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[ 06 | jugar con fuego ]

Song Haneul

El día no había sido muy ajetreado. Al no tener clases aquel lunes, decidí ayudar a Mingi en el bar. A última hora de la tarde, Jein le llamó para que fuera a recogerla. Había tenido un percance con su coche y Mingi no dudó en marcharse, como era lógico.

Cuando mi primo se fue, yo me quedé al mando del lugar, aunque no estuve sola en ningún momento. San me ayudó en todo y, a pesar de que mi orgullo era mayor, me habría gustado agradecérselo. Realmente su turno acabó a mitad de la tarde, pero en el momento en que Mingi tuvo que salir, en lugar de despedirse, prefirió ayudarme a cerrar el bar. No puso ninguna pega, sino al contrario. Se comportó durante todo la jornada, sin soltar ni un solo comentario irónico, detalle que no pasé por alto y que valoré demasiado.

Los últimos clientes estaban a punto de levantarse de su mesa y yo revisé todo desde el otro lado de la barra. Mientras guardaba el dinero que había estado contando, analicé la forma en que San se despidió de la pareja, deseándoles buena noche antes de que desaparecieron por la puerta. Y no pude sacar ninguna pega a sus modales.

Chasqueé la lengua y mantuve el ceño fruncido.

¿Por qué unos días atrás podía encontrar errores en cada paso que daba y, de pronto, lo hacía todo demasiado bien? Se había adecuado bastante rápido a lo que requería el puesto de trabajo, tal y como prometió Mingi cuando me lo presentó, pero solo habían pasado dos semanas y... Mierda. ¿A quién quería engañar? Seguía obsesionada con ese chico porque había algo que no me encajaba, pero no podía continuar mirándolo de esa manera si quería trabajar con la tranquilidad de siempre. Que él estuviera allí a lo mejor no era tan mala idea, después de todo. ¿No?

Cerré la caja registradora y me aseguré de que San terminaba de recoger la mesa que había ocupado aquella pareja hasta entonces. Barrí el lugar con la mirada y me giré para alcanzar las botellas de algunos licores que se habían acabado esa noche. Las dejé en el suelo y abrí los armarios en los que, supuestamente, debían estar los repuestos de dichas bebidas. Sin embargo, no encontré botella alguna al revisarlos.

Me puse de pie, algo confundida por la ausencia de unas botellas que juraría haber visto antes.

—San, ¿puedes mirar si en la cocina hay alguna caja con Bourbon? —le pregunté.

Él tomó los vasos y platos para llevarlos a la cocina y asintió, volviéndose hacia mí.

—Claro. ¿Es del último pedido?

Vi cómo se dirigía hacia la cocina.

—Eso creo —le respondí.

Desapareció de mi vista y yo seguí buscando en los armarios de la parte baja de la barra. Era raro que los suministros no estuvieran ahí porque juraría haberlos colocado yo misma, pero había estado tan distraída esos días que no estaba muy segura.

Resoplé y me estiré para observar la balda más alta de todas. A lo mejor Mingi había puesto en otra parte esas botellas y por eso yo no las encontraba. Ante esa sospecha, traté de llegar a la zona poniéndome de puntillas. Él siempre se ocupaba de aquellos estantes porque yo era demasiado baja como para alcanzarlos y, como era de esperar, me costó agarrar las botellas más cercanas al borde. Tomé una de ellas, pero, al cogerla, golpeé la botella que quedaba al lado y esta se desestabilizó.

Yo abrí los ojos de sopetón, tomando consciencia de lo que iba a ocurrir si no cogía el recipiente de cristal a tiempo. Se me caería justo encima si no hacía algo y era algo inevitable porque no tenía ninguna mano libre.

La botella bailó sobre la madera, a punto de caer, y yo solo me encogí sobre mí misma. Alcé las manos sobre mi cabeza, esperando protegerme del duro golpe que iba a recibir en un segundo, sin embargo, eso no sucedió.

Su pecho chocó contra mi espalda, empujándome hacia la pared. Me pilló desprevenida, así que no pude oponer resistencia alguna al inesperado movimiento de San. Él cogió en el aire la botella de licor que amenazaba con romperme la cabeza de un momento a otro.

Sorprendida por la presión de su cuerpo, me apoyé en la pared, recogiendo la bebida contra mi pecho. San dejó ir un pequeño suspiro, aliviado de haber evitado aquella catástrofe. Todavía algo asustada, sentí como dejaba la botella en su lugar correspondiente, asegurándose de que no pudiera caerse de nuevo.

—Llámame si quieres hacer algo tan peligroso. No me gustaría verte con una brecha en esa cabeza tuya, ¿vale?

Su mano revolvió un poco mi pelo suelto y mis orbes se agrandaron todavía más. Me aferré con fuerza a la botella de whisky y tragué saliva, asimilando que mi pulso había crecido al instante de escuchar a San decir aquello.

Su pecho subió acompañando a su respiración, pero, en lugar de alejarse de mí, dejó su mano en mi pelo. Lo acarició unos segundos más, sin añadir nada, y terminó creando algo de espacio entre ambos.

Yo pestañeé, pensando en cómo girarme y mirarle a la cara después de que mi estómago hubiera dado cinco vueltas a la manzana y mi corazón se hubiera agitado más que nunca a raíz de algo tan estúpido como eso.

El tono de su voz sonó tan distinto, tan ... Tan amable y cariñoso que me encontré con la vista clavada en la pared, conteniendo unas pocas lágrimas. ¿Por qué me gustaba que fuera así? Debería darme igual que se comportara mejor o me tratara de esa manera. Ese comportamiento no debería generar aquel picor en mis dedos, pero lo hacía.

—¿Qué pasa? —preguntó, tomándome de los brazos para darme la vuelta él mismo—. ¿Es que no me vas a ...?

Frente a él, no pude ocultar mi mirada cristalizada. San me observó, extrañado, y apartó sus manos de mí.

—Gracias —le dije, tras obligarme a decir algo.

Me aparté para dejar sobre la barra la botella que había estado agarrando con nerviosismo.

—¿Estás bien? —me preguntó, demasiado sumiso.

—Sí —batí las pestañas un par de veces, controlando las gotas que le habían dejado sin habla—. ¿Encontraste el Bourbon?

San dudó su respuesta, algo perdido por mi forma de actuar. Al verle tan extrañado, creí que cambiaría su actitud en un abrir y cerrar de ojos con el objetivo de burlarse de mí. Estaba así por su culpa y no era capaz de negarlo. Sin embargo, él parecía más inocente que de costumbre, como si algo ocupara sus pensamientos hasta el punto de no poder mal pensar mi agitación.

—No —terminó diciendo.

—Entonces, ¿por qué...?

¿Por qué estabas ahí, preparado para ayudarme con esa maldita botella?

El rostro de San reflejaba una confusión mucho mayor. Daba la impresión de que ni siquiera él mismo sabía muy bien la razón que lo había llevado a salir de la cocina para salvarme de aquel golpe.

—¿Un sexto sentido? —hizo una mueca, encogiéndose de hombros.

Y, de la nada, sonreí.

Apreciar a San con las defensas completamente bajas era algo digno de admirar y estudiar. Tenía la mirada de un niño perdido.

—Bien, deja tus habilidades extrasensoriales por ahora y comprueba esto en el libro donde apuntamos los pedidos de los proveedores. Así sabremos si Mingi repuso o fueron imaginaciones mías —le pedí.

—De acuerdo —aceptó él—, pero intenta alejarte de esa balda mientras tanto.

Se alejó de mí y se esfumó al girar hacia la cocina.

Yo aproveché aquella momentánea soledad para respirar profundo. Me había dejado sin aliento. Ese chico lo había vuelto a hacer y seguía odiando que lograra bajar mi guardia, pero también existía un pequeño resquicio de calma y placer que endulzaba esa siniestra sensación.

No debería encontrar ningún deleite en ello y aún así me era imposible. Cada vez que me maldecía, volvía a recordar el cariño con el que tocó mi cabello y todo mi esfuerzo se iba a la mierda.

San, ¿por qué tuviste que aparecer?

Apoyada en la barra, me mordí el labio inferior, frustrada, y de pronto la puerta del bar chirrió. Me giré, sorprendida por la presencia de alguien a esas horas. Todos nuestros clientes habituales ya debían estar cerca de sus casas, listos para dar por finalizado el día en la seguridad de sus hogares. Por eso me resultó tan raro que alguien llegara. Pronto sería la hora de cerrar, pero aquel individuo pasó ese aspecto por alto y entró a nuestro local con total naturalidad.

—Buenas noches —saludé.

El chico me miró por primera vez, ya que, desde que puso un pie allí, se concentró en observar el lugar, bastante interesado. Nunca lo había visto, así que me generó algo de curiosidad. ¿Quién se suponía que era?

—Buenas noches —me devolvió las palabras, cortés.

Se acercó a la barra sin prisa, con ambas manos en los bolsillos de sus pantalones tejanos.

Rondaba mi edad. No podía tener más de unos veintipocos años e irradiaba ese aura de misterio y superioridad que odiaba percibir en los demás. Era la clase de tipo que te miraba por encima del hombro, dejando en claro que su autoestima era bastante elevada y que nadie podía ser mejor que él.

El joven desconocido, se sentó en uno de los taburetes, quedando prácticamente frente a mí. Apoyó sus brazos en la barra, todavía analizando el bar.

—¿Va a tomar algo? —le pregunté, sin quitarle el ojo de encima.

Él se enfocó en mi persona y esbozó una sonrisa algo forzada.

—No es necesario —contestó.

—Entonces ... ¿Necesitaba ayuda en algo?

No era muy habitual que llegara gente buscando indicaciones y, mucho menos, a esas horas. Aquel chico no tenía pinta de haberse perdido, sino más bien lo contrario. Su interés por el bar no me dio buena espina y, por un segundo, quise llamar a San. Era estúpido, pero no quería estar a solas con ese hombre. Había algo en sus modales que no me daba seguridad.

—Venía buscando a alguien —me confesó, y su mirada se desvío hacia la puerta de la cocina—. Aunque creo que no está aquí, tal y como suponía.

—¿Y quién es esa persona? El dueño de este bar es mi primo, si quiere ...

El flequillo le rozaba las cejas y tenía un gesto amable, pero mis pálpitos no se equivocaban. Ese chico no era lo que parecía. Aunque su atractivo resultaba evidente, sentía el peligro en torno a su figura.

—No se preocupe. Supongo que tendré que regresar en otro momento —se relamió los labios y dio un grácil salto para bajar de la banqueta.

—No es molestia, en absoluto —le aseguré, inquieta por su estoica paz.

Él ladeó la cabeza, analizándome a conciencia.

Sus ojos me intimidaron. San también me hacía sentir incómoda al mirarme así, pero lo que aquel individuo hacía era distinto. Estaba acechándome y algo en sus pupilas me dijo que debía alejarme de él lo antes posible, sin embargo, no tuve que dar ni un solo paso atrás.

Comenzó a caminar de regreso a la puerta, ignorando mi última propuesta.

—Es un sitio tranquilo. Perfecto para pasar desapercibido —dijo, hablando consigo mismo—. Ahora entiendo por qué vino aquí —se detuvo frente a la salida, enviando un escalofrío a mi columna, y me observó de reojo—. Ha sido un placer haberte conocido, Haneul.

Dicho lo cual, tiró de la manilla y salió del bar.

Mi nombre en su boca me heló la sangre y volví a sentir el pecho oprimido a causa de un miedo que apenas había empezado a conocer. La pregunta lógica en aquella situación habría sido cómo sabía que yo era Haneul si nunca llegué a presentarme, pero lo único que me preguntaba era si ese chico había desaparecido realmente. No quería verlo de nuevo y sentir la misma ansiedad ahogándome. Dijo que regresaría para encontrarse con la persona a la que buscaba, por lo que tendría que estar preparada. Si se presentaba allí por segunda vez, ¿estaría preparada para enfrentarlo sola?

Al cabo de un minuto, decidí acercarme a la puerta y echar la llave.

Aún agobiada por aquel encuentro, me aparté de la entrada.

—¿San? —lo llamé, acercándome a la barra para alcanzar mi móvil.

Llamar a Mingi era la mejor opción, pero tampoco pretendía importunarlo con otro de mis temores. Ellos ya estaban muy acostumbrados a mis inseguridades y, a pesar de que nunca me tomaron por loca, si podía evitar mostrarme así de asustado, lo haría. Debería haber superado lo que ocurrió en mi niñez, pero ni los mejores psicólogos sabían cómo tratar aquel horroroso sentimiento que me atacaba a diario.

Miré hacia la izquierda, dejando mi teléfono nuevamente.

—¿No vas a responderme? ¿Crees que es gracioso? —grité, esperando que me escuchara y se dignara a contestar.

Solo obtuve un silencio insondable.

Sigilosamente, fui en busca de San.

Creí que se estaba quedando conmigo y que por eso no decía ni una palabra, pero aquella suposición se esfumó en el instante en que puse un pie en la cocina y la vi vacía. No había nadie y ningún rastro de San.

Sentí que mi pulso cobraba vida, a modo de alerta.

Solo había una luz encendida y era la más alejada. Las cajas estaban revueltas, evidenciando el paso de San por la zona, pero él no estaba.

En lugar de asustarme, me convencí de que debía de haber salido por la puerta trasera. La que daba al callejón. Quise comprobarlo, no obstante, el recuerdo de lo que pasó allí unas semanas atrás me obligó a no avanzar. Toparme con un demonio era lo menos indicado porque mis nervios ya se estaban descontrolando. No tenía ni idea de cómo reaccionar ante una amenaza de ese calibre nuevamente.

Entendí que llamarle no haría que apareciera ante mí mágicamente, por lo que eché una ojeada a toda la cocina para confirmar que no quedaba ni un alma. Al hacer aquello, vislumbré un piloto rojo en una de las placas de inducción.

Dejé a un lado cualquier tipo de miedo y me acerqué, comprobando que el fuego estaba funcionando. Miré fijamente el punto, intentando hallar una explicación para que alguien se lo hubiera dejado encendido. No se había utilizado en toda la tarde y Mingi se ocupó de apagarlo después de mediodía.

Mi primo no era despistado y se habría dado cuenta de aquello antes de marcharse. Ese dato me alarmó más.

El sonido de algo metálico cayendo al suelo me devolvió a la realidad. Yo me di la vuelta, aguantando la respiración. Había una cacerola pequeña tirada a unos metros de mí, pero no tenía sentido que se hubiera caído porque yo misma había pasado por ahí hacía apenas un minuto y no había nada. Absolutamente nada.

Me aparté, incapaz de procesar lo que estaba ocurriendo.

Notaba la cabeza embotada, cargada. Había algo allí, algo que me daba náuseas y que me hacía rememorar momentos angustiosos de mi infancia. Era la misma sensación de aturdimiento. La misma que aquella vez, cuando todos me abandonaron.

Me palpé el pecho y entonces vi esos ojos, al fondo de la cocina. El cuerpo se me paralizó. No podía mover ni un dedo, ni siquiera pestañear. ¿Aquello era real?

—Siempre fui real, Haneul.

Sentí la voz a mi lado, incluso su aliento, y los gritos salieron de mí en un ataque de histeria. Traté de golpear, pero solo rocé el aire porque no era material. Solo era un susurro, acompañado de un par de faroles que desprendían una sed de sangre inigualable.

Trastabillé y ese fue el mayor error que cometí, puesto que el fuego estaba encendido y mi mano acabó en la trayectoria. El ardor se extendió por todo mi brazo y creí que me había quemado por completo, pero me alejé de las placas a tiempo.

Me golpeé la cadera al caer y la puerta trasera se abrió de sopetón. Algo mareada, conseguí distinguir a San, que corrió hasta mí. Yo no lo miré porque seguía obsesionada por localizar ese par de orbes rojos. Él me tomó el rostro y tuve que hacer contacto con sus ojos, distinguiendo en ellos el terror.

—Haneul, respóndeme. ¿Qué ...?

La puerta por la que San había entrado se cerró, a lo que grité por milésima vez. Él revisó el lugar y sus pupilas reflejaron un tenue destello de rabia, pero yo no encontré fuerzas suficientes y dejé que me apretara contra su pecho. Gemí ante el contacto de mi piel quemada con su camisa, tras lo que San entendió uno de los motivos por los que había comenzado a gritar antes de que él volviera.

Me sostuvo el brazo para que este no sufriera más daño, pero no me separó de él y, con mi única mano sana, tiré de su ropa. Pensé que se enfadaría conmigo, como ya había sucedido. Creí que no entendería el por qué me comportaba así y me dejaría sola otra vez, así que, cuando se arrodilló en el frío suelo y me abrazó, yo me escondí en su regazo con la tonta esperanza de huir de todas las pesadillas que me perseguían desde hacía años.

Lo que no sabía era que, en vez de deshacerme de ellas, las estaba atrayendo más y más.

¿Qué mierda había sido eso y por qué esa voz me resultaba tan familiar?

Por alguna razón, después de aquel susto, empecé a relacionar esos ojos con el evento que ocurrió en mis días de niña. La noche que mi padre murió y que mi madre desapareció sentí esa maldita falta de aire. Y esa ... Cosa. Esa cosa me conocía porque dijo mi nombre. Ni siquiera sabía si era humano, aunque todo indicaba a que no lo era. El malestar que me invadió cuando me habló al oído no podía venir de una persona de carne y hueso. El problema era lo que eso significaba. Si no era una persona, solo quedaba la opción que más me aterrorizaba.

Estuve pensando en todo ello durante más de media hora, o eso creo, y, al volver a pestañear, me percaté de que el escenario ya no era el que recordaba. Los brazos de San no me rodeaban y esa sensación de alivio por tenerlo cerca había muerto. En cambio, estaba sentada en una de las encimeras. Supuse que San se había encargado de colocarme ahí arriba y que lo había hecho para poder vendarme la herida que marcaba mi antebrazo con mayor comodidad.

Se había sentado en una de las sillas de la cocina y estaba bastante concentrado en su tarea. Él permanecía a mi lado, con la vista fija en mi mano magullada, y se encargaba de envolver mi piel en vendas blancas.

Llevaba un rato así porque había desinfectado las quemaduras, pero yo acababa de volver en mí y apenas me daba cuenta de que San estaba cuidando de mí.

De repente, él bufó y deshizo una parte del vendaje. Había puesto en una mala posición las vendas, así que volvió a hacerlo en silencio. Su ceño estaba fruncido y aquello me hizo relajar los músculos. Su mirada denotaba preocupación. Preocupación por mí.

—¿Por qué esto es tan complicado? —farfulló, entre dientes.

Su queja me obligó a actuar y mover ligeramente el brazo.

San alzó la barbilla, con los ojos bien abiertos, descubriendo que había regresado a mis sentidos tras haber permanecido ausente todo ese tiempo.

—Déjalo. Puedo seguir yo —le dije, tomando las vendas que estaba utilizando para cubrirme.

Pero él se opuso y me sostuvo la mano, impidiendo que lo hiciera por mi cuenta.

Un lamento huyó de mis labios, alarmándole. No me había hecho mucho daño, fue más bien la impresión de su sujeción lo que me sobresaltó.

—Perdón —susurró.

Podría haberme deshecho de él. Unas pocas malas palabras y sabía que San se iría. Nunca me había demostrado mucha paciencia con el resto y ya habíamos tenido más de un encontronazo, pero la suavidad de sus dedos bastó para doblegarme. Cedí por completo, permitiéndole continuar con la cura.

San no añadió ni una sola palabra. Me limité a observar cómo aislaba la zona afectada, sin pensar ni reflexionar sobre nada más. Dejé la mente en blanco porque necesitaba preservar mi salud psíquica. Si volvía a perderme en esos endemoniados pensamientos, temía no poder contenerme y romperme frente a él.

Poco después, dio por finalizado su trabajo con las vendas y las apretó para que estas aguantasen. No supe si lo hizo a propósito, pero vi cómo lo hacía lentamente, esperando que lo frenara por el dolor que me estaba causando. Sin embargo, mordí mi labio inferior y soporté la maldita molestia como mejor pude.

Al terminar, San pasó sus dedos por los míos. Yo me estremecí y sentí el calor en mi cara, subiendo hacia mis mejillas para ponerme en evidencia.

San no apartó sus manos de la mía, sino que agachó la mirada. Estaba enfadado. Podía verlo en la vena de su cuello, que lucía hinchada y más visible que nunca.

—¿Qué viste?

Su pregunta me pilló desprevenida.

Ni siquiera habría esperado que se interesara por lo que había pasado, pero incluso se había ocupado de vendarme mientras mi conciencia estaba en un mundo paralelo analizando aquellos ojos inyectados en sangre que me habían dado un susto de muerte.

—No lo sé —dije, mirando la cacerola que seguía tirada, a unos metros de nosotros—. Creo que no vi a nadie.

Solo distinguí aquellos orbes, pero no me atreví a decirle aquello a San y cerré la boca. Exponerlo en voz alta ... Me daba la sensación de que ese monstruo regresaría si lo nombraba, así que bajé la cabeza, concentrada en la validez de sus manos.

—No había ningún fuego encendido cuando lo comprobé, después de encontrarte de esta forma —aseguró, señalando brevemente mis vendajes.

—Pero el piloto estaba... —repliqué, comenzando a dudar de lo que juraría haber visto.

San me escrutó. Había cosas que no encajaban en la historia. Los dos nos dimos cuenta.

Si el fuego no funcionaba mientras él estaba en la cocina, unos minutos ante de que yo llegara, solo nos quedaba imaginar lo peor. Algo se había encargado de activar las placas de inducción a conciencia, esperando que yo apareciera en el momento idóneo y mi piel sufriera las consecuencias.

—Había ruido fuera. Por eso salí —me comentó, cabizbajo—. Y no debí hacerlo. Lo siento.

—No hace falta que hables como si pudieras haberlo evitado, San —expliqué.

—Créeme. Podría haber hecho más de lo que parece —me replicó, claramente frustrado.

No alcanzaba a entender su aparente enfado y tardaría bastante tiempo en hacerlo. No conocía a San y tenía más secretos de los que podía dilucidar a simple vista, pero no estaba segura de querer descubrirlos.

No me sentía cómoda hablando sobre ese suceso. Intenté cambiar el tema, y entonces recordé lo que había ocurrido poco antes en el bar. ¿La aparición de aquel desconocido tenía alguna relación con mi accidente en la cocina?

—También vino un chico. Decía que buscaba a alguien y que volvería pronto. No me dio buena espina —dije mientras recordaba a ese tío.

—¿Te dijo cómo se llamaba? —me preguntó.

Se me antojaba algo desesperado por saber la verdad. Como si quisiera recabar toda la información posible para conectar los puntos clave.

—No —meneé la cabeza—. Se marchó, pero sabía mi nombre y yo nunca se lo di.

San se rascó la nuca, meditando.

—Esto no pinta bien —masculló.

Me fijé en él más tiempo del que debería. Analicé demasiado su gesto y me preocupé tanto que me olvidé de todo lo que sufría mi piel.

—¿A ti te ha pasado algo? Acabas de decir que saliste fuera.

Mi intención no era la de sonar preocupada por él, pero supongo que se entendió así. San me devolvió la mirada, algo sorprendido. Su ceño fruncido se suavizó lentamente y, al final, me regaló una tímida sonrisa que logró tambalear los cimientos de mi autocontrol.

—Estoy bien. La que necesita un médico eres tú, Haneul —replicó, aferrándose a mis manos.

—Ni hablar —rechacé la idea al instante—. Sé de medicina lo suficiente como para tratar esto sola. Ir al hospital tan tarde no es muy recomendable.

—Bueno, puede que yo haya hecho un estropicio —se lamentó.

Di un rápido repaso a la vendas y me dispuse a negar aquello.

—Lo has hecho mejor que algunos de mis compañeros de prácticas —le aseguré.

Se le escapó una risa y esos hoyuelos que apenas mostraba iluminaron su rostro en menos de un segundo. Lo admiré, cegada por lo adorable que se veía sonriendo.

Mingi regresó dos minutos más tarde. Tanto Jein como él se asustaron mucho al ver mi brazo de aquella guisa, pero conseguí que se calmaran después de explicarles que no necesitaría ir a ningún especialista. Los cuidados de San habían sido más que suficientes. No había estado muy pendiente del proceso que siguió para la cura, sin embargo, cualquier podía ver la cantidad de vueltas que había dado a esas vendas. Dedicó su tiempo para aliviar mi dolor y yo no encontré las palabras adecuadas para agradecérselo.

Me habría gustado que Mingi acompañara a San a su casa, pero él se negó a que mi primo nos dejara solas en esas circunstancias. Yo me mordí la lengua porque tenía miedo de que algo le sucediera, por estúpido que pudiera parecer.

Finalmente, San se fue del local antes que nosotros. No pude darle las gracias porque mis labios se negaban a separarse y terminé observando cómo se iba de allí, todavía sonriente aunque sus ojos parecían algo turbados. Me fastidió bastante que mi orgullo fuera tan asquerosamente irritante, pero no sabía de qué manera actuar. Confiar en algo requería de tiempo y solo lo conocía desde hacía un par de semanas. No bastaba para mostrarme más transparente ante él.

Al llegar a casa, no quise cenar y simplemente subí a mi cuarto. Sabía que mi primo y Jean estaban preocupados por mí y no era mi intención asustarles más con mi atípico comportamiento. No pretendía causar más problemas, por lo que me escondí en mi habitación creyendo que así estaría más segura.

Me tiré sobre la cama y mi móvil comenzó sonar como loco. Lo saqué de mis pantalones, leyendo el nombre de Yeosang en la pantalla. Impresionada, me incorporé.

Debía descolgar, ¿verdad? No sería muy creíble soltar la excusa de que me había quedado dormida tan temprano y, además, en menos de dos días lo vería en el hospital. No merecía la pena engañarle y fingir que nada había pasado.

Solté un cansado suspiro y deslicé el dedo índice sobre la línea indicada. Dejé puesto el altavoz y tiré el aparato sobre las sábanas. Comenzaba a dolerme la cabeza, así que intentaría que esa llamada no fuera muy larga alegando que había sido un día muy ajetreado.

—¿Sí? —dije.

Buenas noches, Haneul. ¿Es muy tarde? No quiero molestar —dijo, algo nervioso.

—No, tranquilo. Acabo de llegar a casa.

Ah, vale. Quería saber si vendrías a las prácticas del lunes —me explicó.

Nunca pensé en no ir porque lo primero eran mis estudios. Si bien era cierto que salir a la calle no era muy seguro esas semanas, aquel no era un motivo de peso para saltarme mis quehaceres.

—Sí. Como siempre. ¿Por qué? Supongo que algunos no quieren correr muchos riesgos, pero ...

Sí, la verdad es que más de uno ya me ha avisado de que no aparecerá estos días —se lamentó—. Aunque, en realidad, no era eso lo que quería saber.

—¿Entonces?

Hubo un pequeño silencio por su parte. Incluso llegué a creer que la llamada se había cortado o que había algún problema de conexión, por lo que estiré el brazo sano y agarré el teléfono. Después de asegurarme de que él seguía ahí, esperé unos segundos más hasta que continuó.

Quería pedirte una cita —dijo, de repente.

Mis ojos se abrieron y el cansancio huyó de mis músculos.

—Yo ...

No sabía muy bien qué decir porque ... Bueno, había algo entre nosotros a pesar de que no habíamos formalizado nuestra relación y una cita significaba avanzar. Egoístamente, me di cuenta de que no quería ir más allá con Yeosang. ¿Era demasiado pronto y me estaba echando atrás? Era probable, pero tampoco quería lastimarle al revelar mis verdaderos sentimientos.

Puedes pensártelo. No tengo prisa, Haneul —me interrumpió, con miedo por recibir un no.

Quedamos en que se lo confirmaría al día siguiente y ahí terminó la conversación. Ni siquiera quise contarle mi jornada, solo ... Solo le deseé un buen descanso y colgué.

¿No se suponía que debería emocionarme al oír su voz? A lo mejor todavía no me gustaba mucho y por eso seguía sintiendo esa incomodidad ...

Me cubrí el rostro con la mano.

Tenía que aclarar lo que sentía por Yeosang pronto. Él me había invitado a salir y eso quería decir que estaba interesado por mí. No podía darles falsas esperanzas porque no era justo para él.

—Vaya mierda ... —dije en voz baja.

Estaba hecha un jodido lío y, por si eso fuera poco, la vida no me daba ni un maldito descanso. Aquello era un caos y no tenía ni la menor idea de cómo afrontarlo.

El sonido de otra llamada entrante interrumpió mi añorada calma.

Pensé en no contestar y fingir tener el móvil en silencio o algo por el estilo, pero me giré y aparté la mano de mis ojos para ver quién llamaba esa vez.

No voy a mentir. Cuando vi que era él, salté en mi sitio, y aparté el teléfono lo más rápido que pude.

Salí de la cama y releí su nombre, pensando si descolgar sería lo adecuado.

Yo tenía su número guardado porque Mingi insistió en que así fuera. La cuestión era por qué él sabía el mío. En ningún momento me lo pidió.

Una parte de mí quería encontrar algo que justificara el repentino brinco de mi corazón, pero estaba tan nerviosa que pasé por alto detalles tan tontos y volví a agarrar el móvil con el objetivo de responder.

—¿Sí?

Hice la misma pregunta que dos minutos antes. La misma. Y, tal y como mi yo más racional esperaba, me afectó de una manera muy distinta. ¿Estaba mal que me emocionara por su llamada y no por la de Yeosang? Sí, y aún así no sentí ni una pizca de arrepentimiento.

Pensé que me llamarías tú, pero me cansé de esperar.

Sujeté el móvil con más fuerza y volví a sentarme.

—¿Y por qué tendría que llamarte?

Porque estabas preocupada de que me ocurriera algo —escuché cómo cerraba una puerta, puede que la de su habitación—. Aunque ahora veo que no tanto como yo.

En la oscuridad de mi cuarto, me sonrojé. Para San era tan fácil tintar todo mi rostro de ese color rojizo que la rabia me recorrió todo el cuerpo. Le habría insultado, sí. Eso habría hecho si él no hubiera dicho lo último, dejando en claro que también temía por mi seguridad.

—Bueno, ahora sé que sigues vivo y que tu sentido del humor está intacto —le dije, molesta.

Sí. Podrás dormir tranquila gracias a que te he llamado. Deberías darme las gracias, Haneul —se burló, entre algunas risas.

Suspiré.

Ahí estaba el Choi San de siempre. Arrogante y seductor.

Quería mandarlo a la mierda. De verdad que sí, pero estaba sonriendo tanto por su culpa que no fui capaz y me callé.

—Gracias —escupí—. ¿Ya estás contento?

Mucho —admitió.

—Vale, pues buenas no ....

No, espera —me frenó y yo no moví ni un dedo.

—¿Qué quieres?

Mi voz era áspera y él también percibió la irritación en mis palabras. Era un acto reflejo. Siempre que se me insinuaba de esa forma y me hablaba como si lo supiera todo, esa era mi reacción.

¿De verdad no irás al médico? —me preguntó, a lo que mis defensas cayeron en picado y un suave picor nació sobre mis nudillos—. Mis habilidades son buenas, pero no creo que ....

—San —él no añadió nada y me dejó tomar aire antes de seguir—, gracias por quedarte conmigo antes. Si ... Si hubiera estado sola, puede que ...

Si yo no hubiera estado ahí, tú no tendrías el brazo destrozado. No me lo agradezcas —aclaró, algo más serio.

—No ha sido tu culpa.

Me sentí terriblemente mal porque parecía estar culpándose y, desde mi punto de vista, no tenía sentido. Ninguno podría haber impedido aquello porque ni siquiera sabíamos qué lo había provocado. Bueno, al menos yo no lograba deducir nada.

Claro —dijo, aunque no lo sentía igual.

—¿San? —lo llamé.

Saber que no se encontraba bien era más doloroso que todas esas quemaduras juntas. Realmente... Realmente prefería escucharlo como siempre, con sus burlas y tonterías que lograban sacarme los colores en un santiamén. Puede que me incordiara y que me gustase más siendo un chico amable y desinteresado, pero al menos era él mismo y parecía divertirse.

¿Mmmm?

—Mañana tienes turno de tarde, ¿no? —le pregunté, sabiendo ya la respuesta.

Sí, ¿por ...? —inquirió, perdido.

No era normal que quisiera verle a él en lugar de añorar esa cita con Yeosang. Algo no marchaba como debía y empezaba a entenderlo.

—Te veré a las cuatro —zanjé el tema.

Pero tú no trabajas mañana —aclaró.

Bufé, agobiada por su falsa inocencia. ¿De verdad iba a tener que pedírselo?

—Es difícil curarse esto con una sola mano, ¿sabes?

Tras unos segundos de silencio, lo escuché reír, y mis labios cometieron el mismo crimen al imaginar sus hoyuelos.

Entonces llevaré vendas limpias —aceptó, mucho más alegre que unos minutos atrás.

—Vale —sentencié.

Buenas noches —se despidió.

—Buenas noches —repetí yo y colgué antes de que mi retorcida mente buscara algún estúpido tema con el que prolongar la llamada.

No podía dejar de sonreír, por mucho que lo intentara. Y él no ayudó a que mi buen humor se disipara, pues apenas habían pasado treinta segundos desde que dejamos de hablar cuando un mensaje suyo iluminó la pantalla de mi teléfono.

"Deja las luces encendidas. Dicen que eso aleja a los demonios."

Un demonio.

No me atreví a decirlo en toda la noche, pero los dos éramos conscientes de que aquel episodio había sido protagonizado por un ser inhumano. San me confirmó su opinión con ese mensaje y todas mis sospechas cobraron más peso en cuanto entendí que él creía lo mismo.

No era la única lunática y sentí sus palabras como un pequeño consuelo.





Choi San

La charla con Haneul me ayudó a calmar aquella maldita ira que me corroía por dentro.

Ella sonaba tranquila y solo esperaba que pudiera descansar. Si se obsesionaba con lo que había vivido, le pasaría factura y no podría llevar una vida normal.

Debería importarme bien poco lo que le ocurriera a ella. Era otro humano más. O eso me obligaba a pensar todo el tiempo.

Los caprichos nunca eran buenos, sobre todo si estábamos metidos en una misión como la que se nos había encomendado. Si pensaba en alguien más, todo se tambalearía y no podía permitir que nuestro éxito se viera comprometido. Ni siquiera por una chica como Haneul. Por mucho que me gustara tenía que separar mis prioridades de todo lo que ese jodido corazón estuviera obligándome a sentir día tras día.

Salí de mi habitación y bajé las escaleras de la casa.

Wooyoung se giró, sentado en el sofá.

—¿Qué vas a hacer?

Odiaba preocuparme por ella. No soportaba que ese miedo creciera en mi interior. Si a ella le ocurría algo no era mi problema. No lo era.

Sin embargo, recordaba perfectamente lo que Eunhee me enseñó en una ocasión. Si los sentimientos nacían, no podría apagarlos, por mucho empeño que pusiera en ello. No morían, al igual que nosotros. Solo crecían y crecían, devorando hasta la más tonta esperanza de volver a ser como antes. Un ser sin temores ni inquietudes.

Era verdad. Una verdad aterradora.

No había sabido controlar esos impulsos y ahora debía convivir con ellos el tiempo que nos quedásemos en la ciudad.

Agarré mi cazadora negra y Wooyoung se levantó. Mis ojos destilaban furia. Una furia que tenía que aplacar pronto o lo pagaría erróneamente.

—Póntela —le lancé su abrigo.

Él acató la orden y se colocó la prenda bajo mi atenta mirada.

—¿Salimos? —me preguntó, desorientado.

Yo asentí y fui hasta la entrada. Wooyoung me siguió sin hacer ni una sola pregunta más, pero, una vez estuvimos en la calle, esperé a que se pusiera a mi lado para explicarle el plan de esa madrugada.

Me metí las manos en los bolsillos, resguardándolas de la fría brisa que corría a esas horas.

Todavía tenía sus gritos en mi cabeza. Solo había desesperación y horror en ellos. Probablemente, tendría nuevas pesadillas en las que ella estaba en peligro. Se había convertido en alguien demasiado importante, incluso si no soportaba esa sensación de cariño. Engañarme a mí mismo no me ayudaría en nada, así que debía tomar las riendas del asunto y manejarlo lo mejor posible.

Si quería jugar con ella para saciar aquella necesidad, lo haría. Si mi corazón gritaba por tenerla cerca y cuidarla, se lo permitiría. No obstante, había algo que no pasaría por alto.

Mis dientes rechinaron a la par que mi pecho comenzaba a arder de pura cólera.

—Vamos a tener una bonita charla con Hongjoong y Seonghwa —le conté a Woo.

Él me observó, patidifuso. Sin duda, encontrarnos con ellos nunca había estado en nuestro itinerario. Debíamos evitarlos si queríamos triunfar y ridiculizarlos ante Satán. Ese era el objetivo hasta que esos dos hijos de puta tuvieron el valor de tocar a una persona que poco tenía que ver en mis fines.

No quería que me afectara tanto, pero era irremediable.

Eché a caminar. en dirección al final de la calle. Escuchaba los pasos de mi compañero, justo detrás de mí.

Si Seonghwa se había presentado en aquel bar y Hongjoong había decidido jugar al escondite en esa cocina para lastimar a Haneul, no me iba a moderar en absoluto. Si era un maldito aviso para que estuviera alerta, les dejaría bien claro que enfrentarme no era su prioridad.

Se arrepentarían de haberme jodido.

"Me encargaré de entretener esta noche al demonio que quiso divertirse contigo, Haneul."






🕯🕯🕯

Hongjoong y Seonghwa querían fiesta y parece ser que la van a encontrar 7u7

Meter a Haneul en todo esto fue un error, no sólo por cómo se lo ha tomado San, sino por todo lo que sucederá a partir de ahora.

No digo más porque es top secret 🌚, pero espero que os haya gustado el capítulo y que estéis tan emocionadas como yo por el comeback de ATEEZ *inserte gritos de perra loca* XDDD

EL 29 moriremos. No tengo pruebas y tampoco dudas ndmfkdosodkdmdl.

Os quiere, GotMe 💜

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