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ᴍɪᴅɴɪɢʜᴛ ꜰᴏʀ ᴍᴇ ɪꜱ 3:00 ᴀ.ᴍ. ꜰᴏʀ ʏᴏᴜ


Lo estaba consiguiendo. No me estaba afectando la situación en mi casa.

Desde mi pequeña conversación con Kilian hacía unos días, me di cuenta de que lo mejor era admitir que no les caía en gracia y no las iba a forzar a mantenernos unidas. Como siempre se ha dicho, las amistades puedes elegirlas, pero la familia es la que te toca. Y aunque me costase darles la espalda como ellas me lo hicieron a mí, al menos podía mirar para otro lado.

Por eso decidí centrarme únicamente en mí. Vivía con ellas y hacía lo de siempre, pero no me importaba lo que hicieran o dejaran de hacer. Iba a limitarme a estudiar para terminar el último curso con buenas notas, visitar a mi padre cuando tocara, pasar tiempo con Cailin, seguir avanzando con Dexter y en mis películas. Nada más.

Bueno, también tenía que centrarme en devolverle el dinero que le debía a Kilian, pero eso era algo temporal y de lo que me olvidaría después.

Mientras rellenaba mi diario de películas realizando una reseña sobre Mad Max de Tom Hardy, me vino a la mente aquella imagen que presencié sobre Kilian fumando con la luz de las calles. Desde ese instante, a veces esa escena se colaba en mis pensamientos y pensaba en cómo me hizo sentir. No entendía que mi cuerpo reaccionase de tal forma, no era alguien de quien normalmente me sintiese atraída. Los chicos que siempre me habían gustado eran más o menos del estilo de Dexter, así es que, que un chico con pinta de malote lleno de tatuajes me gustara, era algo nuevo en mí. Y de algún modo no me sentía bien, era como si no fuese correcto.

Él me puso un maldito cuchillo en el cuello dejándome un recuerdo de lo más horroroso para toda mi vida, ¿cómo iba a gustarme?

Al día siguiente, todo transcurrió con normalidad y volví vender sin problema alguno. Mi situación con las pastillas sí había cambiado, decidí volver a guardarlas en mi taquilla una vez terminase de vender y recogerlas a la salida. En su momento pensé que en esos momentos podía caérseme al suelo o que alguien me viera con curiosidad, y por eso decidí llevarlas siempre conmigo. No iba a volver a pasarme aquello. Estaba mucho más tranquila, aunque seguía sintiendo esa inquietud de que alguien sabía lo que yo poseía.

Me despedí de Cailin con un abrazo una vez llegamos a la entrada del metro en el que debía subir para ir a casa. Me quedé mirando cómo se marchaba en el coche familiar que siempre la recogía, y a punto estuve de girarme para seguir con mi camino cuando:

—Effie —escuché decir a mis espaldas. Me giré de inmediato y no vi a nadie conocido por más que buscara. Incluso llegué a pensar que era aquel hombre que siempre veía, que iba a comenzar también a hablarme, pero no—. Effie, Effie...

Un chico con gorra, barba y ropa de estilo urbano, se separó de la pared y comenzó a caminar hacia mí. Mis pulsaciones se aceleraron a medida que se acercaba. Di dos pasos hacia atrás con el ceño fruncido, no sabía quién era ese chico, pero sabía bastante bien mi nombre y quería preguntarle por qué, aunque no era lo más sensato. Miré a mi derecha y allí estaba la entrada al metro, solo tenía que echar a correr y sabía que dentro había guardias.

Pero el chico fue más rápido que yo en todos los sentidos. Me agarró del brazo sin apretar demasiado, pero lo suficiente como para no librarme tan fácilmente de su agarre. Me obligó a dar otro paso hacia atrás, y otro.

—¿Quién eres? —me atreví a preguntar.

—Un amigo.

—No te conozco de nada.

—Es evidente, yo a ti tampoco.

—Entonces, ¿de quién eres amigo exactamente? ¿Y por qué sabes cómo me llamo?

Dimos unos cuantos pasos más sin apenas darme cuenta. La gente pasaba de largo con la velocidad tan característica de la ciudad que ni siquiera reparaban en que quizás estaba incómoda siendo agarrada de alguien a quien no conocía.

—Mejor te lo explico de camino.

—¿De camino?

Mis palabras se ahogaron cuando alguien más me agarró del otro brazo tirando de mí hacia atrás. Mi cuerpo cayó sobre el asiento trasero de un vehículo y la puerta se cerró de inmediato dejándome encerrada dentro. El sonido de los seguros no se escuchó por lo que coloqué la mano en el manillar con toda la intención de abrir la puerta y salir lo más rápido posible para pedir ayuda. Pero parecían anticiparse a todos mis actos cuando el que tenía a mi lado volvió a agarrarme. Desvié la vista hacia él, un chico con una tez morena y una expresión ruda fue todo lo que vi. Pero ahí no acabó todo. Como si de la atracción de un imán se tratase, mis ojos bajaron hacia la pistola que este sostenía en mi dirección. Me quedé completamente helada.

El chico de antes se había terminado de subir en el asiento de copiloto y los seguros se echaron. Ya no había salida alguna y estaba siendo apuntada con un arma.

Me estaban secuestrando.

—No te estamos secuestrando —habló el mismo de antes que se había girado para contemplarme con una sonrisa ladina—. Así que relájate y no hagas tonterías.

Los miré a todos detenidamente mientras mi cuerpo temblaba. Parecían pandilleros de alguna banda. El de mi lado iba vestido con tonos morados, el conductor de blanco y el que sabía mi nombre, iba de rojo. Sentí que el arma que estaba apuntándome desde abajo me estaba ahogando y no pude evitar quitarle la vista de encima.

—Vamos, relájate tú también y deja de apuntarla, la estás asustando.

El chico a mi lado bufó, pero guardó el arma tras ponerle el seguro, o eso fue lo que imaginé. Después devolví la vista al de rojo.

—Verás, te necesitamos por unas horas y luego te dejaremos marchar. No vamos a hacerte nada, te lo prometo. Pero tienes que aguantar.

—¿Y para qué me necesitáis? No creo que sea para nada bueno por cómo habéis conseguido que me meta en el coche.

—Eso depende de cómo lo mires. Para nosotros es una buena acción, para ti... no lo sé. Vas a ser algo así como un... ¿señuelo? ¿Cebo? Lo que sea. El caso es que tenemos que atraer a tu amiguito Kilian.

«Genial, estoy perdida.»

—¿Y por qué no lo vais a buscar vosotros mismos? —cuestioné con algo de desesperación. Me habían prometido que no iban a hacerme nada, pero aun así no los creía.

—No es tan sencillo y él sabe lo que se hace.

—Os estáis equivocando conmigo. Kilian no va a venir a por mí.

—Ya lo veremos.

Realmente estaban equivocados. ¿Qué les había hecho pensar que Kilian iría a acudir a mí si me pasaba algo malo? No tenía por qué hacerlo, mucho menos si iba a suponer un problema vérselas con estos tipos.

Durante el resto del camino, me sentí de lo más incómoda. Tenía el móvil en el bolsillo de mi chaqueta, pero cada vez que iba a echar mano para sacarlo, el de morado me miraba de reojo y debía decir que daba mucho miedo. Se me pasaron millones de pensamientos por la cabeza sobre qué iba a ser de mí y me entraron náuseas solo de pensarlo.

El trayecto duró demasiado, no sabría decir cuánto puesto que desconocía la hora. Lo que sí tenía claro, era que estábamos lejos de la ciudad por lo que era capaz de ver por las ventanas.

El lugar en el que acabamos estaba desamparado. Parecía ser una zona con intención de ser industrial, pero todo estaba en silencio. El edificio en el que entramos, era de varias plantas que había sido abandonado sin haberse terminado de construir. Las paredes y el suelo eran de hormigón y había grafitis por todas partes además de basura y colillas. El olor tampoco era agradable y no estaba interesada en conocer su origen.

Había una silla vieja en un lado de la habitación y al comprobar que era el lugar a donde me estaban dirigiendo, supuse que era para mí. Me sentaron en ella y el chico de rojo se acuclilló delante de mí.

—¿Me dejarías un momento tu móvil si eres tan amable?

—¿Para qué?

—Hay que hacerle llegar el mensaje, si no, es imposible que sepa dónde y con quién estás.

—No va a venir —repetí, pero siguió sin hacerme caso.

Abrió la palma de la mano y esperó pacientemente a que sacara mi móvil del bolsillo de la americana y lo desbloqueara con la cámara. No estaba como para cabrearlos, así que me limité a hacer lo que me pedían. Con el móvil en su posesión, se puso de pie y comenzó a grabar con el flash el cual me cegó por completo y tuve que cerrar los ojos.

—Fíjate que joyita nos hemos encontrado por la calle. Del St. Joseph y todo —dijo para el vídeo, en cuanto me enfocó no pude evitar girar la cabeza con los ojos cerrados y la nariz arrugada para impedir que la luz me quemase los ojos—. Ya sabes dónde estamos, de ti depende. Y más te vale que vengas solo.

Es todo cuanto dijo antes de tirarme el teléfono a mis piernas. Tuve que hacer malabares para que no se cayera al suelo y se hiciera añicos.

—Envíaselo.

Suspiré con angustia. No sabía qué hacía yo allí ni que tenía que ver en todo eso, pero no quería descubrir que iba a ocurrirme si no le hacía caso. Abrí el chat de Kilian y envié el video, se lo mostré una vez se envió por completo. Volvió a quitarme el teléfono alegando un "por si acaso" y lo dejó encima de una roñosa mesa lejos de mí. Cuando vi que ellos comenzaron a ponerse cómodos supe iba a pasar allí unas cuantas horas y no tenía claro si reír, llorar, gritar o vomitar.

El tiempo pasó como si fuese eterno y ellos no dejaron de pasearse por la estancia inquietos. Hablaban asuntos de una manera cifrada para que no pudiera entenderlos e intentaron darme conversación, pero no tuve demasiadas ganas de hablar.

Media hora más tarde, me encontraba de los nervios. No aguantaba más en esa silla, Kilian seguía sin aparecer y fuera estaba por oscurecer. Suspiré con fuerza y busqué con la mirada al de rojo, que parecía ser el cabeza de todos ellos.

—Os he dicho que no iba a venir. No le intereso, soy una carga para él y le va a dar igual si me dejáis aquí abandonada.

—Cálmate, bonita. Ya lo veremos.

Los minutos seguían pasando y no dejé de pensar qué ocurriría conmigo si no aparecía. ¿Iban a dejarme ir por las buenas de verdad? ¿Y si me mataban y le enviaban a Kilian trozos de mi cuerpo como prueba de lo que eran capaces?

De pronto las alarmas asaltaron entre los presentes y no entendí la razón. El de morado me cogió de los brazos obligándome a levantarme. Me agarró de las muñecas y las juntó en mi espalda de tal forma que tiraron de mí hacia atrás haciéndome daño. ¿Habían decidido dejar de esperar?

Kilian apareció en mi campo visual y el corazón me dio un vuelco.

Había ido a buscarme, a sacarme de allí y yo no daba crédito a ello. Aún no me había dirigido la mirada, tenía una expresión dura mientras miraba al chico de rojo quien no dejaba esa sonrisa socarrona. Después hizo un barrido por la estancia hasta que nuestras miradas se unieron. Con ella sobre mí, de algún modo conseguí calmarme.

—Dejad que se marche —pronunció con un tono grave y autoritario.

—¡Eh, eh! Aquí las normas las pongo yo —habló por encima el chico de rojo.

Kilian dejó salir un suspiro en un intento de calmarse y estuvo dispuesto a prestar atención.

—¿Qué quieres?

—Quiero lo que me debes.

—No te debo nada.

—Resulta que sí, desde el momento en el que los tuyos me metieron una paliza solo porque estaba caminando por vuestras zonas.

—No estabas solo caminando.

—Ya, bueno. Pues resulta que me entero de que ahora tú te has metido en lo mío y lo justo es que te pagues con la misma moneda.

La expresión de Kilian se endureció más si cabía y daba a entender que sabía a lo que se refería.

—No es vuestro.

—Sí que lo es y pensé que lo habíamos dejado claro. Pero por si no te lo queda aún... —Hizo un gesto con la mano y el chico que me tenía agarrada tiró de mí con más fuerza. Dejé salir un quejido a causa del dolor. Si continuaba tirando podría haberme sacado los hombros de su lugar.

—¡Vale! Lo que tú digas, pero déjala tranquila, estás hablando conmigo.

—Ahora nos estamos entendiendo mejor. Espero que no vuelvas a joder otra vez, si no, la cosa se va a poner seria de cojones.

—Si nos entendemos ya, deja que se vaya.

—Ya te he dicho que quiero que pagues por ello.

—¿Cómo? —cuestionó perdiendo la paciencia.

—Que te dejes.

No entendía a qué se refería, pero por suerte el chico aflojó mis brazos, aunque me seguía manteniendo inmóvil. Kilian asintió para después volver a mirarme y solo con eso, comencé a asustarme.

—Effie —nombró con un tono más suave que con el que se dirigía al chico de rojo y escucharlo decir mi apodo me provocó un escalofrío—, cierra los ojos.

—¿Qué? —No lo entendí, ¿para qué quería que cerrara los ojos? — ¿Por qué?

—Tú solo hazlo y no los abras hasta que te avise.

—Pero... —quise rechistar y volver a preguntar el por qué. Y de pronto recordé lo que el chico dijo: "Que te dejes". Entonces comprendí lo que iba a estar dispuesto a hacer para que yo consiguiera salir de allí—. No. No te dejes.

—Cierra los malditos ojos, Effie —sentenció en un tono algo más elevado.

Me mordí el labio inferior de los nervios. No me podría creer que fuese capaz de hacer algo así por mí. Estaba totalmente segura de que no iba a ir, que no le importaba como para meterse en algo semejante.

Finalmente cerré los ojos con resignación y angustia. Y ojalá hubiese una forma de dejar de escuchar. Porque los golpes eran fuertes. Nunca antes había presenciado una pelea, y jamás imaginé que sonara así. No los veía, pero sí podía imaginarlos. Apreté los ojos aún cerrados y unas lágrimas se escaparon a causa de la impresión. Fueron los minutos más eternos de mi vida, quería gritar que parasen y que lo dejaran en paz. Pero también sabía que yo no podía intervenir hasta que no me dieran permiso. Fue una completa tortura.

Un golpe seco puso fin al recital y yo me quedé sin respiración por un momento, no había sonado nada bien.

—Joder... qué bien sienta —escuché decir al de rojo—. Ya puedes abrir los ojitos, bonita.

Había llorado más de lo que pensé, tenía el rostro empapado y un leve dolor de cabeza me atormentaba por hacer tanta presión cerrando los ojos. Tenía miedo de abrirlos y encontrarme una escena fatídica, porque no me había avisado él. Por ello, los abrí lentamente. Mantuve la vista al suelo mientras aún veía borroso, parpadeé un par de veces y con calma subí la mirada hasta advertir la situación.

Kilian estaba tirado en el suelo y parecía inconsciente. Los labios me temblaron cuando solté el aire que tenía contenido y justo en ese instante, el chico dejó mis brazos caer. No podía quitar la vista de Kilian, quería ver que se movía y que seguía respirando.

—Pues ya está, ya eres libre. —Desvié la vista hacia el de rojo comprobando que dijese la verdad y todo lo que obtuve de él era una sonrisa ladina—. Un placer, has sido de gran ayuda. Si quieres puedes llevártelo o también puedes dejarlo ahí.

Con cautela puse los ojos sobre el cuerpo inconsciente de Kilian. Suspiré con dificultad y comencé a mover las piernas después de horas inmóviles. Recogí mi bolso del suelo e introduje en él mi móvil. Ahí fue cuando pensé en las opciones. Podía irme de allí y llamar a Cailin para que fuese a buscarme, la asustaría, pero habría mandado a su chófer que la acercara a mi ubicación sin problema. Quería olvidarme de una vez de esa tarde y volver a mi casa, porque estaba harta de vivir ese tipo de situaciones y mezclarme con esa gente. Pero, por otro lado, algo en mí me decía que no podía dejarlo ahí tirado, después de todo había acudido a buscarme y no estaría bien por mi parte abandonarlo.

Resultaba curioso que esa misma persona que se había convertido en mi infierno personal, estuviera ahí tan indefensa y yo planteándome si ayudarlo o no. Y era cierto que la vez pasada se había portado genial conmigo.

No lo pensé más veces y me acerqué a él hincando las rodillas en el áspero cemento. Al mirarlo de cerca, comprobé que la cara no la tenía tan mal como pensaba, tenía el labio partido, una herida en la frente, además del pómulo. Los golpes debieron llevárselos en su mayoría el resto del cuerpo.

—Kilian... —llamé mientras movía su brazo con cuidado, pero no se inmutó. Sabía que respiraba, aunque quizás no como debiera ser—. Kilian.

Repetí la acción un poco más fuerte, pero sin resultados. Escuché los pasos de los tres pandilleros y por un momento me tensé, hasta que comprendí que se estaban marchando. Oí cómo subieron a su coche y se largaron dejándome sola con un cuerpo inconsciente. Tragué saliva y volví a intentarlo varias veces más. Me lo quedé mirando sin saber muy bien qué hacer, la sangre de las heridas brotaba sin cesar, derramándose por su piel y tiñéndolo de rojo.

Unos minutos de espera después, me di cuenta de que ya apenas se veía nada. Cogí mi teléfono y encendí la linterna, mirando hacia arriba para por lo menos tener algo de visibilidad. Entonces vi la botella de agua que siempre llevaba llena y pensé en que quizás podía limpiarle la sangre de las heridas. Busqué los pañuelos que sabía que guardaba y saqué uno para colocarlo sobre la boquilla de la botella, que después volteé para que el pañuelo se empapara. Lo llevé hasta los alrededores de la herida del pómulo, pasando la humedad de forma delicada, pues la herida se veía fea. Empapé otro pañuelo y fui a limpiar la sangre del resto de lugares.

Sus labios comenzaron a moverse mientras terminaba de limpiarlos, lo que me dio la señal de que se estaba despertando. Me eché hacia atrás y empezó a abrir los ojos con dificultad. Después tosió un par de veces y parecía como si le doliera con cada una de ellas.

—¿Quieres agua? —me escuché decir.

Kilian no se esperaba tenerme allí al lado, estaba desorientado y por primera vez lo veía débil e indefenso. Quiso incorporarse, pero supe que algo no funcionó bien en su interior cuando puso una mueca de sufrimiento. Le tendí la botella y la cogió después de unos segundos. Se bebió la mitad de la botella cuando me la devolvió aún sin poder enfocar la vista en condiciones.

—Perdona —dijo con una voz ronca. Lo miré a los ojos prestándole atención—. No tendrían que haber ido a por ti. ¿Estás bien? ¿Te han hecho daño?

—No. En realidad, me explicaron que no iban a hacerme nada y que solo era para llamar tu atención. No pensé que fueras a venir...

Me arrepentí al momento de haber dicho eso en voz alta porque su expresión cambió por completo.

—¿De verdad pensabas que te iba a dejar con esos gilipollas? —Apreté los labios y miré al suelo avergonzada. Él suspiró, miró al frente y murmuró:— Ni que fuese un monstruo.

De acuerdo, me había pasado. Pero estaba en un punto en el que no sabía qué esperar de él. No empezamos de la mejor forma precisamente, viví asustada muchas semanas por su culpa e hice cosas que no me agradaban porque me obligaba a hacerlas. ¿Qué esperaba? ¿Qué de la noche a la mañana confiara en él? Tampoco iba a disculparme por pensar así.

Estuvimos en silencio unos segundos, siendo iluminados únicamente por la luz de la linterna de mi móvil mientras el aire helado comenzó a entrar por los huecos donde deberían ir ventanas. No sabía dónde estábamos, pero lejos seguro.

—Deberíamos irnos —sugerí poniéndome en pie—. ¿Puedes moverte?

Kilian hizo el amago de levantarse solo, pero algo no iba bien y eso estaba claro. Su expresión de dolor me lo transmitió de alguna forma y sentí inquietud.

—Vas a tener que ayudarme —dijo con pesar.

Me coloqué delante de él y le tendí ambas manos. No tenía ni idea de cómo iba a levantar esa masa muscular, pero lo intenté. Puso los dos pies sobre el suelo y unió sus manos tatuadas con las mías. Sentí un cosquilleo cuando fui consciente de que mi piel tocaba la suya, pero quise centrarme en reunir toda la fuerza posible para levantarlo.

—¿Estás bien? —cuestioné una vez se puso en pie y se tambaleó un poco hacia atrás.

—Creo que tengo una costilla rota, la cara me arde y me duele todo el cuerpo, por lo demás bien.

—¿¡Una costilla rota!? —exclamé asustada. Nunca se me había roto nada, no podía imaginar el dolor que podía suponer eso—. Tenemos que ir al hospital.

—Tranquila, Euphemia. No voy a ir al hospital.

—¿Cómo que no? ¡Tienes un hueso roto!

—Y no es el primero. No te preocupes por mí. Ahora vamos a centrarnos en bajar las escaleras y salir de aquí.

Y sí, fue una situación extraña. Apoyó su brazo izquierdo sobre mis hombros y ambos bajamos las escaleras despacio entre sus quejidos por el dolor. Jamás me hubiera imaginado antes encontrarnos en una situación similar. Kilian siempre emanaba esa aura de chico duro y seguro de sí mismo, que no le importaba nada ni nadie y que sabía lo que se hacía. Pero todo eso se desvaneció en aquel momento, se lo veía real, con sentimientos y todo lo mundano.

Conseguimos llegar abajo y salir del edificio abandonado. A nuestro alrededor todo daba miedo. Seguía sin parecer que hubiese alguien por los alrededores. Donde antes estaba el coche donde me trajeron, también se encontraba el coche negro de Kilian.

—¿Sabes conducir? —cuestionó procurando respirar en buenas condiciones.

—Pues... no —respondí nerviosa, no había pensado en ese detalle y sí habría sido genial que yo hubiese aprendido a conducir antes.

—¿Ni siquiera un poco?

—Nunca he cogido un coche. —Mi respuesta no pareció afectarle, pero sí que era un punto importante—. Podríamos pedir un Uber, o un taxi.

—No —respondió tajante.

—¿No conoces a nadie que pueda venir?

—Prefiero no hacerlo, tardarían siglos en llegar. No importa, conduciré yo.

Me lo quedé mirando mientras se arrastraba hacia el coche, lo abrió con el mando y se metió en el interior. En cuanto puso sus ojos sobre mí, reaccioné y entré en el asiento de copiloto. Cuando lo examiné, tenía la cabeza echada sobre el asiento y los ojos cerrados.

—No puedes conducir, no estás bien —dije alterada, no me agradaba la idea de estar en un coche con alguien que podía marearse en cualquier momento y el trayecto no era precisamente corto.

—Solo... dame un minuto.

Volví a sacar la botella de agua y la cogió sin pensarlo, echándose dos tragos. Procuraba respirar bien. Tras un par de minutos, me devolvió la botella y encendió el motor. Ninguno de los dos dijimos mucho, tan solo que pusiera música y eso fue lo que hice, supuse que quería distraerse con algo. Conecté mi móvil a la pantalla mientras él conducía y busqué playlists con música que pudiera gustarle, pero sobre su estilo no tenía absoluta idea.

—¿Qué bandas te gustan? —cuestioné con el móvil en la mano y mirando su perfil.

—Ahm... Led Zeppelin, Rage Against The Machine, Ozzy Osbourne... Pero pon lo que quieras.

Busqué el primero de ellos porque era el que más me sonaba y encontré una playlist con música del mismo estilo donde estaban las que había mencionado. Sonaron un par de canciones y Kilian parecía estar estable, supuse que al no moverse no tendría por qué ocurrir nada malo.

—¿Qué música escuchas tú? —cuestionó interrumpiendo el silencio entre ambos, lo cual me sorprendió. Quitó la vista de la carretera solo un segundo para mirarme.

—Pues soy bastante básica —respondí con timidez—. Escucho lo que vaya saliendo y tenga éxito. Aunque sí que escucho mucho a Lady Gaga, Ariana Grande o Taylor Swift. Tengo una playlist con todas las canciones que me gustan en general, y creo que hay una mezcla de estilos bastante grande. Pero no había escuchado nada de esto. —Me referí a lo que sonaba por los altavoces—. ¡Oh! Bueno, me gusta Imagine Dragons, es algo así como rock, ¿no?

—Diría que es más bien pop rock, pero sí, yo también he escuchado algunas canciones y no están mal.

Apreté los labios elevando levemente las comisuras de estos y agregué algunas canciones que me gustaban del grupo a la cola de reproducción. El camino así no me resultó pesado y aunque estábamos en silencio, no me encontraba incómoda. Escuché con atención las canciones que iban saliendo de su estilo y algunas las agregué a mi lista para escucharlas de nuevo.

Cuando aparcó el coche, volví a ayudarlo a salir. Y tras caminar hasta su edificio, los dos nos miramos cuando caímos en la cuenta de las escaleras que debía de subir puesto que no había ascensor. Tardamos mucho más que si lo hubiéramos subido con normalidad, pero conseguimos llegar. Lo primero que hizo fue sentarse en el sofá. Me fijé que encima de la mesita estaba su tablet con el lápiz, un plato sucio y algunos papeles. Sabiendo cómo era con el orden, me dio la impresión de que salió corriendo y la sola idea de pensarlo provocó algo en mi interior.

Cerró los ojos cuando dejó caer la cabeza sobre el respaldo del sofá, tal y como hizo antes. Después de todo, haber subido tantas escaleras había sido otro esfuerzo más para tener un hueso roto.

—Tendrías que haber ido al hospital.

—No puedo ir al hospital sin que se hagan preguntas. No te preocupes por eso, mañana vendrá alguien a tratarme.

Me quedé algo más tranquila al saber que lo tenía bajo control. Entonces me di cuenta de que quizás esperaba a que me fuese para descansar, aunque no me parecía bien que estuviese solo en ese estado. A punto estuve de darme la vuelta para caminar hacia la puerta cuando lo vi tenderme su móvil desbloqueado.

—Pide algo para cenar —dijo después.

Parpadeé perpleja.

—Pensaba marcharme y dejarte descansar.

—Es tarde. Quédate aquí, no me importa.

Y no le faltaba razón, se había hecho bastante tarde. El metro tardaría bastante más en llegar si no lo cogía a tiempo, y encontrarme sola por aquellas calles no era algo que me entusiasmara. Acepté su móvil con la aplicación para pedir comida abierta. Sentí un cosquilleo en las manos, tenía su móvil sobre ellas y totalmente a mi disposición. Por un momento pensé en la de cosas que podría descubrir de él y de lo que hacía. Pero caí en la cuenta de que estaba confiando en mí para tener esa libertad y no me sentí capaz de indagar para mi beneficio.

Me centré en la comida y pedí dos pizzas, pensé que si sobraba tendría para el día siguiente. Puse el teléfono sobre la mesita y me centré en él de nuevo. Las heridas de la cara estaban empezando a inflamarse y a ponerse feas, estaban pidiendo tratamiento lo antes posible.

—¿Tienes un botiquín? —cuestioné provocando que volviera a abrir los ojos—. Deberías al menos curarte las heridas de la cara, van a infectarse.

—En el primer cajón del lavabo del baño hay varias cosas —indicó sin moverse salvo para señalar la puerta del baño a su espalda junto a la cama.

Me acerqué y abrí la puerta para después encender la luz. No había entrado nunca antes, era un baño moderno estilo nórdico, con una ducha espaciosa, un inodoro y un lavabo donde colgaba un espejo redondo. Como bien dijo, en el lavabo había tres cajones, abrí el primero y me sorprendí con la cantidad de cosas que había. Entre todo, me fijé en varios tubos de crema para tatuajes, espuma de afeitar junto a un paquete de cuchillas, pasta de dientes y algún que otro producto para el cabello. Encontré en un lado y bien ordenado, un bote de desinfectante, gasas y tiritas. Cogí lo que pude y tras empapar con agua tibia una gasa, volví a su encuentro. No se había movido de su posición, pero se enderezó en cuanto me puse delante de él. Dejé las cosas sobre la mesa salvo la gasa húmeda.

En cuanto pasé la gasa sobre la herida del pómulo, me di cuenta de que no era la misma situación que cuando estaba inconsciente y pronto los nervios me gobernaron. Notaba su mirada sobre mí, pero intenté centrarme para curarle lo mejor posible. Limpié con suavidad los restos de sangre seca y, posteriormente, cogí una nueva gasa para echarle el desinfectante. Comencé con el pómulo y, una vez lo dejé listo con una fina tirita, pasé a la herida de la frente y, por último, a la del labio, repitiendo la acción. El labio no tenía buena pinta, pero yo solo debía centrarme en la herida. Coloqué el pulgar de mi mano libre sobre su labio inferior para que el desinfectante se expandiera bien por la zona y poder realizar una mejor curación.

Entonces noté sus labios moverse con lentitud sin importarle lo doloridos que pudieran sentirse. Levanté la mirada y nuestros ojos se conectaron en el mismo canal de una forma completamente natural, no sabría explicar lo que supuso para mí aquel acto. Todo se frenó, dejé de respirar y casi diría que las agujas de los relojes dejaron de moverse. Entreabrí la boca completamente embelesada cuando sentí que sus labios estaban atrapando mi pulgar como si estos quisieran morderlo lentamente, empapándome con su saliva. Continuó moviéndose de aquella forma tan sensual, recorriendo mi dedo al completo y yo me había perdido en algún lugar entre su mirada penetrante y las pequeñas mordidas que sus labios estaban haciéndole a mi piel.

Necesité respirar, si no, me moría allí mismo.

Parpadeé un par de veces y recogí todo el aire que pude para después apartar mi mano de sus labios. Rompí el momento dejando la gasa sobre la mesa y sintiendo cómo todo estaba caldeándose mientras mi corazón había empezado a trabajar de lo más intenso.

—¿Tienes hielo? Deberías ponerte hielo porque se te está comenzando a hinchar y te vendrá bien —dije a toda velocidad a la misma vez que iba directa a su congelador en la parte baja de la nevera.

Nunca me introduje en la cocina, a pesar de que era un espacio abierto, y mucho menos tomarme la libertad de abrir el congelador, pero necesitaba distraerme. Me agaché y abrí la puerta, aun sin buscar nada. Intenté respirar y calmarme. Mi cuerpo había reaccionado de lo lindo ante esa acción, sobre todo ahí abajo con esas pulsaciones repetitivas. No me había pasado algo así con nadie antes, quizás con alguna escena de un libro o de una película, pero así no. ¿Por qué tenía que ser tan atractivo? Incluso con la cara medio hinchada y herida estaba perfecto.

Cuando pensé que mi rostro había vuelto al color natural, saqué un paquete de cualquier cosa y me levanté para tendérselo sin mirarlo demasiado.

Por suerte para mí, el timbre sonó, la pizza había llegado. Abrí la puerta y acepté el pedido que ya había pagado a través de la aplicación. Olía de maravilla, no conocía el lugar al que había pedido, pero esperaba bastante de sus pizzas. Antes de ponerlas sobre la mesita, recogí lo que él había dejado sobre ella y, posteriormente, las serví abriendo las cajas. Kilian me indicó que en la nevera estaban las bebidas, y descubrí que había más refrescos de lima. Me encontré sonriéndole a unas latas como una idiota. Negué levemente y cogí una, además de una cerveza para él a su petición.

Observé los sitios disponibles para comer, él estaba en el sofá frente a la mesita. Aún había hueco para sentarme, pero eso implicaba estar a su lado y yo aún me sentía afectada, así que preferí sentarme en el suelo frente a él. Una vez vi la perspectiva, comprendí que quizás era mejor haberme sentado a su lado, pues no le quedaba otra que mirarme y yo a él.

Al menos la pizza estaba buenísima, hacía tiempo que no comía algo con tan buen sabor. Comimos en un silencio algo incómodo e intenté centrarme en no levantar la vista. Hicimos como si no hubiese pasado nada y eso me ponía aún más de los nervios.

—Cuando fuimos al taller nuevo, ¿recuerdas si mencionaste tu nombre? —rompió nuestro voto de silencio mientras masticaba.

—¿Mi nombre? —respondí con sorpresa, no esperaba una pregunta así y menos de un día en el que estuve tan desesperada por conseguir lo que me pedía que ni siquiera fui consciente de lo que salió de mi boca. Entonces recordé el momento en el que casi no lo lograba e intenté persuadirlo de una forma más personal—. Sí, sí que lo hice.

Todo lo que obtuve fue un suspiro pesado por su parte. No sabía a qué venía aquello en ese momento.

—Ese local está, digamos, entre dos barrios. El nuestro y el de esos gilipollas. Pensé que había quedado claro que nos pertenecía a nosotros, pero al parecer no se quedaron conformes. Si le diste tu nombre al dueño, es probable que este se lo contara a ellos y por eso fueron a buscarte.

—Lo siento —dije al darme cuenta de mi error.

—No importa. Pero piénsalo antes de decir tu nombre, la zona donde lo dices y a quién. Ya me encargaré de avisarles de que no vuelvan a molestarte.

—¿Y si vuelven a dejarte así?

—Si estoy así es porque dejé que me pegaran, normalmente no acabo tan mal. —Hizo un intento de sonrisa, pero la herida no le permitía estirar tanto el labio.

No me gustaba en absoluto el mundo en el que se movía. Drogas, bandas callejeras, peleas... Sin embargo, aunque físicamente podía ser imponente, esa versión que estaba descubriendo de él no parecía pertenecer a ese mundo. Podía ser un chico ordenado, apacible, agradable y con el que se podía hablar. No lo conocía ni una mínima parte, pero estaba consiguiendo que mi impresión hacia él cambiase.

—¿Te duele? —cuestioné para seguir con la conversación, no me agradaba el silencio que se había generado tras... eso.

—Sí, pero si me estoy quieto no es tan malo. Me tomaré unos analgésicos y descansaré. ¿Tú te encuentras bien? Seguro que te ha pillado por sorpresa.

«Bueno, no ha podido ser peor que la sorpresa de tener a un traficante cabreado persiguiéndome y colocándome un cuchillo en el cuello».

Me guardé esas palabras para mí y pensé mejor mi respuesta.

—Estoy bien. Me asusté mucho y no sabía qué iba a pasarme porque no podía creerme del todo que no me quisieran hacer nada. Pero cumplieron su palabra y estuvimos horas solo esperando a que llegaras. Aunque lo peor ha sido... —Paré y subí la vista para mirarlo de nuevo a los ojos.

—¿Qué? —insistió.

—Escuchar los golpes que te daban —confesé en voz baja—. Lo he visto en películas y eso, pero no tiene nada que ver a cuando es real, incluso solo con escucharlo.

—Por eso no quería que lo vieras, sé que no es nada agradable. Siento que haya tenido que ser así.

Tragué saliva y asentí bajando la vista al trozo de pizza a medio comer.

Terminamos de comer y, para mi sorpresa, Kilian me dijo que podía darme una ducha y cambiarme de ropa. Me sacó una camiseta negra y unos pantalones que podrían pasar por pijama, dijo que era lo más pequeño que tenía. Entré en la ducha con un cosquilleo en mi estómago, me sentía como si hubiera entrado más en él, que no solo estaba en la superficie teniendo cuidado de donde pisar. Era una calma desconcertante y que era difícil de explicar, pero me sentía bien. A pesar de todo por lo que me había hecho pasar, estaba bien.

Al salir de la ducha, volví a ponerme la ropa interior y encima lo que él me había prestado. De pronto me vi envuelta en su olor, ese que tanto me había gustado en anteriores ocasiones. No sabía si era el detergente o su colonia, pero era un olor varonil que me gustaba mucho.

Doblé mi uniforme y salí del baño. Lo encontré cambiado de ropa y acomodando el sofá con dificultades. De inmediato me alarmé, ¿cómo podía estar moviéndose así con un hueso roto?

—¿Qué haces? —pregunté una vez me acerqué a él.

—Preparando el sofá para dormir —respondió con simpleza, como si no hubiera hecho nada malo—. Tú duermes en mi cama. Las sábanas están limpias, no te preocupes por ello.

—No vas a dormir en el sofá con una costilla rota. Tienes que descansar bien en un sitio cómodo y amplio —me escuché decir sin pensarlo demasiado, parecía algo lógico.

—Pero no puedo dejar que duermas tú en el sofá.

—¿Y por qué no? Yo no necesito mucho, con un cojín y una manta es suficiente. —Le arrebaté la manta de las manos y comencé a acomodar yo el sofá de tal forma que pareciera una cama—. ¿Ves? Perfecta para mí.

—¿Seguro? —volvió a cuestionar no muy convencido. Me resultaba tan extraño que estuviera dirigiéndose así hacia mí.

—Sí. Vete a dormir de una vez —ordené con una sonrisa para que se viese que todo estaba bien—. Y ponte más hielo.

Me tumbé en la cama improvisada en el sofá e intenté conciliar el sueño cuando las luces se apagaron. Sorprendentemente no era un mal sofá para dormir, me encontraba cómoda y era más amplio que cualquier otro. Respiraba el olor de su ropa, de la manta e incluso al champú que había utilizado, todo era él. Y de alguna forma me quedé dormida pensando en ello.

Mis ojos se abrieron sin problema alguno cuando la pesadilla había concluido. Había sido horrible, me perseguía alguien espantoso y yo corría de él. No era la primera vez que eso ocurría ni iba a ser la última por desgracia para mí y lo detestaba. Sobre todo, porque para mi cuerpo el sueño que había echado era más que suficiente. Pero aún estaba todo a oscuras como de costumbre. Miré el reloj y aún marcaba las tres de la mañana, había dormido aproximadamente tres horas.

Suspiré y levanté la cabeza para observar a Kilian. Por su respiración supe que estaba dormido y me sorprendió lo silencioso que era aun estando boca arriba. Se había puesto la cabeza algo más alta que el resto del cuerpo y supuse que tenía que ver con las heridas. ¿Cuántas veces habría recibido golpes como aquellos? No quería saber cómo debía tener el resto del cuerpo.

Me senté colocándome la manta por encima de las piernas y miré hacia el ventanal donde podían verse algunos edificios y la luz de la ciudad se colaba. Ni siquiera sabía qué hacía allí, pensé que tendría que haber vuelto a casa. Y pensar en volver dio lugar a la imagen de mi madre sin remedio alguno por mucho que yo estuviera intentando no pensar en ello. Miré el móvil para comprobar si tenía mensajes, pero no había nada más que de Cailin contándome una situación familiar. Nada de mi madre. Sabía que no le preocupaba en absoluto dónde estaba ni con quién, pero es que ni siquiera me envió un mensaje para comprobar si estaba bien.

Y eso era triste porque si realmente me hubiesen hecho algo, ella no se habría enterado hasta días después.

Seguí mirando por la ventana mientras cientos de pensamientos se cruzaron por mi mente, algunos bastante tristes y otros que yo misma forzaba para evadirme.

—¿Effie? —escuché a mi espalda en una voz somnolienta.

Me giré ante la sorpresa. ¿Lo había despertado?

—¿Qué haces despierta? —Siguió enderezándose poco a poco hasta levantarse.

—¿A dónde vas? Tienes que seguir descansando —advertí. No encendió la luz, pero no hizo falta. Caminaba con la iluminación que entraba de la ciudad y ambos nos habíamos acostumbrado a ella. Llevaba unos pantalones grises y una camiseta de manga corta negra, no sabía si era un pijama, pero parecía de lo más cómodo.

—Me está empezando a doler todo otra vez y no puedo dormir así —respondió abriendo la puerta de un mueble de la cocina. De allí adquirió un bote de pastillas. Sacó dos vasos y lo vi llenarlos de agua, con ellos se acercó a mí y me tendió uno—. Ten, por si tienes sed.

—Gracias —murmuré y di un trago antes de dejarlo sobre la mesita mientras él se llevó las pastillas a la boca.

—¿Por qué estás despierta? ¿No puedes dormir? Quizás no sea el mejor sofá del mundo...

—No, no es por el sofá —interrumpí—. Tengo insomnio desde hace unos años. Apenas duermo cuatro horas al día en el mejor de los casos.

Sabía que me miraba, y que probablemente lo hacía con pena como a todo el que se lo decía.

—¿Por algo en especial?

—Desde el divorcio de mis padres. Pasó algo que, bueno... me afectó y desde entonces tengo pesadillas que me impiden dormir. Ni siquiera sé si es por eso, pero es lo más lógico. Y sé lo que me vas a decir, que vaya al psicólogo o a un psiquiatra. Pero no me atrevo a contárselo a mis padres por distintas razones y no tengo dinero como para ir por mi cuenta. Tampoco me gustaría estar tomando pastillas y depender de ellas como una drogadicta. Así que, en fin, supongo que así soy yo.

Esperaba que me insistiera, como hizo Cailin en su día. Ella estuvo buscando formas de solucionarlo, incluso quiso pagarme cualquier tipo de ayuda, pero me negué en rotundo. Sin embargo, se quedó callado.

—Yo sé lo que es eso —habló despertando mi interés—. Pasé una época difícil y me costaba mucho dormir.

Aquello me pilló por sorpresa, y fue la primera vez que me cuestioné su pasado. Qué cosas habría tenido que pasar para llegar a vender drogas. Porque si de algo me di cuenta era de que Kilian nunca parecía estar drogado. Fumaba y bebía cerveza, pero nunca lo había encontrado distinto. Por lo general, los que suelen vender en las calles también consumen. Pensé que quizás lo hacía en otros entornos o en determinadas ocasiones, y eso era algo que no podía preguntarle de forma directa.

—¿Lo remediaste?

—Sí, con el tiempo.

Asentí, comprendiendo que lo mío iba a ser complicado, pero con la esperanza de que alguna vez iba a poder recuperar el sueño sin interrupciones. Nos quedamos callados, escuchando únicamente los sonidos de la ciudad o del entorno. Quería decirle que lo mejor era que se fuera a dormir y que no se preocupara por mí, pero entonces él volvió a hablar:

—¿Quieres ver una película?

Giré la cabeza y lo miré con asombro. Aquella simple cuestión, de algún modo, fue como degustar el mejor pastel del mundo. Y es que me estaba pidiendo a más de las tres de la mañana ver una película, mi pasatiempo favorito. No tenía intención alguna de irse a dormir y algo me decía que iba a negarse si le insistía en que se marchase. Después de todo, él tenía múltiples contusiones que le impedían coger el sueño.

—Sí, me gustaría —sonreí sin separar mi mirada de la suya.

Ahí estaba, de nuevo, la misma atracción. No era intencionado, simplemente sucedía.

—¿Te gusta el cine clásico?

—¿Esas películas en blanco y negro? No las he visto nunca —dije con algo de desagrado, lo más antiguo que veía era de los noventa, dudaba que las películas antiguas pudieran estar bien hechas en comparación con las que solía ver.

—Pues eso va a cambiar.









Bueno, cuéntenme🤭

¿Qué os parece todo esto?

¿Qué estáis sintiendo?

¿QUÉ?

Yo estoy like dancing in the rain🕺👯‍♀️

Y ya que Effie sacó tema, ¿qué música soléis escuchar?🤔

Ella es como yo la verdad, yo escucho lo que sea y si me gusta pues para mi lista de favoritos (tengo unas dos mil y pico canciones por el momento). Lo que sí que no escucho es música en español, salvo a Rosalía. Y Billie mi fav de todas😚

Si os ha gustado el capitulillo, dame una estrellita ⭐️⭐️

Y nos leemos en el próximooooooo

¿Qué pasará? Ays...🤭

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