CAPÍTULO 16
De nuevo llegó el lunes. Otra semana más para tachar en el calendario de la cocina. Paula pensaba en Coral mientras se tomaba su café, el primero del día. Pobre chica, que poco se imaginaba la cara dura de su pareja y padre de su hijo. Tenía que olvidarlo. Por mucho que le atrajera, no era una opción para ella; ni buena, ni mala. Estaba fuera de sus reglas morales.
Terminó de desayunar y, cuando revisó los mensajes en su móvil, encontró uno que la hizo sonreír y sonrojar. Lo volvió a leer de nuevo con mucha atención:
«Hola, Paula, necesito un superfavor. La modelo de hoy me ha dejado más tirado que una colilla y no encuentro a ninguna que esté disponible con tan poco tiempo. Tampoco puedo cancelar el curso monográfico de hoy; viene mucha gente, incluso de fuera de la ciudad. Se trata de una clase muy especial. Está invitado un fotógrafo muy conocido, de mucho prestigio, y los asistentes han pagado mucho dinero para poder inscribirse. Tú tienes un cuerpo precioso. Te prometo que no se verá nada que tú no quieras que se vea. En fotografía no hace falta enseñarlo todo, a veces lo que se intuye dice mucho más ¿Te espero esta tarde en mi estudio? Va, di que sí, por favor. Me salvarías la vida. Besos. Llámame cuando lo leas».
Se sentó en un pequeño taburete de la cocina y, tan concentrada estaba en sus propios pensamientos que, no escuchó que sus pequeñas ya se habían despertado.
—Mamá, buenos días, ¿por qué sonríes?
—Buenos días, guapas mías. Sonrío porque a veces, en la vida, hay que hacer pequeñas locuras.
—No lo entiendo
—Ni yo, mamá.
—Ya lo entenderéis cuando seáis más mayores. Ahora a desayunar, venga, que no quiero que lleguéis tarde al cole.
Les puso el desayuno y, mientras se iba vistiendo, le mandó la respuesta a Víctor, su amigo fotógrafo. Éste le dio algunas indicaciones, como no ponerse sujetador durante las horas previas a la sesión, ni ninguna prenda de ropa que pudiera dejarle marcas en la piel. Paula llevó a las niñas al cole y volvió a casa para ponerse lo más cómoda posible. Además, Paula tenía muchas tareas pendientes después del fin de semana en la montaña. Qué suerte y qué coincidencia que justamente ese lunes se lo había pedido de fiesta.
Pidió a sus padres que fueran a recoger a las niñas al cole y que les dieran de cenar. No sabía a qué hora regresaría a por ellas y no quería estar sufriendo por la hora de finalización de aquella pequeña locura, al menos para ella.
Se duchó, se hidrató, se maquilló suavemente y se puso un vestido y unas sandalias. La ropa era lo de menos; nadie iba a fijarse en eso.
Jorge se levantó muy optimista ese día. Se había planteado muy seriamente conquistar a la enfermera. No iba a rendirse ante el primer desplante de ella. Estaba de tan buen humor que se concedió un capricho. Esa misma mañana iría a hacer la transferencia para ese curso tan caro, pero tan bueno, de salsa en Barcelona. Tenía muchos gastos pero se lo planteó como una inversión en su negocio. Tenía que estar al día.
Paula aparcó un poco lejos del estudio fotográfico, para disgusto suyo. Ir tan ligerita de ropa le incomodaba muchísimo. Bajó del coche y se dispuso a caminar todo lo rápido que le permitiesen sus pies.
Jorge caminaba despreocupado, contento, y decidió meterse a tomar un café en una panadería de la esquina. Se sentó, pidió un café solo, y disfrutó del ir y venir de la gente en la calle. De repente, alguien pasó, por delante del cristal, tan rápido que le costó distinguir quién era.
Dejó el dinero del café sobre la mesa y se marchó ¿A dónde iría Paula a esas horas? La siguió en la distancia hasta el estudio y, cuando ya hubo entrado, se planteó qué hacer. Entró en el local y una chica lo atendió muy amablemente.
—Buenas tarde, dígame, ¿qué desea?
—Esto... soy amigo de Paula. La he visto entrar y...
—Ah, Paula, sí. Hoy será la modelo del curso.
— ¿Curso?
—Sí, hoy viene un fotógrafo muy prestigioso. Será un monográfico sobre el desnudo artístico.
— ¿Qué? Eso no puede ser, Paula no es modelo.
—Eso ya lo sabemos, pero tiene un bonito cuerpo y eso hoy ya servirá. Además, la cámara la quiere. Paula hoy nos hace un gran favor.
— ¿Y yo puedo asistir al curso?
—Pues sí. Hoy hemos tenido dos bajas de última hora. Tengo que decirle que es un curso algo costoso y exclusivo; además, tiene que traer la cámara de fotos; es indispensable.
—No hay problema. Véndame una cámara e inscríbame al curso.
—Muy bien ¿Qué cámara quiere?
—Una cualquiera. Eso no me importa ahora mismo. Solo quiero una para poder asistir al curso.
—Pues esta le servirá. Tenga. Son setecientos euros en total.
—Muchas gracias ¿Ya puedo pasar?
—No, caballero. El curso empieza dentro de media hora.
—Entendido, muchas gracias. Hasta luego.
Jorge no se arrepintió en absoluto del gasto que acababa de realizar. Ya no podría asistir al curso de baile, pero esto era mucho mejor. Paula no podría irse, ni gritarle, ni enfadarse, y él podría observarla durante el tiempo que durase la sesión esa tarde.
La hora llegó y nuestro profesor de Zumba se apresuró para sentarse en primera fila.
El fotógrafo era un profesional muy experimentado en la materia. Su discurso era agradable e interesante, incluso para Jorge que no tenía ni idea de tiempos de exposición, velocidades ni oberturas de diafragma.
Una vez explicada toda la teoría, Paula salió con una bata de seda negra y se colocó tal y como le indicó el profesor.
Estaba serena, tranquila y sobretodo muy bella.
Jorge disfrutó de esa belleza todo lo que pudo. Realizó fotografías con su mente y no con su cámara, que no tenía ni la más remota idea de cómo iba.
La chica no veía a nadie. No miraba al público asistente. Estaba concentrada en estar relajada, no quería estropear la sesión.
Las horas pasaron y los fotógrafos fueron marchándose satisfechos de haber aprendido muchas cosas durante esa tarde.
—Paula, me voy. Tengo al peque con fiebre y quiero estar pronto hoy en casa. Se queda Inés en la tienda hasta que termines de vestirte y te vayas. Mañana hablamos, preciosa. Has estado maravillosa.
—Qué vergüenza, Víctor. No se aun cómo te pude decir que sí. Vete, anda. Ya hablaremos. Que se mejore el peque. Besitos Víctor se fue, dejando en la tienda a Inés y a Paula.
La improvisada modelo se miró en el espejo, desprovista de toda prenda. No reconocía aquel reflejo. Por unas horas se había sentido contemplada por unos ojos que no eran los suyos propios. No recordaba la última vez que alguien la había observado así.
—Paula, soy yo, Inés. Perdona que te moleste. Tengo un poco de prisa. He quedado con un amigo. Nos estamos conociendo y no quiero causarle mala impresión en nuestra primera cita.
La cita de Inés le causo una envidia que no quería admitir. Ojalá fuese ella la que tuviera esa prisa.
—Inés, vete. Yo puedo cerrar. No te preocupes. Mañana pasaré a devolverle las llaves a Víctor.
—¿En serio?, ¿no te importa cerrar la tienda sola? ¡Gracias!, me voy pitando. Estoy deseando llegar a mi cita, ya me entiendes. Nos vemos mañana.
—Anda, ve, y disfruta tú que puedes.
La chica se marchó tan rápido como pudo, cerrando la puerta a su salida. Una vez se hubo vestido, Paula se dispuso a salir del estudio pero vio a alguien fuera esperando que la dejó petrificada.
—Ábreme, Paula. Quiero hablar contigo.
—Tú y yo no tenemos nada de qué hablar, Jorge. Vete, no montemos un escándalo a estas horas.
—Pero yo sí que tengo algo que hablar contigo. Acércate más al cristal, no quiero gritar lo que tengo que decirte.
Paula se acercó, muerta de curiosidad y anhelante de escuchar sus palabras.
—Me vuelves loco. No sé qué me has hecho que no puedo pensar en nada más. Hago locuras por verte. Ni te imaginas hasta donde soy capaz de llegar por observar tu belleza, pero lo que realmente me gustaría es tocarte, abrazarte, besarte, sentir tu respiración acompasarse con la mía. Necesito que me des una oportunidad. Déjame demostrarte que no soy como tú crees.
Ella cerró los ojos, respiró profundamente, e instintivamente posó su mano contra el cristal. Jorge se apresuró, para posar la suya al otro lado, y pudo intuir el calor de su piel. Ambos ardían por el deseo. Tan solo hacía falta abrir la puerta y dejarle entrar; pero no se concedió ese capricho. No podía traicionarse de esa manera.
—No te creo. Eres una mala persona. No quiero que vuelvas a acercarte a mí. Sé que me harías daño.
—Pero dime qué es eso tan malo que he hecho. No soy consciente de lo que me recriminas. Si no me lo dices, no podré rectificar.
—Pues mira, sí, te lo voy a decir. Quizás de este modo te des cuenta que no soy tan tonta como crees y te alejes de mí de una vez. Sé que solo soy un capricho más para ti, una de tantas, otra más para añadir a tu lista de conquistas.
—Paula, te estás equivocando.
— ¿Me vas a decir que no eres el padre del bebé que espera Coral?, ¿me vas a negar que ella y tú sois pareja?
—Qué barbaridad, Coral y yo solo somos amigos. Nunca hemos sido pareja y nunca lo seremos. El padre de la criatura no quiere saber nada del embarazo. Yo solo le doy un apoyo que a ella en estos momentos le hace mucha falta. Estoy colado por ti, cielo, no me hagas esto. Tienes que creerme.
Quizás porque el cansancio psíquico era tan grande, Paula se dejó convencer. Quiso creerlo y abrió la puerta. Jorge entró al estudio, abrazó a Paula, la besó y le prometió que jamás le haría daño.
—Necesito creerte, Jorge. Me han hecho mucho daño y no podría soportar otro golpe emocional más en mi vida.
—Yo cuidaré tu corazón, lo mimaré y protegeré. No tengas miedo, ya no.
Estuvieron largo rato abrazados, sin decir nada más, y después se despidieron con un beso cargado de pasión.
—Me tengo que ir, Jorge. Mis niñas me están esperando. Ahora mismo tengo que asimilar lo que me has dicho. Necesito creerlo y convencerme que podemos darnos una oportunidad.
—Claro, Paula, no hay prisa. Yo esperaría una eternidad si tú me lo pidieras. El tiempo solo cobra sentido cuando estoy contigo. Únicamente te pido que, mientras, me hables a través del móvil.
—Sí, cómo no. Estaremos en contacto. Hasta pronto.
Paula le vio alejarse, calle abajo, hasta que su silueta se perdió entre la noche. Su respiración estaba alterada. Le parecía que el corazón iba a dar un salto mortal en cualquier momento y se le iba a salir del pecho. No podía creer lo que acababa de hacer, pero tenía derecho a intentar ser feliz; y Jorge se merecía una oportunidad. Quizás fuese todo un malentendido y nada de lo que ella se había imaginado fuese cierto.
Cuando llegó a casa de sus padres, y aparcó el coche, le sonó el teléfono.
—Paula, necesito verte. Tengo algo que contarte.
Si Natalia supiera, pensó, pero no le explicó nada de lo ocurrido unos instantes antes.
—Pues ven a casa a cenar con nosotras. Estoy recogiendo a las niñas y en diez minutos estaré allí.
—De acuerdo. Traigo pizzas, que a tus hijas les chiflan.
—Las malcriáis entre todas. No tenéis remedio. Está bien, nos vemos en un ratito en mi casa.
Las amigas se despidieron y Paula recogió a sus hijas para volver a casa y cenar juntas.
Cenaron, acostaron a las niñas y se prepararon un gin tonic para cada una.
—A ver, ¿qué te ha pasado esta vez? Espero que no sea otra locura de las tuyas. Nos tienes con los pelos de punta a todas. Cualquier día te vas a llevar un susto, pero de los gordos.
—Por favor, no me riñas antes de hora. Espera, al menos, a que te cuente lo de ayer.
—Tienes razón. Cuenta primero y después te riño.
Las dos amigas explotaron en unas risas nerviosas.
—Ssshhh, se van a despertar las niñas. Empieza a contar. No quiero ni imaginarme.
—Pues resulta que hace unos días eché un currículum para trabajar de cocinera en casa del actor; ya sabes, mi actor preferido.
—Pero si tú no tienes ni remota idea de cocinar, Natalia. Freír un huevo, en tu caso, es como una batalla campal entre el aceite y tú.
—Ya lo sé, pero necesitaba hacer algo así para entrar a trabajar en esa casa. Cuando me enteré de la oferta de trabajo, ni lo dudé.
—Pero pedirán referencias, así que olvídate. No creo que te llamen. Menos mal, en menudo lío te hubieras metido, bonita.
—Bueno, el caso es que puse algunas referencias y me llamaron. Ayer hice la entrevista, o la supuesta entrevista.
—Madre mía, ya sabía yo que al final te meterías en problemas.
—Me citaron por la tarde, a eso de las siete. En la casa no había mucha actividad. No se oía nada. Una chica del servicio me acompañó hasta una sala y me dejó allí sola, indicándome que en breve iría alguien a realizarme la entrevista.
—O aceleras la historia o esta noche termino borracha; ya me he bebido el gin tonic con los nervios.
—Me senté a esperar, de espaldas a la puerta, y de repente alguien entró —Natalia cogió su bebida y le dio un largo trago, como preparándose para explicar lo que venía a continuación—.
No me giré, y menos cuando escuché la voz que empezaba a hablarme.
—Buenas tardes, aunque no para mí y sospecho que, a partir de este instante, tampoco lo serán para ti —me dijo.
Cogió una silla y se sentó frente a mí. Era él. Justo a quien yo esperaba.
— ¿Quién? ¿El actor?
—No, Paula. Me miró con cara de enojo; estaba furioso. Mi presencia no le causaba ninguna gracia.
—¿Otra vez tú?, ¿no te quedó claro que en esta casa no eres bienvenida? —me chilló, casi a escasos dos palmos de mi rostro.
—Ya, por eso me has citado, aún sabiendo que mis referencias son más falsas que un duro sevillano —le contesté.
—Quería decírtelo, por segunda y última vez a la cara, y asegurarme que te quedaba lo suficientemente claro como para no volver.
—Pero no he hecho esto por él. He venido de nuevo por ti ¿No lo ves?
Su semblante se relajó, aflojó los hombros y me miró sorprendido. No se esperaba para nada esa confesión.
—Me cuesta creerte, Natalia. Soy la sombra de mi jefe. Todas estáis loquitas por él y no os dais cuenta realmente ni de cómo es ni de qué perdéis al cegaros por ese amor platónico.
—Empecemos de nuevo. Dame una oportunidad. Iniciamos esta relación de una forma un tanto inusual pero podemos enmendarlo. Somos adultos y seremos capaces de empezar de nuevo nuestra historia.
—Hola.
—¿Hola?
—Hola, me llamo Manu.
—Hola, yo soy Natalia.
Y acercándose a ella le susurro, entre respiraciones fuertes y entrecortadas:
—Ya lo sé, no puedo dejar de pensar en ti.
Natalia creyó fundirse como la mantequilla en una tostada caliente entre los fuertes brazos de Manu. El guardaespaldas cerró el despacho con llave por dentro y dejó un tono suave de luz. La mesa de reuniones se convirtió en cómplice de lo que allí sucedió después.
—Y como siempre vengo a explicarte locuras que no terminan muy bien, o como yo quisiera, hoy me he dicho que tenía que llamarte y explicarte que estoy feliz y que tengo una bonita aunque extraña historia de... ¿amor?, ¿pasión? Llámalo como quieras, pero es auténtica y mía; bueno,mejor dicho, nuestra.
—Me alegro muchísimo, guapa mía. Te mereces este soplo de alegría, claro que sí. Disfrútalo, no tengas miedo. Vas a ser feliz.
—Qué ganas tengo que tú también me cuentes algo así algún día, Paulita. Te lo mereces más que ninguna de nosotras.
—Algún día, Natalia, algún día.
—Bueno, me voy. Mañana madrugas y yo también. Dame un pellizco para asegurarme que no estoy soñando.
—No me lo pidas dos veces, jajaja.
—Hasta mañana, descansa.
—Igualmente, que descanses y que sueñes con tu guardaespaldas.
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