiesta de anoche?

—Bien. Me lo pasé genial con Effie.

—Me alegro mucho de que pudieras ir, Effie. He visto que el hijo de los Lexington fue el que te invitó, no se habla de otra cosa esta mañana.

—Sí... ¿Dónde lo ha visto?

—Cariño, sales en muchas revistas hoy, de eso seguro. Llevabas un vestido que aún no estaba en ninguna colección de la marca y fue toda una sorpresa para el mundo de la moda —respondió sentándose al lado de su hija para servirse un café.

—¿Revistas? —cuestioné dejando caer la tostada en el plato.

—Hala, Effie. ¡Qué fuerte! Voy a buscarlo en internet. —Cailin dejó la taza de café para comenzar a teclear en su móvil.

—¿Cómo está tu padre? —Agradecí el cambio de tema cuando la señora Lockwood volvió a dirigirse a mí.

—Bien. Lleva dos semanas de viaje dando conferencias.

—Oh, por supuesto. Desde que lo conozco, siempre anda en algo. Dale recuerdos cuando le veas.

—Lo haré —respondí con una sonrisa.

—Pues sí que es verdad que apareces —intervino la rubia volviendo a la conversación de antes—. Pero no parecen mencionarte, solo al vestido.

Sus palabras me tranquilizaron más allá de ofenderme. No me sorprendía que no lo hicieran, porque eso quería decir que sabían quién era y de quien era hija. Lo que a mí me sorprendía era que alguien como Dexter hubiese aceptado ir a mi lado sabiendo lo que se hablaba.

Cailin también había aparecido y es que el diseñador de su vestido lo había bordado, era precioso. Estaba claro que un Lockwood siempre aparecería en alguna sección de una forma u otra; después de todo, eran personas con mucha influencia en los medios. Pero quien solía acaparar la atención era Camille. Ella siempre era noticia por algún acto o un escándalo; fuese lo que fuese, siempre aparecía divina. Me preguntaba si conocería la prensa su paradero actual.

Terminamos el desayuno y dedicamos la tarde de domingo a jugar a juegos de mesa. Sentía que mi teléfono ardía en su habitación, con llamadas y mensajes de Kilian. Probablemente me estaba ganando su enfado a pulso, y quizás lo mejor era concertar una quedaba para comentarle lo del dinero, pero no me atrevía si quiera a mirar el teléfono, mucho menos a hablarle.

Cuando se hizo tarde, decidí recoger mis cosas, vestirme con un atuendo prestado de Cailin y su coche privado me acercó a mi casa. Durante el trayecto comencé a pensar en si Kilian habría ido allí en mi búsqueda, incluso imaginé que llamó a la puerta y que amenazó a mi madre y hermana, o que quizás esperaban todos a que llegara. No dejaba de morderme el labio con el teléfono entre mis manos, no lo había encendido aun, no quería saberlo, pero tendría que comprobarlo tarde o temprano.

Tarde, decidí que era lo mejor.

Llegamos ante la puerta de mi casa, el barrio de casas adosadas estaba poco transitado y las hojas otoñales habían teñido el suelo de colores naranjas y marrones. Miré por todas partes antes de bajar del coche, por si él estaba allí como la última vez, pero no parecía verse. Salí del coche y corrí hasta la puerta, la cual abrí lo más rápido que pude y me introduje en el interior, soltando un suspiro.

—¡Effie! —El grito de mi madre volvió a despertar todas mis alertas y esperaba lo peor, pero no fue así cuando salió del salón con una sonrisa en la cara—. ¡Cuánto has tardado! ¿Has estado con él?

—¿Qué? —cuestioné anonadada.

—¿Te has quedado a dormir con el Lexington? —aclaró ensanchando aún más la sonrisa si cabía.

—Ah. No, he estado en casa de Cailin. —De pronto la ilusión desapareció con la sonrisa—. ¿Querías que me fuera con él?

—Bueno, no habría estado mal. ¿No sois algo?

—¡No! 

—Bueno, sabes que puedes contármelo todo, cielo.

—Solo... Nos conocimos en la fiesta de Cailin de la semana pasada, y esta semana hemos estado hablando. Me invitó a la fiesta y como sabes, acepté. Pero nada más.

—¿Nada más? ¿No pasó nada entre vosotros?

—Nada más allá que un baile, mamá —respondí con resignación.

—Está bien. Es bueno que conozcas a gente, y lo normal a tu edad es interesarte por chicos. —Rodé los ojos—. Habéis salido en algunas revistas, hacéis buena pareja.

—Ya. ¿Puedo subir a mi habitación?

Hizo un gesto con la mano, permitiéndome el paso a las escaleras. Dejé la bolsa con el vestido a un lado y me tumbé en la cama cerrando los ojos por un momento. Sabía que tenía que mirar el móvil, por eso lo tenía agarrado entre mis manos. Era el momento de afrontarlo. Lo subí hasta la altura de mis ojos y lo encendí esperando a que me avasallaran los mensajes.

Un par de minutos después, no había nada.

Extrañada comprobé mi conexión, pero iba bien. Entré en los mensajes por mi cuenta y todo seguía igual que la noche anterior, con el último mensaje que le envié. Tampoco había llamadas perdidas. «No lo entiendo, ¿no me ha mandado nada?» Y no solo él, tampoco había nada de Dexter, debo decir que eso me dolió un poco. De igual forma pensé que quizás estaba afectado por la resaca.

Llevaba todo el día con un nudo en el estómago por nada. Aunque no sabía qué podría ser peor, tener mensajes y llamadas suyas, o el silencio. Casi prefería lo primero.


Al día siguiente acudí al instituto de buena mañana. Nada más entrar junto a Cailin, sabía que algo pasaba. Me estaban mirando con curiosidad y no hacían sus típicos comentarios de siempre. Hablaban entre ellos y me miraban de arriba abajo sin pudor. No se esperaban verme en una de sus fiestas privadas, junto al heredero Lexington y mucho menos que apareciera en la prensa rosa de la socialité. Aun así, no perdían la oportunidad de llamarme pobre cuando podían, e incluso de hacerme el vacío.

Tras un par de clases, caminé apurada a mi taquilla donde saqué el libro de literatura. Con el libro entre mis brazos, subí de planta y caminé por el pasillo correcto cuando me crucé con Ruelle Lacroix, quien me retuvo del brazo, pillándome por sorpresa. Ruelle era una estudiante bastante popular en el St. Joseph, pero no pertenecía al grupo de Camille, aunque se soportaban de vez en cuando solo por las apariencias. Ella era la número uno en cuanto a calificaciones y, por lo que sabía, estaba dándolo todo para entrar en la mejor universidad. Portaba el uniforme de una forma muy elegante, decorándolo con pañuelos, cinturones o cualquier otro accesorio. Su cabello dorado solía estar bien peinado, como si saliera de la peluquería cada mañana. Siempre iba entaconada y con un bolso diferente cada día. Tenía un acento francés que, según Cailin, sacaba a propósito para llamar la atención, porque, aunque tenía ascendencia francesa, se crio en la Gran Manzana.

—Effie, ¿verdad? —dijo ella con una sonrisa mientras sujetaba su bolso de diseño a juego con el uniforme. Asentí no muy segura, alguien como ella jamás me había dirigido la palabra y que lo hiciera de una forma tan repentina no significaba nada bueno—. Te vi en la fiesta del Wonder y he de decir que ese vestido era de infarto.

—Gracias.

—No las des, alagaba el vestido de la señora Lexington, no a ti. —Sacó una sonrisa de cortesía que gritaba falsedad por todos lados—. Te vi muy unida a Dexter este fin de semana.

—Bueno, me invitó a la fiesta, pero nada más.

—Ya. Verás, no sé si lo sabrás, pero Dexter y yo tenemos una historia.

—Genial... —dije por decir, no tenía ni idea de qué debía responderle a eso.

—Lo que quiero decir, es que no te hagas ilusiones. Dexter y yo nos pertenecemos, somos uno.

—¿Y él opina lo mismo? —salió de mi boca involuntariamente. Esa cuestión estaba diseñada para ser pensada, pero se adelantó y ya era demasiado tarde. Su expresión cambió radicalmente a una que daba verdadero pavor. Dio un paso hacia mí, observándome con el ceño fruncido de forma altiva gracias a sus tacones. Mi espalda se encontró con las taquillas, indicándome que estaba acorralada.

—Mira escoria, el único interés que puede tener Dexter en ti es tu apellido, de lo contrario sólo formarías parte del mobiliario mientras suspiras por ser alguien en este instituto.

—¡Rue! —exclamó una voz ajena que llamó su atención antes de comerme viva—. Bria quería hablar contigo.

Ruelle le sacó una sonrisa amigable y pasó por su lado dejando resonar sus tacones por el pasillo. La chica que me había salvado de ser la comida de las brujas era Georgina Parker, una de las secuaces de Camille. Puede que fuera la menos autoritaria de todo su grupo y aunque también participó en todas las artimañas de la prima de Cailin, de algún modo era diferente a ellas.

—Gracias —hablé una vez Rue desapareció por el pasillo.

—No hay de qué. Rue cree que todo es una competición y claro, ella es la única posible ganadora. Y dado que has sido vista con el Lexington, he deducido lo que pasaba. A mí también me avisó porque nos vio hablando.

—No sabía que pensara en algo más allá de las notas o en quedar bien delante de los profesores.

—¡Oh, sí! —rio conmigo lo cual me sorprendió y confirmó mis sospechas sobre su poca compatibilidad con el séquito de Camille—. Piensa gran parte de su tiempo en eso y quizás un diez por ciento en Dexter. Está segura de que se casará con él porque sus padres siempre fueron muy amigos de los de él. Pero no te preocupes, no muerde.

—Está bien saberlo. Gracias de nuevo.

—Descuida. Sienta bien ayudar después de todo. Quizás hasta esté madurando. En fin, suerte Effie.

Continuó caminando mientras la seguía con la mirada. «¿Acaba de tener un gesto amable conmigo?» No daba crédito a nada de lo que estaba pasando durante esa última semana, todo había cambiado lo que no lo había hecho durante todos los años atrás desde que llegué al St. Joseph. Sabía que ese último curso no iba a ser como el resto, y solo necesité una semana para determinarlo.



La hora de la comida fue relajada por fin, no tenía instrucciones de vender nada así que no lo hice. En cambio, volví a mi tradición junto a Cailin de comer en las gradas del campo de lacrosse y descansar en ellas bajo el sol. Era una zona solitaria pues a los estudiantes de este instituto les parecía vulgar ir a sentarse allí, en cambio, preferían comer en la cafetería del centro o salir a un restaurante cercano. A nosotras nos encantaba y gracias a ello disponíamos de todas las vitaminas solares y buenas vistas del equipo de lacrosse que realizaba pequeños partidos antes de irse a comer.

—No me puedo creer que Georgina te haya salvado de las garras de Rue —comentó Cailin con la boca llena, si en la alta clase enseñan modales para absolutamente todo, ella los perdía comiendo—. Se comenta que está saliendo con un chico de otro instituto, quizás por eso parece otra. Está claro que, sin mi prima, su grupito se desmorona. Jamás le habría permitido que saliera con alguien de un instituto público.

—¿Bria no ha aprendido a cómo ser líder durante este tiempo? —bromeé.

—Las tiene bien sujetas, pero creo que no derrocha esa aura de superioridad y respeto. Hacen lo que quieren, y al final se darán cuenta de que están mejor sin Camille.

—Opino lo mismo —apunté con la patata tras sacarla de la bolsa.

Mi teléfono vibro sobre mis piernas cruzadas y tras dedicarle una mirada, vislumbré el nombre que estuve temiendo todo el fin de semana. Kilian había hecho acto de presencia y tenía algo que decirme, por ello lo sujeté con rapidez y comprobé el mensaje.

—"Ven esta tarde a mi casa, y no se te ocurra faltar" —leí en voz alta para que mi amiga pudiera enterarse.

—¿Otra vez él? ¿Para qué quiere que vayas? —contestó con molestia.

—Bueno, digamos que he estado metiendo la pata estos días y supongo que querrá dejármelo claro. —Me estremecí en el lugar comenzando a recibir los mismos nervios del día anterior—. También tengo su dinero y más de... ya sabes.

—Ya pues no puede seguir chantajeándote así. Después de todo no viene mal que tengas que ir, así le dejas claro que vas a pagarle y que te deje en paz.

—Sí, supongo que es lo mejor. —Volví a coger la bolsa de patatas, aunque ya no tenía el mismo apetito que antes—. ¿Y qué debería decirle? No puedo ir y comentarle que tengo el dinero sin más. Me advirtió de que nadie podía saber nada de eso o lo lamentaría.

—Mmm... Supongo que puedes decirle que voy a ser yo quien te lo vaya a dar, pero no tengo por qué saber la verdad, ¿no? Quiero decir, podría ser que me dijeras que tu madre lo necesita con urgencia, o algo por el estilo. —Levantó los hombros y me dedicó una sonrisa de orgullo ante su idea.

—Sí, quizás sea lo más creíble. —Intenté autoconvencerme, pero la realidad era que no lo estaba. Tener que mentirle a un tío que podía matarme, no me dejaba tranquila en absoluto.

—Cambiando de tema, ¿has hablado con Dexter?

—No lo he visto hoy y tampoco me ha enviado ningún mensaje. ¿Crees que se habrá enfadado por desaparecer tanto en la fiesta?

—Cuando nos fuimos, estaba lo bastante borracho como para pararse a pensar que no estabas a su alrededor. Sí, preguntó por ti cuando estabas en el baño, pero no sé...

Sus palabras no me dieron la calma que necesitaba. Pensé que lo había echado todo a perder. Que después de tanto tiempo deseando conocerle, iba y desaparecía en una fiesta en la que había sido invitada por él. ¿Y si pensaba que me había aprovechado para obtener toda esa ropa y la invitación? Si eso fuese cierto, me dejaría hecha polvo. ¿Por qué tenía que haberme ocurrido todo lo de Kilian justo en el momento en el que uno de mis pequeños sueños se hacía realidad?

El resto de la mañana pasó volando. Ni si quiera atendí en clase como acostumbraba a hacer. No dejaba de pensar de forma alternativa entre Kilian y la reprimenda que me iría a dar aquella tarde, y el posible enfado de Dexter conmigo.

Por otro lado, había estado escuchando a la gente hablar sobre mí, no eran para nada disimulados. Pero no fue hasta que unas chicas sentadas a mi espalda en la clase de español, que me enteré de lo que se decía y por lo que todos se reían.

—Pobrecita, estará toda ilusionada y asombrada con lo que Dexter le habrá comprado. ¿Cómo debe de estar de necesitada para que le pida ropa?

—Total. El apodo le queda estupendo. Pretty Woman.

Me habían puesto muchos apodos, nada demasiado ingenioso más allá de "pobretona" o "mendiga". Sabía que ser vista en una de sus fiestas exclusivas iba a dar que hablar, sobre todo si iba con Dexter del brazo. Pero, ¿cómo sabían que me había regalado ropa? Aunque si lo pensaba, había llevado un vestido de la marca de su familia, y era evidente que no lo había comprado, así que era lógico pensar que me lo había regalado. Aunque aprendí a no ofenderme de nada de lo que dijeran sobre mí, aquello sí lo hizo. No había pedido nada, ni si quiera lo de la invitación que tanto necesitaba. ¿Y llamarme Pretty Woman? Esa película no debería estar en sus sucias bocas.

—¡Yo no le pedí nada! —les solté nada más girarme. Tenía el corazón a mil por hora, nunca me había enfrentado a ninguno de ellos, pues era perder el tiempo, pero aquello me molestó de verdad—. Él quiso hacerlo. No es mi maldita culpa que sea su marca y pueda permitirse ir repartiendo cajas repletas de ropa.

—¿Algún problema, Effie? —dijo la profesora en español, al parecer lo había dicho demasiado alto, interrumpiendo así la clase. Como era evidente, murmuraban ante mis palabras.

—No, no se preocupe —respondí poniendo en práctica mi sabiduría a lo que ella afirmó no demasiado conforme, no había que ser muy inteligente para saber que la raíz de los murmullos era por mi persona.

Me vine abajo en mi asiento devolviendo los pensamientos a mis preocupaciones, dejando que todo el mundo me llamara Pretty Woman por dejar que Dexter me regalara ropa y me llevara a la fiesta. De pronto eché de menos los días anteriores a la fiesta de cumpleaños de Cailin, seguía siendo invisible para el semidiós, pero al menos mi vida era tranquila.

El día de clases concluyó y como siempre acudí a la entrada para esperar a mi amiga. Ella no tardó en aparecer y juntas emprendimos el paso dirección a mi parada de metro. No pudimos andar demasiado cuando un mensaje llegó a mi teléfono y no pude evitar tensarme, ya era costumbre. Sin embargo, no era otro que Dexter, tomándome por sorpresa.


Dexter Semidiós 😍:

Detrás de ti.


Inmediatamente volví la mirada a mi espalda y allí estaba su tremenda figura. Una mano se guardaba en el bolsillo de su pantalón mientras que la otra sujetaba su maletín escolar sobre su hombro. No me sonreía como había hecho otras veces, lo hacía con pesar lo cual me extrañó. Cailin al ver que me había girado, también lo hizo e inmediatamente sujetó mi brazo y me dijo:

—Ve con él, tenéis que hablar.

—Pero, ¿y tú? —cuestioné preocupada, no me sentía bien al dejarla de lado por ir con Dexter.

—No te preocupes por mí, llamaré al chófer y vendrá enseguida. —Sonrió para después dejarme sola.

El semidiós saludó a Cailin y comenzó a acercarse a mí decidido. Nuevamente quería chillar, verle ir hacia mí era algo que imaginé en múltiples ocasiones y aun no era capaz de créemelo del todo.

—Hola, Effie —saludó ensanchando un poco más la sonrisa.

—Hola —devolví algo retraída. No se lo veía enfadado como imaginé, parecía el de siempre.

—Siento lo del otro día.

«Vale, eso no lo esperaba. Debía ser al revés.»

—¿Qué?

—Bebí demasiado y cuando Cailin me dijo que no te encontrabas bien, ni si quiera pude despedirme de ti —dijo apesadumbrado—. Me dejé liar por unos amigos. Entiendo si estás enfadada...

—¡No! ¡No importa! Yo... Supongo que no estoy muy acostumbrada a beber —proseguí con la mentira de mi amiga de forma improvisada—. Así que yo también lo siento, pensé que tú estabas enfadado conmigo por desaparecer.

Rio.

—Entonces hemos estado pensado que estábamos enfadados el uno con el otro —continuó riéndose a lo que yo terminé uniéndome también, era demasiado mono cuando lo hacía—. No sabía si enviarte un mensaje o no, pensé que si te vería en el instituto podría explicarme mejor.

—Justo por esa razón pensé que estabas enfadado.

—Menudo lio. Entonces, ¿estamos bien?

—Sí —afirmé en una sonrisa.

—Genial. ¿Me dejas que te lleve?

Su ofrecimiento era tentador y nunca negaría un paseo en coche con el semidiós, pero mi idea era ir directamente hacia Brooklyn para así liberarme del tema de Kilian de una vez por todas. Por suerte, llevaba el sobre en mi bolso, jamás lo dejaría en casa bajo la vigilancia de mi madre o la cotilla de mi hermana.

—Me gustaría, pero tengo que ir a otro sitio.

—Puedo llevarte donde me digas.

—Con que me dejes en alguna estación de metro de la Avenida... Lexington —no pude evitar reír ante la coincidencia de su apellido con el nombre de la avenida—, me basta.

—Bien, pues acompáñame, el coche nos espera.

Bromeó como siempre, aparentando ser un noble de la edad media y debo decir que no le quedaría nada mal un traje de esos que solían llevar.

Nos subimos al coche de su familia y éste le indicó que me llevara a la última estación de metro de la avenida. Entonces el coche se sumió en un silencio intermedio mientras íbamos directos a un atasco típico de la zona.

—¿Lo pasaste bien en la fiesta? —interrogó el semidiós dedicándome su mirada.

—Sí, lo pasé muy bien, al menos antes de que... —No me atreví a volver a mentir, pero tampoco hizo falta, lo entendió a la perfección.

—Es un alivio, no quería que hubieses tenido una mala noche. Pero ahora que lo recuerdo, estuvimos un buen rato bailando.

—Sí, estuvo muy bien. ¿Sabes que sales en las revistas?

—Ya he salido unas cuantas veces, pero es lo que tiene ser hijo heredero de una gran empresa de moda, que a veces soy el centro de atención. Tú también apareces, por si no lo habías notado —bromeó.

—Lo sé, pero no les intereso en absoluto, lo cual agradezco. Tampoco me gustaría quitarle protagonismo al vestido de tu madre.

—Tampoco lo necesita —dijo con algo de rencor, o eso me pareció—. Me han contado que Rue ha ido a molestarte.

—Oh, sí, Rue.

—¿Qué te dijo?

—Dijo que estabas conmigo por mi apellido.

—Lo de siempre —bufó—. Ya le he dicho que no se meta, pero es...

—Avariciosa.

—Entre muchas cosas más. No le hagas caso. Ella y yo nos hemos criado prácticamente juntos, ya sabes, cuando dos familias están muy unidas... Y como es obvio su familia opina que soy el pretendiente perfecto.

—Vaya, y yo que pensaba que los matrimonios concertados era cosa del pasado.

—Eso no va a ocurrir, Dios, no. —Comenzó a reírse de nuevo y me contagié al pensar cómo sería Rue de esposa, en mi opinión sería bastante insufrible la pobre, y parecía que él opinaba lo mismo.

Durante el resto del trayecto estuvimos hablando sobre las clases y las universidades a las que pronto debíamos enviar nuestra carta de presentación. Ni si quiera me creía que el tiempo hubiese pasado tan rápido, en un año estaría estudiando una carrera universitaria y aunque no tenía claro qué estudiar, sí sabía que iba a mudarme de mi casa.

El coche paró cerca de la estación de metro y di las gracias antes de despedirme de mi querido semidiós con el corazón revoloteando la mar de contento por saber que todo iba genial. El único inconveniente en toda la ecuación era mi némesis, la cual tenía nombre y muchos tatuajes.

Subida en el metro dirección a Brooklyn, mi cuerpo comenzó a sentirse extraño, sabía a lo que íbamos y no le gustaba en absoluto. No solo iba a darle el dinero que guardaba y el resto de la droga, iba a decirle que tenía la forma de pagar mi error. Saber que todo iba a acabar estaba lejos de ser algo satisfactorio para mí, de hecho, era un mar de nervios.

Pronto llegué al edificio, la puerta estaba abierta. Nada más entrar me topé con las escaleras las cuales comencé a subir con una retahíla de frases sobre cómo decirle que tenía el dinero y especulando cual sería el mejor momento para hacerlo. Con ese tío todo era más difícil, algo tan simple se convertía en un calvario para mí. Pero debía hacerlo, había que parar con lo que me estaba haciendo y si no involucraba a ninguno de mis padres, mejor.

Ya por la tercera escalera, estaba comenzando a faltarme el aire y aun me quedaba otra más. Por suerte no era un edificio demasiado alto y el hecho de que no hubiera ascensor no era tan escandaloso como hubiese ocurrido en uno de diez pisos. Frente a su puerta, llamé varias veces con el puño de mi mano derecha y al cabo de varios segundos, nadie abría. Me extrañé pues él me dijo que fuera sobre esa hora, tal y como hice las otras veces, y que no estuviera me ponía nerviosa. Sin embargo, al volver a llamar, escuché ruido en el interior. Acerqué mi oreja a la puerta para escuchar mejor y confirmar mis sospechas cuando ésta se abrió de golpe. No era Kilian quien me miraba de arriba abajo con cara de asco mientras mascaba un chicle. Era una chica de unos veintipocos, con el pelo negro azabache, piel como la leche, un maquillaje oscuro que envolvía sus ojos —aunque algo corrido— y lucía un estilo punk en la ropa con medias de rejilla rasgadas.

—¿Qué quieres? —cuestionó sin dejar de mascar el chicle y analizando al completo mi uniforme, algo en su mirada me dijo que conocía mi instituto—. ¿Qué hace una millonetis del St. Joseph en Brooklyn?

—Hola. He venido porque... ahm... he qued...

—Es hora de que te vayas —escuché decir a espaldas de la chica, a lo que ésta se giró.

—¿Por qué viene ésta aquí? ¿Se ha perdido? ¿No encuentras la Avenida Madison? —continuó hablando la chica frente a mí impidiendo que viese el interior del apartamento.

—Yo... —intenté volver a hablar antes de ser interrumpida de nuevo.

—No es asunto tuyo, tienes que irte. —La voz masculina de Kilian resonó por encima de las dos, estaba claro que estaba perdiendo la paciencia con esa chica, o quizás lo estaba conmigo. Lo que sí estaba claro es que no era nadie tan confiable como para saber qué hacía yo allí.

—Vale... —respondió resignada dándose la vuelta por completo y enganchándose a Kilian por el cuello. Él estaba sin camiseta e inmediatamente desvié la mirada y me apoyé sobre la pared del pasillo al lado de la puerta para darles intimidad—. Me vas a llamar, ¿verdad?

—Ya veremos —alegó él con sequedad. Estaba claro que no era la chica de la semana pasada, lo cual quería decir que era un chico promiscuo o al menos era la imagen que me estaba dejando.

—No me hagas ir a buscarte otra vez —refunfuñó con una voz aguda e infantil que me causó bastante vergüenza ajena. Esperé una respuesta por su parte, pero solo escuché ruidos de labios juntándose.

Segundos después, la chica salió sin si quiera mirarme y comenzó a bajar las escaleras del edificio con alegría moviendo su larga melena negra. Kilian apareció por la puerta de su apartamento con camiseta, bloqueándome la vista sobre las escaleras. Apoyó un definido brazo sobre el marco y de tal movimiento, un aroma varonil llenó mis fosas nasales. No lo iba a negar, aquel olor había despertado algo en mí, me gustaba, aunque no tanto la persona de la que procedía.

—Hola, Euphemia. Qué bien que has venido —dijo de forma sarcástica—. Anda, pasa.

Dio un paso atrás para dejarme un hueco por el que pasar y así lo hice, pasando por debajo de su brazo. No tuvo que decirme que me sentara pues así lo hice nada más entrar, directa al sofá. Antes de eso, me fijé en que la cama no estaba hecha como otras veces y había algo más de desorden. De igual forma, no podía pensar mucho en mi alrededor, los nervios estaban ahí y las palabras querían salir como si les quemara permanecer un minuto más dentro de mi paladar. No obstante, él no parecía tener prisa, se estaba preparando algo.

—¿Quieres tortitas? —cuestionó desde su cocina a pocos metros, y gracias al espacio abierto del loft, pude comprobar que estaba de espaldas batiendo algo.

«¿Tortitas a estas horas?»

—No —interactué de forma concisa, no me entraba nada en el estómago y no hacía otra cosa que enrollar la falda del uniforme.

—Tú te las pierdes.

No esperaba que un tío así se dedicara a hacer tortitas a mitad de tarde, no le pegaba para nada. La imagen que tenía de los camellos que pasaban droga era totalmente contraria a lo que Kilian mostraba. Ni si quiera había indicios de que se metiera su propia mercancía o que fumara hierba. De hecho, parecía ser alguien ordenado y limpio a pesar de que aquel día pareciera que acabara de levantarse, lo que cada vez tenía más claro. Y olía bien, tanto que comencé a arrepentirme de haberme negado.

Una vez terminó su plato, se acercó con él hasta sentarse frente a mí sobre su mesita de café. Las tortitas estaban apetecibles, redondas, esponjosas y con buen color, incluso tenían sirope de arce. Comenzó a comer delante de mí, disfrutando de su comida como si nada, como si yo no lo hubiese cabreado en ningún momento.

—Bueno, ¿me explicas lo que pasó en la fiesta? —interrogó antes de volver a meterse un trozo en la boca.

Suspiré con la vista en mi falda que aún seguía enrollando.

—Asistí como me dijiste. Busqué a aquel hombre y le di la carta.

—Hmm... —gruñó a modo de afirmación mientras masticaba—. ¿Y después?

—Es-estaba en una fiesta e iba acompañando a alguien, no podía desaparecer toda la noche.

—¿Quién ha dicho que no? No ibas de fiesta, ibas a vender. Me la suda que te invitara el pijo más rico de todo el puto Upper East Side. Te di una indicación y era lo que tenías que hacer. —Se metió otro trozo en la boca y lo masticaba mientras me observaba—. Ahora tendré que pensar una forma en la que compenses mi pérdida de tiempo.

«¿Una forma?» Eso quería decir que no iba a ser vendiendo, que mi castigo iba a ser diferente y eso me daba más pavor que el tener que vender toda una mañana en el instituto. Me estaba faltando el aire de nuevo, no soportaba tanta incertidumbre. El estar expuesta constantemente y el no saber qué me iba a ocurrir me mataría. Pestañeé nerviosa, las palabras querían salir, tenía que hacerlo. Si lo posponía por más tiempo, iba a reventar.

—¡Voy a devolverte el dinero! —solté mirándole a la cara por primera vez. Sus ojos eran de un azul oscuro, los cuales se agrandaron mientras me observaban con sorpresa. Dejó de masticar de inmediato, lo más probable es que no esperaba que fuese a saltar de tal forma.

Estaba de los nervios. Quizás lo había soltado de una forma demasiado brusca y en un tono más alto de lo que solía utilizar. Nos miramos a los ojos durante unos segundos, una conexión directa entre ellos. Al fin lo había conseguido, lo había enfrentado, le estaba mirando a la cara, lo que no me había atrevido a hacer antes.

Kilian era un chico que imponía, pero su mirada lo hacía aún más. Tenía el pelo castaño oscuro, rapado por los lados y crecido por arriba de forma alborotada. Su mandíbula era cuadrada y su piel, blanca. Tenía cejas gruesas y oscuras. Sus labios eran carnosos, aunque el superior era más fino. No había tatuajes en su cara, pero sí en el cuello. Y, por no hablar de los piercings, tenía varios pendientes en las orejas y un aro en la nariz.

Me quedé rígida, no podía moverme. Sentía que, si hacía un movimiento brusco, se lanzaría a mí como un león. Él lo hizo primero, bajó la mirada y dejó el plato casi acabado a su lado sobre la mesita generando tanto ruido que pensé que lo había destrozado. Suspiró antes de devolverme la mirada.

—¿A quién se lo has contado? —interrogó con una paciencia perdida y un tono nada agradable.

—No se lo he contado a nadie.

—Una mierda. Entonces, ¿quién te iba a dar el dinero y por qué?

—Se lo pedí a mi amiga, su familia tiene mucho dinero. Le conté que mi madre lo necesitaba y me lo va a dar sin tener que devolvérselo —repetí las palabras de Cailin a rápida velocidad, bajé la vista y tragué saliva.

—Ya. Te voy a explicar algo. —Volví a subir los ojos para mirarlo, no parecía costarme en esa situación—. En este mundo, la palabra es muy importante y yo me rijo a sus reglas. Cuando me dijiste que no tenías dinero para darme y que ibas a trabajar para mí, en ese mismo instante sellamos un trato con palabras. Así que tu amiga se puede meter su fajo de billetes por donde le quepa. Has empezado esto, Euphemia, termínalo.

Aquello se sintió como una sentencia de muerte. Me quedé muda, sin nada más que decir. Podría haber protestado, intentar persuadirlo, pero ni su tono de voz ni su humor me dieron los ánimos. Parecía indicar que, si abría la boca, todo iría a peor. Así que, me quedé ahí, sentada en su sofá con un nudo en la garganta y sin apenas pestañear. Él se había levantado desapaciblemente y empezó a moverse por el apartamento. Podría haberme levantando y marchado, pero sabía que él me tenía que dar el permiso y tampoco le había sacado el sobre con el dinero y el resto de pastillas. Por ello permanecí allí intentando tranquilizarme.

No quería dinero. ¿Qué haría si esa no era una opción para librarme de él?

Después de un tiempo, me di cuenta de que Kilian estaba ordenando la casa en silencio. Hizo la cama, recogió la ropa tirada en distintos puntos del suelo y fregó los platos. Quizás era su forma de tranquilizarse, me daba miedo pensar que yo lo ponía de ese modo. Una vez hubo terminado, se sentó a mi lado en el sofá y sacó una libreta bastante usada que abrió por una página escrita a la mitad, en el centro había un bolígrafo.

—Saca el dinero y lo demás —habló en un tono más relajado que el de hacía un rato, e inmediatamente estuve buscándolo en mi bolso para después ponerlo encima de la mesita.

—¿Lo has contado?

—No... —murmuré tensa, no había nada que hubiera hecho bien para contentarlo.

Kilian sacó todo del sobre, dejándolo encima de la mesa. El dinero que había dejado amontonado ahora estaba esparcido junto con las bolsitas pequeñas de plástico y la grande que contenía el resto de pastillas.

—Haz algo y reparte las pastillas en las bolsitas de dos en dos.

No me demoré demasiado e hice lo que me pedía en silencio. Al menos era una tarea sencilla en la que sabía que no le iba a fallar. Él comenzó a contar los billetes sumando de uno en uno, debía de haber bastante.

—Mil doscientos cuarenta —concluyó tras unos minutos y contarlo un par de veces.

—¿Tanto? —cuestioné con sorpresa—. Entonces debe quedarme menos de la mitad...

—No vayas tan rápido, Euphemia. Los que venden solo se llevan el veinte por ciento.

—¿El veinte por ciento? —Me desinflé como un globo—. Pero eso son... doscientos cuarenta y ocho.

—Vaya, menudo calculo. Sí, solo doscientos cuarenta y ocho. Así que, todavía te queda camino por delante. Si hubieses estado toda la noche como te dije, habrías acumulado más. Por eso las fiestas son más importantes que vender en tu querido instituto.

Se quedó apuntando cosas en la libreta mientras yo seguía haciendo mi tarea con cuidado, asegurándome de que metía dos en cada una. Una vez acabé, comprobé que se había puesto a contar también las pastillas. «Ay, Dios», pensé. Si faltaba una sola pastilla, no sabría decir qué era lo que iría a hacerme.

Contó las bolsas con rapidez y yo sentía el sudor bastante frío. Estaba demasiado tensa, no dejaba de pensar en posibles rincones donde no miramos o si con los nervios o la pequeña borrachera, di alguna pastilla de más.

Entonces apuntó algo más en la libreta.

«¿Estaban todas?»

Comenzó a recogerlas y a introducir solo algunas dentro del sobre de nuevo para después pasármelo. Eso quería decir que continuarían las ventas en el instituto por muy poco que sacase. Pero al menos, no había perdido una sola pastilla y eso me aportó tranquilidad. 

—Aquí tienes las de la semana. Vas a venir cada dos días para que compruebe que todo va bien, pero yo te avisaré. —Asentí apretando los labios e introduje el sobre de nuevo en mi bolso—. No te creas que he olvidado tus acciones de estos días, ya te avisaré con lo que quiero que hagas. Y tú no olvides que ahora me perteneces y no habrá dinero que valga para que te deshagas de mí hasta que termines, ¿de acuerdo?








Uhhhhhhhhhhh

Eztoo ce pone calienteee❤️‍🔥❤️‍🔥

Llego tarde, lo sé, Im soorry but la inspiración se fue a Marte 

Ya tengo pensado el próximo cap, solo espero que no me cueste escribirlo jajaj

Vamos a ver

Dexter no se enfadó, ¿qué pensamos de él a estas alturas?

Kilian sí se enfadó pero, ¿como lo esperaba Effie?

Aun es muy pronto para ponerse a pensar seriamente, pero yo quiero saber que ronda por vuestras cabezas🥸🥸

Si supierais todo lo que tengo en la mía... BUAH

Espero tener capítulo para la semana que viene, tengo buenas vibras

Ahora me voy a comer y escuchar TTPD, jé

Buena semana a todos, beban aguita💧💧💧

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