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CAPÍTULO 14

   Al fin viernes y, para más alegría, hoy tengo fiesta en el trabajo. Me lo merezco. Necesito desconectar un poquito de todo y de todos. Demasiadas emociones fuertes estos días. Entre Jorge, las locas de mis amigas y sus historias, las niñas, el trabajo, la casa... Necesito recargar las pilas como sea.

   Paula iba pensando en todas esas cosas mientras preparaba los desayunos. Sus hijas se acercaron a la cocina, a darle los buenos días, y seguidamente se dirigieron al comedor, para sentarse en la mesa, pues sabían que antes de encender la tele tenían que comer y vestirse.

—Mamá, mamá, suena el teléfono.

—Cógelo, cariño, tengo las manos mojadas.

—Mamá, es Marian.

—Voy, dile que se espere un segundito de nada.

   Paula se apresuró a secarse las manos y llevar el desayuno a sus hijas. Después se puso al teléfono.

—Hola, Marian, ¿qué haces despierta a estas horas?

—Calla, que llevo dos horas en la cafetería del trabajo esperando a que fuera una hora más decente para llamarte. Tengo el coche estropeado, no arranca, yo creo que de esta ya no lo salvo. He aprovechado para tomar café con una compañera, que tampoco se iba a dormir porque tenía cosas que hacer hoy, y he pensado que te podía llamar para que me vinieras a buscar. Así desayunamos juntas en ese sitio que tanto te gusta, la churrería del parque, y te doy un capricho, que te lo mereces.

—Qué bien, eso sí que me pone de buen humor. Como me conoces, brujilla, y además hoy tengo fiesta. No tengo prisa para nada.

—Pues entonces quedamos aquí, en la fábrica. Pásame a buscar cuando puedas.

—Ok, en cuanto salga de casa te recojo y dejamos, de camino, a las niñas en el cole.

—Hasta ahora, entoncess.

—Hasta ahora.

   De repente Paula estaba más contenta. Ir a desayunar a su sitio preferido la ponía de buen humor. Esa dosis extra de dulce le hacía sonreír instantáneamente. Era su capricho, uno que se podía dar, de tanto en tanto, fácilmente.

—Venga, niñas, no quiero que lleguéis tarde al cole.

—Mamá, pero si nunca llegamos tarde.

—Claro, mi estrés me cuesta. Va, venga, que os dormís en los laureles, ¡venga!

   Chaquetas, maletas, bolso, llaves, teléfono... Las tres subieron al coche y recogieron a Marian en la fábrica. Después dejaron a las niñas en el colegio y se fueron hacia la churrería.

—Que bien, Marian. Me encanta venir a la churrería. Gracias por pensar en mí.

—Anda, cielo mío, pero si eres tú la que siempre está pensando en los demás. Por un día que alguien lo hace por ti... Déjate querer, tonta.

—Pues sí, tienes razón, me voy a dejar querer. No le tengo que dar tantas vueltas a las cosas ni preocuparme tanto por todos. La vida es más sencilla. Perdemos tiempo pensando tanto y tanto...

—Oh, pues creo que tu desayuno se acaba de convertir en desayuno con sorpresa.

—Déjate de jueguecitos ¿Qué dices?

—No te gires, pero se acerca Jorge con... ¡Ay, madre que se está complicando el tema! Mama, mama, mama, yo me quiero ir de aquí.

—Me estás asustando, Marian.

   Y diciendo esto, Paula no puedo reaccionar de otra manera que no fuera girándose, para mirar a los dos hombres que se acercaban a su mesa.

—Hola, Paula. Esto sí que es venir a endulzarme la mañana y darme por satisfecho solo por encontrarte. Pero que grosero soy, espera, te presento a mi padre. Mateo, Paula, Paula, Mateo.

—Encantada. Le presento a mi amiga: Marian.

—Encantado, Paula. Mi hijo tenía razón, es usted una joven encantadora y muy bella. A su amiga la conozco, somos compañeros de trabajo.

—Hola, Mateo ¿Qué tal estás?

—Bien, y si nos sentamos con vosotras a desayunar estaré aún mejor. Con compañía tan agradable será un placer.

   Las chicas no sabían dónde meterse. Era una situación surrealista. Una y otra tenían mil cosas que comentarse, pero no era el lugar ni el momento.

   Los cuatro se sentaron a desayunar, en la misma mesa, y, después de alguna mirada asesina de Paula hacia Jorge, Mateo inició de nuevo la conversación.

—Venía con mi hijo comentando en el coche que este fin de semana podíamos ir a una casita que tenemos en el Pirineo. Allí se está de maravilla ¿Os apetecería acompañarnos las dos?

   Marian empezó a toser. La propuesta le había cogido desprevenida, pero se repuso rápidamente para no parecer demasiado sorprendida por la proposición.

—Yo no puedo, gracias. Tengo dos niñas y no me apetece dejarlas para irme a pasar el fin de semana sin ellas.

   Paula pensó que ya estaba excusada y salvada, pero Mateo no vaciló un segundo y respondió prontamente.

—Ah, tranquila, eso no es problema, ellas están invitadas también. La casa es grande y está dotada de todas las comodidades que puedan precisar. No se acepta un no por respuesta, ¿verdad, Jorge?

—Claro, Paula. Recuerda que les prometimos a tus hijas que algún día quedaríamos para pasar un rato juntos.

   A la joven mamá le dio apuro buscar más pretextos y miró a su amiga buscando respuestas.

—Por mí no hay inconveniente. Puede ser un fin de semana diferente. Me parece una invitación muy generosa y acepto encantada.

   Marian no podía creerse lo segura que había sonado su respuesta. No se reconocía a ella misma, pero sabía que tenía que aprovechar la ocasión si quería llegar a algo más con aquel hombre que tanto le gustaba y encandilaba, del que conocía su cuerpo pero poco más.

—Pues no se hable más. Si os parece bien, esta tarde os recojo a las dos con el todo terreno. Bueno, a las cuatro. Es de siete plazas, así no hará falta llevar más coches.

   Jorge lucía una cara de triunfo total. Podría pasar algún rato a solas con Paula. Quizás la podría conquistar de alguna manera, aunque no sabía bien por qué la enfermera se le resistía tanto.

   Nunca se había encontrado un hueso tan duro de roer.

   Mateo, como buen caballero chapado a la antigua, se levantó, pagó el desayuno de los cuatro y volvió a la mesa para despedirse de las dos chicas.

—Lo dicho, un placer, señoritas. Gracias por vuestra compañía este ratito. Hasta esta tarde, y no olvidéis coger ropa de abrigo.

—Muchas gracias a usted, Mateo. Es muy amable con su invitación.

—Hasta luego, Mateo. Nos vemos en un rato. Gracias por el desayuno y por la invitación a tu casa.

—No se merecen, chicas. Para mí será un lujo tener unas invitadas como vosotras.

—Hasta luego. Vendré con mi padre a recogeros.

   Las amigas se sentaron de nuevo, una vez se hubieron alejado padre e hijo, y se quedaron unos segundos sin saber muy bien qué decir.

— ¿Esto ha ocurrido de verdad?, ¿o lo he soñado?, ¿voy a pasar un fin de semana en casa de Mateo?, ¿resulta que Jorge es su hijo?

—Que locura, Marian ¿Qué hemos hecho?

—No sé, hija. Parece una cámara oculta, pero ahora no podemos dar marcha atrás. Tenemos que ir, es más, deseo ir con todas mis ganas. Me muero por sentarme al lado de Mateo delante de la chimenea, o dar un paseo por la montaña a su lado. —Pues yo estoy aterrada. No sé qué hacer, ni qué pensar, ni cómo actuar con Jorge.

—No lo pienses. Solo disfruta del fin de semana con tus hijas. No creo que, estando ellas, se atreva a tirarte los trastos; así que relájate.

—Sí, claro. Es muy fácil decirlo, pero creo que no voy a estar muy relajada este finde. En fin, todo sea por las amigas.

—Eso, eso, hazlo por mí, guapa mía. Como te quiero.

—Me vas a deber una y muy gorda, bonita; hazte a la idea.

—Lo que tú quieras, pero pasemos el finde con ellos, por favor.

—Anda, vamos. Tengo que preparar la maleta, que nosotras somos tres.

—Sí, vamos. Yo me pararé en la tienda de lencería, aquella tan mona que me dijiste, a ver si encuentro algo.

—Menudo peligro tienes tú.

   Las amigas subieron al coche de Paula, riendo, un poco más relajadas ya, después de la tensión acumulada durante el desayuno sorpresa.

   Paula preparó la maleta, mientras sus hijas estaban en el cole, y, cuando las recogió y les dio la noticia del viaje, las niñas se pusieron muy contentas. Cuando les dijo que Jorge también iría, se pusieron a saltar de alegría. Jorge les había caído muy bien, y tenían ganas de verlo y jugar con el amigo de su madre.

   Pasaron por casa de Marian, la recogieron y se fueron las cuatro a casa de Paula, a esperar que Mateo y Jorge llegaran.

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