— No hagas lo correcto, sin ser astuta.

Mi abuela no hablaba mucho. Pero cuando lo hacía, yo callaba. Porque de su boca, solo salían verdades, consejos y cariño. Yo siempre la veneré, la idolatré y la quise más que a nada en el mundo.

Amaba cepillar mi cabello. Cuando estaba en su casa, yo solo quería que lo hiciera ella. Y eso hacía, frente al tocador de mi habitación, ella me estaba cepillando mi largo cabello. Con mis ojos de niña, la miraba a través del reflejo.

— No seas astuta, sin hacer lo correcto.

Volvió a cepillar, desde las raíces, hasta las puntas. Y otra vez.

— No te olvides de ser amable, sin usar tus aptitudes.

Una vez más.

— Nunca uses tus aptitudes, sin ser amable.

Dejó el cepillo sobre el tocador y se agachó para pegar su mejilla contra la mía y observarme a través del espejo, dejando ver una tierna sonrisa que me contagiaba.

— Pero, sobre todo, no hagas nada de eso, sin ser valiente.

Un recuerdo, eso es lo que ella me dejó cuando se fue. Unos consejos que supe guardar bien. Siempre me he asegurado de mantenerlos ahí, en algún lugar de mi mente.

Pero un día fallé y, por consiguiente, a ella también.

Me prometí no volver a hacerlo, tenía que recordarlo y así lo hice desde aquel entonces. Pero en ese momento no sabía qué era lo correcto o no. No sabía nada. Estaba confundida y cansada.

La sangre resbalaba desde mi frente y seguía su curso por el lateral de mi rostro. La herida estaba abierta y no sabía si estaba perdiendo demasiada sangre. Estaba mareada y probablemente tenía una contusión en la cabeza. Pero no podía cerrar los ojos, tenía que hacer lo correcto y ser astuta. Tenía que usar mis aptitudes y ser amable. Y sobre todas las cosas, ser valiente.

No podía quedarme allí sin hacer nada.

Apoyé mis temblorosos brazos en el suelo y me levanté como pude. Me tomé unos minutos para respirar y calmarme antes de comenzar a dar pasos. Tragué saliva con cuidado.

Porque eso era lo correcto.