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CAPÍTULO 2

   Ya es viernes al fin, aunque mi fin de semana empieza a las nueve de la noche, porque los viernes siempre voy de tarde, así que un poquito más, un esfuercito más y fin de semana a la vista.

—Buenas tardes ¿Sería tan amable de darme hora para un resultado de unos análisis?

—Su médico y su enfermera están de vacaciones, tendré que apuntarle para el médico de urgencias de esta tarde —la psicópata draculina tenía razón, al menos sabía algo.

—No importa, necesito saber los resultados hoy, por favor.

—Lo siento, caballero, el médico de urgencias de esta tarde está saturado, le apuntaré con la enfermera.

   Ay, no, espero que no sea otra loca como la del otro día, aunque... no me importaría que estuviera tan buena como ella. Aún recuerdo esas curvas insinuándose debajo de la bata. No sé cómo no notó lo cardíaco que me puse.

—Está bien, esperaré. La cuestión es que alguien me dé el resultado. Gracias.

   No puedo creerlo, el tío bueno, trajeado, arrogante, de glúteos imponentes... ¡está sentado aquí en urgencias!

   Espero que sea para el médico, yo no podría mirarle a los ojos sin derretirme, está demasiado bueno, aunque por otro lado me dan ganas de morderle un ojo por mala persona. Mira que no dignarse a recogerme del suelo el otro día.

   Voy a salir a preguntar, aunque he visto que me han apuntado una urgencia para resultado de análisis. Seguro que es él; éste es el remate a toda una semana de trabajo. De ésta no salimos bien ni uno ni otro. Tiene toda la pinta de acabar en discusión. No aguanto a los cretinos.

—¿Usted espera para el médico o para la enfermera?

—Para la enfermera. Me han dicho que el médico tiene la lista llena, así que me he tenido que adaptar a lo que me han ofrecido.

¡Será imbécil! Me está chuleando en la cara.

—Claro, claro, pues espere,; ya le avisaré cuando pueda pasar.

   Ahora mismito me voy a tomar un cafecito a su salud, que se espere, éste no me conoce bien a mí.

—Pedro, ahora vengo, me voy a merendar un momentín a la biblioteca. Tardo cinco minutos. Si necesitas algo llámame allí, ¿vale?

—Claro, ve tranquila, yo te aviso si hay algo urgente.

   Salgo de mi box tranquila, sin prisa, paseándome por delante de él. Que me vea bien, y que espere tranquilo, que ahora vuelvo. Se lo merece.

   El café me lo tomo sola; mis compis están todas ocupadas ahora y no pueden tomarse el respiro conmigo, pero no importa, así puedo fantasear un ratito en cómo será la inminente visita con el señor arrogante-trajeado-tío-bueno que he dejado esperando a propósito.

   Con el paso de los minutos me voy poniendo más y más nerviosa, pero no puedo dejar que me lo note. No, no, no, eso no, sobre todo que crea que estoy muy tranquila y que su presencia no me afecta lo más mínimo.

   Esta mujer es una desconsiderada, mira que dejarme aquí sabiendo que estoy esperando, no me lo puedo creer, es que ya lo digo yo, es una psicópata, neurótica y seguro que solterona. Como tarde un segundo más me voy, esto no se lo tolero yo a ninguna mujer, por buena que esté y por muy verdes que tenga los ojos.

   Ahí está, sigue esperando, ya se podría haber ido. A ver cómo le han salido los análisis, espero que esté todo bien y no tenga que darle muchas explicaciones.

—Pedro, ya estoy aquí. Cuando puedas descansa tú, que menuda tardecita llevas, no has parado ni un segundo.

—Sí, ahora voy, en cuanto termine la siguiente visita me escapo yo también un poquito.

   Venga, Paula, ánimo, tú eres valiente, échale dignidad, que no note nada el piltrafilla este.

—¿Miguel Sanmartín? — le llamo asomándome al pasillo — Ya puede pasar. Siéntese, por favor.

—Gracias, pero... ¿me pide que me siente porque es algo grave?

   Este tío es más tonto que un zapato. Yo creo que se va a desmayar. Debe ser hipocondríaco o algo así.

—No, no, tranquilo, sólo es que me resulta muy violento sentarme yo y que usted se quede de pie, porque como comprenderá no puedo pasarme todo el turno visitando así ¿Lo entiende?

Tremendo ridículo estoy haciendo, esto no me había pasado jamás ¿Pero qué me ocurre?

—Oh, claro, disculpe, es que yo creí... es que... bueno, da igual, me siento ¿Me puede decir ya cómo han salido los análisis?

—Sí, por supuesto, si me deja un segundo ahora se lo digo.

   Yo soy rápida, pero el ordenador no, y él manda aquí.

—Entiendo. Espero.

—Sus análisis son correctos. Son del todo normales, no tiene de qué preocuparse. Azúcar, bien; colesterol, bien; tiroides, bien; no tiene VIH, ni hepatitis... En fin, todo correcto. Pero la orina no ha llegado, supongo que para el lunes ya estará, a veces tarda un poco más. Debería pasar por aquí el lunes y pedir que le den el resultado, si es que quiere saberlo.

—Perfecto, el lunes intentaré pasar para recoger ese resultado.

—¿Le importa que le tome la tensión, le pese y le haga unas preguntas de salud?

—Ah, ¿pero es que hoy me lo pide y todo? ¿No va a obligarme a todo esto sin dejarme ni rechistar?

—Mire, Miguel, haga lo que quiera, yo solo intento hacer bien mi trabajo, pero no obligo a nadie a hacer nada que no quiera hacer.

—Ja, eso lo dirá usted, señorita... —Paula, me llamo Paula.

—Haga lo que quiera, Paula, ya que estoy aquí, qué más da. No creo que vaya a hacerme nada tan doloroso como para que no pueda acudir a mi cita de esta noche.

   Seré imbécil, pero si no tengo ninguna cita esta noche, es más, desde que conocí a la psicópata el otro día no tengo ni ganas de quedar con ninguna de mis follamigas. Esto debe ser grave, no me reconozco.

   Yo lo mato, ¡lo mato! Me está restregando por la cara que ha quedado, cosa que yo no, aunque él no lo sabe, y que su vida social es muy activa, sexualmente hablando, se lo veo en los ojos, grises preciosos, no me había fijado, son del mismo color que el traje del otro día, cuando lo conocí. Hoy viene más informal, pero tan guapo, mmm, el polo blanco con bermudas azul marino le queda de escándalo.

—No se preocupe, será solo un minuto, no le robaré mucho tiempo.

—¿Sólo un minuto? Pues espero que no sea tan rápida para todo, Paula; sería una pena.

   Me noto granate y echando humo, lo voy a matar, me está provocando.

—Estire el brazo, abra la mano, no hable y relájese.

—¿Siempre manda tanto? Se me ocurren otras maneras de no hablar y relajarme, pero ésta...

—No hable, por favor, si no quiere pasarse la tarde aquí.

—No puedo, señorita, ya le he dicho que tengo una cita y necesito estar presentable para esta noche.

—Pues está un poco alto de tensión, debería volver otro día.

—¿En una semana le parece bien, más o menos?

—Sí, me parece bien, procure no tomar sal, hacer ejercicio... —Lo del ejercicio no hay problema, soy muy activo.

—Sí, ya me imagino, pues siga así.

—¿El jueves está usted aquí de nuevo en urgencias?

—No, solo los viernes por la tarde, normalmente.

   Mejor que venga un día que ella no me atienda, si no volverá a salir la tensión alta; y no porque esté enfermo, sino porque es que ella me pone enfermo, en todos los sentidos. Es una sensación ambigua, contraria, porque por un lado me irrita su prepotencia y por otro me pone... me pone... ¡uf, como me pone!, a cien mil revoluciones, por eso me sube la tensión y me sube todo.

   Mejor que venga otro día que yo no le atienda, si no a la que le saldrá la tensión alta será a mí. No puedo evitarlo, me sulfura, me saca de mis casillas, no puedo con él, pero al mismo tiempo me hace sentir algo que hacía mucho que no sentía, el deseo, el morbo... el calentón, vamos, hablando claro. Para qué vamos a andarnos con rodeos, a cada cosa su nombre. Este hombre me calienta como una caldera, y eso que me trata como a una piedra. Bueno, por suerte no lo veré más.

—Bueno, pues adiós y gracias, Paula.

—Adiós, Miguel, y que no sea nada lo de su tensión.

—Eso espero, gracias de nuevo.

   Menudo planazo, ¡sí señor! Las niñas ya duermen, yo en pijama... solo me faltan los rulos y la bata, y mientras el energúmeno trajeado de ojos grises se estará poniendo tibio a gin tonics pijos de esos con alguna tetona de morros operados. Bueno, da igual, yo tengo a mis dos tesoros; ellas lo valen todo. Me acuesto ya, no puedo más, cada día me entra sueño antes, y no es que me entre, es que me atraviesa y me quedo frita en el sofá. Mañana será otro día.

   A quién quiero engañar, no tengo ni ganas de salir, aunque quién sabe, quizás me la cruce por ahí ¿Por dónde se moverá la enfermerucha? Podría probar de ir al paseo marítimo y pasear un rato, quién sabe. Pero no, no voy, esto es una tontería. Ni yo le convengo ni ella es mi tipo, demasiado mandona. Mañana será otro día.

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