Nueve
Lucia.
La casa es enorme, casi tan grande como el convento, pero aquí no esta lleno de imágenes religiosas, cosa que me parece curiosa, cuando el señor De Luca es conocido por su devoción a la iglesia.
Los empleados me ven y agachan la cabeza, más que con miedo con respeto, la nueva ropa que me trajeron me la entregaron con el nombre de señora De Luca.
Me compro vestidos, cubiertos tienen un escote moderado y son largo, son casuales pero lucen elegantes, me dijo que el calzado eligiera lo que deseara, por lo pronto ando descalza disfrutando de las alfombras de algunas de las habitaciones.
Encontré una biblioteca, donde la variedad de libros es impresionante, un gimnasio, una sala de musica, incluso una piscina.
—Mi señora —Una de las mucamas llamo mi atencion —el señor la quiere ver.
San tenia casi dos dias que habia salido, el que regresara al fin, me generaba cierta emoción. Estaba parado en la entrada luciendo un traje totalmente negro hecho a la medida.
—Mi preciosa Lucia— tomo mi mano y la beso —te tengo una sorpresa, vamos.
Entrelazo sus dedos con los mios y me guio afuera de la casa, me detuve y cuando noto que no llevaba zapatos, me alzo en brazos.
—Solo hasta llegar al cobertizo.
En verdad es demasiado alto, es muy fuerte, parece que no peso nada en sus brazos, su colonia es tan atrayente, me perdi en el confort que no note cuando llegamos al cobertizo, me abrio la puerta y mire a una mujer hincada con las manos atadas a la espalda.
—¿Mamá?
Alzo la mirada y estaba con el rostro hinchado por los moretones, no parecia estar del todo lucida, al menos hasta que se dio cuenta de quien era yo.
—¿Lucia? —intento sonreír y después parecía molesta— ¿estas viva? VIVA, MALDITA DESAGRADECIDA —parecía un animal— yo estaba pudriéndome en la miseria, MIENTRAS TU TE DABAS LA GRAN VIDA, MALDITA PUTA.
Sentí que el corazón se me partía de nuevo al verla tratarme así, hasta que un bate de béisbol golpeo su rostro. San se habia quitado el saco, se habia subido las mangas de la camisa, mostrando las venas marcadas por la fuerza ejercida al golpear a mi madre.
—Nadie le habla a mi mujer de esa manera, perra.
—¿Tu mujer?— mi madre escupió sangre y empezó a reírse.
San iba a golpearla de nuevo, cuando lo detuve—Espera, no vale la pena, esto esta mal, no quiero esto.
—Si mi señor, no fue mi intención molestarlo, solo me sorprendió que mi hija siga viva y que alguien la quisiera después de todas las veces que se entrego a esos cerdos.
Apreté el brazo de San antes de soltarlo y escuchar el segundo grito de mi madre al ser golpeada una y otra vez por mi ira en manos ajenas…
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