2
Draco no puede creer que estén haciendo lo que claramente están haciendo. Ni que sea Potter quien lo ayude.
Por Merlín, aquel viaje no podía ponerse más extraño.
Por si todo el asunto de la falta de elfos, y la revelación, a mitad del trayecto, de que también tendría que recoger su comida y cooperar con el orden y limpieza del comedor, no fue suficiente para sacarlo de quicio, Potter lo había arrastrado hacia una roca enorme en el terreno del colegio, a la que no vio ninguna función, hasta que dos toques con los dedos abrió una abertura en el centro que daba hacia unas escaleras.
Miracruz tenía acceso directo a un pueblo subterráneo. Lo irónico es que parecía más fresco allí abajo y Draco comenzaba a considerar seriamente pedir un cuarto en cualquiera de los agujeros y túneles contiguos, que surgían a partir de las paredes y calles improvisadas.
Para ser más precisos, los estudiantes entraban a un área que lucía como un huerto gigantesco. Las plantas que crecían allí eran cuidadas por figuras andróginas que le causaban la impresión de no ser humanas, demasiado blancas o demasiado negras. Harry notó que las miraba con vacilación, a medida que atravesaban los senderos entre las plantas.
—Son los intentos fallidos* —aclara, como si no hablase con él en realidad. Aparentaba saber bien hacia dónde se dirigían—, están hechas de tierra blanca y cera. No intentes hablarles, sólo entienden de idiomas antiguos y palabras sagradas que los hechizos traductores no replican.
—No pensaba hablarles —Draco lo observa con horror mal disimulado—. ¿Tú sí lo intentaste?
—Bueno…pensé que podía hacerles algunas preguntas cuando bajé por primera vez. Y quería agradecerles por lo que hacen…
El asunto de recoger su comida era literal. Potter le pasó una lista, que Draco leyó, antes de mirarlo con incredulidad.
—Estás jugando.
Harry negó, sonriendo.
—Suerte con tus compras. Cuando tengas todo, avísame para que te lleve a la salida; voy a estar hablando con los duendes que cuidan la siembra —Se despidió con un gesto y lo abandonó a su suerte.
Debía buscar lo que iba a consumir, de acuerdo a lo que se cocinaría en los próximos días, y subirlo. Él, por su cuenta. Sin varita. Tenía la sensación de que las figuras que cuidaban las plantas se girarían en su dirección en cuanto viesen el trozo de madera, sin mencionar a esos duendes que se encargaban del resto.
Draco había sacado una nota sobresaliente en sus EXTASIS de Herbología. No era agricultor. Existían enormes diferencias entre el invernadero de Sprout y un sembradío, ¡y él no estaba interesado en descubrirlas, de cualquier modo!
Lo que ocurrió fue lo siguiente. Draco se agachó, deslizó la varita fuera de su manga en la relativa seguridad de unos arbustos, y convocó lo que debía buscar. Alrededor de quince segundos más tarde, la comida seleccionada levitaba en su dirección, y él era puesto de cabeza, flotando varios metros por encima del suelo. Todas las figuras de cera y tierra lo miraban con ceños fruncidos.
Se preguntó qué le harían.
Potter tuvo que intervenir por él, agachándose a la altura de dos duendes de sombreros extraños, para explicarles que era un tonto desconsiderado del extranjero. No estaba seguro de qué tenía que ver lo último, pero pareció darles a entender algo respecto a él. Al menos, que no conocía sus costumbres.
—Estoy seguro de que te dijeron que no usaras la varita —decía, meneando la cabeza con irritación. Había reunido lo que convocó, además de tomar varios paquetes ya preparados de los cestos, con aquello que no se conseguía en esa área o provenía de otras partes—, es lo primero, lo más básico, Malfoy, tuvieron que haberte dicho que…
Unos minutos después, el adolescente que debía estar pendiente de él los alcanzó entre los senderos de tierra, tirando de las correas de uno de los tigres alados. Subió la comida a su lomo, la amarró y le avisó que el vueloblanco la llevaría por él. Si lo convencía.
Ahora Draco acaba de conocer la enfermería de Miracruz e intenta pensar en algo diferente a las marcas de dientes en su mano. Esas cosas son peligrosas, no importa que no le haya dolido o que Potter lo haya apartado enseguida, ¡le dejó los dientes marcados!
Sí, de acuerdo, no lo sintió. No supo por qué, pero no lo sintió, ¡eso no era lo importante!
Lo relevante allí fue el susto. Creyó que le arrancaría la mano, ¡y la mano de la varita, además!
No era posible que la directora Saya permitiese que criaturas como esas deambulasen en un colegio, o que tuviese dos de ellas en su despacho. Le recordaba a Dumbledore con la negligencia acerca de las actividades del semigigante de Hogwarts; nunca salía bien. No para Draco.
—…ese es tu problema —Potter continua regañándolo, como si fuese otro niño que no puede ver lo que tiene adelante. Está recargado en la pared opuesta de la pequeña sala, desde donde puede ver su tratamiento, cruzado de brazos—. No aprendiste a ser respetuoso, Malfoy, ni siquiera lo de Buckbeak…
Quiere sisearle que no le hable de esa cosa, pero está más preocupado por otro tema en ese instante.
Su mano está siendo cubierta por una crema helada, de color verde, con grumos. Y quien se la coloca parece un niño de once años con orejas puntiagudas.
Draco duda de su estabilidad mental.
—Lo mordió con los dientes para jugar, no los dientes para matar —comenta Axier, intentando que suene mejor al decirlo con una sonrisa entusiasta—. A mí me han mordido así un millón de veces; no duele y la marca se va a quitar en un rato, realmente no es nada…
—Eso te pasa por no acercarte despacio, como te dijo. Acercarte despacio y esperar para acariciar sus orejas —Potter se rasca la barbilla con aire distraído, la sonrisita burlona de vuelta—, ¿no te suena a lo que tenías que hacer con Buck…?
Iba a reírse de él por ese evento el resto de sus vidas, ¿cierto?
Tenía trece. Uno se comportaba estúpido a los trece. Por Merlín, ya era adulto y todavía tenía sus "momentos".
—Potter —La expresión de Harry se suaviza de forma considerable cuando lo escucha lloriquear. Se despega de la pared para aproximarse, y Draco ladea la cabeza para hablarle en voz más baja—, quiero que me vea un medimago.
—De verdad no es nada —Rueda los ojos, aunque ya no luce hastiado, ni divertido, con su situación—, a mí también me mordieron así las primeras veces. Después entiendes que es su modo de ser, imagina que es un crup jalando tu mano —Se encoge de hombros.
No podía imaginar que esa criatura de más de dos metros era un crup.
—Quiero ver a un medimago —insiste, entre dientes.
—Estás viendo al del colegio.
Draco vuelve a fijarse en las orejas puntiagudas y el rostro infantil.
—Eso no es un medimago. Estoy seguro de que ni siquiera es un mago, o humano, y...
—Eso te puede entender —Harry suelta un bufido de risa cuando lo ve con una expresión de horror. Luego observa al sanador, que le enseña una sonrisa de dientes picudos del tamaño de su palma completa y se aleja tarareando, completada su tarea.
Acerca el brazo tratado a su pecho, como si pudiese protegerlo de ese modo.
—¿De verdad eso es un sanador? —Potter asiente frente a su mirada incrédula. Draco sigue sus movimientos cuando busca entre los estantes un frasco que el adolescente le pide—. ¿Qué se supone que es?
Harry emite un breve "hm".
—No estoy seguro de si es un tipo de duende o un demonio.
—Un demonio es el enfermero de un colegio —Draco parpadea, aturdido.
—Creo que el término "demonio" aquí no significa lo que estás pensando…—Se ríe.
—Un demonio enfermero —repite. Ahoga la risa, fuera de sí—. Creí que había visto cosas extrañas en mi trabajo.
Harry tiene una ligera sonrisa cuando se voltea a verlo; no puede explicarse por qué.
—¿Ya dejarás de dramatizar? —Apunta su mano, sin ningún rastro de heridas, y ambos la observan por unos segundos.
Draco decide que todavía puede tener un último momento de exageración.
—¡Mi mano! ¡Está matándome…! ¡Moriré, moriré!
No cree haber sonado así desde el tercer año. Harry se ríe con fuerza y se siente bien haberlo causado.
Aunque sigue odiando ese lugar.
—0—
La comida no está mal. La directora Saya lo invita a sentarse en su mesa y cree que puede entrar en la categoría de "cenas extrañas", junto a esa en que estuvo con doce clones de Theodore Nott —practicaba multiplicarse a sí mismo con magia; cosas de Inefables—, o cuando comía con Pansy ebria —lo llamaba "Dayan" y lo trataba como su amiga—; puede que incluso superase la segunda.
Entre el personal docente, hay un hombre mayor que habla sin cesar y contesta preguntas de estudiantes que van de paso, otro que le trae el vago recuerdo de su padre por la manera de permanecer inexpresivo. Una mujer preciosa hablaba sobre literatura, y cuando fue a llevar su plato vacío a la cocina, se transformó en una quimera; nadie más que él se sorprendió. Distinguía orejas puntiagudas, pecas de colores del arcoíris, ropas demasiado vastas para el asfixiante calor que perdura incluso por las noches.
Los más normales eran la directora, que cenaba con los dos tigres alados echados a sus pies, y Harry Potter, que asentía a lo que el maestro parlanchín le decía. Por lo que entendía, lo asistía en algunas clases prácticas desde que llegó.
En determinado punto de la cena, y sólo porque alguien se lo pregunta, decide que puede dejar de darle vueltas a lo que ronda su cabeza.
—¿Son no-humanos los que les enseñan magia a los chicos?
Todos en la mesa lo miran por varios segundos. Harry se palmea la frente y se empieza a reír en silencio, sus hombros sacudiéndose lo delatan.
Idiota. Potter siempre fue y será un idiota.
—De donde es el señor Malfoy —explica la directora, para su personal docente—, tienen esta cosa llamada "muggles", que son quienes no tienen magia, y los que sí se dividen en tres grupos: sangrepura, mestizos y nacidos de muggles. De ahí su pregunta. Ellos asumen que la sangre humana y mágica les otorga algún tipo de, uh, digamos "superioridad".
Oye varios "ah" y ve algunos asentimientos.
—Nuestra Teoría de la Magia —comienza el hombre mayor que habla sin cesar, mientras gesticula con el tenedor aún entre los dedos— parte de la idea de que existe la magia de las criaturas y la magia de los seres. Los humanos son seres; algunos tienen magia utilizable, otros tienen magia recesiva. Perfectamente pueden ser instruidos por…¿no-humanos les dijo? Sí, no-humanos. Pueden enseñarles porque los principios de la magia son los mismos.
—De cualquiera forma —La directora le hace un gesto para que deje de estar boquiabierto y termine de comer. Luce entretenida por su reacción—, todos los profesores son o descienden de humanos con magia.
Draco se pregunta qué habría pensado su padre si una quimera le daba clases de literatura, o una mujer con orejas puntiagudas le enseñaba sobre Herbología. Cree conocer bastante bien la respuesta.
—0—
Le cuesta dormirse. No está acostumbrado a no tener cobijas, pero una simple sábana que no pasa de unos milímetros de tela se siente como un peso imposible sobre él, que le quita el aliento.
El ventilador mágico no es suficiente. La ventana abierta no supone ninguna mejoría. Incluso el agua del baño está caliente; no tibia, caliente.
Morirá. No superará la noche, sólo morirá. Potter lo encontrará en pleno proceso de descomposición por la mañana.
Cuando le parece que ha dado vueltas en el colchón por siglos y su cuerpo hierve, en el sentido más atroz, escucha el movimiento en la cama contraria y se queda inmóvil, tenso.
No es como si tuviese ganas de hacerle saber a Potter que ni siquiera puede dormir. Ya ha sido malo tener que recibir sus instrucciones y regaños a lo largo del día, y que sepa cosas que él no.
Sin embargo, sus músculos se relajan por completo, traicionándolo, cuando es alcanzado por una brisa fresca. Se acurruca bajo la única sábana que tiene, buscando una posición apropiada.
Tras removerse por varios segundos, se da la vuelta y su mirada lo encuentra. Harry se levantó de la cama para acercarse al ventilador mágico que levita a los pies de su colchón; sea lo que sea que hizo al tocarlo, cambió por completo la forma en que se sentía el aire.
Se lleva el índice a los labios y suelta un "sh".
—Ya duérmete —Y camina de regreso a su propia cama. Draco lo observa desde su lugar por un instante, titubeando.
Se aclara la garganta antes de hablar, en un murmullo.
—Gracias, Potter.
Este le responde con un sonido vago y un gesto burlón, dándole la espalda.
—Cierra los ojos, Malfoy. O el Coco va a venir y te va a comer.
Draco le frunce el ceño a la oscuridad del cuarto.
—¿Me acabas de decir que me duerma, utilizando una vieja historia infantil…?
Lo oye bostezar, su risita se mezcla con las palabras que le siguen.
—Aquí el Coco es real. Pregúntale al chico que te trajo.
Estaba mejor sin esa información. Se demora un poco más en dormir, pero al fin lo consigue.
—0—
Draco odia ese lugar. En el segundo día de estadía tiene más pruebas para que su odio resulte factible, entendible y razonable.
Escuchó los primeros ruidos y signos de actividad cuando el sol no daba ninguna muestra de estar por asomarse. Potter caminaba de un lado del cuarto al otro, recién duchado. Metió la cabeza bajo la almohada para no ver nada que le causase un trauma imborrable; el idiota andaba con la toalla a la cadera, amarrada sin cuidado.
—¿Qué hora es? —protestó. Podía oír voces lejanas, no distinguía qué dirían.
—Casi las cinco.
¿Casi las cinco?
¿Las cinco?
¿De la mañana?
Se olvidó de su prevención de traumas al quitarse la almohada de encima y sentarse en la cama.
—¿Qué mierda…?
Harry se peinaba con los dedos, sin lograr un verdadero cambio, de espaldas a él.
—Ayudo con la primera comida de los vueloblancos y otras cosas que hagan falta, corro un rato o vuelo en la escoba que traje de Inglaterra. Aquí no usan escobas —aclaró, como información de último momento—. El desayuno se empieza a servir a las seis, las camas tienen que estar tendidas cuando dejan los cuartos. Por el tiempo que tardan en comer, regresar sus platos a la cocina y limpiar el espacio que ocuparon, muchos se levantan temprano. A las siete se llenan los salones que tienen clase a primera hora; yo voy a estar de asistente en una, así que me voy ahora. Intenta no quedarte dormido de nuevo, o se te hará tarde.
Después de que hubiese salido, Draco seguía preguntándose cómo alguien podía tener tanta energía a esa hora de la mañana.
Sin darse cuenta, se volvió a dormir.
Se encontraba en un mundo tranquilo, de chocolate y algodón de azúcar, donde el Ministro le daría una Orden de Merlín Segunda Clase y planeaba tomarse unas merecidas vacaciones en una casa de la familia en Francia, cuando alguien tocó su puerta con demasiada insistencia. Parecía que iba a derribarla. Gritó, masculló, se arrastró fuera de la cama y abrió.
Axier andaba en ropa casual y sonreía. Agitó una bolsa de papel que desprendía un aroma delicioso en el espacio entre ambos, cuando Draco intentaba recordar por qué no se podía maldecir a un niño.
—La directora Saya me dijo que me asegurase de que se parase y lo llevase a ese lugar.
—¿No tienes clases? —La excusa de las clases lo podría despistar. Pero el muchacho negó.
—No hasta las diez y media, tengo el turno tarde-noche por Astronomía. Creo que estaré de vuelta a esa hora.
Draco gruñó una respuesta.
—¿Qué haces despierto?
—Tenía que darle la primera comida a los vueloblancos, hacer el vuelo matutino y cargar el proyecto de Ciencias Humanas y Mágicas de la Tierra de Cris al salón, porque él no conseguía hacerlo levitar sin que se tambalease por los nervios, y hubiese armado un alboroto si se rompía, porque insiste en que un proyecto reparado con magia no se ve igual que un proyecto que no se hubiese roto en primer lugar, así que-
—Ve a dormir —Lo despachó con un gesto vago—, no le diré a tu directora.
El adolescente meneó la cabeza.
—Con quien no me quiero meter en problemas no es la directora Saya.
Alrededor de las siete de la mañana, Draco estaba vestido y desayunando desganado en un comedor casi desierto.
Se llevó el ventilador mágico con él cuando abandonaron el colegio, aunque su brisa no era tan fresca como la que recordaba de la noche. Después de que Potter lo hubiese alterado.
Luego del trayecto sometido al sol infernal del que no podía escapar desplazándose por los asientos del auto, llegaron a su destino. O a donde se podía abrir el portal que daba a su verdadero destino, al menos. La entrada era rodeada por personas y seres uniformados que sólo miraron su identificación, entregada por la directora, y le cedieron el paso para que viese lo que sí le importaba.
Las pirámides. Preciosas estructuras hechas con magia, casi por completo enterradas en el suelo, desconocidas para la mayor parte del mundo. Los informes decían que el pueblo indígena-mágico local las había dado por perdidas en la época colonial, cuando un mago oscuro de Europa las contaminó —usaban esa palabra específica—, y que podían ser peligrosas.
No era asunto suyo, en realidad. Él sólo tenía que asegurar que se podía entrar; se suponía que lo recomendaron por la experiencia con el tipo de magia oscura que se practicaba en Europa.
Ninguna trampa o maldición lo había sacado despedido de una antesala con la fuerza con que esa lo hizo. Y era sólo la primera, para encontrar la puerta real que estaba en alguna parte del subsuelo.
Después de mediodía, Draco regresaba al colegio solo —su molesto guía había balbuceado algo sobre un examen de Magibiología y tomado un portal para llegar a la hora—, sin haber accedido a la puerta principal de la primera pirámide. Llovió cuando se dirigía al auto encantado, de la forma más extraña que había visto; no tardó más de cinco minutos, las gotas eran enormes y veloces, y sentía el vapor ascendiendo desde el suelo. Luego el calor aumentó.
Estaba empapado, enfurruñado, hambriento, somnoliento y cualquier otro adjetivo negativo que se le ocurriese. Almorzó con la directora para contarle sobre sus nulos avances al traspasar las maldiciones impuestas en las pirámides, se duchó y cambió, durmió cerca de dos horas, con la ventana abierta y el ventilador mágico junto al rostro. Entonces, para el momento en que Potter entró al cuarto, sólo continuaba enfurruñado y con la conclusión inevitable de que odiaba ese lugar.
—¿Qué? —espeta, de mal humor, y se lamenta de no haber sonado tan brusco como pretendía. Está cansado incluso para pelearse con Potter, que sonríe un poco y se tira sobre la otra cama del cuarto.
—¿Mal primer día?
Draco se limita a responder con un ruido vago.
—En mi primer día aquí, me mordió Kaa.
No sabe qué es un Kaa, pero tampoco le resulta sorprendente que le hubiese sucedido algo semejante a Harry Potter. Sin notarlo, se reacomoda de costado, de manera que puede verlo al otro lado del cuarto.
—¿Que te mordió qué?
—Kaa —Parece divertido por contarle a alguien la historia—, como la de El Libro de la Selva; los chicos le pusieron así. Es una serpiente tan larga que nadie está seguro de cuánto mide, que vive en la tierra y habla. Estaba explicándole a Axier un tema que no entendía de Astronomía cuando me acerqué y la pisé por error.
Aquello le saca una débil sonrisa. Potter atacado por una serpiente es un concepto del que puede disfrutar por varios motivos.
—También me caí en el Pozo de los Mil y Un Demonios.
Draco arquea las cejas.
—Déjame adivinar; un abismo sin fin con mil y un demonios, ¿cierto?
Harry asiente.
—Se abre cada quinientos años, aproximadamente, en alguna parte cercana al centro de la comunidad indígena-mágica. Hace casi un año, se tragó a Axier, y desde entonces, él ha estado dándole comida para que desaparezca; dice que está tres veces más pequeño que cuando apareció, así que pronto se irá —Arruga el entrecejo—. Esa vez, sólo iba caminando y no lo vi. La directora dice que hay algo en mí que provoca esos sucesos "extraños".
Bien, la idea de Potter cayendo en un pozo infinito, por miope, lo obliga a apretar los labios para no reírse.
—Tropecé con la cruz encantada que mantiene el micromar lejos de la ciudad —sigue enumerando con los dedos—, me quedé encerrado en el establo de los vueloblancos, estuve a punto de tragarme las pepitas de oro azul que mantienen las barreras del colegio, una gigantesca ave que se veía como una nube me sujetó del cabello y me llevó volando a su nido, una de las chicas de la comunidad indígena-mágica intentó que me casara con ella sin avisarme…
—¿Cómo es que no has salido corriendo? —Draco toma asiento en la cama, observándolo como si acabase de comprender que su locura se encuentra más allá de toda salvación. Potter lo imita desde la otra punta del cuarto.
—Ha sido muy divertido. No es igual tener una aventura cuando tú puedes decidir irte, que cuando hay un mago tenebroso que intenta matarte —Se encoge de hombros.
—Tenemos diferentes conceptos de la palabra "diversión".
Harry le sonríe de un modo extraño; pareciera saber algo que él no. Draco frunce el ceño y se cruza de brazos.
—¿Puedes dejar de burlarte de mí? Lo has estado haciendo desde que llegué…
—¿Qué? —Suelta una risita y se cubre la boca, negando—. No- lo siento, no me estoy burlando. No me he burlado en ningún momento, es- bien, sí me he burlado un poco —Le muestra una expresión de disculpa que no le resulta creíble, pero lo ablanda—. No es por eso que lo hago, Malfoy. Simplemente creo que es…muy diferente.
—¿De qué hablas?
Él lo abarca con un amplio gesto. Draco arruga más el entrecejo.
—Eres Draco Malfoy —repite el gesto, resoplando—, desde pequeño te veías como un cretino mago miniatura, nunca como un niño normal. No te habrías hecho pasar por un muggle jamás, se habría notado que eras distinto. Encajas mejor en el mundo mágico de lo que personas como Ron, que también es un sangrepura, lo harán alguna vez…y estás muy frustrado aquí. Y es adorable y diferente.
—¿Me acabas de llamar "adorable"? —Frunce la nariz—. Los kneazles son adorables, los crups son adorables. Yo no soy adorable.
Harry tiene otra pequeña sonrisa cuando lo escucha.
—Creo que sólo…se me hace increíble —Se excusa, encogiéndose de hombros de nuevo. Draco no está seguro de cómo reaccionar, así que carraspea, se endereza y termina por soltar un bufido.
—No es sencillo estar cómodo en un sitio infernal como este…
—No si lo miras así —De pronto, Potter se pone de pie y le hace señas para que lo siga, pero como Draco permanece sentado en su cama, emite un vago sonido frustrado. Regresa sobre sus pasos para sostenerle los brazos y comienza a tirar de él.
—¿Ya te volviste loco, Potter?
—Te lo mostraré, anda. Deja de ser un amargado.
—¿Mostrarme qué? —Draco ahoga un quejido largo, cuando sus jalones lo arrastran fuera de la cama. Trastabillea al seguirlo, Harry continua llevándolo hacia afuera.
—La magia, lo que no estás viendo. La razón de que me haya quedado aquí tanto tiempo, te encantará —Le echa un vistazo por encima del hombro, veloz, antes de atravesar la puerta. Le brillan los ojos de un modo que disuelve las dudas de Draco, y sin que se de cuenta, camina detrás de él por voluntad propia—. Dewandenäpö. El corazón de la comunidad mágica local.
—0—
Draco está preparado para lo que sea, después de la extraña reacción de Potter y su repentina predisposición a llevarlo frente a lo que quiere mostrarle. Excepto eso.
Nadie podría estar preparado para eso.
Harry lo había arrastrado de regreso al acceso del espacio subterráneo, pero en lugar de avanzar por los campos, le pidió un favor a uno de los duendes de sombreros altos que cuidaba la zona. Este les abrió otro túnel en la piedra, con un simple toque de la mano contra la pared. Draco volvía a dudar al acompañarlo a través de una cueva oscura que finalizaba con un punto luminoso impreciso.
—Potter, sólo quiero que sepas que mi madre y Pansy conocen perfectamente mi ubicación, así que si algo llegase a sucederme…
Él se había echado a reír.
—Te encantará —Era lo único que le contestaba cuando hacía otro intento por descubrir a dónde se dirigían o lo que pretendían.
El pueblo subterráneo era, como descubrió antes, más fresco que la parte de arriba; las estructuras brotaban de las paredes, de agujeros en el suelo, de espacios en el techo, coloridas, de formas inusuales. Harry no lo soltaba del brazo, para que no se quedase mirando a los habitantes. La mayoría lucían humanos, otros tenían orejas puntiagudas, algunos más los ojos por completo negros, sin esclerótica. Vio varias manchas y líneas que no podía determinar si pertenecían a la piel de alguien mitad animal, o sólo era un excelente trabajo con la pintura.
Abrió paso hacia otro túnel, que bajaba más. Draco empezaba a considerar enviar algún tipo de señal al colegio, en caso de que sí llegase a sucederle algo. No sólo porque temía que Potter los llevase al nido de un monstruo, sino porque podrían perderse, y con su mala suerte, seguramente pasaría lo peor.
Harry hizo que se detuviesen en un punto muerto, todo piedra y penumbras. Cuando le cubrió los ojos con una mano, Draco resopló. No veía finalidad alguna en la acción.
—¿Es en serio?
—Camina cuando sientas que yo lo hago.
—Potter…
—Sólo así lo vas a sentir, Draco.
Mantuvo los ojos cerrados bajo su contacto y avanzó sólo cuando percibía el movimiento a su lado, Harry le sostenía un brazo todavía. El suelo era irregular bajo sus pies, pero alrededor de un metro más adelante, se convertía en una superficie lisa. En determinado punto, pisó y tuvo que ser él quien frenase.
Sí, lo había sentido. La vibración en el cuerpo, el hormigueo de las extremidades. Una descarga de energía.
Magia.
—¿Qué es eso? —Pero Harry decidió que no valía la pena contestarle, sino que continuasen. Cada paso le devolvía la sensación electrizante que cosquilleaba.
Bajaron un poco más. Cuando Harry le destapó los ojos, apenas podía recordar cómo se respiraba. El aire estaba lleno de ella, de la magia, igual que corrientes constantes, una presión, una fuerza invisible que envolvía sin lastimar. Demasiado concentrada.
Tuvo que entreabrir los ojos con cuidado y parpadear para ajustarse a la nueva luz. Luego parpadeó un poco más, incrédulo.
—Merlín.
No tenía idea de si era una sala, un nivel del suelo, parte del pueblo subterráneo, un segmento aislado. Si se entraba por túneles ordinarios, si se necesitaba cumplir alguna condición, si se accedía mediante magia en otro plano. Sólo que estaba ahí, y él no podía moverse, ni quitarle la mirada de encima.
El lugar era circular y se extendía más allá de lo que le alcanzaba la vista. Las paredes de roca, el suelo de tierra, parecían absorbidos por esa energía libre, sostenidos por las raíces que crecían en cada centímetro, entrelazándose, dando origen a tramos complejos y flores. En el centro, se alzaba una estructura que no podía definir; alargada, ancha, nudosa como el tronco de un árbol, nacía donde comenzaban las raíces y crecía hasta el techo del espacio, donde estas mismas continuaban, sin hojas, sin ramas. Desprendía una intensa luz verde, que bañaba toda la estancia y a ellos, sin dañarles los ojos.
Se veía como si palpitase con vida propia, mientras las corrientes de magia lo sacudían. Incluso podría jurar que oía un ligero latido, en alguna parte, que acompañaba los hormigueos por igual.
—Eso —puntualiza Harry, con clara diversión— es lo que no estabas viendo, Draco.
Sabe que está boquiabierto. Sabe que es muy poco propio de un Malfoy.
No puede conseguir que le importe.
Gira la cabeza, despacio. Harry, manchado por los tintes verdes, no luce humano. No puede serlo. La luz lo convierte en una pintura, en una criatura mágica, un tipo de ente que se cubre del color brillante de un modo único.
—¿No te encanta?
Draco traga en seco, asiente y se concentra en la imagen que tiene por delante, no en él. Suspira.
—¿Qué se supone que es?
—Dewandenäpö —Él se encoge de hombros cuando lo mira de reojo—, es el corazón de su mundo. Todos a los que he preguntado me dicen algo diferente; que mantiene la magia circulando por aquí, que ayuda a que el micromar permanezca en su sitio, que deja que las criaturas durmientes de siglos pasados sigan descansando y no provoquen el desastre, que alimenta a la comunidad local, que crea sus piedras mágicas…—Gesticula para darle a entender que puede seguir enumerando explicaciones durante un rato—. Yo tengo mi propia teoría, la armé en los últimos meses. ¿Te interesa oírla?
Es su turno de encogerse de hombros. Supone que no puede ser tan loco como el pensamiento latente de que Harry Potter es precioso bajo esa luz. Y tal vez sin ella también.
Harry sonríe, como si estuviese complacido de tener una audiencia de una única persona dispuesta a escucharlo hablar del tema. Le brillan los ojos y no es sólo producto de la magia.
—Creo que nadie sabe qué es —aclara, divertido. Cuando se saca los zapatos para dejarlos junto a la entrada y empieza a moverse sobre las raíces más gruesas, Draco lo observa con vacilación; él se desplaza con cuidado, tanteando el camino—. Puedes venir cuando quieras si conoces el camino, siempre se abre para ti si lo estás buscando, y jamás te hace nada, si tú no le haces daño. He venido un montón de veces, me ayuda a pensar, a dormir, a relajarme. He visto a personas que le traen agua, que se llevan flores, que vienen con sus piedras mágicas, que le hablan, como si fuese…algún dios. Y entendí —Se detiene a unos pasos de él, sobre una raíz que se eleva y tuerce para volver a incrustarse en la tierra bañada en verde— que es todo lo que quieren que sea. Eso quiere decir que es diferente para cada uno, y es por lo que me dan todas esas respuestas.
—¿Cuánto tiempo lo pensaste para llegar a esa conclusión? —Draco intenta burlarse, pero ni siquiera es capaz de hacerlo. No puede dejar de seguir sus movimientos con la mirada, la forma en que se balancea, la manera en que se aproxima al centro confiado de que no sucederá nada.
—Meses —Se ríe, viéndolo de reojo—. Otra de las cosas que me dijeron fue que puedes pedir un deseo si lo tocas. Sólo uno. Y si le gusta, si te lo mereces, si eres bueno, puede que lo considere.
Draco arquea las cejas.
—¿Y se cumplirá? Porque puedes pedir un deseo a lo que sea, no significa que se haga realidad.
—No sé —Harry vuelve a encogerse de hombros—. Pero no pierdes nada con intentarlo.
—Sólo la dignidad, supongo.
Harry masculla una frase que es interrumpida por su propia risa. Él le frunce el ceño. No entendió ni una palabra.
—¿Qué acabas de decir?
—Uh, probablemente lo pronuncié mal —comenta. Sigue avanzando sobre las raíces, aunque traza círculos, en lugar de alejarse más—. "Ves con los ojos". La comunidad mágica aquí la usa mucho, me lo dijeron seguido cuando llegué —Se quita los lentes, los dobla y los guarda en uno de sus bolsillos.
—Perfecto. Tú ni siquiera ves con los ojos y vas a confiar en ellos, quitándote los lentes…
—¡Por Merlín, Draco! —Suena más divertido que exasperado, a pesar de rodar los ojos. Cuando se da la vuelta para encararlo, la luz del corazón queda en el ángulo exacto en que lo transforma en una figura recortada contra el resplandor. La imagen le roba el aliento por un instante—. Confía un poco más.
—Te vas a caer —advierte Draco, ignorando el resto. Harry menea la cabeza y sigue moviéndose sobre las raíces.
—Pediré un deseo.
—Si te caes, me reiré.
—Si mi deseo se cumple y tú no quisiste pedir uno, yo me reiré —Gira para sacarle la lengua y prosigue.
—¿Cuántos años tienes? ¿Cinco?
—¡Seis y medio!
Harry alcanza el centro, presiona las manos contra la superficie irregular y murmura. La estructura le contesta con un latido fuerte, que sacude todo el lugar.
—¿Estás seguro de que puedes tocar esa cosa?
—Sí, ya lo hice antes —Vuelve sobre sus pasos, saltando entre las raíces. Hace una breve pausa para agacharse y enrosca los dedos alrededor de unas flores blancas, que se sueltan solas, sin que deba arrancarlas, para irse con él cuando sigue su camino.
—¿Alguien te dio permiso de tocarlo? —insiste Draco. La experiencia como rompe-maldiciones le advierte de no tocar ningún elemento mágico desconocido, si no está seguro de lo que puede ocurrir.
Potter lo observa como si fuese una tontería lo que acaba de preguntar.
—La primera vez que vine, llegué por accidente cuando paseaba. Después le hablé a la directora Saya de esto —Al detenerse a su lado, sostiene una de las manos de Draco, le coloca la palma hacia arriba y deja las flores blancas en esta, cerrándole los dedos sobre ella—, y me explicó una pequeña parte de lo que te acabo de decir. En serio, Draco, no pasa nada por venir. Es un ente amable.
Lo ve colocarse los lentes, acostumbrarse a enfocar la vista y pasarse las manos por el cabello. Tiene la ridícula impresión de que Potter absorbe esa luz, esa magia. Aparta la mirada cuando se está poniendo los zapatos y hablándole sobre que deberían comer algo en uno de los locales del pueblo subterráneo, antes de la cena en el colegio.
Las flores en su mano son una versión diminuta de las orquídeas, que no conocía. Decide que le gustan.
Dos datos históricos-culturales que podrían evitar que queden como "wtf, ¿qué hizo Juni ahora?" ¿?
Los "intentos fallidos" provienen de una leyenda del pueblo pemón. Básicamente, el primer hombre pemón, su 'Adán', atrapa a un ser acuático que le dice que, a cambio de que la deje ir, le hará una esposa, alguien que lo pueda acompañar y ayudar. Así, día tras día, le envía seres creados a partir del barro y cera, que se deshacen con el agua o se derriten al ayudar al dios, hasta que crea un ser perfecto para la tarea, que se vuelve su compañera.
Aunque yo no les di un género exacto, vienen siendo de esos materiales. Su aparición sólo tenía la finalidad de incordiar más a Draco, kDJDKDK.
Lo segundo es que sí, cariño, hay pirámides en Venezuela. No, cielo, las pirámides no son cosa exclusiva de Egipto. Y sí, hay varios países que también las tienen. De hecho, las de Venezuela podrían resolver algunos enigmas con respecto a las de Egipto, pero a nuestro ya-saben-quién se le ocurrió la brillante idea de prohibir que fuesen estudiadas para, no sé, saquearlas antes de que alguien lo note, probablemente.
Para fines geográficos, de gente curiosa o de los que viven aquí, no, las pirámides no quedan en ese sitio (o no se han encontrado allí). Las mías tienen túneles bajo tierra que se conectan a las del Táchira (las descubiertas oficialmente) con otros lugarcitos que no vale la pena mencionar, porque eso afecta sólo a la trama de la historia de Axier y no a esta ¿?
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