Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

CAPÍTULO 15

   El viaje en coche discurrió entre risas de las niñas y música infantil que Paula llevaba para entretenerlas.

   A medida que más se acercaban al destino más nerviosa estaba. En su cabeza se planteaban mil situaciones posibles, ninguna compatible con ellos, con sus vidas, con el futuro bebé...

   Llegó un punto que Paula sintió vértigo por todo aquel torbellino de sensaciones y sentimientos, y decidió no pasarlo mal durante esos días; iba a disfrutar y punto.

   Al fin llegaron a la casita. Estaba un poco apartada del pueblo más cercano pero resultaba muy bonita y acogedora. Se notaba que estaba muy bien cuidada y que alguien se encargaba de ello casi a diario.

—Venga, princesas. Hemos llegado.Venid conmigo a ver vuestras habitaciones. Os he reservado las más bonitas para las niñas más bonitas.

—Mamá, ¿podemos ir con Mateo a ver nuestras habitaciones?

—Claro, id con él. Nosotros bajaremos las maletas, pero portaros bien. Haced caso.

—Tranquila, Paula. Son dos niñas encantadoras. No te preocupes. Ahora nos vemos dentro.

   Paula, Marian y Jorge descargaron las maletas y entraron en la casa. Marian los dejó en el comedor a los dos y se fue escaleras arriba para reunirse con Mateo y las pequeñas; no podía dejar pasar la oportunidad de pasar ratitos al lado de aquel hombre que desvelaba sus noches y alteraba sus pensamientos. Y así lo hizo.

   En cuanto pudo, dejó a la enfermera y al profesor de Zumba a su suerte.

—Parece que este fin de semana estamos destinados a compartir el abandono de nuestros familiares y amigos.

   Paula no contestó, al supuesto comentario gracioso, y se dirigió al porche. Una vez allí buscó un sitio donde sentarse y en el que no hubiera opción para que lo hiciera también Jorge. Él no tuvo ningún reparo en sentarse a su lado, en el suelo, y, poniéndole una mano sobre su muslo, le preguntó:

—¿Por qué no intentas disfrutar el momento? No pretendo hacerte nada malo, ni a los tuyos, solo relájate y déjate llevar. Somos unos amigos que hemos venido a pasar un fin de semana estupendo con una compañía maravillosa en un sitio precioso ¿No lo ves así tú?

—Pues no, Jorge. No lo veo así como tú dices. Creo que tenemos una manera de vivir la vida y gestionar nuestras emociones, sentimientos o caprichos, o como quieras llamarlo, muy pero que muy diferentes. Intentemos llevarnos lo mejor posible estos dos días, por el bien de tu padre, Marian y mis hijas. Te pido respeto y no seré grosera contigo, pero no me pidas nada más. No puede ser.

   Paula luchaba internamente con no mandar a la china su código ético y así poder tirarse al cuello de Jorge. Olía tan bien... Su olor ya estaba impreso en su memoria y, cuando él estaba cerca, su razón se nublaba y su corazón se aceleraba. Pero su fuerza de voluntad era enorme y sólida y eso la hacía no caer en la dulce tentación. Era un sinvergüenza. Cada vez se lo estaba demostrando más y más. Su pareja a punto de dar a luz y él de fin de semana. Madre mía, que cara más dura. Y Coral tan contenta, ja, no se estaba enterando de nada. Ojalá que pase el fin de semana volando, volvamos a casa y no tenga que pasar por este trago tan amargo nunca más. Todo sea por la amistad de Marian.

   Jorge se quedó sentado en el suelo, pasmado, no entendía nada él tampoco. Dejó que Paula se levantara de la silla y lo dejara allí plantado ¿Pero qué rayos le pasaba a esta mujer?, ¿acaso ser madre soltera la anulaba para cualquier otra relación posible?, ¿aún estaría Paula enfadada por no decirle realmente su identidad cuando se conocieron?, ¿o quizás aún estaba molesta por el baile subido de tono aquella noche en el pub? Fuese lo que fuese, él no creía que la cosa fuera para tanto. Cuanto más lo rechazaba ella, más interés y ganas ponía él.

   Iba a ser un viaje interesante. La emoción estaba asegurada.

—Señoras, princesitas, he reservado mesa en un restaurante con mirador, precioso, para que cenemos todos allí esta noche.

—Ay, Mateo, cuánto lo siento. Nosotras tres nos quedamos. Las niñas tienen unos horarios y no me gusta que se los salten, así que, si no tienes inconveniente, nos quedamos y así mañana tendrán las pilas cargadas para poder disfrutar de esta maravillosa estancia en tu casa.

—Claro, Paula. El fallo ha sido mío. No caí en eso, me lo tendría que haber figurado y preguntarte primero. No sufras. Ahora mismo llamo y cancelo, y así cenamos todos aquí.

   Marian miró a su amiga con cara de corderita degollada; la idea de una cena, en un sitio como el que había descrito tan bien Mateo, era un escenario de ensueño. Paula captó el mensaje y añadió:

—No hace falta que anules la reserva. Tan solo llama para avisar que seréis tres menos.

—Cuatro. Yo tampoco voy. Estoy un poco cansado. Esta semana ha sido dura en el trabajo. Me irá bien dormir para mañana estar a disposición de nuestras pequeñas invitadas.

—Parece que va a ser una cena solo para dos. Si quieres nos quedamos, Mateo. Lo entiendo.

—De eso nada. Nosotros dos nos vamos a disfrutar de la velada. Nos han dado permiso, así que coge tu chaqueta y vámonos.

   Montaron los dos en el coche de Mateo y se alejaron de la casita dejando allí a los cuatro.

   Tardaron unos quince minutos en llegar al restaurante, una especie de parador, muy bonito y exclusivo. No había muchos coches pero los que se veían allí eran todos de gama alta. No parecía ser un sitio demasiado asequible.

   Marian empezó a dudar. No llevaba dinero en efectivo como para pagar a medias tremenda factura, y tampoco podía asumir ella sola la cuenta y decir que ya pagaba ella, con tarjeta.

—Mateo, quizás deberíamos ir a otro sitio menos...

—¿No te gusta? Lo elegí pensando en ti ¿Has visto algo que no te convence?

—No, por supuesto que no. Es que creo que no llevo dinero suficiente para pagar mi mitad.

—Ah, es eso. No acepto que pagues nada. Yo te he invitado. Solo espero que sea de tu agrado.

   Ayudó a Marian a bajar del todoterreno y, una vez estuvo en suelo firme, le pasó la mano por la cintura, suavemente, como acompañándola pero sin empujarla. Su mano era una caricia en la piel de la chica. Notó como su vello se erizaba a su contacto.

   Mateo la retuvo, antes de entrar en el restaurante, y acercándose a su oído le confesó:

—Marian, la verdad es que en este preciso momento lo que menos tengo es hambre. Sé que no suena muy galán pero no hay nada que desee más ahora que llevarte a una de las habitaciones que dispone el parador y pasar la noche contigo.

   La chica se quedó un poco decepcionada. Le hubiera gustado conversar con aquel hombre, del que tan poco conocía y que tanto la intrigaba. Al mismo tiempo ella también deseaba estar otra vez entre sus brazos, así que no dejó escapar la oportunidad y accedió a su propuesta.

   Marian envió un mensaje a su amiga, para que no se preocuparan por ellos. Seguramente vendrían después del desayuno. Iba a ser una noche muy intensa y necesitarían recuperar fuerzas antes de regresar con ellos.

   Subieron las escaleras en silencio, no sabían que decirse, era una situación extraña. Una vez cerraron la puerta de la habitación, Mateo se transformó. Era como si llevara el deseo, la pasión, la excitación concentrada y contenida desde su último y único encuentro.

   Cuando Marian se disponía a hablar, para preguntar cualquier trivialidad y romper el hielo, Mateo se abalanzó literalmente sobre ella.

—Lo siento, cielo, no puedo ir más lento. Me urge sentir tu cuerpo. No he podido dejar de pensar en ti. No sé qué me pasa contigo. Te necesito ahora. Te prometo que luego repetiremos a cámara lenta, tantas veces quieras y cómo quieras. Ahora no me pidas que frene porque no me reconozco. Tengo el pulso acelerado y estoy al límite de volverme loco.

—Mateo, hablas mucho. No hace falta que me des más explicaciones. No te disculpes. A mí me pasa lo mismo contigo, aunque no voy a decir que no a tu promesa de repetir. He visto un jacuzzi en la habitación y eso no se puede desaprovechar ¿Podemos pedir cava y fresas? Siempre he soñado con tomarme una copa de cava en un jacuzzi.

—Claro, princesa, pero eso tendrá que ser más tarde. Ahora tengo un tema del cual debo ocuparme urgentemente.

  Y así empezó una noche de ensueño para Marian; cumpliendo su fantasía en el jacuzzi y alguna que otra más.

   La mañana llegó, filtrando los primeros rayos de sol a través de las cortinas de la habitación del parador, y ambos sonrieron al sentir la calidez de la luz sobre sus cuerpos aún desnudos.

   Marian pasó la primera a la ducha y Mateo aprovechó para llamar al servicio de habitaciones. Encargó un desayuno especial para los dos. Quería alargar la magia del momento a toda costa, pero era consciente que debían volver a la casita junto a su hijo, su amiga y las niñas.

   Desayunaron casi sin pronunciar palabra. Las miradas entre ellos hablaban por si solas. En cuanto hubieron terminado, se marcharon.

   Pararon a comprar pan y pastas, en una panadería que encontraron abierta de camino, y en un momento ya estuvieron de vuelta con los demás.

   Entraron con cuidado, sin hacer demasiado ruido, por si aún dormían. Era muy temprano, pero las niñas ya estaban en el sofá del comedor viendo los dibujos de la tele.

—Tía Marian, menos mal que has llegado. Mamá aún duerme y aquí no sabemos dónde están las cosas para prepararnos el desayuno ¿Puedes prepararnos algo, porfa? Tenemos hambre.

—Claro, bellas mías. Lavaros la cara y las manos; mientras os prepararé un vaso de leche calentito. Os hemos traído cruasanes recién hechos de chocolate.

—¡Bien! Te queremos.

—Venga, venga, no seáis tan zalameras. Daros prisa. Si queréis, podemos ir con vosotras a dar un paseo,y así dejamos a tu madre dormir un poquito más, que la pobre necesita un descanso extra. Se lo merece.

—Sí, nos damos prisa. Luego contaremos a mamá y a Jorge todo lo que se han perdido por dormilones.

   Jorge apareció por el comedor en ese momento.

— ¿Qué es lo que voy a perderme, princesas?

—Nos vamos de paseo con Mateo y Marian ¿Tú quieres venir?

—No, preciosas. Yo me quedaré aquí por si vuestra mamá se despierta, para que no se asuste al no ver a nadie en casa.

—Muy buena idea. Qué listo eres. Dile que volveremos antes de la hora de comer,para que no se preocupe.

—De acuerdo, se lo diré de vuestra parte.

   Las pequeñas desayunaron todo lo rápido que pudieron y se vistieron para el paseo. Se despidieron de él con la mano, desde el caminito de piedra, sonriendo y saltando.

   Jorge se quedó un rato en el porche mirando cómo se alejaban los cuatro, felices, y disfrutó un ratito de aquel ambiente relajado y feliz, sin ruidos ni preocupaciones. Al cabo de unos minutos entró otra vez a la casa.

   Se dirigió hacia la habitación de Paula, o mejor dicho sus pies le condujeron hasta allí. Cuando entró, no fue consciente de haber recorrido el camino hasta su cama. Sentía una fuerza invisible, como si fuera un imán, atrayéndolo sin poder oponerse.

   Paula dormía profundamente. Su rostro estaba relajado y, por una vez, no la veía enfadada, gritándole, seria o recriminándole algo; de hecho, no recordaba si la había visto alguna vez sonriendo, aunque no dudaba que seguro debía lucir una sonrisa preciosa; como toda ella.

   Se sentó en el suelo, muy cerca, para poder contemplarla más y mejor. No quería perturbar su descanso. Observarla a oscuras y en silencio era un placer demasiado bello como para desperdiciarlo.

   Allí se quedó mirándola, largo rato, lo que a Jorge le pareció un segundo, y sin querer ni poder evitarlo sus dedos se aproximaron a Paula; y la tocó. Ansiaba su contacto, el calor de su piel, poder tocarla y que ella le pidiera que lo hiciera, pero eso no era la realidad; la realidad era otra. Ella estaba en contra, a toda costa, de cualquier acercamiento con él, y no entendía el por qué. Lo averiguaría, costase lo que costase. No quería perder algo que aún ni había tenido, y menos sin saber el motivo.

   La chica se movió ligeramente y Jorge se levantó rápido para salir sin despertarla. No le apetecía ponerla de mal humor de buena mañana. No sería un buen comienzo para un día soleado en la montaña.

   Jorge aprovechó para ducharse tranquilamente mientras sus pensamientos no dejaban de pasearse por la habitación de Paula, sobre todo por su piel, por su cuerpo, por sus labios... Todo en ella le parecía de una belleza tan dulce como exquisita.

   Cerró el grifo del agua, se secó con la única toalla que encontró a mano y como era muy pequeña no se la pudo poner alrededor de la cintura. Pensó que tampoco pasaba nada porque en la casa no había nadie despierto. Procedió a peinarse, ponerse desodorante, y cuando iba a salir, para ir a vestirse a su habitación, se encontró cara a cara con ella. Sus cuerpos chocaron y el imán volvió a actuar. La temperatura en el cuarto de baño subió de golpe. Paula estaba roja como un tomate pero se quedó conmocionada. No reaccionó hasta pasados unos segundos. Jorge estaba encantado de estar con ella en un espacio tan reducido y con tan poca ropa, o mejor dicho, él con ninguna.

   Pasados esos segundos, Paula empezó a recriminarle, entre susurros, que fuera desnudo.

—Estás loco, como puedes estar así, tan tranquilo. Eres un inconsciente. Las niñas podrían aparecer por aquí en cualquier momento.

—Paula, cielo, me encanta que me susurres, pero deberías saber que no hay nadie más en la casa. Puedes gritarme, si lo deseas, y no te preocupes por mi desnudez, es sólo para ti.

—Ah, eh, esto... Me voy, no quería molestarte. No era mi intención. La próxima vez cierra por dentro.

—No hay pestillos en ninguna puerta. Es una pena; yo me encerraría contigo en cualquier estancia de esta casa.

—Ja, ni en sueños.

   Jorge se acercó de nuevo a Paula, desnudo aún, y cogiéndola de la cintura se acercó a su nuca y le dijo:

—En mis sueños mando yo, princesa. Ese es un lugar en el que creo que te encantaría entrar para saber lo que te pierdes.

   Y diciéndole eso, la dejó allí plantada y se fue.

   Paula tenía sus propios sueños, en los que sospechaba que a Jorge también le gustaría estar, pero entre los sueños y su conciencia moral existía un abismo insalvable por el momento, muy a su pesar.

   Ella regreso al cuarto también. Se vistió y se sentó en el salón para desayunar algo de lo que le habían traído Mateo y su amiga.

   No tenía mucho apetito, a decir verdad, se le había quedado en el cuarto de baño un rato antes, pero era sensata y se dispuso a comer alguna cosa.

   Jorge apareció, casi a su par, se quedó de pie, frente a ella y le preguntó:

— ¿Te importa si me siento yo también a desayunar? Tengo un hambre atroz, no sé si podré esperar a que termines, y no hay otra mesa disponible.

—Sí, claro, estás en tu casa. Yo no tengo mucho apetito.

   Enseguida te dejaré solo.

—No, por favor, no te vayas, te quería pedir disculpas por lo de antes. Aunque no sé muy bien lo que he hecho, no quiero que estés enfadada conmigo. Me apetece verte sonreír.

   Y Paula sonrió; y Jorge también. Los dos se dispusieron a desayunar, juntos, sonriendo, por raro que le pareciera a cada uno de ellos.

— ¿Te puedo decir algo, Paula?

—Ay Jorge, no sé, no sé, estoy disfrutando mucho del desayuno. Preferiría que no lo estropearas, por favor.

—Como eres. No confías en mí. Sólo quería decirte que verte sonreír es de las mejores cosas que he visto últimamente, pero también de las más escasas.

— ¿Lo ves? Para qué dices nada. Tienes razón, no confío en ti; ni lo más mínimo.

   Y levantándose de la mesa, con su plato y su taza, le dijo:

—Que termines de disfrutar el desayuno.

   Jorge se quedó petrificado.No tenía ni la más remota idea de qué acababa de suceder. En fin, le iba a costar mucho esfuerzo ganarse la confianza de aquella chica.

   Antes de comer, aparecieron Mateo y las chicas, muy contentos todos. Lo habían pasado maravillosamente bien. Las niñas se atropellaban entre ellas para explicar a su madre todo lo que habían visto. Estaban felices, eso relajó el rostro de Paula, que reía con las historias de sus hijas. Las escuchaba divertida. Eran unos amores: sus amores.

   El fin de semana se terminó; rápido para unos, lento para otros, pero llegó a su fin y volvieron los seis juntos a casa de nuevo.

   Mateo y Marian se despidieron como si no fueran a verse en siglos. Aquel fin de semana significaba, quizás, el principio de una bonita historia.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro

Tags: