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Capítulo dedicado a Merlina57 

por estar siempre por aquí leyendo y comentando.

En mi kokoro por siempre🩶🖤



ᴄᴀᴜꜱᴇ ᴛᴡᴏ ᴄᴀɴ ᴋᴇᴇᴘ ᴀ ꜱᴇᴄʀᴇᴛ ɪꜰ ᴏɴᴇ ᴏꜰ ᴛʜᴇᴍ ɪꜱ ᴅᴇᴀᴅ



—¿Cuánto te falta para que le devuelvas todo?

—Pues si no he hecho mal los cálculos... diría que llevo unos seiscientos más o menos. Así que, mil cuatrocientos.

—¿¡Tanto aún!? Llevas, ¿cuánto? ¿Tres semanas vendiendo? ¿Y solo llevas vendido esa cantidad?

—Solo me llevo el veinte por ciento, por eso voy tan lento. Hoy probablemente me lleve otros ciento cuarenta, de eso solo saco veintiocho dólares. En la fiesta del Wonder pude vender más, y gracias a eso subí un poco la cifra. Si fuese a más fiestas seguro que lo conseguiría rápido.

—¿Y si yo te compro? Acabaríamos con esto.

—Él sabe quién compra, si le vendo a alguien que no tiene en su lista, me mataría.

Alguien entró interrumpiendo nuestra conversación. La voz de una chica cuestionó la frase mágica y yo respondí ante ello realizando el trato como estuve haciendo aquellas últimas tres semanas. Era increíble que hubiese pasado tanto tiempo desde que tuve un cuchillo al cuello y vendiendo esas sustancias ilegales. Desde la fiesta de Halloween, estuve esperando a recibir las represalias por no obedecerle y no llegaron. Aunque quizás no fuese otra cosa que pasar la tarde en su casa como estuve haciendo cuando me reclamaba. Pasé unas dos tardes a la semana, para entregarle el dinero y preparar otro pedido, algo que empecé a hacer yo. Me indicaba que me sentase y esperaba a que terminase de hacer lo que fuese hasta que me ordenaba que metiera pastillas en bolsitas para ser vendidas. Hacía tantas que estaba segura de que estaba haciendo el trabajo de otro.

—¿Ayer pasó algo? —volvió a cuestionar mi amiga manteniendo su postura.

Cailin me acompañaba desde que lo supo, y lo cierto es que me sentía más segura de algún modo, y al menos no estaba sola. Aunque no le hacía demasiada gracia que continuara haciendo todo esto, pero, ¿qué remedio me quedaba? Ella no fue amenazada con un cuchillo en el cuello, no estuvo delante cuando me dijo que podía matarme si lo desobedecía.

—No, lo de siempre. Estuve esperando un rato a que terminara de hablar por teléfono y luego me puso a organizar... esto —levanté una de las bolsitas y la sacudí para dar a entender a lo que me refería.

—¿Y si denunciamos?

—Cailin, ya te he dicho que es peligroso, me avisó.

—Pero, ¿y anónimamente?

—¿Qué?

—Podrías conseguir algo, cualquier cosa que lo incrimine. Vas a su casa, allí tiene que haber de todo. Unas cuantas fotos del montón de pastillas, alguna prueba más y seguro que irán a inspeccionar su casa. No se lo vería venir. Y tu madre es abogada, podrías explicarle el caso y seguro que conseguiría que lo encarcelaran bien lejos con una orden de alejamiento. Además, quizás así tengan un hilo por el que tirar, ya sabes, lo interrogarán y quizás lo extorsionen. La polía sabrá como actuar.

—No sé... —respondí cabizbaja—. ¿Tú me ves capaz de hacer eso?

—Sí, lo eres. Tienes que parar con esto, estás en constante peligro y si te descubren con esas cosas en tu bolso, ¿crees que a él le importará lo que a ti te pasase? Seguro que le causaría gracia y tú tendrás esa mancha de por vida en tu expediente. —Se agachó para mirarme a los ojos—. Me preocupo por ti. No dejo de pensar en lo que te ocurriría.

—Gracias por preocuparte, Cailin. Lo pensaré.

El timbre sonó y pronto nos camuflamos con la multitud que iba para su respectiva clase. Compartí historia con Dexter una vez más donde nos intercambiábamos algunos papelitos que otros, los cuales guardaba a buen recaudo y por mi cabeza siempre pasaba: «Los leeremos algún día cuando estemos felizmente casados». ¿Qué si exageraba? Sí, mucho. Tonteábamos, era un hecho, pero aún no habíamos dado ningún paso más para desgracia de mi madre que aún me preguntaba cómo iba nuestra relación. Pero no me preocupaba por ello, sabía que estábamos conociéndonos y que aquello formaba parte del proceso, me gustaba que estuviera siendo así.

Mientras Cailin y yo caminábamos hacia mi estación de metro, me cuestionó si me gustaría haber ido a su casa a pasar el fin de semana. No había ningún acontecimiento al que ella debiera asistir y al parecer sus padres no estarían.

—Lo siento, mi padre llegó de su viaje y quiere que mi hermana y yo lo pasemos con él. Hace un mes que no le vemos.

—Lo entiendo. Aunque no pareces muy ilusionada.

—Ir a pasar un fin de semana con él, implica quedarse en mi antigua casa y ver cómo hay otra familia en ella con la que mi padre comparte vida. Me gustaba más cuando hacíamos una escapada a algún lugar o pasar el día en el parque de atracciones.

—Dios, y cómo olvidar pasar dos días con esos dos.

—Exacto. Cada día agradezco a los cielos que no asistan al St. Joseph, están mejor en su colegio de monjas.

—Habrían formado parte del séquito de Camille, segurísimo.

Los hijos de la mujer de mi padre no eran la mejor compañía y eso lo aprendí la primera vez que me obligaron a pasar una tarde con ellos. No supe cómo se las apañaron, pero terminé castigada por algo que no hice. Ellos eran mellizos, Benjamin y Priscilla Fitzgerald. Acudían a la academia Santa Clara del Sagrado Corazón, un colegio que hacía competencia al St. Joseph desde que ambos comenzaron a coexistir. La diferencia es que era regido por monjas y los alumnos estaban separados por género en distintos edificios. También jugaban al lacrosse y se tomaban muy enserio el coro, pues sus espectáculos eran espectados por muchas personas de prestigio. Yo siempre agradecí a Dios que mi padre hubiese estudiado en el St. Joseph, podría haber acabado ahí de lo contrario. Si bien nuestro instituto era religioso, ese lo era varios niveles más allá.



El fin de semana llegó antes de que lo hubiese pensado. Mi hermana y yo ya estábamos esperando a mi padre en la entrada cuando él asomó por la calle subido en su Ford. Mi madre ni siquiera quería verlo, por eso comenzamos a esperarlo en la entrada. Cuando se bajó, nos sonrió de oreja a oreja y nos abrió los brazos. Lia acudió al él con una sonrisa y yo aguardé a mi turno con otra. Puede que él no tuviera tanto tiempo para nosotras, que sus nuevos hijos se lleven las invitaciones a fiestas, pero, aun así, seguía queriendo a mi padre. Colin Green era un hombre alto, con un buen porte, un pelo canoso peinado hacia atrás, ojos azules y un gusto sencillo para vestir. Si lo mirabas, no podrías decir que tenía millones en el banco.

—Os he echado de menos, mis niñas —dijo mientras nos abrazaba—. ¿Cómo estáis?

—¡Genial! —se adelantó a responder Lia.

Por mi parte asentí estando de acuerdo con ella. Mi padre nos ayudó a meter nuestra pequeña maleta en el maletero mientras nos subimos en el coche. A mi padre le gustaba conducir, por eso no acudía al conductor de la familia al contrario que su mujer e hijos, y a mí me agradaba que viniese a recogernos él mismo. Lia se sentó de copiloto como siempre hacía mientras que yo me tenía que aguantar detrás, no es que me importara, pero no habría estado mal que de vez en cuando me preguntara.

—Bueno, ¿qué me contáis? Llevo varias semanas fuera —dijo mientras ponía rumbo al Upper East Side.

—Effie tiene novio —soltó mi hermana antes si quiera de que pudiera pensar en lo que decir. Tenía cierta sonrisa de satisfacción, le gustaba picarme.

—Vaya. ¿es eso cierto, cariño? —Mi padre me dedicó una mirada a través del retrovisor.

—No, no lo es. —Me crucé de brazos y desvié la mirada hacia la ventanilla.

—¡Sí que lo es! Fue a una fiesta en el Wonder con él. ¿No lo has visto, papá? Es un Lexington.

—He estado ocupado, no me había enterado —admitió.

Aquello me entristeció un poco. Una parte de mí quería formar parte su centro de atención y la idea de que me hubiese visto en alguna noticia quizás lo hubiese hecho, pero no era así. Mi padre daba charlas sobre medicina y cirugía en universidades, atendía a entrevistas sobre su empresa familiar de centro médicos privados... Por supuesto que no había tenido tiempo para pensar en nosotras.

Pero sabía que aquellos eran pensamientos egoístas que a veces pasaban por mi mente y que sabía que no eran justos. No podía martirizarme con ello, mi padre tenía trabajo que hacer, atender a mucha gente, además de ser padre y esposo. Siempre que podía, sacaba tiempo para nosotras y eso era suficiente.

—Así que un Lexington... —volvió a hablar.

—No es mi novio, solo me invitó.

—Pero os coqueteáis en el instituto, y se mandan mensajes.

—¡Lia! ¿¡Puedes dejar de ser tan...!? —estallé.

—¡Vale! Vale... No es tu novio, te creo. Pero si alguna vez lo tienes, ¿me lo dirás tú en lugar de tu hermana?

—Por supuesto —concluí volviendo a mirar por la ventana.

—Me alegro. ¿Y tú? ¿Tienes algún novio, o novia por ahí? —cuestionó esta vez mirando a Lia, me sacó una sonrisa que lo hiciera, a ella tampoco le gustaba que fueran preguntándoselo.

—¡No!

Llegamos al edificio donde antes vivía. Siempre que iba, unos sentimientos extraños me poseían, una mezcla de nostalgia y angustia. Me crie allí, fui feliz, pero también pasaron cosas de las que no me agradaba en absoluto recordar. Muchos de esos recuerdos me dejaron secuelas y volver solo me devolvían esas sensaciones tan incómodas. Pero no me quedaba de otra, mi padre no quiso mudarse como era lógico y yo debía seguir visitándole, aunque tuviera que ser en ese apartamento.

El servicio de mi padre recogió nuestras cosas y las subió hasta la planta donde se encontraba el hogar. Nosotros los hicimos de igual forma por el ascensor principal y en cuanto pusimos un pie dentro, Leonore, la esposa de mi padre, apareció con una amplia sonrisa elegante, con un vestido estrecho, entaconada y el pelo rubio recogido en un moño nada sencillo.

—Euphemia, Cornelia, es un placer volver a veros —dijo con demasiada amabilidad, así había sido siempre esta mujer, muy correcta.

Lia y yo nos miramos casi a la misma vez, a ninguna nos agradaba que se nos llamaran por nuestro nombre completo, heredados de nuestras abuelas. Devolví la vista a Leonore con una sonrisa educada.

—Estamos encantadas de verte también, Leonore. Pero, agradeceríamos que nos llamases por nuestros diminutivos —respondí lo más cordial posible.

—Cierto, cariño, apenas nadie las llama así. Solo Effie y Lia.

Agradecía que mi padre interviniera con su mujer. Sabía que a ella nunca le gustaron los diminutivos, de ahí que a sus hijos los llamaba Benjamin y Priscilla. Nunca los había llamado de otra manera en mi presencia, que por suerte no habían sido demasiadas veces.

Mi padre nos acompañó hacia nuestra habitación, porque sí, tenía que compartirla con Lia. Nuestras habitaciones se las quedaron los nuevos hijos y mi padre mandó a prepararnos la única habitación que quedaba disponible para nosotras y supuse que también para invitados. Allí había una bolsa sobre las camas, por la marca, sabía que era ropa. Lia acudió directamente a la suya mientras que yo me giré confusa hacia mi padre.

—¿Qué es eso?

—Es un regalo —respondió con una sonrisa.

Lia sacó un vestido color lila bastante bonito y ella comenzó a girar con él puesto sobre su cuerpo por encima de la ropa. Me acerqué al mío y saqué de la bolsa otro vestido, era corto, negro con brillantes y de manga larga. Debajo de éste también había unos tacones a juego. Volví a mirar a mi padre.

—¡Gracias, papi! —gritó mi hermana acudiendo a él con una sonrisa y dándole un abrazo que él respondió con una enorme sonrisa.

—De nada, cielo. —Le dio un beso sobre su coronilla. Lia se metió en el baño de la habitación a lo que supuse que iría a probárselo. Mi padre me devolvió la mirada y supo que algo no iba bien conmigo—. ¿Qué ocurre?

—¿Esto a qué viene?

—Es un regalo, Effie. ¿No te gusta?

—Pues claro que me gusta, me encanta. Pero, tú nunca has sido partidario de darnos caprichos o comprarnos cosas si no es navidad o nuestro cumpleaños.

Él rio asintiendo, estaba claro que lo había hecho por una razón concreta.

—Leonore me ha organizado una fiesta para esta noche por mi regreso.

—Nos lo has comprado para que podamos usarlo. —Asentí entendiéndolo todo, estaba claro que nunca habríamos llevado nada a la altura de no ser así.

—No es solo por eso, quería tener un detalle con mis hijas. Os habría avisado que os trajerais algo para la fiesta, pero quería regalároslo yo.

—Está bien, no te preocupes. Me encanta. Gracias, papá.

—Descuida. ¿Te veo abajo para una partida de ajedrez?

—Claro, prepárate para perder —formulé intentando sonar seria.

—¿Por qué lo tienes tan claro?

Sonreí ante su desafío. Le echaba de menos. Ojalá pudiera pasar más tiempo con él sin tener a su familia alrededor. Aun no había rastro de sus hijastros, lo cual agradecí.

Pasamos la tarde jugando al ajedrez. Hicimos un pequeño torneo al que se sumó mi hermana tras insistirle y terminamos pasándolo de maravilla. Al menos hasta que los mellizos llegaron y tuvimos un encuentro un tanto incómodo, por lo menos para mí. Entonces mi padre nos indicó que subiéramos a comenzar a arreglarnos para la fiesta.

Me di una ducha y cuando salí, me encontré con una mujer del servicio que se ofreció a peinarme y maquillarme, era algo de lo más común en estas familias. Me hizo unas ondas que cayeron sobre mi espalda y el maquillaje fue estilo ahumado a juego con el vestido. Me veía muy bien. Pero las ganas por estar en esa fiesta eran nulas, quería seguir pasando tiempo con mi padre y mi hermana, era el único momento donde sentía que tenía familia.

Y no me equivoqué, desde el momento en el que bajé, todo me parecían falsas sonrisas y conversaciones en las que no se me incluía por no tener los conocimientos necesarios. No conocía a nadie, aunque algunos sí parecían conocerme a mí, recordándome lo mucho que había crecido desde la última vez que me vieron. Aun así, me sentí como una aguja en un pajar. Los mellizos estaban con unos amigos, al menos así no me hacían caso. Y Lia hablaba con personas a quienes mi padre había presentado. A ella sí que se le daba bien darles conversación, solía hacerlo mediante el baile, les hablaba de que lo practicaba y a lo que aspiraba. A veces veía a mi madre hablar por ella en busca de personas con conocidos relacionados con grandes academias elitistas.

Quise huir cuando nadie me viera y subir a mi habitación a ver alguna película de mi lista, llevaba semanas que no podía seguir con mi agenda. Pero entonces vi la oportunidad de salir al balcón pues éste estaba vacío y entendí por qué cuando salí, hacía frío. Pero prefería estar allí que dentro con todos esos estirados que mantenían conversaciones con una copa de champán en la mano. Ojalá hubiesen invitado a la familia de Cailin o incluso a los Lexington, pero mi padre no solía tener relación con ellos, eran personas de su gremio dentro de la medicina y otros negocios.

Me apoyé sobre la baranda y observé la ciudad desde las alturas, llena de pequeñas lucecitas que parpadeaban. Deseé que fuesen estrellas, pero era imposible ver una en esa ciudad.

—Te llevo buscando un buen rato —escuché a mis espaldas, era la voz de mi padre—. ¿No estarás enfadada porque te he ganado dos veces?

—En una has tenido suerte, pero en la otra hiciste trampas.

—No puedo creerme que mi propia hija me acuse de algo así.

Me eché a reír mientras él se colocaba a mi lado, ahí pude verlo mirar también a la ciudad, estaba enamorado de ella desde siempre.

—Aquí hace frío, deberías entrar si no quieres resfriarte. Por cierto, te queda genial el vestido, estas guapísima.

—Gracias, espero que lo eligieras tú.

—Lo hice, sabes de mi buen gusto.

—Cómo olvidarlo. Lo echo de menos...

No dijo nada al respecto, solo suspiró en lugar de darme una respuesta que fuese a solucionar eso.

—¿Cómo van las cosas por casa? —cuestionó cambiando de tema.

—Bien.

—Eso no suena muy convincente.

Me conocía bastante como para saber que algo no iba bien, y era cierto. En realidad, no concebía que nada fuese bien desde el divorcio, pero yo sabía que la situación en mi casa estaba llegando a un limite que no podía ignorar y del que nunca le había hablado a mi padre. Ellos apenas se hablaban así que, si algo pasaba, tenía que ser comunicado por mi parte o por mi hermana. Dudé por un instante, no sabía si era lo correcto porque al fin y al cabo esa situación se parecía a la de aquella vez hacía unos años, esa de la que tanto me arrepentí después. Pero era algo distinto, o eso pensé.

—Es que... Creo que mamá ha perdido la cabeza.

—¿Qué ha hecho tu madre ahora? —interrogó soltando el aire, como si estuviera cansado de escuchar cosas de ella.

—Está obsesionada con las audiciones de Lia, llega a ser preocupante el nivel de presión que le está metiendo. Ya ni siquiera le interesan las de las academias de baile, solo busca realitys donde usan a las niñas como productos. —Mi padre pestañeó y desvió la mirada hacia el horizonte mientras me escuchaba—. Y lo último está pasando conmigo. Descubrió que el hijo de la familia Lexington me invitó a la fiesta y desde entonces está muy interesada en que tenga una relación con él. Ya sabes cómo me trata desde que... desde que todo explotó.

—No te trata mal.

—No, simplemente no me trata. Le doy igual. Pero de pronto son todo sonrisas y atenciones. Tú sabes por qué, quiere encontrar la forma de volver a ser quien era cuando estabais juntos. Y dado que por sus propios medios no lo va a lograr, nos está usando a nosotras. Lia es aún joven para darse cuenta y mucho menos después de que le haya comido la cabeza, pero yo sí que lo veo. No está bien.

—Hablaré con ella.

—No sé por qué creo que, si lo haces, todo caerá sobre mí de nuevo.

—¿Crees que si lo hago voy a mencionarte? No, solo tantearé el terreno, no te preocupes. Y si te llegara a hacer algo, sabes donde venir. —Apreté los labios mostrando una expresión de angustia—. De hecho, pronto cumples dieciocho, si quieres venirte a vivir aquí, ella no podría negarse.

—Me da pena Lia. No creo que nadie a su edad deba vivir bajo tanta presión, debería disfrutar de lo que le gusta y formar sus propios retos, no los que mamá le impone. Si yo me fuera, me sentiría mal por dejarla ahí. No tenemos la mejor relación, pero aun así es mi hermana.

—Y tienes toda la razón, opino igual que tú. Me gusta que tengas en cuenta a tu hermana. No te preocupes, intentaré hacerla entrar en razón.

—Gracias, papá. A veces me siento como un globo a punto de explotar en esa casa, ojalá todo cambiara a mejor —dije apoyando mi cabeza sobre su hombro mientras observábamos la ciudad.

El lunes llegó más pronto que tarde y con él la vuelta a clase. Tras esas semanas de incertidumbre, presión y tensión, noté un cambio. Una estabilidad más bien. Sí, sabía que vender drogas era un riesgo constante, pero de algún modo me acostumbré a ello por mucho que deseara no tener que hacerlo. Porque dentro de lo que cabía, solo tenía que vender y seguir con mi vida —salvo esas tardes que debía ir a Brooklyn—. Así que, el inicio de la semana lo comencé con los ánimos subidos, solo era un día más. Uno más en el que mi semidiós sabía de mi existencia y me dedicaba miradas con sonrisas cuando pasaba por mi lado con sus amigos, para después mandarme un mensaje al móvil. Uno más en el que las clases me iban bien. Y uno más en el que mis compañeros parecían estar dejando de llamarme "mujer de compañía" indirectamente.

Cailin también parecía de buen humor. Estaba más sonriente de lo normal y no dejaba de hablar sobre una fiesta pequeña a la que la habían invitado. Me alegraba por ella, parecía que la gente la estaba teniendo más en cuenta tras su fiesta de cumpleaños. Por lo menos algo bueno tenía que salir de aquel día. Me dijo que intentaría que a la próxima me dejaran acompañarla, y aunque no fuese lo que más ilusión me hiciera, al menos le haría compañía.

A la hora de salida, me reuní con mi amiga quien comenzó a contarme una anécdota de clase que me sacó una carcajada. Me di cuenta de que hacia tiempo que no me reía así, y me sentí realmente bien.

Al menos hasta que lo vi.

Porque estaba allí, esperándome. Kilian estaba apoyado sobre su coche con las gafas de sol puestas y una camiseta de manga media negra que dejaba ver los tatuajes que tenía hasta sus manos. Me estaba observando sin perder detalle, con un aspecto serio y que intimidaba a cualquiera. Se me borró la sonrisa al instante.

—Mierda, es él, ¿verdad? —me dijo Cailin al oído.

—Sí —afirmé como si me faltara aire, porque lo cierto es que el cuerpo se me había cortado del todo. Era notar su presencia y recordarme que los problemas seguían ahí.

—¿A qué ha venido?

—No lo sé.

Aquella posición en la que se encontraba, me recordó al primer día que vino a buscarme. Aquel día que pensé que todo había quedado en un susto, ese mismo día en el que me vi envuelta en la parte oscura de la ciudad donde las adicciones y el dinero se movían.

—¿Quieres que te acompañe? Podemos decirle que no te encuentras bien.

—No. No importa, ya he estado con él a solas. No creo que sea nada especial.

—Te cuidado, ¿vale?

Asentí y le di un abrazo para despedirme. Comencé a acercarme cuando la escuché decir que la llamara más tarde. Me gustaba saber que Cailin al menos sabía a donde iba y con quien estaba.

—Ya era hora, Euphemia. Llevo aquí un rato —me dijo en cuanto lo tuve delante.

—No sabía que venías.

—Era una sorpresa. —Podría haber sido una broma, pero no era su intención en absoluto. Parecía obligado a tener que aguantarme. Pues bueno, ya éramos dos—. Sube.

Me abrió la puerta del copiloto y me metí en el coche sin mirar atrás. No tardó en subirse a su asiento y comenzar a conducir. Puso dirección a Brooklyn y callé durante el trayecto, al menos hasta darme cuenta de que nos habíamos pasado su calle.

—¿Dónde vamos?

—Hoy vas a hacer algo distinto. Como el otro día me hiciste perder el tiempo, he pensado que podrías compensármelo. Y me vienes genial para esto.

Algo en mi estómago se retorció y de pronto quise vomitar. La palabra "distinto" no me gustó en absoluto. ¿Qué era lo que se suponía que le vendría genial yo? No podía con la espera y el camino no parecía acabarse nunca.

Finalmente acabamos aparcando en una zona que desconocía, pero aparentaba ser un lugar tranquilo por el que pasear en las afueras del jolgorio. No entendí muy bien qué hacía en aquel sitio y eso me inquietaba aun más. Tras dejar el coche aparcado, nos bajamos y comenzamos a andar calle abajo.

—¿Ves todo este barrio? Nos pertenece. Es una de las zonas donde más se vende. Hay muchos negocios por lo que podrás ver, de todo tipo. Desde pubs, discotecas, hasta tiendas de comestibles, peluquerías, entre otros. Y todos están de nuestra parte, nos cuidamos mutuamente. A veces vienen bandas a joder creyéndose los reyes del mundo, pues de aquí no salen vivos la mayoría. Si tienen un problema con alguien, aparecemos nosotros, así de simple. Pero todo esto no es un servicio por la caridad, claro. Les ofrecemos confianza y seguridad a cambio de un módico precio.

Llegamos hasta el final de la calle. Haciendo esquina había un local, un mecánico concretamente, estaba abierto como si fuese una enorme cochera.

—Bien, Euphemia. ¿Ves ese taller de coches? —Asentí mientras lo observaba—. Acaba de abrir. Y como es costumbre tenemos que hacerle una visita para simplemente informarle de cómo funcionan nuestros barrios. Y aquí es donde entras tú. Vas a ir allí y vas a pedir hablar con la persona a cargo, es un hombre de unos cincuenta y pocos. Si has escuchado lo que te he dicho, sabrás informarle bien. ¿Entiendes?

—Sí.

—No me interesa que los negocios cierren, por eso tendrás que convencerle para que acepte. En caso de que lo haga, tráeme su número de contacto. Si no lo hace, podría acabar muy mal. ¿Lo has entendido todo?

—¿Qué me pasará a mí si no lo consigo? —me atreví a cuestionar.

Levantó una de las comisuras de sus labios hacia arriba formando una sonrisa torcida y se acercó a mí para murmurar:

—No hagas preguntas de las que no quieras saber la respuesta, Euphemia. —Me dejó completamente congelada en aquel lugar, ¿qué había querido decir? Nada bueno, de eso estaba segura. Cogió del bolsillo trasero de sus pantalones un paquete de cigarros y se llevó uno a la boca para después encenderlo con el detalle de echar el humo a un lado—. Venga, tengo una llamada que hacer, te espero aquí.

Respiré hondo y me di la vuelta para dirigirme con pies de plomo hacia el local que al parecer había abierto recientemente. No tenía ni idea de cómo iba a comenzar con una conversación así, y me daba miedo la reacción que pudiera tener ese hombre. Si llegara a hacerme algo, dudo que a Kilian fuese a importarle, me regañaría solo por no haberlo conseguido y me dejaría en la puerta de mi casa moribunda.

Al llegar al local, una mujer joven estaba revisando un coche por dentro, me miró y salió de él con intención de atenderme.

—¡Hola! ¿Qué se te ofrece? —dijo para después desviar su mirada a mi uniforme.

—Busco al jefe, me gustaría hablar con él.

—Lo tienes ahí detrás, ¡Wade! ¡Te buscan! —vociferó para después volver a su tarea.

Un hombre alto, de piel bronceada, brazos musculosos y barriga cervecera, salió a mi encuentro vestido con un mono gris de mecánico.

—¿Eres tú quien me busca? —habló sin estar muy seguro. Y en parte lo entendí, que una chica con uniforme escolar de un colegio elitista busque a un mecánico, no se veía todos los días.

—Sí. —Aclaré la voz—. Soy yo.

—Bien. ¿En qué puedo ayudarte? —El hombre se mostró verdaderamente amable e interesado, lo cual agradecí y maldecí al mismo tiempo por lo que tenía que contarle.

—Pues... Acabáis de abrir el negocio, ¿cierto?

—Sí, así es. Llevamos una semana. —Se cruzó de brazos.

Suspiré mientras buscaba las mejores palabras, debía lograrlo de algún modo. Tampoco había tenido tiempo de pensar alguna estrategia, aunque no tenía idea de si habría logrado realizarla en caso de haberla tenido.

—Verá, resulta que este barrio tiene una política... peculiar.

—¿Qué quieres decir? —Arrugó las cejas y tan solo ese gesto me puso aún más nerviosa.

—Digamos que pertenece a ciertas personas y quieren llegar a un acuerdo con usted...

—¿De qué me estás hablando? Mira, si esto es un juego de críos, no tengo tiempo.

«Ay, no. Estoy perdida.»

Se estaba marchando y yo estaba allí plantada sin saber qué hacer o decir para remediar lo que ya había soltado por la boca. Estaba claro que no se me daba bien persuadir a la gente y mucho menos si se trataban de esta clase de asuntos que me quedaban grandes. Eché la vista atrás y a través de la gran puerta del taller, vi a Kilian con el teléfono en la oreja mientras fumaba. No podía volver a fallar, tenía que conseguirlo y contentarlo si no quería conocer las verdaderas represalias.

—¡Espere! —dije sin pensarlo demasiado, tenía que llamar su atención de algún modo. Me acerqué a él cuando se giró—. Vale, voy a serle sincera. Mi nombre es Effie, ¿de acuerdo? Soy una simple estudiante como puede ver. ¿Ve al tipo tatuado que habla por teléfono en la acera de enfrente? —El hombre, resignado, volvió a prestarme atención y dirigió su mirada donde le decía y asintió—. Él me ha mandado a que le diga esto porque me metí donde no me llamaban y ahora le debo favores. Escuche, no tengo ni idea de quienes son, solo sé que tienen barrios donde mueven... usted sabe qué. Al parecer este es uno de ellos.

—¿Qué? Mierda... —El tal Wade posó una mano sobre su frente con preocupación—. Algo me habían dicho, pero no terminé de creérmelo. ¿Necesitas ayuda? Podemos llamar a la policía...

—¡No! No haga eso o lo empeorará todo. Mire, no me gustaría que le pasara algo malo por mi culpa. El resto del barrio confía en ellos y sé que van a cuidar de su negocio. Solo tiene que ofrecerles su confianza además de pagar una cuota mensual, no me ha dicho de cuanto, solo quiere que le informe y que me de su respuesta. A cambio, ellos ofrecen seguridad ante cualquier cosa. De lo contrario... esto podría acabar muy mal.

Wade lo sopesó por unos instantes y no lo culpaba, en menudo lio se había metido sin saberlo. Cuando uno pone un negocio, lo que menos piensa es que esté ubicado en una zona que pertenezca a una mafia o lo que quiera que fuesen.

—Supongo que no me queda de otra, ¿no?

—No lo creo —coincidí con él.

—Vale. Pues acepto.

—Necesito que me escriba en un papel un número de contacto. Solo eso y me marcho.

El hombre se fue a su despacho y me trajo un número de teléfono apuntado en un trozo de papel. Lo acepté con una leve sonrisa, pues lo había conseguido. Aunque me sentía realmente mal por él.

Volví con Kilian quien aun hablaba por teléfono y no parecía muy contento, de hecho, irradiaba hostilidad por todas partes. Aguardé a un lado a la espera de que concluyese su llamada y darle algo de privacidad, pero no pude evitar escuchar lo que decía dándome la espalda.

—Yo estoy cumpliendo con mi parte, dijisteis que la entrega iba a ser en estas semanas y ahora me venís con esto. ¿¡Qué se supone que tengo que hacer ahora!? —vociferó asustando a las personas que pasaban por su lado, e incluso a mí—. ¿Qué cojones? Sí, eso es fácil para vosotros.

«¿La entrega?» Una entrega de más drogas supuse. Parecía como si hubiese algún tipo de improvisto, y ello despertó mi curiosidad por saber qué se traía entre manos. Lo más probable era que tuviera que entregar un gran cargamento en un punto clave para que éstas llegaran a otros lugares, pero que los compradores no iban a poder asistir. Todo aquello me llevó a Cailin y sus palabras. Quizás si descubriera donde y cuando se iba a llevar a cabo esa entrega, pudiera dar un chivatazo anónimo, desmantelando así todo el asunto. Pero eso sonaba muy a película y yo no me consideraba una protagonista que fuese descubriendo pistas sin ser pillada. Y sabía que, si me pillaba, estaba muerta.

Kilian se giró sobre sí mismo aun con el teléfono pegado a la oreja y el ceño fruncido. No podía ver sus ojos por las gafas de sol, pero supe que estaba ardiendo. Ver a ese tío cabreado de verdad no debía ser agradable. Se sorprendió de verme allí plantada, no me había visto llegar y quizás no debía de haber escuchado su conversación. Suspiró mientras observaba para después responder de nuevo.

—Está bien... Todo sigue en pie —dijo para después colgar la llamada y centrarse en mí y en el papel que sostenía entre mis manos—. ¿Lo has conseguido? —cuestionó aun con ese tono de enfado.

—Sí. Es su número —anuncié estirando el brazo con el papel en la mano para ofrecérselo.

—Bien. Vámonos.

Me quitó el papel de la mano de un tirón y pasó por mi lado para volver al lugar donde había dejado el coche. Su tono fue bastante grave y frío, parecía que en cualquier momento iba a pegarle a lo que fuese que se topara y yo no pretendía ser blanco de su puño, así que caminé tras él a una distancia prudente. Ello me llevó a la conversación que acababa de tener por teléfono, ¿qué sería lo que tanto le había cabreado? 






Wee🙌

Capítulo algo más cortito, y quizás aburrido. 

Pero necesario para acontecimientos futuros.

Hemos conocido al padre de Effie, ¿qué os parece?

¿Creéis que logrará solucionar algo con la madre?

Y Kilian estaba cabreado por algo, a lo que Effie quiere jugar a los detectives, pero, ¿conseguirá algo que lo incrimine?

Pero, la verdadera pregunta:

Si lo tuviera, ¿lo incriminará?🥸

Solo digooo🤭🤭🤭

Mi intención es publicar también el fin de semana porque tengo algo escrito del capítulo, ¿lo conseguiré?

No lo sabremos cause also yo este weekend estaré 💃💃jejejejejejjeje

Un besote a todxsssss😘😘😘😘😘😘

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