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5


ᴡᴇʟᴄᴏᴍᴇ ᴛᴏ ᴛʜᴇ ᴊᴜɴɢʟᴇ



—¡Effie! —gritó mi amiga numerosas veces desde unos escalones más abajo, esperando a que bajara junto a ella—. ¿Qué haces?

El corazón, que por unos instantes se había parado, de nuevo comenzó a palpitar y lo hizo de forma apresurada. Mi mirada había estado perdida, pero se mantenía sobre aquel tipo y su coche. Mis pensamientos no dejaban de divagar en la pasada noche y lo mal que se sintió la hoja afilada sobre mi cuello, la sensación que me dejó, además de su intensa mirada asesina sobre mí. Parpadeé un par de veces antes de mirar de nuevo a Cailin, quien arrugó sus cejas al no entender qué me estaba pasando.

Ella subió de nuevo los escalones de diferencia, colocándose a mi altura y observándome por completo. Tenía miedo, mucho, y de inmediato comencé a temblar. Todo mi cuerpo se había descompuesto y solo quería vomitar.

Medité sobre si comentárselo o no. Podría fingir que todo estaba bien y no preocuparla, pero no tenía ni idea de qué era lo que me podría ocurrir una vez terminara de bajar las escaleras y subiese a ese coche. Por eso, vi conveniente que al menos una persona conociera mi paradero en caso de que algo malo me ocurriera.

—Effie... —se dirigió a mí colocando una mano sobre mi brazo mientras sus ojos me examinaban—. Estás pálida. ¿Te encuentras bien?

—Cailin —dejé escapar en un hilo de voz, pero antes de seguir hablando, tragué saliva—. El otro día, en la fiesta... me ocurrió algo horrible.

—¿Qué? —Su expresión pasó de extrañeza a preocupación en cuestión de segundos.

—Cometí un error y tuvo consecuencias —expliqué, empeorando el estado de Cailin, y creo que aún esperaba que le dijese que era una broma, aunque por desgracia no lo era—. Pero voy a solucionarlo, o eso espero... —Ella no sabía qué decir, en parte porque no tenía ni idea de a qué me estaba refiriendo—. Escucha, quiero que vayas directa a tu casa y no mires atrás, no intentes acercarte a mí o detenerme. No puedo dejar que te metas tú también. No tengo ni idea de qué sucederá o qué será de mí, pero ya no hay vuelta atrás, no puedo hacer nada.

—Effie, dime qué pasa —dejó salir de su boca con temblor en una voz llena de angustia. No dejó de mirarme conteniendo las lágrimas, algo que también luchaba por conseguir.

—Te prometo que después te lo contaré todo. —Le di un abrazo para luego comenzar a bajar las escaleras, pero me detuve para darle otra indicación que en ese momento creí oportuna—: Si no aparezco en veinticuatro horas, llama a la policía.

Quizás eso fue lo que terminó por hacer que sus lágrimas salieran y recorrieran su rostro mientras me observaba bajar las escaleras. Mis piernas no funcionaban bien, temblaban como la gelatina y por un momento creí que iba a caerme en redondo. No me sentía bien, seguía encontrándome mal y con toda la razón, los nervios y la angustia solo me causaban náuseas. Deseé cerrar los ojos y que al abrirlos me encontrase en la clase de historia con Dexter intercambiando mensajes. Pero aquello era una pesadilla real de las que no podía despertar, porque ya lo estaba.

Cuando volví a mirar al frente, él seguía vigilándome de brazos cruzados y con una expresión seria, supongo que por si se me ocurría la idea de escapar. ¿Cómo pude pensar en que solo me dio un susto y que no volvería a verle? Maldecí para mis adentros aquel momento en el que decidí ser responsable de la fiesta.

Conseguí bajar del todo sin caerme, su coche estaba aparcado en la acera de enfrente, la que daba a Central Park, así que tuve que cruzar la carretera hasta llegar frente a él. No me atrevía a mirarle, me intimidaba demasiado. Sentía que me observaba sin mover un músculo hasta que escuché cómo dejó salir una risa nasal.

—Te agradezco que no hayas intentado huir, no me apetecía correr detrás de una adolescente con uniforme —pronunció mientras abrió la puerta del copiloto para que me subiera.

Sin mirarle a la cara, me metí en el coche y una vez estaba sentada, la puerta se cerró dejándome encerrada sin vuelta atrás.

En ese momento, mientras él daba la vuelta al coche, recordé que había dejado a Cailin en un mar de lágrimas y confusa. Así es que me giré para comprobar si había seguido mis indicaciones. En cierto modo, lo había hecho a medias, no había intentado detenerme, pero tampoco se había marchado. Se limitó a observar la situación con la boca entreabierta y lágrimas en sus ojos. Comprendí todo lo que se le pudo estar pasando por la cabeza, pero sobre todo que no entendiera nada. Apenas pude explicarle lo que pasó y de verdad esperaba que no llamase a la policía o algo parecido porque entonces ella se involucraría y yo no saldría viva. Era cosa de instinto.

El trayecto lo pasé en completo silencio y por supuesto, no le dediqué ni una sola mirada, la cual mantuve en mis manos que reposaban sobre la falda vino de mi uniforme, no podía dejar de moverlas. Ni si quiera sabía bien cómo era su rostro, no me atrevía a mirarlo y tampoco lo recordaba con mucha claridad de la última vez puesto que aquellos recuerdos ya estaban algo borrosos. Si desviaba un poco la vista, sobre la palanca de cambios se podía ver un brazo tatuado por completo, no le quedaba un solo hueco libre. Temía que fuese un drogadicto que vendiese las drogas para poder seguir consumiendo. Que su rostro fuese deplorable y digno de un psicópata que deseara violarme y descuartizarme. Me sentía aturdida y congelada, con miedo a dar un paso en falso. La mandíbula estaba comenzando a dolerme de tanto apretar los dientes por la tensión. Quería salir de allí, era lo único en lo que podía pensar.

El día había empezado bien, más que bien. La invitación para comer del mismísimo Dexter, con el que pude hablar relajadamente unos minutos, los cuales fueron maravillosos. Y por no hablar de los mensajes escritos a papel mientras el profesor explicaba. Por eso, no había reparado en la posibilidad de que me encontrase metida en un coche con un traficante de drogas. Se sintió como si me estallara una bomba que me había dejado sin fuerzas, pero en alerta por si explotase otra peor.

Podía ser mi final y no era justo, porque yo no había hecho nada para merecerlo, y ese nada era algo literal. ¿En qué podía basar mi vida? ¿En cumplir con lo que en teoría era lo correcto? ¿Sentirme ignorada por mi familia? Jamás había dado problemas a nadie, nunca quise molestar a nadie con los míos, puede que los hubiese compartido con Cailin, pero apenas eran cosas en las que pudiera ayudarme más que con ánimos. Y era esa precisamente una situación en la que ella no podía hacer mucho, porque no quería involucrarla ni meterla en un problema que no era el suyo. Si podía resolverlo, lo haría sola.

No sabía qué podía hacer conmigo y la simple pregunta me asustaba. Sobre todo, esperaba que no quisiera alquilar mi cuerpo para pagar lo que le debía. ¿Y si me violaba y se daba por pagado? Los pelos se me ponían de punta solo de pensarlo.

—Eh, Paris Hilton, hemos llegado. —Ojalá hubiese podido reírme por su intento de insulto hacia mí, me gustaría haberle corregido y aclararle que no tenía nada de parecido con esa célebre multimillonaria, pero el miedo que sentía en ese momento era mayor que cualquier otra acción.

Como un robot, salí del coche con lentitud y fui tras él, siguiéndolo por la espalda. Ni siquiera me puse a mirar los alrededores para intentar quedarme con la dirección o simplemente saber dónde me encontraba. Estaba demasiado tensa y sumida en miles de pensamientos negativos entre súplicas a Dios para que me sacara de allí.

Tras caminar unos pasos más, nos introducimos en una calle algo oscura; los edificios eran algo viejos y descuidados, además de que impedían que los rayos de sol se colasen entre ellos. Un minuto más tarde, entramos en uno de los edificios y, por el sonido de la puerta, tenía pinta de estar oxidada. Había un olor extraño, quizás fuese humedad mezclada con cañerías; en cualquier caso, era algo desagradable. Esperaba subir a un ascensor, pero parecía que este brillaba por su ausencia y por ello utilizamos las escaleras. El momento podría haber sido incómodo, pero yo no dejaba de darle vueltas a la cabeza, con la mirada fija en los escalones para no tropezar mientras me recordaba lo tonta que fui aquel sábado noche en esa estúpida fiesta de la que yo no estaba del todo segura desde un principio.

No sabía cuántos pisos había, pero finalmente subimos casi a la última planta, puesto que había otra puerta un poco más arriba.

Nos detuvimos frente a la única puerta de este piso, y dado el tipo de edificio que era, imaginaba que se trataba de algún almacén donde guardaba su mercancía o donde ajustaba las cuentas pendientes con los que se atrevían a meterse con él.

Al abrir la puerta, me negué a mirar de primeras porque ello me llevaría a conocer qué iba a hacer conmigo y eso me causaba pavor. Sin embargo, al adentrarme, vi que el suelo era de madera o imitación a esta, y parecía nuevo. Además, el olor era agradable, totalmente distinto al del resto del edificio, algo que no me esperaba. Cerró la puerta una vez estuve dentro, y sentí que se había ido a un rincón, por eso aproveché para echar un vistazo.

No tenía nada que ver con lo que mi imaginación había creado momentos atrás. Era su casa, me había llevado a su casa. No era un almacén, ni un laboratorio para crear drogas o algo parecido a los sitios de los criminales que había visto en películas. Era su casa, y debía decir que era muy acogedora; de hecho, habría estado encantada de vivir allí. Se trataba de un loft, puesto que en un mismo espacio abierto se encontraba la cocina, salón y dormitorio. Había una puerta que supuse que se trataba del baño, lo único que estaba aparte. La decoración era estilo industrial, las paredes eran de ladrillo visto y había tubos en algunas zonas. Abundaban los tonos oscuros, combinándose a la perfección. Lo que más llamó mi atención eran los enormes ventanales que daban vista a los grandes edificios que decoraban la ciudad de Manhattan, con lo que deduje que estábamos en Brooklyn. Realmente el lugar no parecía pertenecer al sujeto que vivía allí. Pero que todo fuese bonito y agradable no quitaba lo que podía llegar a hacerme en ese lugar.

—Siéntate —ordenó a mi espalda y supuse que se refería al sofá.

Comencé a andar hasta sentarme en él; era cómodo para mi sorpresa porque parecía ser algo viejo y desgastado. Seguía sin atreverme a levantar la vista, por lo que me mantenía con la cabeza agachada y con la mirada puesta en un punto fijo para cuando él se colocó de pie a mi lado. Noté cómo sujetaba algo en la mano y me lo estaba ofreciendo. Giré levemente la cabeza para comprobar de qué se trataba y resultó ser cerveza.

Genial. ¿Tenía que bebérmela solo para contentarle y que no me hiciera nada? Tampoco creí que fuese nada importante.

—No me gusta la cerveza —dije prácticamente en un susurro.

—Vale. ¿Y qué es lo que te gusta? —cuestionó con molestia.

Quizás sí debí aceptar después de todo, no quería cabrearlo más de lo que probablemente estuviera conmigo. Me decanté por levantar los hombros levemente en señal de ignorancia, ni si quiera podía pensar en una bebida en concreto.

—Refrescos —solté cuando creí que se me acababa el tiempo y a él la paciencia.

—¿Refrescos? No hay de eso aquí—respondió de forma desairada.

Tragué saliva sin saber bien qué responder, pero finalmente dejó la lata de cerveza sobrante encima de la mesita baja que había frente al sofá, en la que después él se dispuso a sentarse para enfrentarme. Abrió la lata y le dio un gran trago, no lo miré directamente, pero lo supe. Me mantuve en mis trece, sin mirarlo a la cara y dedicarle la mirada únicamente a mis manos inquietas.

—Voy a ir al grano, tengo cosas que hacer. —Dejó la lata junto a la otra y posó los brazos sobre sus muslos fijando la mirada sobre mí. Me sentí realmente incómoda en aquella situación y solo quería hacerme un ovillo para protegerme—. ¿Por qué no me miras?

Ojalá no me hubiera hecho esa pregunta porque realmente no quería mirarle. Esperaba que me obligara a hacerlo y, sin embargo, solo pareció hacerle gracia para después continuar hablando.

—Euphemia Green, pero te apodas Effie —enuncia. Sentí que mi cuerpo se congeló al instante y estoy segura que mi corazón se frenó en seco unos segundos—. Hija de Colin Green, un cirujano muy querido y conocido por toda la élite de Manhattan el cual posee una clínica privada. Tu madre, Gilian, es abogada. Y tu hermana menor, Cornelia Green, estudiante. Tienes diecisiete años, estudias último curso en el instituto St. Joseph, un colegio elegante y privado donde asisten los hijos ricachones de Nueva York. Vives en Gramercy Park, con tu madre y tu hermana. Tus padres se divorciaron hace unos años, él se quedó a vivir en el Upper East Side, donde vivías antes, mientras que tu madre, la abogada, fue desterrada de aquello siendo odiada por la alta sociedad.

Sentí que me moría. Todo era cierto, lo sabía todo sobre mí. Entonces sí que tenía miedo. Quería saber de una vez cuales eran sus intenciones, qué tenía planeado hacerme. Estaba totalmente indefensa y podía hacerme cualquier cosa sin que nadie se enterase.

—Como puedes ver, lo sé absolutamente todo sobre ti y no es que te haya estado vigilando estos días, para investigar ya tengo mis contactos. Y si sé todo lo relacionado a tu vida pública, también sé en cuanto a tu vida privada, como, por ejemplo, las estafas al estado que ha estado tramitando tu querido padre. Un solo soplo a las personas adecuadas y acabaría en bancarrota. Y eso es solo una parte, porque tus padres tienen secretos, Effie —suelta con un tono jocoso—. Una sola tontería y pasaremos de los soplos, a los disparos y supongo que a ambos no nos hace demasiada gracia eso. Por ello es conveniente que hagas todo lo que yo te diga y te portes bien. Lo harás, ¿verdad?

Mi cabeza solita empezó a asentir, no sabía qué pensar, no podía procesar ninguna información.

—Mi nombre es Kilian, por cierto. Espero que lo memorices y lo tengas presente porque vamos a pasar unos buenos ratos juntos. —Volvió a echarse un trago. El corazón me iba a mil por hora y mi instinto me decía que lo mejor era hacer todo lo que me dijera si no quería salir mal parada—. Quiero que te quede claro, que no te estoy secuestrando ni nada parecido, y no tengo intención alguna en tocarte ni si quiera un pelo. Ya me entiendes, no son esas mis intenciones. Solo quiero que el dinero que me hiciste perder esté de vuelta. Y quiero que estés atenta porque no lo voy a explicar dos veces.

Hizo una pausa en la que sentí su mirada quemar mi piel. Supuse que esperaba a que hiciese una señal indicándole que le estaba escuchando, por lo que asentí levemente manteniendo la mirada en el suelo.

—Yo te voy a dar el producto que tú debes vender para después darme el dinero a mí. Principalmente lo vas a hacer en tu instituto, me es muy complicado vender allí ya que no es que parezca un estudiante precisamente. El problema de aquella noche es que se trataba de un pedido muy grande que no suelen hacerse demasiado y gracias a tu llamada, los gilipollas se lo llevaron todo sin darme el dinero. Por lo que, con eso solo, tardarás meses en devolvérmelo, así que también irás a las fiestas que hagan tus amiguitos alguna noche que otra, es donde más se gana. Y como se te ocurra no contestar a mis mensajes o no presentarte aquí, atente a las consecuencias, ¿entendido?

Solo podía asentir sin parar, mis párpados estaban resecos por no poder parpadear y mi cuerpo no sabía cómo tomarse todo eso. Estaba completamente asustada. ¿Cómo iba a hacer eso? ¿Cómo iba a vender esa clase de cosas? ¿Y si me pillaban?

—No te escucho —replicó poniéndose una mano en la oreja.

—S-sí...

—Bien —dijo de forma burlona para después levantarse y caminar hasta la cocina que se encontraba a pocos metros. Pareció coger algo y volvió a sentarse sobre la mesita de café. Por los sonidos supe que se trataba de su móvil—. Toma, pon tu número aquí.

De pronto en mi campo de visión apareció el aparato con la imagen de la creación de un nuevo contacto y él ya había colocado mi nombre. Quise molestarme porque en lugar de poner "Effie" puso "Euphemia", pero en ese momento el temor estaba muy por encima de todas mis emociones. Con mis dedos temblorosos comencé a teclear mi número de teléfono y no voy a mentir si digo que no pensé en poner uno falso, pero, este tío había hablado de disparos y sabía todo de mí y mi familia. Terminé y me lo arrebató de inmediato.

—Puedes irte, pero no te olvides de esto. —Me lanzó un sobre marrón que con suerte cogí al vuelo.

Tragué saliva y guardé el sobre en mi bolso rápidamente como si alguien allí pudiera encarcelarme. No lo pensé dos veces cuando me levanté del sofá y salí por la puerta sin despedirme si quiera. Necesitaba aire con urgencia si no quería morir ahogada en un edificio mugriento.

Al llegar abajo, abrí la puerta del edificio de forma desesperada, aspirando todo el aire que pude del exterior, aunque su olor fuese a tubo de escape de los viejos coches de la zona. Eché a correr una vez tuve fuerzas de nuevo, deseando que todo lo que había ocurrido fuese nada más que un sueño. Que ojalá Cailin no hubiese celebrado aquella fiesta y que de esa forma nunca me hubiera visto en esas. Quería maldecir a quienes tuvieron la culpa, pero la realidad es que era solo mía por meterme donde no me llamaban y por intentar hacer las cosas bien.

Me detuve en una zona apartada de la calle cuando las lágrimas no podían contenerse más, necesitaban estallar y yo desahogar todo lo que estaba sintiendo, terminando en un llanto descontrolado. Echada sobre una pared en un callejón, me agaché arropando mis piernas entre mis brazos. Jamás había llorado de esa manera y no era una sensación agradable, sobre todo por el miedo que sentía al no saber qué era lo que me deparaba el futuro.

Ni si quiera pensé en el peligro que suponía estar en un callejón como aquel, sola e indefensa. Siempre me habían dicho que los barrios de Brooklyn no eran seguros y no me importó.

Una vez conseguí calmarme, decidí volver a casa buscando la mejor forma de hacerlo, pues no es que visitara mucho Brooklyn, más bien nada. Busqué con el teléfono la estación de metro más cercana con la línea que más cerca me dejara de casa y no tardé más de tres cuartos de hora en estar cruzando la puerta de mi casa. Por suerte, no había rastro de Lia ni de mi madre. No era el mejor momento para ser ignorada, por eso prefería estar sola que deprimirme aún más. La casa estaba en total silencio, dejando sonar los innumerables sonidos de la ciudad, y deseé vivir en mitad de la montaña para poder escuchar el sonido relajante del aire sobre los árboles.

Subí a mi habitación sin fuerzas; las había gastado absolutamente todas durante el día y no podía sentirme más vacía. Sin embargo, decidí gastar las pocas que me quedaban en dejarle un mensaje a Cailin para que supiera que estaba en casa sana y salva. Al día siguiente se lo contaría todo. Pero, como era de esperar, no dejaba de llamarme, aunque no se lo cogí porque ni siquiera podía pronunciar una simple palabra sin romper a llorar de nuevo.

No dejé de llorar durante toda la noche, tanto, que los ojos me dolían con solo pestañear. Las lágrimas solo alimentaban a mi insomnio, consiguiendo así que no lograra dormir ni siquiera un par de horas. La hora que marcaba mi despertador se iba acercando al fin tras una larga noche, y recordé que debía empezar a vender aquel paquete lleno de sustancias venenosas. No tenía ni idea de cómo iba a apañármelas. Con la suerte que tenía, podría tropezarme, tirar mi bolso y, como consecuencia, tirar todas las pastillas al suelo. Entonces todos las verían y me terminarían expulsando.

«Dios mío.»

Pensé cuando caí en la cuenta de que realmente eso podía suceder e inmediatamente me expulsarían por venta de drogas. Sería la vergüenza de mi familia, sobre todo de mi padre al cual decepcionaría. Por no hablar de mi madre que, si apenas me hacía caso, con eso me echaría de casa. Finalmente acabaría sin hogar y sin dinero, y como único recurso tendría que seguir trabajando para él y vivir en el Bronx.

Tenía que hacerlo si quería quitarme de encima a ese tío lo antes posible. Ya me había dejado claro que intentar cualquier cosa iba a perjudicarme de cualquier forma, por lo que me convenía seguir sus instrucciones por mucho miedo que me diese. Pero, jamás había tenido nada que ver con las drogas, no tenía ni la más remota idea de cómo se hacía. Solo logré imaginarme a mí en una esquina sombría del patio, vendiendo disimuladamente. Si eso fuera cierto, todos sabrían que yo era la que vendía en el instituto y eso no solo llegaría a los profesores, también a Dexter. ¿Qué pensaría de mí si me viera vendiendo drogas para un tipo tatuado de los suburbios de Brooklyn?

Lo pensé durante un momento y llegué a una conclusión: ¿cómo sabrían los compradores que era yo? No me dio ninguna indicación por la cual yo los reconociera o ellos a mí y es que era una parte esencial, no podía fiarme de todo el mundo.

Me levanté de la cama antes incluso de que el despertador sonara con el único pretexto de abrir la bolsa contenedora de drogas. Si ya dormir no era mi punto fuerte, mucho menos cuando tenía esa preocupación, así que preferí dedicar ese tiempo a realizar un plan mental sobre cómo debía hacerlo, y lo primero era conocer bien qué era lo que iba a vender. Abrí el sobre y saqué la bolsa de plástico, dejando caer una nota al suelo. La miré por unos instantes pensando qué hacía una nota ahí y caí en la cuenta de que quizás fuese una lista de compradores. Me agaché a cogerla y cuando la abrí, no era precisamente lo que esperaba:

"Los baños de la segunda planta, el segundo por la derecha. Segunda media hora de la comida. Cierra el pestillo y espera que vayan los compradores. Sabrás que son ellos porque te preguntarán si tienes papel, a lo que debes contestar afirmativamente. Después cuestionas en qué baño se encuentran para que te enseñen el dinero. Cuando lo hagan, tú enseñas el producto para que ambos lo cojáis a la misma vez. Cada bolsa cuesta veinte dólares. No la cagues."

Eran las indicaciones. ¿Por qué no me las mencionó el día anterior? Si lo pensaba bien, lo prefería así, escritas a mano, porque de otra forma probablemente las habría olvidado con todo lo que estaba sintiendo en aquel momento. Y en cierto modo me aliviaba que fuese así, de una forma privada y discreta, no era tan malo como lo pintaba en mi cabeza.

La cuestión aquí era, ¿quiénes eran los que consumían drogas en el instituto? ¿Tanta gente había? Porque allí había bastantes bolsitas. Supuse que el grupo de fumadores compraba, ese grupo solía saltar por la ventana del cuarto de limpieza que daba a una zona libre de vigilancia solo para fumar hierba o hacer cualquier cosa prohibida. También era sabido que los baños de la segunda planta eran los menos concurridos, no solía ir nadie porque apenas se tenían clases por allí. Así es que tenía sentido que ese fuese el lugar de venta y estaba claro que no era la primera vez que se estaría vendiendo allí, solo alguien de dentro podría conocer bien el instituto. Quizás ya se habría graduado o fuese otra persona como yo, que tuviera que trabajar para él.

Supuse que mi plan debía ser comer rápido y subir las escaleras sin llamar mucho la atención, caminar hasta esos baños y esperar a que viniera alguien. Sencillo, a simple vista al menos.

Suspiré.

Me quité el pijama en cuanto el despertador sonó a pesar de estar ya levantada y me coloqué el uniforme, como cada mañana. Intenté no pensar en todo eso por lo menos hasta la hora de comer, pero me era complicado y eso generó nervios en mi estómago que me arrebataron el apetito. En resumidas cuentas, era una chica con ojeras que no iba a comer nada en un día y que, con suerte, estaba viva.

Esperé al metro mientras escuchaba algo de música, confiando en que me distrajera de todo, pero parecía que el bolso pesaba más que de costumbre, recordándome lo que había en su interior. Intentaba hacer el camino lento para así alargar el momento de llegada al instituto, aunque era inevitable lo que iba a tener que hacer allí.

Nada más poner un pie en el pasillo, sentí que todo el mundo me observaba, como si todos supieran lo que llevaba encima, y mis piernas comenzaron de inmediato a temblar.

Quería correr. Correr lejos, hacia algún lugar donde ese tipo no pudiera encontrarme nunca.

—¡Effie! —Escuché mi nombre desde el fondo del pasillo, despertándome de mi trance. Cailin se acercaba esquivando como podía al resto de personas allí presentes—. No he podido dormir bien en toda la noche, aunque tu mensaje me tranquilizó un poco. Pero al ver que no me respondías a las llamadas, comencé a pensar cosas feas. ¿Qué pasó?

—Tranquila, Cailin, estoy bien, de momento...

—¿Qué quiere decir eso? ¿Aún estás en peligro? —cuestionó con angustia.

Miré a Cailin durante unos segundos. No sabía si debía hacerle partícipe o no, podría decírselo todo o simplemente hacerle ver que solo fue un susto y así mantenerla alejada. Aunque si lo pensaba, puede que el hecho de que ella lo supiera fuese bueno por si algún día no daba señales de vida, llamaría de inmediato a la policía. Pero quería tanto a mi amiga que no me gustaba la idea de que fuesen a por ella si cometía otro fallo.

—¡No! No... Es solo que, bueno, me metí con la persona equivocada y quiso darme un susto. Solo eso.

—Pero, ¿qué pasó? Ese tío daba miedo, al menos desde mi posición. Estaba muy asustada por ti.

—Lo sé y lo siento si exageré, yo también estaba asustada. Solo me advirtió y me dijo que si volvía a cometer el mismo error lo pagaría. Pero creo que ya he escarmentado lo suficiente. —Lancé una sonrisa forzada e inconscientemente apreté mi bolso para evitar que pudiera ver el contenido a pesar de que estaba cerrado.

—¿Quieres que llamemos a la policía? Podrías denunciarlo, tu madre es muy buena abogada.

—Cailin, si hacemos eso, solo lo cabrearemos más y a saber cuánta gente trabaja para él, mandaría a matarme.

—¿No piensas hacer nada? —insistió bastante preocupada y la culpa era mía, debí de haberle contestado para restarle importancia.

—Olvídalo Cailin, quizás te asusté demasiado. Anoche llegué cansada y por eso me dormí nada más llegar.

—Está bien, solo quiero que estés bien, sin tíos raros tatuados amenazándote.

—Lo estaré, cualquier indicio de que algo va mal, te avisaré.

Pareció conformar a mi amiga mis palabras y al menos sentí que ella sí que estaría a salvo. ¿Me sentí mal por mentirle? Sí, pero era por su bien. Haría lo siguiente: recuperaría el dinero, saldaría la deuda y nada de aquello habría sucedido. Pan comido.

Tras acabar las primeras clases, llegó la hora de la comida y, por lo tanto, la hora de venta. Juro por Dios que nunca había tenido tantos nervios acumulados. Apenas pude atender en clases solo de pensar en ello y si seguía así, me va a terminar dando algo.

Me excusé de Cailin tras la primera media hora de la comida diciéndole que tenía que devolver un libro en la biblioteca y, por mucho que me costase, tenía que dejarla sola comiendo. Me dolía no poder decírselo, pero era lo mejor.

Solo me quedaba superar mi primer día de venta.

«Es solo media hora, puedes hacerlo, Effie».



Bueno, bueno...

¡Ya se nos ha presentado Kilian!

¿Qué pensáis de él?

Y el nuevo trabajito de Effie, chungo😵😵😵

¿Seríais capaces de hacer lo que ella debe hacer?

¿Qué pasará?

Solo lo veréis en el próximooo😌😌

Espero que os vaya gustando la historia🥰🥰

Dadme una estrellita si es así⭐

Y recordad beber aguita every day🙏🏻🙏🏻

Love you!!!🖤❣❣☸

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