CAPÍTULO 7
El hermano de Natalia era menor que todas ellas. Ahora, ya era todo un donjuán, pero cuando empezó a salir y a conocer chicas, lo hizo de la mano de su hermana y de las amigas de ésta. Ellas le protegían, le mimaban y le aconsejaban, y eso era algo que Daniel no podía dejar de agradecerles. Era un hermano pequeño a medias de todas, y eso, a él, le encantaba.
—Daniel, soy Paula, necesito pedirte algo importante.
—Paula, claro, ya sabes que para mis hermanas postizas nunca tengo un no por respuesta, y mucho menos para ti. Pide por esa boquita. A ver, cuéntame qué necesitas.
—Necesito que vengas conmigo esta noche a un garito de copas, a ver un monólogo.
—Paula, cuéntamelo todo. Dudo mucho que solo sea eso. Dame los detalles, no quiero sorpresas. Te prometo que accederé a cualquier cosa, no te creo tan peligrosa.
—El plan es una venganza. En realidad, un tipo que he conocido por error y que se cree con unos derechos que yo jamás le he dado. Creo, además, que necesita un escarmiento. Es un tipo guapo, bueno, muy guapo, de esos que no conciben no poder ligarse a cualquier tonta que se les cruce por delante.
—Paulita, Paulita, yo creo que este tipo te gusta, pero no me quiero meter donde no me llaman. Te ayudaré encantado, seguro que al tipo que dices le irá bien que una chica le tire un jarro de agua fría por una vez en su vida.
—Daniel, una cosa más. Necesito que estés irresistible, guapo ya lo eres. Ponte aquella camisa blanca de lino y cuello Mao que tanto me gusta ¿Sabes cuál te digo? ¡Ah! y, cuando yo me acerque mucho a ti, sígueme el juego, como si fuéramos pareja, ¿de acuerdo?
—Claro, entendido, te paso a buscar por tu casa en mi moto, así no tendremos problemas para aparcar en el paseo.
—Tenía pensado ponerme faldita, pero vale, ya tendré cuidado al subir y al bajar, no importa.
Paula finalizó la llamada y se dispuso a prepararse para la noche. Primero llevó a sus princesas a casa de los abuelos y después se pasó por una de sus tiendas preferidas a comprarse una falda y un top; quería estar irresistible, que Jorge deseara pasar la noche con ella, y para eso necesitaba algo nuevo para así creérselo ella también y transmitir seguridad.
Escogió una falda por encima de la rodilla, con un poco de vuelo, de color negro, y un top del mismo color, de tirantes, ajustado y por encima de la cintura, con una cremallera dorada de arriba abajo.
También se concedió el capricho de comprarse unos taconazos de vértigo, aún sabiendo que no los volvería a utilizar jamás. Demasiado incómodos. Pero esa noche pagaría el precio de la incomodidad por sentirse como una modelo de pasarela. Solo faltaba su perfume habitual, un toque de maquillaje suave y ¡lista!
Daniel llegó puntual. Paula bajó enseguida y al salir del portal, y dirigirse hacia la moto de su amigo:
—Fiu, fiu ¡Madre mía! ¿Cómo puedo ser un hombre tan afortunado? No sé si llevarte al monólogo o raptarte para mí solo.
—Daniel, no digas tonterías. Soy yo, Paula. Mírame bien, hombre.
—Mejor que no te mire bien, porque si no sí que te rapto. En serio, estás espectacular. El tipo ese va a echar humo.
—Vamos, no quiero llegar tarde. Cuanto antes vayamos antes nos vendremos. Estoy hipernerviosa.
—Te aseguro que él se pondrá el doble de nervioso cuando aparezcas, hazme caso.
Paula subió a la moto con cuidado. Se remetió la faldita por debajo de las piernas y apoyó las manos en el depósito de la moto, igual que había hecho las otras veces que la había llevado a algún sitio.
Llegaron al paseo marítimo en un abrir y cerrar de ojos y aparcaron justo delante del local al que iban. Bajaron de la moto y entraron, dejando atrás las miradas de la gente que estaba sentada en las terrazas. Hacían una buena pareja y llamaban la atención, tanto por él como por ella. Daniel había hecho caso a Paula y el color de su camisa resaltaba con su piel tostada por el sol. Ella caminaba sobre unos tacones de vértigo que estilizaban sus piernas y hacían que el vuelo de su falda se moviera con una gracilidad exquisita.
Se sentaron en una mesita para dos que tenían reservada y pidieron una copa cada uno. Disimuladamente buscó a Jorge por toda la sala y al final su mirada chocó con la de él, que la había visto como llegaba tan bien acompañada. Paula se acercó a Daniel y le susurró al oído que lo dejaba solo un rato.
Se levantó lentamente y se acercó a la mesa en la que se hallaba Jorge.
—Hola, ¿puedo sentarme?
—Claro, sólo te espero a ti. He venido para verte. Tú me has invitado, ¿recuerdas?
—No confundas... ¿Jorge?
—Sí, me llamo Jorge. Siento mucho que te hayas enterado así de mi verdadero nombre. En ningún momento quise engañarte, pero se lió todo un poquito sin querer, por un error, y, después, ya no supe aclarártelo a tiempo.
—Bueno, eso ya pasó, no podemos echar el tiempo atrás ¿Te importa que vayamos a dar un paseo? Quiero decirte algo y no quiero estar cohibida por estar molestando a la gente que está disfrutando del monólogo.
—Sí, me apetece mucho pasear al lado de una mujer tan bella como tú. Voy a ser la envidia de todas las terrazas del paseo ¿Nos vamos pues?
—Sí, vamos, no quiero demorarme demasiado, ya ves que he venido acompañada como te dije.
—De acuerdo, vamos.
Paula se levantó y, al ver que Daniel la miraba, le guiñó un ojo en señal de complicidad. Jorge y ella salieron del local e iniciaron su paseo, cruzando hacia el otro lado, para caminar bien cerquita del mar. Cuando ya estaban lo bastante alejados, de todo y de todos, se detuvieron.
—Paula, estás preciosa esta noche. Quiero decir... siempre lo estás, pero hoy no sé cómo explicártelo...
—Jorge, espera; no sigas. Ven, acércate, más, un poco más. Cierra los ojos. Me da un poco de vergüenza lo que voy a hacer. Haz lo que te pido, por favor.
Jorge se acercó, mucho, casi rozándole la nariz, y el aroma de ella le transportó a la noche que bailaron tan apretaditos, y cuando pensó que llegaría lo mejor de la noche ¡ZAS!, Paula le plantó una santa ostia con la mano abierta en toda la mejilla.
—Esto te lo mereces, por bailar con una chica y manosearla a tu antojo sin pedirle permiso; espero que te sirva de lección.
Temblaba como una hoja en otoño a punto de caer del árbol, no sabía cómo reaccionaría él. No lo conocía tanto. De repente, Jorge le mostró la otra mejilla y le indicó, con el dedo, ese lado de su cara.
—¿Qué haces Jorge? ¿En vez de gritarme, enfadarte o algo así me pones la otra mejilla?
—Pégame otra vez, porque te voy a dar un beso que no vas a poder esquivar.
Y, sin dejarle reaccionar ante su respuesta, la agarro de la cintura y del cuello para plantarle un beso largo, dulce, apasionado y muy deseado por los dos.
—Esto... yo... me tengo que ir.
—Te acompaño.
—No, tú ya has hecho suficiente por hoy. No quiero verte nunca más. No sé con qué clase de mujeres estás acostumbrado a tratar, pero yo no soy de las que se derriten ante el primer majadero guaperas que se les cruza en el camino.
—Yo no me crucé en tu camino, Paula, a mí me sacaste sangre a la fuerza, me alteraste la tensión, me hiciste un electro sin hacérmelo al final, me recalentaste involuntariamente durante una canción. Paula, me atraes irremediablemente, no sé qué me pasa contigo.
—Yo te diré lo que te va a pasar conmigo: NADA.
Y Paula se fue todo lo rápido que sus tacones se lo permitieron, dejando a Jorge pasmado y quieto observando su huida.
—Paula, ya estás aquí, menos mal, estaba preocupado ¿Cómo ha ido tu plan de venganza?
—No lo sé, Daniel. Quiero irme a casa ya, por favor. Estoy muy confundida y alterada. Necesito aclarar mis ideas, no ha salido como esperaba.
—Te llevo, faltaría más, vamos.
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