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CAPÍTULO 3

   Otra vez lunes. Espero no empezar igual de mal la semana: por los suelos. Aún me duele el moretón que tengo en la cadera, se está poniendo de todos los tonos posibles. Así no voy a la piscina, ni a la playa, que no me apetece lucir patosidad.

—Hola, Miguel, soy Jorge. Haz el favor de ir a buscar el resultado de tus análisis de orina al ambulatorio, no seas tan descuidado, que mañana te vuelves a ir de viaje. Va tío, que yo no pienso ser tu recadero oficial. Un favor vale, pero ya que puedes ir, pues ve.

—Sí, don perfecto, ahora mismo voy al ambulatorio y recojo el resultado.

—Suerte, que no sea nada y que no te toque una psicópata como a mí.

—Ya te contaré.

   Al colgar el teléfono he sentido decepción, en el fondo me gustaría ser yo quien fuera otra vez a pelearme con la gatita. Es una fierecilla, pero domable; como cualquier fiera salvaje.

—Hola, venía a recoger unos resultados ¿Me podría anotar de urgencias ahora? Mañana mismo salgo de viaje y tardaré días en volver.

La administrativa se quedó mirando embobada al chico que tenía delante, no podía ni responder. Impresionantemente guapo, rubio, cuerpazo, y además vestía bien y olía de maravilla. Ojalá todos los pacientes olieran tan bien, de lo demás ya ni hablar.

—Claro, sí, espere en el pasillo de la planta baja, la doctora le atenderá en un ratito, no creo que se demore mucho.

Mientras, en el comedor, desayunaban algunas compañeras, entre ellas la doctora de urgencias, Paula, y algunas más. De repente entró Manuela, una de las administrativas de aquella mañana.

—Ay, chicas, no sabéis lo que me acaba de pasar. Vaya monada de hombre. Ya quedan pocos así: guapo, bien vestido, limpito... ¡Casi me da un patatús!

—A ver, Manuela, ¿pero tan guapo era, mujer? —Preguntó Paula algo incrédula.

—No, Paula, lo era más. Tremendo, no te lo puedo describir porque tengo prisa, pero solo te diré que tengo un sofoco encima...

—Al menos dinos su nombre y con quién le has dado cita si es que venía a eso.

—Se llama Miguel Sanmartín.

—¿Y con quién le has dado hora?

—Con la doctora de urgencias. Es decir, contigo Mabel ¡Qué disfrutes de las vistas!

—Pues menos mal ¡Qué alivio! Porque lo atendí yo el otro día y es un imbécil de cuidado, creído y estúpido. No te envidio nada de nada, Mabel. Todito para ti.

—¿Tan desagradable es, Paula?

—¿Tanto?, tanto y más. En serio, ya me lo dirás luego.

— Bueno nos vemos luego al mediodía, nos tomamos un cafelito todas juntas y os cuento, ¿vale?

—De acuerdo, quedamos al mediodía.

   Pobre Mabel, no sabe lo que le ha tocado hoy: el típico cretino de lunes. La compadezco.

—Pase, Miguel, siéntese.

—Muy amable, doctora. Yo venía a por el resultado de unos análisis. Resulta que el otro día todavía no habían llegado los de orina y quedó pendiente que pasara esta semana a recogerlos.

—Muy bien, ahora mismo lo miramos.

   Como está Miguel, madre mía. Manuela tenía razón, no se puede oler mejor, me estoy mareando de felicidad. No hay cosa que me guste más que el olor a perfume fresco de hombre, que gustazo, con los olores que a veces tenemos que sufrir por nuestro trabajo, esto es un regalo del cielo. Estoy por preguntarle que perfume utiliza, me encanta. Si me atreviera le diría que estoy soltera y que esta noche la tengo libre.

—Miguel, el urocultivo ha salido positivo, es decir, que tiene usted infección, por eso seguramente habrá estado con molestias, ¿verdad?

—Pues sí, por eso vine hace unos días y me aconsejaron que trajera una muestra, porque además en la tira rápida no salió nada y era muy extraño.

—Para solucionarlo le recetaré un antibiótico. Una vez finalizado el tratamiento, y pasados unos días, cursaremos de nuevo otro urocultivo para ver si ya se ha resuelto la infección, ¿le parece bien?

—Doctora, estoy en sus manos. Confío en su buen criterio ¿Hasta qué hora trabaja usted?

—Hasta las tres, ¿por qué? ¿Cree que requerirá de mis servicios otra vez durante esta mañana?

—No, doctora...

—Estrada, Dra. Estrada.

—Me preguntaba si estaría usted libre para comer, pues no me gusta comer solo y creo que no podría encontrar una mujer más encantadora que usted ni que pusiera anuncios por toda la ciudad.

—Me halaga mucho, Miguel, pero no debería. Es usted un paciente, no estaría bien.

—Pues no se preocupe, no me vuelvo a visitar con usted nunca más, así no habrá conflictos ¿Qué le parece?, ¿la recojo a las tres?

   A la porra todo, este tío está como un queso. Yo soy joven y soltera, y hace un siglo que nadie me invita a comer ni a nada, así que venga, me tiro a la piscina. Total, solo será una comidita de nada, no creo que sea tan grave.

—No debería, pero la verdad es que me apetece mucho comer con alguien y no se puede rechazar una invitación... Así que de acuerdo, pero que quede claro que yo no voy quedando con todos mis pacientes por ahí.

—Ni que yo me entere, Dra. Estrada, me pondría muy celoso, pero que muy, muy celoso. Es usted una mujer preciosa, seguro que no le faltan pretendientes.

—Hasta las tres, Miguel, debo seguir visitando las urgencias si quiero ser puntual a mi cita.

   Estoy loca ¿Qué he hecho? Creo que no voy a explicárselo a nadie. Esto podría ser un desastre y Paula ya me ha advertido, aunque a decir verdad el tipo es superamable y educado, sin mencionar lo cañón que está. En fin, que sea lo que tenga que ser. La vida son dos días y uno nos lo pasamos durmiendo.

   Estoy de suerte, voy a comer con una mujer impresionante, aunque por desgracia mañana me tengo que ir por trabajo y estaré fuera toda la semana, no sé si me resistiré a no intentar nada con ella hoy. Es tan apetecible. Ya veremos cómo discurre nuestra comida, no adelantemos acontecimientos.

   Esto es un plantón en toda regla y me pasa por cretino y confiado, qué se le va a hacer. Comeré solo y aprovecharé para terminar de hacer la maleta y repasar los detalles de mi reunión en Menorca. Hubiera sido muy insólito comer con la doctora sin conocernos de nada, estas cosas solo pasan en las novelas.

   Por suerte mi cerebro se ha impuesto a mis hormonas, menos mal, si llego a quedar con Miguel hubiera sido un lío muy gordo. No era una buena idea desde el principio pero ha sido divertido y excitante decirle que sí y luego no aparecer. Si lo vuelvo a ver inventaré que me surgió una urgencia, eso no puede no creérselo, ¿no?

   Mientras, Paula ya se está cambiando la bata de trabajo para terminar el turno por hoy y, aprovechando que las niñas están con los abuelos, ha quedado con una de sus amigas para ir al gimnasio.

—Que ganas tenía de venir a probar las nuevas clases de Zumba a tu gimnasio, Natalia, gracias por invitarme. Con estos morados que tengo no me apetece ir a la playa ni nada, pero con los pantalones que llevo no se ven, así que ¡Asúcar!

—Te va a encantar la clase, Paula, con lo que te gusta a ti bailar. Te lo vas a pasar genial, ya verás, y a veces viene hasta algún chico y todo ¡Quién sabe!

—Pues sí, quién sabe, yo estoy abierta a esa posibilidad, y si además sabe bailar bien entonces ya me derrito en sus brazos o en su cuerpo, según la circunstancia.

   El aula del gimnasio es muy grande y luminosa. Las vistas a través de las enormes vidrieras son a una piscina exterior; la gente se está bañando, el día acompaña. Toda la pared frontal está cubierta por grandes espejos en los que la gente puede ver cómo realiza los ejercicios al compás de la música.

   Como por inercia, la gente se va distribuyendo por toda el aula y de repente Paula se quiere fundir al cerrarse la puerta; ya no puede irse, y esto no lo tenía previsto ¡Qué vergüenza!.

—Natalia, ¡no me has avisado! Maldita mala amiga, esto no se hace.

—Pero, ¿qué bicho te ha picado ahora, nena? ¿Estás tonta, o qué? ¿Me quieres hacer el favor de decir qué leches te ocurre?

—¡No me has mencionado en ningún momento que el profesor es un hombre!

—Pues no ¿Tanto te importa? Te creía más moderna, no entiendo tu reacción. Va, Paula ¡Qué más da! Y si además está requetebuenísimo. Es un aliciente para no abandonar a mitad de la clase, créeme, porque a veces dan ganas de irse de lo que cansa esto. Se queman muchas calorías, las de los helados que te comes con tus hijas, por ejemplo.

   Jorge no la vio en un primer momento. La clase estaba repleta, no cabía ni una aguja, pero como buen profesor fue fijándose en todos los movimientos de cada uno de sus alumnos y entonces la vio, medio escondida, sin hacer muchos aspavientos con sus manos para no destacar. No la miró directamente en ningún momento, ni se acercó, quizás para evitarle el mal rato. Se notaba a la legua que era su primera vez y que no dominaba la coreografía. Al terminar los 60 minutos la gente fue marchándose casi a la vez, pues la mayoría siempre tienen prisa y este ratito es el breve descanso y relax del día. Paula recogió tan rápido como pudo su pequeña toalla, con la que se secó el sudor, y su botellita de agua, de la que colgaba la llave de su taquilla. No se paró a beber, ya lo haría en el vestuario, pensó. Cuando vio que la gente se entretenía en la escalera, y formaba un molesto e inoportuno taponamiento en la vía de salida, miró hacia su derecha y al ver el ascensor abierto no se detuvo a esperar a su amiga y se metió en él. Su miedo a encontrarse con Jorge era tal que ya le pediría disculpas después a Natalia. Soltó el aire de golpe al entrar en el pequeño habitáculo, se miró en el espejo para contemplar lo despeinada, sudada y roja que estaba y cuando le iba a dar al botón para descender hasta el piso inferior...

—Paula, ¡qué coincidencia!

—Sí... yo no suelo venir, la verdad.

—Lo sé, lo sé, me hubiera dado cuenta, no lo dudes.

—No creo que vuelva, no tengo tiempo para estas cosas.

—¡Qué pena, cielo! No sabes cómo me ha gustado verte. Eres deliciosa; te mueves con una gracia natural, y aunque se nota que no asistes a mis clases normalmente, no te has perdido en las coreografías.

—Muchas gracias, supongo... ¡¿Se puede saber por qué no baja el ascensor?!

—Yo creí que te gustaba estar conmigo así, tan cerca, sudados los dos, sin escapatoria alguna.

—Eres un creído. No sé qué te ha hecho pensar eso.

—Cielo, pues que no le has llegado a dar al botón de bajada. En fin, a mí me ha encantado estar estos segundos así, en la intimidad. Cuando tú quieras ya sabes. Quizás alguna clase de Zumba particular y adaptada, si tú quieres. Me amoldo a horarios, no hay problema.

—Esto..., lo siento, me distraje cuando te vi entrar.

—Bendita distracción, pues, y espero verte tan sudada muy pronto.

—Aparta, déjame salir, me están esperando.

—¿Me tengo que poner celoso, Paula?

—Tú mismo, no es mi problema. Haz lo que quieras y con quien quieras.

—Eso hago normalmente, cielo, eso hago, no lo dudes.

   Paula salió echando chispas del ascensor, mientras Jorge salía detrás de ella, con las manos en los bolsillos, con paso pausado, silbando una cancioncilla y observando el espectáculo de los glúteos de la fierecilla moviéndose al caminar rápido hacia el vestuario de chicas.

—Jorge, se te ve contento.

—Sí, compañero, la vida me sonríe. Hoy he tenido una asistencia a clase inesperada.

—¿Lo dices por el número de asistentes? ¡Pero si últimamente todas tus clases están a reventar!

—No preguntes tanto y ven alguna vez, que ya nunca lo haces.

—Está bien, a ver si vengo esta semana que viene, que me tenéis ocupadísimo con las altas del gimnasio en recepción.

—Hasta luego, Iván, y no te estreses tanto.

—Hasta luego, Jorge.

   Mientras, Paula, entró como una exhalación en el vestuario y se reencontró con su amiga.

—Paula, ¿pero dónde te has metido? Llevo un rato preocupada. Te perdí de vista cuando empecé a bajar las escaleras. Te he buscado y era como si se te hubiera tragado la tierra.

—Deja que me duche, luego te cuento; estoy muy acalorada. De verdad, de camino a tu casa te cuento.

   Por el camino, Paula le fue contando el incidente del ascensor con Jorge a Natalia. Verbalmente le decía lo desagradable que había sido la situación pero en su mente todo transcurría más allá, incluso llegó a sentir como él la rozaba y todo su vello se erizaba a su contacto. Pero no, no la llegó a tocar, quizás por eso había sido tan frustrante, porque a la vez que la provocaba la dejaba sin nada, y sin derecho a quejarse por propasarse. En realidad había sido bastante ambiguo. Le había dicho de todo pero sin decírselo explícitamente.

—Bueno, Paula, ¿pero volverás a venir otro día conmigo a Zumba, o qué?

—Ni que me pagues, bonita, ni que me pagues, yo no pongo un pie en tu gimnasio nunca más ¡Vaya bochorno he pasado!

   Llegaron al portal de Natalia y cuando Paula se iba a despedir de ella, para poder ir a recoger a sus niñas, la amiga le hizo una señal de espera, como si fuera a hacerle una confesión urgente.

—Paula, tengo que contarte algo, pero prométeme que no se lo dirás a nadie, por favor, prométemelo, es muy importante para mí que lo hagas.

—Jolines, hija, que enigmática y secretísima te pones. Miedo me das. A ver, te lo prometo, desembucha ya lo que sea, que tengo prisa. Ya sabes que mis niñas me esperan.

—Ay, Paula, no me metas prisa en esta cuestión. Estoy nerviosita perdida. Me ha pasado algo alucinante y a la misma vez no puedo explicarlo, pero si no lo hago reviento, así que te ha tocado a ti compartir mi maravilloso secreto.

—¿Pero quieres hacer el puñetero favor de explicármelo ya?

—Está bien, ya voy. No tienes sensibilidad. Con los nervios que yo tengo encima. Pues resulta que, como ya sabes, este mes me han contratado en una oficina de mensajería. Normalmente hay dos personas, pero si uno de los dos sale a merendar el otro se queda solo un ratito. No es problema, porque tampoco es que haya tanto volumen de trabajo estos días. La cuestión es que estaba en la oficina, sola, mirando el móvil para matar el tiempo cuando de repente vi entrar a un actor de la tele que me tiene loquita hace tiempo. Uf, me subió la fiebre yo creo. No sabía cómo dirigirme a él, así que dejé que se acercara hasta mi mostrador y me realizara su petición.

   Se le veía alterado, pálido, como con miedo. Me explicó que iba a recoger un paquete y me pidió si por favor podía estar con él, ya que llevaba semanas recibiendo paquetes en los que no le decían cosas muy agradables, y aunque no había denunciado los hechos a la policía, por evitar el escándalo mediático, empezaba a estar un poco asustado. Los paquetes eran pequeñitos, con una carta dentro y con algún regalito ñoño, como por ejemplo peluches, llaveros de corazón, y cosas así.

   A mí me pareció supertierno, tan indefenso. En un segundo me convertía en su refugio, tan mono. Le dije que sí, claro, que podía contar conmigo para eso y para lo que quisiera, y que no sufriera por la prensa, pues no iba a contar nada a nadie.

   Me quedé con él mientras abría el paquete anónimo y de nuevo otra carta en sobre rojo sangre. Palideció más, si aún cabía esa posibilidad. Hice que se sentara y le cogí la carta con cuidado ayudándome de un pañuelo de papel. Solo faltaría que quedaran mis huellas en la carta dichosa. Busqué los guantes, que a veces me pongo cuando tengo que mover muchos paquetes, y la abrí.

   Dentro había un papel del mismo color que el sobre, escrito a máquina, de las de antes. En la carta no decía gran cosa, solo eran las palabras de una admiradora despechada, dolida porque su amor platónico no le hacía el caso que ella esperaba. Lo malo es que se metía con las posibles relaciones que Marc pudiera tener, detallando como las secuestraría, amordazaría, torturaría...

   Estoy segura que esa admiradora es una mujer mayor, por lo de la máquina antigua de escribir, y que ni mucho menos sería capaz de hacer daño a nadie pero, como el ser humano es impredecible, el actor estaba muerto de miedo ante macabra idea.

   Me ofrecí a estar con él siempre que tuviera que abrir los paquetes, incluso llevo días vigilando las diferentes oficinas de la ciudad, desde donde se supone que han enviado los paquetes. Estoy segura que al final daré con la mujer que se esconde tras este absurdo.

—Definitivamente tiene que estar muy bueno este actor, ¿Marc has dicho?, como para que te hayas lanzado a la misión de investigadora de pacotilla a tiempo parcial no remunerada.

—Pero Paula, ¿en serio que no conoces a Marc? ¡Si te he hablado un millón de veces de él!

—Hija, pues no, tengo otras cosas en la cabeza, mucho más importantes, y no te lo tomes a mal, que yo te quiero mucho.

—Sí, claro, otras cosas llamadas Miguel, ¿no, chata?

   Así se despidieron las dos amigas entre reproches, risas y emociones encontradas. Cada una replanteándose sus pintorescas historias.

   Al fin en casita con mis niñas. Ahora baños, cenas, cuentos, besos, abrazos, cosquillas y a descansar, que mañana toca volver a madrugar.

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