CAPÍTULO 18
Pasaron dos meses. Dos meses lentos y tristes para Paula. Fingió, durante todo ese tiempo, mandando algunos mensajes a
Jorge y contestándole a los suyos. Le volvió a decir, una y otra vez, que necesitaba tiempo, que si la quería tenía que darle ese tiempo que necesitaba; y esperó y esperó, y en algún momento desesperó, pero todo eso en el más absoluto secreto.
Paula no comía, no dormía, no vivía. Se estaba amargando la existencia, con una historia que ni siquiera había comenzado, y ella era plenamente consciente. Pidió vacaciones en el trabajo y planeó un viaje con sus amigas; pero primero tenía que zanjar un asunto. Ese sería el punto y aparte en todo este desatino.
Y por fin llegó el día. No le dijo nada a nadie. Sabía que era ridículo, pero necesitaba vengarse y advertir a Coral de la alimaña de la cual se había enamorado.
Como sabía el día de la ceremonia, pero no sabía la hora, aparcó el coche muy cerca de la parroquia y se quedó dentro. Pasó allí varias horas. No se acordó de comer ni de beber, y menos aún estaba de humor para leer o escuchar música; solo tenía una cosa en mente: darle su merecido al canalla que tenía asfixiado su corazón.
Sobre las cinco de la tarde apareció Coral acompañada de Jorge. Lucían trajes sencillos pero elegantes. Desde donde estaba no alcanzaba a ver ni el color del ramo de la novia, pero estaba segura que llevaba uno, porque tenía los brazos hacia adelante, cogiéndolo.
La pareja entró a la iglesia y entonces Paula bajó del coche. La joven oyó un ruido extraño pero no paró en su avance; ahora nada le interesaba más que entrar allí con ellos.
El ruido, cada vez más molesto, asustó a Paula. Entró en la iglesia y gritó al párroco para que detuviera la ceremonia. Todos los presentes se giraron: Jorge, Coral, el párroco y una señora mayor.
—¡¿Paula?!
Eso fue lo último que escuchó Paula antes de desmayarse y golpearse contra el duro suelo del pasillo.
Los ojos le pesaban. Cuando empezó a abrirlos, haciendo un sobreesfuerzo tremendo, la luz de la habitación le pareció un insulto a su estado anímico. Quería dormir, un mes seguido o mejor un año. Quería olvidarlo todo y borrarlo de su vida.
—Paula, amor, no digas nada. Estás muy débil. Deja que te cuente yo primero.
Estaba tan sumamente cansada que miró a Jorge y asintió con un abrir y cerrar de ojos.
—Te has desmayado. Los médicos dicen que debes llevar días sin alimentarte demasiado bien y eso te ha pasado factura. Te has golpeado muy fuerte en la cabeza pero las pruebas han salido bien. No ha sido nada grave que tengamos que lamentar. El bautizo del pequeño Marc se ha aplazado para más adelante. Aún no hay fecha, pero he convencido a Coral para que espere a que seamos pareja y puedas acompañarme e incluso ser la madrina del niño si lo deseas ¿Qué me dices?
Las mejillas de Paula pasaron del pálido al rojo cereza en cuestión de segundos. Qué estúpida había sido. Se había dejado llevar por una tontería sin fundamento, en vez de hablar con Jorge y preguntarle.
—¿Me puedes pasar un poco de agua, por favor?
Jorge le acercó una botella de agua con una cañita y la ayudó a incorporarse un poco para poder beber.
—Me siento tan ridícula... No tengo perdón. Te he juzgado mal sin tan siquiera hablar contigo del tema. No te he concedido el beneficio de la duda. Mi mala experiencia en el amor me cegó por completo. Creí que de nuevo volvían a reírse de mí y por eso tuve miedo y reaccioné así. Lo siento tanto... No tengo derecho a ser merecedora de nuevo de tu paciencia y mucho menos de tu afecto.
J orge cogió sus manos entre las suyas y las besó. Entonces la miró, fijamente, y con el tono más dulce le dijo:
—Tú eres la única por la que estoy dispuesto a esperar. No hay prisa; tengo toda la vida. Volvería a pasar por todo otra vez si con eso consiguiera estar a tu lado para siempre. Tengo grabados cada uno de nuestros encuentros, cada uno de tus enfados, cada mirada, cada palabra. Lo tengo todo guardado en un lugar del que nunca nadie podrá arrebatármelo, pero deseo con todas mis fuerzas que todos esos recuerdos se multipliquen y que tú me los avives cada día.
Las lágrimas se escaparon de los ojos de Paula. No pudo contenerlas. Jorge no le guardaba ningún rencor por todo lo sucedido, al contrario, le decía que la amaba y que esperaría el tiempo que hiciera falta.
Quizás sí había llegado su momento. Sí, había llegado su momento. Al fin la vida le concedía el amor que tanto había anhelado.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro