12
ᴀʀᴇ ᴡᴇ ʙᴏᴛʜ ʟᴏꜱɪɴɢ ᴏᴜʀ ᴍɪɴᴅꜱ?
—¿Y cómo era la fiesta?
—Pues... diferente.
Cailin estaba acostada sobre su cama comiendo un bol de fruta picada mientras me pedía que la pusiera al día con lo que pasó el viernes. Le enseñé las fotos que saqué como pruebas, aunque no sirvieran de mucho. Ella tampoco entendió lo de los números, pero le pareció buena idea lo de la foto con las bolsas de pastillas sobre la mesita, era un paso. Y alucinó con que una chica desconocida fuese a vestirme para una fiesta. La miré desde mi posición, estaba sentada a su lado.
—¿En qué sentido? —cuestionó con la boca medio llena.
—A ver, es que no se parecía en nada a lo que estamos acostumbradas a ver en la ciudad. Era en algún punto a orillas del río Hudson por la parte de Nueva Jersey, es todo lo que sé. Había una barra montada totalmente improvisada, coches que parecían altavoces con ruedas, un DJ, luces por todas partes... Y mucha gente. Bebían, fumaban a saber qué hierba y, si yo estaba allí, pues se drogaban con lo que se vendía.
—¿Y nadie llamó a la policía?
—Si tratas de reírte de mí...
—¡No! —Soltó una carcajada a lo que yo también terminé por unirme—. Lo digo en serio. ¿Una fiesta ilegal a orillas del Hudson? ¿Con alcohol, maría y pastillas? ¿Y no va la policía?
—Pues no sé. No había casas alrededor. En realidad, era una buena zona para ello. Algo lejos, pero supongo que es la intención.
—Me hubiera gustado verla.
—Créeme que no, era horrible. Había gente muy rara. Todos bailaban apretados y apenas llevaban ropa, imagina sentir el sudor de un desconocido. Por no hablar de los babosos que quieren llevarte a Dios sabe dónde, podría haber salido en las noticias muerta a orillas del río.
—¡No digas eso! Qué escalofrío —exclamó con una expresión de horror.
—Yo solo quería irme de allí. Así que al ver que no había intención alguna, me aparté. Entonces Kilian se sentó a mi lado, me vio llorar y me dijo que me llevaba a mi casa.
—¿Enserio? ¿Se ofreció?
—Estaba llorando, supongo que tuvo un momento de humildad.
Terminé tumbándome sobre la cama con la cabeza al lado de los pies de Cailin y colocando los brazos a ambos lados de ésta mientras me perdía en el techo.
Lo más insólito de la noche del viernes no fue la fiesta en sí, ni si quiera que Kilian se ofreciera a llevarme a casa. Él me llamó Effie por primera vez y parecía... ¿arrepentido? No sabría explicarlo bien. Fui rápida y apenas lo escuché con claridad, pero la forma en la que ocultaba su rostro con sus manos me pareció un acto de lo más extraño. Esa imagen fue en la que pensé durante la noche, porque no, apenas pude dormir.
El sábado lo pasé encerrada en mi habitación viendo películas para distraerme de todo a mi alrededor, aunque a veces recaía en mis más oscuros pensamientos. Por eso, acepté con gusto pasar el domingo junto a Cailin. Hemos paseado por Central Park, visitado algunas tiendas y tomado un chocolate caliente. Y no fue hasta que llegamos a su casa que me atreví a contarle lo que pasó el pasado viernes, lo de mi madre y la fiesta. Me hizo bien contarlo en voz alta.
—Lo de tu madre es fuerte. Desde luego que no entiendo lo que se le pasa por la cabeza. No creo que hicieras mal en contárselo a tu padre, quizás deberías aceptar lo de mudarte con él cuando seas mayor de edad.
—El problema de eso es vivir con una mujer remilgada y unos mellizos insufribles. Y no sé si debería dejar a mi hermana sola. Necesito llegar a ella y hacer que abra los ojos.
—Suerte con eso, amiga —concluyó para meterse otro trozo en la boca.
Al día siguiente en el instituto, los de último curso habíamos empezado a ser llamados por el orientador para hablar sobre todo el procedimiento para entrar en universidades. El año anterior tuvimos algunas fiestas de lo más sofisticadas para hablar con personas importantes de distintas universidades. En aquel momento no tenía absoluta idea de qué estudiar y mucho menos a qué universidad asistir. Y el problema seguía perdurando en mí. Mi padre esperaba que entrase en Columbia al igual que él, pero, aunque mis notas no eran para nada malas, habría alguien con más ganas que yo de ingresar. Y todos sabemos hasta dónde pueden llegar para conseguir lo que quieren en ese instituto.
Por ese momento, lo único que tenía que hacer era escribir una carta de presentación para enviar a las universidades que me interesaran y, como no había ninguna en concreto, el orientador quiso tirarse de los pelos conmigo. Al final, conseguimos sacar una lista donde Columbia era mi primera opción, aquel era mi objetivo.
Después de la reunión y de unas cuantas clases, Cailin y yo nos metimos en el cubículo de los baños a la espera de los compradores drogadictos que compraron sin problema alguno.
Cuando llegué a la clase de historia, Dexter ya estaba sentado en su sitio y un hueco vacío a su lado. Me sonrió enderezándose para recibirme. Aquel día lo encontraba aún más guapo que de costumbre, se le habían escapado algunos mechones de pelo de su peinado engominado. Suspiré y me senté a su lado.
—¿Qué tal la reunión con el orientador? —cuestionó nada más sentarme.
—Reveladora —dije más bien para el orientador por descubrir que no tenía absolutamente nada pensado, pero dejé que pensara que se trataba por mi parte.
—¿Has descubierto cuál es tu futuro?
—Algo así. —Sí, que seguía sin tener nada pensado—. ¿Y a ti? ¿Cómo te ha ido?
—Bien. Mi objetivo es Harvard, y parece que voy por el buen camino. Ya me camelé a su representante el curso pasado y gracias a las invitaciones que mi madre le ha hecho en algunas de sus fiestas, es pan comido.
—Eso es genial, seguro que te escogen. ¿Qué especialidad?
—Empresariales —respondió no muy entusiasmado y lo cierto es que tampoco era ninguna sorpresa.
—Supongo que no tienes opción.
—No. Alguien tendrá que ocuparse de la empresa en un futuro —respondió con una falsa sonrisa.
—¿Qué te gustaría hacer realmente? —me atreví a cuestionar.
—Siempre me han gustado las artes dramáticas.
—Vaya... ¿Quieres ser actor? —Elevé las cejas con sorpresa.
—En realidad, más bien lo que se encuentra detrás de las obras teatrales. Tengo algunas obras escritas.
—¿¡En serio!? No sabía que te gustaran las obras de teatro.
—Pocos lo saben. Ni siquiera todo mi grupo de amigos al completo lo sabe, solo un par de ellos.
—¿Y eso por qué? No todos pueden escribir una obra, deberías estar orgulloso.
—Ya, bueno. Digamos que no está muy bien visto, sobre todo en mi familia y prefiero que no se enteren.
—Entiendo. Tu secreto está a salvo conmigo —aseguré.
Dexter me dedicó una sonrisa de agradecimiento para derretirse y justo en ese momento apareció el profesor, quien no se demoró en empezar la clase. Me gustó saber esa parte de Dexter, nunca lo habría dicho, quería escribir y dirigir obras teatrales. No son películas, —aunque me hubiese gustado—, pero los teatros también tenían su magia. Me lo imaginé preocupado por su obra, porque todo fuese a salir bien mientras yo me encargaba de darle ánimos. Y lo entendía, que el hijo heredero de una marca de moda famosa prefiriese dedicarse a las artes dramáticas en lugar de seguir con el legado, debía de ser una aberración para su familia y para la alta sociedad.
Dejé la clase de historia una vez concluyó para dirigirme a la siguiente del día. Cogí los libros necesarios en mi taquilla y fui a ésta sentándome en mi sitio en primera fila. A mitad de hora, la profesora sugirió que guardáramos los libros para pasar a otra actividad. Coloqué mi bolso sobre mi regazo y eché un vistazo dentro para hacer hueco, pero algo no iba bien. Faltaba algo importante en él que llevaba viendo toda la mañana.
El sobre con el dinero y las pastillas.
Revisé el bolso manteniendo la calma, lo saqué todo para comprobar que no había sido aplastado. Pero no había nada más.
«No. No. No. No. No.»
Mis cosas eran todo lo que había en él, y el sobre no estaba por ningún lado. Mi respiración comenzó a agitarse al pensar que no estaban y seguí removiendo el interior con angustia por si había algún hueco que no había mirado bien. Y tampoco aparecía.
«Vale, Effie. Hay otras opciones. Quizás lo metí en la taquilla de forma inconsciente.»
Me repetí ese pensamiento durante el resto de la clase, pero aun así no estaba tranquila. Mis piernas realizaban movimientos repetitivos y mi mirada se escapaba de nuevo al bolso por si aparecían mágicamente. No podía perder las pastillas, no podía estar sucediendo otra vez. Si lo hacía, me iba a matar y no habría vuelta atrás. Cometer el error una vez tenía sus consecuencias, pero dos, estaba segura de que no iba a salir viva de ninguna manera.
Cuando terminó la clase, salí la primera hacia mi taquilla en la planta de abajo. Esquivé a todo el que se interponía en mi camino y casi me caí por las escaleras, pero por fin llegué a mi taquilla abriéndola sin pausa. Allí estaba mi desorden, pero a simple vista no se veía ningún sobre. Comencé a sacarlo todo, al principio lo metía en mi bolso, pero terminé por dejar mis cosas de cualquier manera en el suelo, no me importaba si lo veían.
Al ver mi taquilla prácticamente vacía, ahí fue cuando un nudo se formó en mi garganta y el aire comenzó a escasearme. Los labios me temblaban, el corazón me iba a mil por hora y estaba segura de que había perdido el color de la piel. No podía estar pasándome eso a mí.
Muerta. Estaba muerta.
—¡Effie! ¿Qué es todo esto? —exclamó mi amiga, quien se acercaba hasta mi posición con el ceño fruncido y observando el caos que había formado.
—Cailin... —La cogí del brazo y la atraje a mí—. No están.
—¿Qué? ¿Qué no está? —Mi expresión de angustia se lo dijo todo y la suya cambió por completo—. ¿No están? ¿Cómo que no están? Tienes que tenerlas, Effie, hoy has vendido.
—¡Lo sé! ¡Pero ahora no están!
—Tiene que ser una broma. Pero... ¿has mirado bien en tu bolso?
—¡Sí! Y casi lo desguazo al completo, pero no están ahí. Por eso he venido a mi taquilla y ya ves que no hay nada. —Señalé con las manos.
—Vale, ¡cálmate!
—¿¡Cómo voy a calmarme!? ¿Con qué cara voy a decirle que las he perdido?
—Vamos a buscarlas. Igual se te cayeron en el baño o no las guardaste. Allí no va mucha gente, quizás estén allí.
Asentí intentando controlarme, no podían haber desaparecido sin más. Recogí todo lo del suelo y lo volví a meter en la taquilla de cualquier manera hasta cerrarla. Seguí a Cailin hasta los baños donde hacía unas horas estábamos metidas. Inspeccionamos cada rincón y seguía sin haber nada. Quería morirme allí mismo, no quería saber qué iba a hacerme.
Tuve que ir a la última clase del día con aquel malestar. No dejé de pensar en lugares en los que había estado donde podría habérseme caído y, por supuesto, no atendí a las explicaciones del profesor.
—Puede que no se enfade tanto.
—Cailin, la última vez me puso un cuchillo en el cuello y te juro que le apetecía hincármelo. ¡Pues claro que va a enfadarse!
—Bueno, sí, puede que un poco sí lo haga. —Continuó hablando directa a la salida del instituto, era hora de volver a casa. Sin embargo, yo me quedé parada a mitad del pasillo—. ¿Qué haces?
—Necesito comprobar un par de sitios más antes de irme. Vete tú.
—¿Estás segura?
—Sí. Vamos, vete a casa.
—Los compruebas y te marchas, Effie. No pases aquí la tarde buscando —advirtió.
—Sí, no tardaré.
Me giré sobre mí misma para caminar pasillo adelante en dirección a la clase de historia, pensé que quizás cuando me senté con Dexter pudo haberse salido o quizás lo dejara en el hueco de la mesa. Por suerte, las clases estaban vacías y solo quedaban aquellos que tenían actividades extraescolares o los de los clubes. Lo revisé todo al completo, incluso la mesa del profesor por si alguien lo había recogido y lo había dejado por la zona. Pensar en eso me puso aún peor. Si alguien lo hubiese recogido, habría visto un montón de bolsitas con pastillas y billetes. Blanco y en botella. Eso haría saltar las alarmas y lo más probable era que revisaran a los alumnos además de la vigilancia. No podría volver a vender allí y era lo único con lo que iba devolviéndole el dinero que le debía.
Rendida y casi sin labios por no dejar de mordérmelos, bajé y caminé hasta la entrada. Aún tenía tiempo hasta que volviera a citarme, y debía pensar en la mejor forma de decírselo, aunque no estaba muy segura de que eso existiera.
Una vez salí al exterior, apenas había personas saliendo pues ya todos se habían marchado. Quise emprender mi camino, pero al levantar la vista al frente, vi mi peor pesadilla a través de mis ojos y deseé estar soñando con todas mis fuerzas.
Kilian estaba allí.
Con las manos metidas en los bolsillos de su pantalón de chándal negro con líneas blancas, y una camiseta ancha del mismo color, esperaba a que saliera del instituto. Me vio, pues claro que me vio, era la única que salía por la puerta.
No podía estar pasándome aquello. ¿Cómo era posible? No solía dejar tan pocos días de margen para vernos y lo hicimos el pasado viernes. ¿Por qué tuvo que haberse presentado precisamente ese día?
Ya no podía respirar. Estaba atacada y quería meterme bajo tierra. Pero no, hice lo que mi instinto me pidió: Correr.
Comencé a bajar las escaleras de mi lado izquierdo y corrí la calle abajo sin mirar atrás. No quería saber si me seguía o no, solo quería huir. No quería enfrentarlo, no quería que me hiciera nada. Hui como una cobarde.
Sin embargo, la suerte nunca corría de mi parte y pronto sentí que me agarraban del brazo empujándome hacia atrás, cortándome el aliento. Fui arrastrada al callejón que había entre dos edificios y por donde no solían caminar las personas. Allí, entre cajas y contenedores, mi espalda dio contra la pared y fui encerrada por sus brazos tatuados a ambos lados de mi cabeza, aprisionándome. Tanto él como yo jadeamos intentando recuperar el control de la respiración tras la maratón que le había hecho sufrir. Entonces clavó sus ojos en los míos, los cuales comenzaron a ver borroso debido a las lágrimas que ya estaban comenzando a derramarse.
—¿Se puede saber qué haces? —cuestionó aún resoplando—. ¿Por qué corres?
—Porque tengo miedo —conseguí decir después de unos segundos en un hilo de voz.
—¿De qué?
—¡De ti!
Cerré los ojos esperando algún tipo de consecuencia por mis palabras y mi acto tan repentino. Sin embargo, no llegó, en realidad, no llegó nada. Entre lágrimas, abrí levemente un ojo con la sorpresa de encontrarme a Kilian con las manos sobre su cintura y la mirada perdida en el suelo asfaltado del callejón. Terminé de abrirlos sin dejar de llorar y temblar. Aquello no quedó ahí, no le había contado lo gordo del asunto y tenía que hacerlo, no me quedaba de otra.
—Las he perdido... —murmuré mientras las lágrimas continuaban con su curso sobre mis mejillas. Necesitaba soltárselo y que pasara lo que tuviera que pasar. Giró la cabeza en mi dirección al escucharme hablar.
—¿El qué?
—Las pastillas. Alguien me las ha tenido que quitar sin que me diera cuenta. Las he buscado por todas partes, pero no las encuentro —intenté explicar dentro del llanto con voz gangosa—. Lo siento. Lo siento...
Supliqué. Esperaba que me gritase, que me obligara a subir a su coche y llevarme a un lugar apartado. Que me sacara una pistola y me apuntase en la cabeza. Cualquier cosa.
—No pasa nada. —Cualquier cosa menos eso—. No importa.
El llanto paró por completo. Lo miré completamente extrañada por su comportamiento. No era algo que hubiese hecho semanas atrás. No me miraba. Se pasó una mano por el rostro y soltó un suspiro. Eso fue todo.
«¿Qué ha pasado?»
—¿Eh...? —solté para intentar entender por qué actuó así y no como alguien a quien le habían hecho perder dinero no una, sino dos veces.
Sin entender lo que había pasado, mis pies poco a poco fueron moviéndose. No dejé de mirarlo, intentando descifrarlo. No estaba segura de si iba en serio o si era una trampa para hacer algo a mis espaldas. Por eso no le quité la vista hasta que llegué al final de la calle y emprendí el camino hacia la estación de metro sin creerme lo que acababa de suceder.
—¿Nada? —vociferó Cailin a través del teléfono.
Había llegado a mi casa y lo primero que hice fue llamarla para decirle lo que había pasado. Ni yo me lo creía. Puse el altavoz y me senté en mi cama sacando los libros del bolso.
—Nada, no ha pasado nada. Bueno, corrí en cuanto lo vi. Pero dado que no estoy apuntada a ningún club de atletismo o a cualquier deporte, lo de correr rápido no lo llevo muy bien. Así que me alcanzó. Casi me dio un ataque allí mismo para que después me dijese que no importaba y que no vendiera el resto de la semana.
—Qué raro, ¿no? Va de tipo duro, te amenaza y de pronto le das pena. ¿Ese tío está bien de la cabeza?
—No parecía que le diese pena. No sabría decirlo, pero lo veía sorprendido, o quizás... perdido. Como si no supiera qué hacer.
—En cualquier caso, es un alivio. No estaba tranquila con todo eso, no he dejado de pensar en soluciones.
—Gracias, Cailin. Y sí, por suerte todo ha quedado en un susto. Pero si vuelvo a vender, debo tener mucho más cuidado. Si durante la semana no saltan las alarmas en el instituto, querrá decir que alguien las vio, las cogió y se las quedó.
Y no, nadie dijo nada durante los días siguientes, todo parecía estar como siempre. Así que alguien debió de estar contento al llevarse bastantes pastillas a su casa. Y por los billetes... dudo que le interesaran demasiado.
Tampoco supe nada de Kilian desde entonces. Iba enserio con lo de no vender durante la semana, pero pensé que querría verme para hablar de lo que había pasado o algo. Todo me parecía demasiado raro y aunque eso me beneficiaba, no dejé de darle vueltas.
Pronto fue principios de semana de nuevo, habían pasado siete días desde que casi moría de un ataque de nervios. Me gustó tener unos días de tranquilidad, me los merecía después de todo. Me centré en las clases, en realizar todas mis tareas y trabajos pendientes. Me había centrado tanto que incluso adelanté el estudio de algunas asignaturas. También había seguido con mi lista de películas a la perfección y me sentí en paz.
Aunque las cosas por casa no iban tan bien como yo hubiese querido. Me hacían el vacío, me ignoraban y me hablaban lo justo. No volvimos a tocar el tema. Aun así, yo sentía la necesidad de dar el paso y decir algo, cortar la tensión. Pero decidí encerrarme en mi habitación para absolutamente todo, solo salía para comer y realizar las tareas del hogar que siempre realizaba. Tenía la sensación de vivir con compañeros de piso con los que no me llevaba muy bien, más que con mi propia familia.
Aquel día, llegué del instituto y lo primero que hice fue darme una ducha y ponerme una ropa más cómoda. Después decidí bajar a la cocina a prepararme algo para merendar. Mi madre estaba tirada en el sofá viendo sus programas de siempre, no dije nada al pasar por el salón y fui directa a la cocina a través del pasillo. Para mi sorpresa, a mi hermana se le había ocurrido lo mismo, estaba preparándose un sándwich.
Cogí dos rebanadas de pan del paquete que ella había dejado abierto y otro cuchillo para untar la mermelada que también estaba usando. El silencio reinaba en la cocina dejando sonar únicamente la vibración de la nevera y el choque del cuchillo con el vidrio del bote de mermelada. Era una situación de lo más incómoda a pesar de haber pasado más de una semana.
«¿Cuánto tiempo más van a estar ignorándome de esta forma?»
Decidí tragarme mi orgullo y ser la primera en entablar una conversación por nuestro bien. Porque aún tenía una leve esperanza en ella, que pudiésemos llevarnos bien algún día y porque sabía que estaba pasando por una edad complicada. Pero ahí iba a estar yo si me necesitaba.
—Lia. —Solté el cuchillo y me giré para mirarla, aunque ella no hizo lo mismo y siguió con su tarea—. Siento lo del otro día.
Suspiró y tiró su cuchillo al fregadero para después girarse hacia mí con bastante seriedad cruzándose de brazos.
—¿Y qué es lo que sientes? ¿Decir que no sé bailar? ¿Qué me humillan? No tienes ni idea de lo que dices.
—¡No lo decía con mala intención! —dije algo más alto, pero no demasiado pues no quería que mi madre nos escuchara y se uniera también a la discusión—. ¡Y nunca dije que no supieras bailar!
—Ya, claro. ¿Y acusar a mamá de que está loca tampoco?
—Entiendo que no te des cuenta porque a fin de cuentas estás haciendo lo que más te gusta y tienes su apoyo, pero Lia, lo que ella te está haciendo no es algo normal. ¿Acaso te ha preguntado qué es lo que tú quieres?
—No lo necesito, ella sabe lo que quiero.
—Eso es lo que te hace creer.
—¿¡Y tú sí lo sabes!? No soy una niña, Effie, sé lo que hago —recalcó mis palabras.
Y con eso, recogió su sándwich y se marchó de la cocina aún más cabreada conmigo si cabía.
Maldije para mí misma arrepintiéndome de haber comenzado aquella conversación porque ni siquiera pude explicarme como había pensado durante días. Y ya ni siquiera tenía apetito. Subí a mi habitación con los ánimos por los suelos y todo lo que hice fue tumbarme en la cama intentando controlar mis sentimientos. No quería llorar otra vez, quería pensar en algo que me distrajera, pero era imposible.
Entonces mi teléfono vibró sobre mi mesita de noche. Limpié una lágrima rebelde que se había escapado y lo cogí para comprobar quién me había escrito. Era Kilian. Después de una semana de silencio, había vuelto a escribirme.
Kilian:
Ven cuando puedas.
Sus mensajes siempre fueron claros y concisos, nunca nada demasiado largo. Ya ni siquiera me impresionaba recibir un mensaje suyo, de hecho, no podía haberme venido mejor. Tenía que salir de esa casa, me estaba ahogando en ella. Y aunque tuviera que subir a un metro para llegar a Brooklyn, seguía siendo mucho mejor que estar encerrada en mi habitación. Si tenía que meter pastillas en bolsas, lo haría encantada.
Me levanté de la cama casi de un salto. Me puse algo más presentable que el chándal viejo que llevaba, cogí mi bolso y salí de mi casa sin dar explicaciones. Tampoco es que les interesaran.
Cada vez se me hacía más corto el trayecto a pesar de que tardaba casi una hora en llegar. Pero pronto estuve subiendo las escaleras del edificio hasta la planta donde Kilian vivía. Cuando llegué frente a la puerta, me sorprendí al ver que estaba abierta. Con cierta cautela la abrí tras dar dos toquecitos en la madera avisando de que iba a pasar.
—Soy yo —dije cuando lo vi sentado en su sofá con una tablet y un lápiz en su mano, el cual hacía movimientos sobre la pantalla.
—Hola —saludó con sequedad. Apenas me dedicó una mirada de dos segundos hasta volver a lo que fuese que escribía—. Detrás de ti tienes el sobre preparado. Puedes irte.
«¿Qué?»
Me giré sobre mí misma y tenía razón, un nuevo sobre me esperaba. Alargué el brazo y lo cogí para meterlo en mi bolso. ¿Había ido hasta allí solo para recoger eso? ¿Y me dejaba marchar?
Volví a mirarlo extrañada. No me prestaba atención y estaba más serio de lo normal, centrado en su trabajo. Su actitud había cambiado en nuestros últimos encuentros y no tenía ni idea de a qué se debía. Estaba volviéndome loca.
Bajé la vista y me giré hacia la puerta de nuevo. Mi mano se elevó con intención de tocar el manillar de la puerta para irme. Pero, ¿quería marcharme? ¿A dónde iría? Cailin estaba ocupada esa tarde y mi padre no estaba en la ciudad. ¿Quería volver a mi casa de nuevo? Estaba claro que no.
—¿Puedo quedarme un rato? —cuestioné nada más girarme. No sabía qué estaba haciendo ni si era buena idea, pero ya lo había soltado.
Kilian levantó la cabeza en mi dirección con sorpresa. Quizás no se esperaba que yo fuese a querer quedarme por mi propia voluntad. Y es que yo también me sorprendí, así de desesperada me encontraba.
—Claro —respondió con cautela.
Asentí a modo de agradecimiento y caminé hasta el sofá, sentándome al otro lado de donde él se encontraba. Dejé el bolso en el suelo y di un repaso a la casa, seguía igual de ordenada como siempre.
—Perdona por perder las pastillas —me atreví a sacar el tema primero, porque aún seguía teniendo un atisbo de culpabilidad en mi interior—. No volverá a pasar. Si puedo hacer alg...
—Ya te dije que no pasaba nada. Solo ten más cuidado. Y no, no hace falta que hagas nada, olvídalo —interrumpió dejándome pasmada, tragándome mis palabras.
—Pero me siento mal por haberlas descuidado, y no me importaría hacer algo para ayudarte.
—No insistas. Deja el tema estar —contestó apacible, pero dejando por zanjada la conversación.
—Vale...
Me quedé allí sentada sin apenas moverme y procurando no distraerlo. Comencé a arrepentirme de haberme quedado, podría estar siendo una molestia para él y por eso me había pedido que me fuera.
Entonces esa sensación volvió. Ese sentimiento de soledad y de ser un estorbo para todos me envolvió por completo. La voz de mi madre diciéndome que era mi culpa, la de mi hermana odiándome y otra cuya procedencia desconocía. Era una voz que me susurraba todos los errores que había cometido y que no servía para nada. Quería mantenerla alejada, no quería escucharla. Había aprendido a controlar mis sentimientos, a mandarlos fuera y que no me afectaran. Pero toda aquella situación me sobrepasaba a veces y poco podía hacer para remediarlo.
—¿Qué te pasa? —Su voz rompió la burbuja que se había formado a mi alrededor sin darme cuenta.
—No es nada —dije mientras me limpiaba algunas lágrimas que se habían escapado.
—No creo que sea nada.
—No quiero molestarte con mis problemas.
—No me vas a molestar. Cuéntame lo que quieras.
—Es que... últimamente todo me sale mal.
Sopesé por un momento si debía ir contando temas familiares tan a la ligera y sobre todo a ese chico. Pero sentía la necesidad de contárselo a alguien, a alguien que no perteneciera a mi círculo y él estaba insistiendo, no parecía importarle escuchar mis problemas.
Suspiré y simplemente comencé a hablar.
—Le dije a mi padre que hablara con mi madre porque creo que a ella se le ha ido la cabeza. Y lo hizo, pero ahora yo soy la culpable por haber hablado con él. —Hago una pausa donde se me vienen miles de cosas que podría soltar por la boca—. Pero es que todo es tan frustrante... Yo solo quiero ayudar. Porque, no está bien que una niña tenga tanta presión cuando hace algo que le gusta. Me refiero a mi hermana pequeña, ella es bailarina y es buena, practica muchos estilos, pero no la aceptan en las buenas academias. Mi madre solo quiere que triunfe para que ella pueda volver a tener un estatus. La apunta a reality shows de baile, ¿sabes?
—¿Cómo ese donde las madres se tiran de los pelos porque creen que su hija es mejor que las demás?
—Sí. —Suelto una tímida risa, era la primera vez que me soltaba con él y lo cierto es que no se sentía tan mal y por ello me animé a continuar—. Creo que a ese también la apuntó. El caso es que siempre que intento mediar, recibo yo el golpe y empiezo a cansarme. Puede que mi hermana y yo no nos llevemos genial, pero me preocupo por ella, no quiero que sienta inseguridades toda su vida por culpa de mi madre. ¿Y qué me dice ella? Que me meta en mis asuntos. Así que tengo que vivir en una casa donde no se me dirige la palabra y la tensión es constante.
Respiré tras soltarlo todo de una vez, me sentía menos pesada. No expresé todo lo que tenía en mi interior, pero solo eso ya era un alivio para mí.
—Pues que les den —dijo tras escucharme. Levanté la cabeza en su dirección sorprendida—. Si no saben apreciarte a ti y tu ayuda, que les den.
Era la primera vez que alguien me hablaba tan claro y de aquella forma. Me habían dicho frases como "no merecen la pena", "pasa de ellas", pero nada a ese nivel. No estaba en mi forma de ser decir cosas como esa. Sin embargo, escuchar eso me reconfortó, sentí que realmente era la frase que quería escuchar y decir pero que no me atrevía. Asentí varias veces al darme cuenta de que estaba de acuerdo.
—Que les den... Sí —repetí con seguridad y cuando le devolví la mirada sonreí con naturalidad, me causaba gracia escucharme decirlo.
Nos quedamos mirándonos unos segundos hasta que me desvié con timidez. Era la primera conversación real que habíamos mantenido y no había estado nada mal.
—Bueno, no quiero molestarte más. Debería irme —concluí levantándome del sofá.
—No. No tienes por qué irte. Puedes quedarte el tiempo que quieras. Si lo que quieres es estar lejos de tu casa durante al menos unas horas, puedes venir aquí si quieres.
—¿De verdad? —No hizo falta que me contestara, solo hizo un gesto afirmativo con la cabeza y fue lo suficiente para que volviera a sentarme—. Pues déjame ayudarte en lo que sea.
—Está bien. Tengo que preparar los pedidos para los vendedores, puedes ayudarme con eso.
—Genial —respondí conforme, al menos así no me sentía tan mal por haber perdido el mío.
Apagó la tablet y se levantó del sofá con ella. El humor me había cambiado, y la sombra que había dentro de mí se había disipado. No podía creerme que alguien como Kilian hubiese podido reconfortarme y mucho menos que fuese alguien con quien poder hablar.
De pronto algo apareció en mi campo de visión. Cuando aclaré mi vista y me centré en el objeto, comprobé que era una lata. Una lata de refresco de lima. Él dijo que no había refrescos en su casa, lo recordaba con claridad. Y el de lima era mi favorito.
Lo miré sorprendida. Estaba de pie a mi lado con una cerveza en una mano y el otro brazo extendido en mi dirección con la otra lata. Alzó las cejas insistiendo en que la cogiera y eso fue lo que hice con algo de timidez.
—Gracias —murmuré.
En cuanto se separó, miré la lata entre mis manos y no pude evitar sonreír. ¿La habría comprado por mí? ¿Se habría dado cuenta el día de la fiesta de lo que había pedido para beber? No lo tenía claro, porque, ¿cómo podía ser eso? Era imposible.
La abrí y le di un trago cuando él llegó con lo necesario para preparar los pedidos. Había sobres como los que me daba a mí, y las pastillas ya estaban repartidas por bolsitas. Me fue indicando cuántas poner en cada uno y así lo hicimos entre los dos. Una vez comenzamos, puso algo de música desde su teléfono y sonaba a través de unos altavoces que me costó localizar. La música que salía de ellos era desconocida para mí, era estilo rock o incluso alternativo. No me molestó en absoluto escucharla, al menos así no estábamos en completo silencio como otras veces.
No sabría decir cuántas preparamos, pero había muchas, lo que me dejó claro que tenía a muchas personas vendiendo por las calles. No había sido consciente hasta ese momento de la cantidad de personas que debían de drogarse en la ciudad y que ignorábamos por completo. Se movían en silencio para que el resto no nos enterásemos. Sabía que había muchos que ofrecían hierba o cualquier otra droga por la calle, pero siempre los catalogué como drogadictos en busca de dinero fácil para seguir sucumbiendo a su adicción. Lo que Kilian hacía era otra cosa, estaba mucho más organizado y medido para no levantar sospechas. Tenía listas de clientes para no vender a cualquiera que pudiera irse de la lengua.
O eso fue lo que imaginé.
—¿Y si me acompañas a entregar algunos y después te llevo a tu casa? —ofertó una vez terminamos.
—Sí... Vale —accedí—. ¿Tengo que llevarlos a algún lugar?
—No, no tienes que hacer nada. Ellos se acercan al coche.
Asentí comprendiendo la situación. ¿Quería que lo acompañara sin más? Eso era nuevo. En realidad, todo estaba siendo nuevo en él y me hubiese gustado saber la razón de su cambio tan repentino. Aun así, aunque no tuviera ninguna atadura, decidí acompañarlo sin pensarlo demasiado. Ni yo misma sabía lo que hacía.
Unos minutos más tarde, aparcamos en una calle poco transitada y la noche ya había caído. De haber tenido que salir a entregar yo misma los paquetes, habría temido por mi vida en el intento pues saltaba a la vista que era un barrio donde la seguridad en la calle brillaba por su ausencia. La observé con detenimiento, había personas conversando en algún rincón en la sombra, y de vez en cuando nos echaban un vistazo. También me fijé en el par de zapatillas que había colgadas en uno de los cables que unían dos edificios algo deteriorados.
Un par de minutos de espera tras haber llegado, un chico salió de la oscuridad con una capucha para disimular su rostro. Kilian bajó su ventanilla para escucharlo hablar.
—¿Qué hay, tío? ¿Cómo te va? —cuestionó éste.
—Como siempre. ¿Y a ti? ¿Todo bien?
—De puta madre. —El chico alzó la mano y vi un fajo de billetes que le entregó a Kilian, después de revisarlo, me lo pasó.
«Ay, mi madre.»
Jamás había visto tanto dinero junto. Pesaba y eso significaba que había mucho, pero que mucho dinero en mis manos. Aunque claramente negro. Kilian le pasó dos sobres y el chico se fue sin decir mucho más.
—¿Te sabes la lista de clientes de todos? —me atreví a preguntar con más intención de romper el hielo que por curiosidad.
—No. Tienen su propia lista. Algunos se encargan de venderlas ellos mismos, otros tienen a más personas vendiendo. Pero eso no es asunto mío, mientras yo reciba el dinero y sepa que cumplen con las reglas, no tengo ningún problema.
—Así que solo sabes la mía.
—La tuya es parte de la mía. Yo soy el que le vende a los pijos, pero gracias a ti puedo hacerlo directamente en el instituto.
—¿Y antes de que yo lo hiciera, cómo lo hacías?
—Había otra persona, pero desde fuera. Eran unos tocapelotas, te sorprendería lo preocupados que están por no ser vistos comprando. Pero pagan bien.
Lo escuché atenta comprendiendo por qué le vine tan bien. De igual forma deseaba no haber sido yo la que tuviera que hacerlo.
Kilian cogió el fajo de mi mano y lo guardó en su guantera. Posteriormente, noté que se sacó del bolsillo un paquete de tabaco de dónde sacó un cigarro, se lo llevó a la boca y lo encendió. Me gustó el detalle de expulsar el humo por la ventanilla, podría haberlo hecho en el interior sin importar que a mí me molestara.
Me parecía increíble pensar que había pasado una buena tarde, porque había sido a su lado. Hacía unas semanas me incomodaba enormemente compartir espacio, me intimidaba que simplemente me mirara. Y en ese momento estábamos en su coche manteniendo conversaciones normales y era extraño porque todo lo que sentía cuando estaba a su alrededor, se había desvanecido así sin más. Todavía le guardaba respeto y tampoco sabía bien cómo actuar en su presencia, pero al menos estaba tranquila.
Entonces me permití mirarlo directamente. Me quité el miedo y la incomodidad de los ojos, me sentía confiada y a gusto a su lado. Así que fue la primera vez que lo miré de verdad. Y joder, era guapo. Kilian era realmente guapo. Su rostro, su cuerpo, los tatuajes, los piercings e incluso su maldita forma de fumar me parecía apuesta. Lo había tenido a mi lado muchas veces, pero no fue hasta ese momento que me di cuenta de lo que no fui capaz de ver.
Su belleza era muy diferente a la de Dexter. El semidiós tenía aspecto de chico inteligente, con estilo y elegancia. Kilian, sin embargo, gritaba peligro por todas partes, con un aspecto más varonil, tonificado y ese aire de chico malo. Jamás pensé que me llegaría a gustar alguien como él.
Porque sí, me gustó. Lo supe porque todo mi cuerpo tuvo un palpito, hasta ahí abajo lo sentí y eso era nuevo para mí.
Incluso la manera de gustarme había sido diferente.
Puesss se ha quedado buena noche😀
jejejejjejeje
Lo que he disfrutado escribiendo esto.
Y quiero ir de mística pero por dentro estoy chillando🙃
¡¡Espero que os haya gustado!!
No olvides dejar tu estrellita, me hariaz muy felizz🖤🖤🩶🩶☸️🥰😍😘
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