[ 04 | paz ]
Choi San
Con un último suspiro, degusté el verdadero placer. El único entretenimiento y disfrute que podía ofrecerme realmente ese maldito cuerpo de humano. Y, una escondida parte de mí, lo había echado de menos.
La chica se tumbó sobre la cama, jadeando. Yo la observé sin un objetivo claro debido a aquello que había ingerido un rato antes. No había ninguna sustancia que pudiera nublar mis sentidos por completo, pero debía reconocer que aquella había resultado más fuerte que ninguna otra de las que probé en mis antiguos viajes a la ciudad.
No me cabía duda de que la droga había triplicado la experiencia, siendo también la principal culpable de que toda esa adrenalina me estuviera desbordando la sangre.
Me detuve, todavía de rodillas, a mirar cómo ella se estiraba entre las sábanas, con su esbelto cuerpo, desnudo y perlado de sudor después de haber aguantado toda una sesión de sexo con un diablo. Sinceramente, pensé que no lo soportaría, pero pudo con toda mi furia y se regodeó en ella.
—Pensé que me partirías en dos —se carcajeó, girándose hacia mi—. Se nota que tu novia no te da lo que quieres ...
Esbocé una sarcástica sonrisa a pesar de que no podía verla por la pesada oscuridad que desbordaba el cuarto.
—No tengo novia. No necesito algo como eso.
—¿Entonces en quién estabas pensando mientras me follabas? —preguntó, pillándome desprevenido—. Todos los tíos que aparecéis en fiestas como esta lo hacéis. Buscas a la que tiene el vestido más corto y te la tiras por despecho.
Sabía el nombre de la persona que había mantenido mi mente despierta durante aquellos minutos. Lo sabía, pero no lo dije.
Me bajé de la cama, consciente de que las palabras de esa chica eran ciertas.
Al poner los pies en el suelo de madera, me desequilibré y un fuerte dolor atacó mis sienes. Pasé la mano por los ojos, intentando orientarme correctamente, pero el polvo multicolor que había tomado estaba surtiendo efecto y no parecía tener la intención de remitir.
—Podrías responderme al menos —habló de nuevo.
—También podría matarte, así que cierra la boca —gruñí, agarrando mi camiseta.
Soltó una risa y volvió a tumbarse en el colchón, desistiendo en el empeño de entablar una conversación conmigo.
—Siempre me tocan los sádicos ... —farfulló, irónica.
A duras penas, me coloqué los pantalones.
Debía encontrar cuanto antes a Wooyoung para irnos de allí. Mi endeble cuerpo mortal no estaba soportando las drogas y sabía que el malestar me acompañaría por más tiempo del que podía llegar a imaginar.
Salí de la habitación y dejé a la desconocida olvidada. Había sido un buen polvo, pero no me gustaba que hablara tanto. Ya me dolía lo suficiente la cabeza como para tener que aguantar las gilipolleces de una tonta como ella.
El pasillo no estaba muy bien iluminado y mi visión nublada no ayudaba a recomponerme.
Capté las luces que venían del piso inferior e intenté avanzar hacia las escaleras, sin embargo, aquellas alucinaciones comenzaron a multiplicarse. Ya no era un simple mareo causado por la ingente cantidad de sustancia que había entrado en mi sangre, sino algo que realmente estaba afectando a mi capacidad de raciocinio.
Gemí por las punzadas que me atravesaban el cuello continuamente y me apoyé en la pared, observando cómo esa casa se transformaba en un lugar de múltiples colores y figuras amorfas. Todo giraba, se enroscaba como un tiovivo, y mi desconcierto crecía a pasos agigantados.
Mi viejo cuerpo ya había sido maltratado con anterioridad y sabía que aquella sobredosis no le haría ningún bien. Debía detener aquel viaje por el mundo del no retorno y volver a la realidad.
No quería que mi corazón se detuviera. Eso sería un gran problema al que no quería enfrentarme.
Pensé que buscar a Wooyoung era la mejor opción mientras me masajeaba el pecho y los oídos me pitaban debido a la música que traspasaba todo el edificio, pero terminé deduciendo, muy difícilmente, que mi compañero podía estar en cualquier parte. No aguantaría una expedición completa a esa mansión, por lo que elegí la otra opción.
Procurando no morir en el proceso, bajé las escaleras y contemplé una escena en la que no había lugar para nadie que estuviera en su sano juicio. Aquel desmadre podía ocasionar una redada y, aunque todos los presentes conocían los riesgos a los que se enfrentaban, no parecían tener ni un poco de miedo a que su libertad acabara.
Los humanos son estúpidos por naturaleza, pero toda esa masa de cuerpos vacíos e intoxicados brillaban por la ausencia de sentido común. Incluso yo, siendo un jodido ser del infierno, era conocedor de los peligros que albergaban los barrios bajos de la ciudad.
Si me fijaba bien y mi atrofiada cabeza me lo permitía por unos segundos, era capaz de distinguir a más de un demonio camuflado. Todos ellos fingían ser de carne y hueso, seduciendo a esas almas perdidas y esperando el momento oportuno en el que poder arrancarles una vida que estaban desperdiciando de la forma más egoísta.
Al fin y al cabo, así alimentábamos nosotros; de esa desesperación y lujurioso desahogo que tanto ansiaban las personas y que, paradójicamente, era el motivo de su muerte.
En el salón principal, tropecé varias veces mientras buscaba en fallidos intentos a Wooyoung. Él no aparecería en lo que quedaba de noche y solo esperaba que al día siguiente los dos siguiéramos vivos.
El aire fresco me atizó con dureza en el mismo instante en que salí a la intemperie. Mis pulmones se cargaron de oxígeno y mi corazón agradeció aquel bofetón, comenzando a calmarse.
Las alucinaciones se prolongaron durante unos minutos más, por lo que me alejé de la entrada del inmueble y me dejé caer una calle más atrás. Apoyado contra el cemento de una pared, recliné la cabeza y cerré los ojos, esperando a que todas esas visiones engañosas se esfumaran, devolviéndome a la helada noche.
Con algo de suerte y haciendo acopio de las pocas fuerzas que pude reunir, conseguí con la droga fuera desapareciendo de mi interior. Necesité un buen rato para hacerlo, pero, para cuando despegué los párpados, todas las deformaciones se habían ido.
Un suspiro de alivio escapó de entre mis resecos labios. Acaricié mi pecho, agotado, y entonces la escuché.
—¿Lo ves? Te dije que ser un humano no era sencillo.
Dirigí mi vista hacia mi derecha, descubriendo que no había eliminado por completo los efectos secundarios.
Sonreí ligeramente porque, en secreto, me alegraba de verla otra vez. Incluso si era en ese estado tan nefasto.
—No lo es. Lo admito —dije, mirándola.
La había añorado tanto que tenía miedo a pestañear porque podía desaparecer y era lo último que quería.
—Choi San aceptando su derrota —se burló de mí—. Creí que nunca presenciaría algo así.
—Lamentablemente, no soy de piedra, Eunhee.
—Y me entusiasma que lo sepas, San —aclaró con una cariñosa sonrisa.
La imagen que mi dañado cerebro había creado era demasiado real. Por unos segundos, me sentí bien y pensé que la droga no había sido tan perjudicial para mí, después de todo. Necesitaba evadirme y ella era lo que mi confundido corazón requería.
—Te he echado de menos —dije en un murmullo.
—Lo sé —respondió, caminando hacia mí—. Por eso tu mente me ha traído. Hacía tiempo que no me dejabas salir de tus recuerdos.
Se sentó frente a mí y quise olvidar que era una proyección de la Eunhee que murió. Parecía que estaba allí. Parecía que, si mi mano intentaba alcanzarla, el hallazgo sería el calor de su piel.
—Solo me has pillado con la guardia baja —dije, exhausto—. Solo eso.
—Me gusta cuando desactivas tu campo de defensa. No es bueno que reprimas tanto lo que sientes, San. Sea lo que sea.
—Bien —ladeé el rostro, apenado—. ¿Y si lo que quiero es matar? ¿Qué hago?
—Te dije un millón de veces que no puedes contenerlo. Eres un demonio, un sirviente de Satán —me recordó, como cuando ella me enseñaba y yo la desobedecía—. Por mucho que intentes evitarlo, necesitas la muerte tanto como un humano necesita respirar.
Me lo explicó siempre, pero yo me empeñaba en huir de algo que me perseguiría durante toda la eternidad. Por mucho que rechazara ese famélico deseo de desmembrar vidas, era imposible que desapareciera.
—Algo me impide matarla —le expliqué, frunciendo el ceño—. No entiendo qué es, pero tengo esa sensación de ...
—Paz —dijo Eunhee por mí.
—Sí —dije, relamiéndome las comisuras—. Y lo odio.
—No importa el tiempo que pase —aclaró, resignada—, seguirás sin discernir tus verdaderos sentimientos, ¿verdad?
Los dos sabíamos de mi orgullo, de mi impotencia, y no podía ser sincero conmigo mismo. Por mucho que me repitiera algo, en lo más hondo conocía la verdad. Una verdad que me hacía frágil y que repudiaba por todos los medios.
La debilidad lleva al miedo y el miedo era algo contra lo que no podía luchar.
—¿Quién es ella, Eunhee? ¿Por qué me hace esto?
—Tienes que descubrirlo tú, San —dijo a modo de respuesta.
—Nunca logré entenderte del todo, pero ahora veo que hay más mujeres así —le comuniqué, desordenando mi pelo oscuro.
Eunhee se rió y yo no pude ocultar la sonrisa. Esa sonrisa que me salía de dentro y traía un par de hoyuelos. Eunhee siempre me decía que parecía feliz cuando esos lindos agujeritos surgían en mis mejillas.
—Las personas suelen decir que las mujeres somos complicadas, ya sabes —se encogió de hombros.
—Y llevan razón —suspiré—. Creo que nunca comprenderé a los humanos.
—Sé que es frustrante para ti, pero inténtalo —me animó, regalándome algo de aquella brillante esperanza que me mostraba siempre que tenía la ocasión—. Puede que ahora las cosas sean distintas, ¿no crees? A lo mejor esa chica te puede ayudar a interpretar la vida.
—¿Y qué me recomiendas? —le pregunté.
Su sonrisa se ensanchó y sentí cómo se iba apagando. Su recuerdo comenzaba a difuminarse.
—Compórtate como una persona normal y asegúrate de no consumir. Wooyoung es un niño todavía, así que cuida de él —me aconsejó—. Tienes las mejores ideas estando lúcido, Choi San. Sabes que confío en que sabrás sobrellevar esta crisis.
—Lo sé, Eunhee —murmuré, observando cómo se desvanecía ante mis llorosos ojos—. Pero yo no confío en mí mismo. Te maté, y no podré superar eso nunca.
Ese corazón pedía que llorara por todo el daño y el caos que había causado a mi paso, pero no lo hice.
Esperé en la calle, desolada y glacial, hasta que los primeros rayos de sol clarearon el cielo y mis ojos comenzaron a sentirse doloridos por el repentino exceso de luminosidad.
No estaba acostumbrado a la luz y esa ciudad era el epicentro de cualquier fuente lumínica de la Tierra. Me irritaba y, al mismo tiempo, pensaba en lo mucho que amó Eunhee ese lugar.
Poco después, me puse en pie, aprovechando que el dolor de cabeza estaba remitiendo lentamente.
La guardia urbana no tardaría en hacer uno de sus habituales paseos por los suburbios y no podía dejar a Wooyoung tirado. Si lo pillaban, todo se iría la mierda.
Muchos chicos y chicas salían del recinto hasta arriba de heroína y alcohol, aturdidos. Ellos habían tenido suerte. Otros tantos, tal y como había imaginado, yacían en algunas esquinas del interior del edificio, acompañados de demonios que recuperaban su forma natural con el nacer del día.
Sin mediar una palabra con nadie, me agarré a la barandilla y subí de nuevo las escaleras.
No había rastro de Wooyoung en el primer piso, así que, a regañadientes, tuve que esforzarme por ascender a la planta superior, donde el escenario era mucho más truculento de lo que habría esperado.
Tropecé con más de un cadáver y algún que otro grito de humanos que intentaban aferrarse inútilmente a su existencia. Cuando un demonio, por poco poder que poseyera, recuperaba su instinto al amanecer, nada podía detenerlos. Si tenían una presa, las asesinaban sin piedad, cebándose y deleitándose con sus alaridos de terror.
Me alejé del salón principal, dejando a un par de diablesas que comenzaban a devorar a un chico. En el pasillo de las habitaciones no había nadie, pero solo tuve que abrir la primera de las puertas para encontrar a Wooyoung.
Él se giró hacia mí y sonrió. También había ingerido algunos polvos.
—San ... ¿Te lo has pasado bien? —me preguntó, levantándose de la cama.
Hice acopio de energías y lo ayudé a mantenerse en pie. Sujeté bien su cintura para que no tropezara con la alfombra que decoraba la habitación.
—Muy bien, Woo ... Pero ahora tenemos que irnos.
Él se apoyó en mí, aceptando mi ayuda, pero entonces vi el cuerpo de una chica en la cama. Estaba tumbada y no se le veía la cabeza, así que supuse lo peor.
—¿La has matado? —dije, apartando la mirada.
—Sí —me respondió, igual de divertido que un niño con un juguete nuevo—. Gritó y me suplicó mucho, San. Deberías haber llegado antes para ...
—No tengo ganas de hablar —le dije, observando los sesos de su víctima esparcidos por el suelo—. Venga, vámonos.
Si Wooyoung hubiera tenido su habitual capacidad de reacción, estaba seguro de que se habría percatado del tono de mi voz. Estaba molesto con todo, pero, sobre todo, conmigo mismo. Sabía perfectamente que, si Eunhee siguiera allí, me echaría en cara la forma de actuar que tenía. Estaría decepcionándola y que mi maestra se sintiera así era una de las peores sensaciones que había experimentado nunca.
Una vez fuera, con el sol alzándose sobre nosotros, me concentré y pude transportarnos a la vivienda en la que estábamos quedándonos. Como era lógico, el mareo me golpeó de repente tras ese sobreesfuerzo, pero intenté ocultarlo y fingir que todo estaba bien.
—¿Tienes que trabajar hoy? —inquirió Wooyoung, tirándose al sofá.
—No. Es mi día libre —le dije, caminando hacia la cocina.
—Entonces, olvídate de esa chica, San. Te concentrarás más si no piensas en lo que te hizo.
¿Y qué me hizo exactamente? Ni yo mismo podía darle una respuesta a esa pregunta, pero el enfado y la impotencia no se marchaban por mucho que quisiera.
Me senté en una de las sillas y apoyé la cabeza en las manos.
¿Qué podía hacer en una situación como esa? ¿Qué habría hecho Eunhee?
Tras unos minutos sin parar de pensar, desistí y saqué mi móvil del bolsillo de la chaqueta. Encendí la pantalla y me fijé en la poca batería que le quedaba. Debía coger el cargador antes de que muriera, así que me levanté. Sin embargo, observé nuevamente el teléfono y unos segundos más tarde me descubrí pulsando sobre el contacto de Song Mingi.
La llamada siguió su curso, y justo cuando me di cuenta de lo que estaba haciendo, me dispuse a cortarla. Lo habría hecho de no ser porque alguien descolgó y preguntó al otro lado.
—¿Sí? ¿San?
Acerqué el dispositivo a mi oído y carraspeé.
—Buenos días, Mingi.
—Buenos días —me saludó, alegre—. ¿Necesitabas algo?
Antes de poder elaborar una contestación convincente, ya estaba hablando.
—¿Cómo está Haneul? —lancé la pregunta, desconcertado por lo que estaba saliendo de mi boca—. No me quedé ayer porque Jein dijo que sería lo mejor, pero ...
—Oh, bueno. Creo que está bastante bien ahora —me comunicó, permitiendo que un pequeño lastre abandonara mi pecho—. Se está despertando. ¿Quieres hablar con ella?
—No —me negué; la cagaría si hablaba con Haneul—. Solo quería saber cómo estaba. Ayer ... Bueno, no sé muy bien qué le pasó y estaba ... Preocupado.
Nunca había sentido intranquilidad por algo o por alguien. Era un sentimiento inventado y, aún así, Mingi lo creyó al instante.
—Ya veo —hizo una breve pausa y continuó contándome—. San, lo cierto es que mi prima sufre ataques de pánico a veces. Solo cuando se encuentra en una condición de verdadero peligro. Le ocurre esto desde pequeña por un ... Problema que hubo en su casa.
—Anoche había un demonio en la calle y ella lo encontró —dije, uniendo todos los puntos y comprendiendo lo que había pasado—. Supongo que eso fue lo que provocó su crisis.
—Así que era eso —meditó durante unos segundos mis palabras—. Haneul no quiso decirme qué había pasado ... ¿Tuvo contacto directo con él?
—No —le respondí y recordé el momento en que se escondió contra mi cuello mientras tiritaba de pavor—. Estábamos detrás de los contenedores y no nos vio, pero ... Supongo que de igual forma incitó a que su trauma volviera.
Por alguna razón, quería saber más sobre ese pasado que involucraba a Haneul con un demonio. Esa curiosidad no me haría ningún favor, era consciente de ello. La ignorancia ayudaría a involucrarme lo menos posible con la reducida familia de los Song.
—Sí ... Y me alegro de que estuvieras con ella, San —me confesó—. Estoy seguro de que lo estaba pasando realmente mal. Es un alivio que tú pudieras ayudarla.
—En realidad ... Creo que más que ayudarla, la perjudiqué —contesté, bajando el tono de voz.
—Te habló mal, ¿no? —dijo, como si hubiera estado presente la noche anterior—. Ella es así, y además ... Creo que no le caes muy bien. Suele ser desconfiada con la gente en general, pero contigo es demasiado paranoica —y soltó un par de risas para quitarle hierro al asunto.
Haneul tenía un mal presentimiento acerca de mí y, aunque no estaba equivocada, me molestaba que me viese como un intruso en el que no confiar. No quería enfrentarme a ella cada vez que nos viésemos. Yo amaba la pelea, sin embargo, quería que mi trabajo en el bar de Mingi marchara sin inconvenientes. Y evitar los problemas, significaba no entrometerme con esa chica.
Debía de ser bastante sencillo, pero mi demonio interior disfrutaba con el peligro. Quería jugar mi propio juego, no el que ella dictara, por lo que comencé a asumir que tendría que ganarme su confianza poco a poco con alguna de mis artimañas.
—No te preocupes. Entiendo que se sienta así. No me conocéis de nada —dije, intentando sonar comprensivo.
—Por eso te pido que no se lo tomes muy en cuenta. Seguro que pronto dejará de verte como una amenaza inminente —bromeó.
Era una amenaza, así que no pude evitar reír ante su comentario.
Song Haneul
—¿No has salido de casa en todo el día? —me interrogó Jein, visiblemente indignada.
—No —meneé la cabeza—. Avisé de que no me encontraba muy bien y me quedé aquí de lo más tranquila —acabé con una sonrisa.
Jein bufó, cabreada por mi extrema vaguedad y por mis escasas ganas de socializar con cualquier ser humano.
Después del percance que tuve en el bar, decidí que ese domingo me quedaría encerrada en la seguridad del hogar. No deseaba sentir de nuevo la ansiedad oprimiéndome el pecho como si una torre de ladrillos me impidiera respirar.
Si dejaba la mente en blanco, todavía podía recordar el rostro de Choi San, echándome en cara lo poco agradecida que había sido. Ni siquiera le di las gracias. Ni siquiera le di una mera explicación de lo que me ocurría. No hice nada; solo culparle de algo que no tenía solución. Me había comportado mal y, pese a todo, no quería tenerlo delante y verme obligada a pedir disculpas. Sería terriblemente vergonzoso y ya había pasado suficiente bochorno frente a ese chico por una buena temporada.
—¿Avisaste? ¿A quién avisaste?
—A Yeosang —dije, temerosa de su reacción.
—¿¡Qué?! —gritó, iracunda—. ¿Has perdido la oportunidad de estar con él por simple vaguería? No te entiendo, Song Haneul. De verdad que no.
En parte, entendía que estuviera molesta conmigo. Al fin y al cabo, había desperdiciado una ocasión de oro para pasar más tiempo con Yeosang, pero no era capaz. No quería poner un pie en la calle si podía evitarlo.
—No te pido que me entiendas. Te pido que me dejes ver la tele tranquila —esbocé una pequeña sonrisa sabiendo que sería inútil.
—Por estas cosas no tienes novio —concluyó, saliendo del salón—. Ese chico está colado por ti y tú te quedas viendo un programa basura en lugar de tener una cita ... Increíble.
Rodé los ojos.
Nunca me terminaría de hacer a la idea de que Jein era una de las personas más dramáticas del mundo entero. Siempre se escandalizaba por una tontería.
Podía salir con Yeosang otro día en el que mi ánimo no estuviera por los malditos suelos. Seguramente disfrutaría más de su compañía cuando me olvidara de lo que había pasado. Además, no quería darle una mala impresión y estaba tan distraída que le haría pensar que no me gustaba estar con él.
El timbre de casa impidió a Jein seguir echándome la culpa de que esa relación no avanzara y, desde lo más profundo de mi corazón, agradecí que la interrumpieran.
Mi amiga fue hasta la puerta de casa suponiendo, al igual que yo, que era Mingi. Sin embargo, tras abrir, un gélido silencio fue lo único que logré percibir. Extrañada, me giré un poco, pero no vi nada.
—Tú ... Debes ser Yeosang, ¿verdad?
Me quedé ojiplática.
—El mismo —dijo él y pudo confirmar que se trataba de Yeosang—. ¿Está Haneul en casa? Me dijo que no se sentía muy bien esta tarde y pensé que podría pasar a visitarla.
Me agaché en el sofá, entrando en pánico porque seguía en pijama y ni siquiera me había pasado un peine en todo el día. Bajé los párpados, nerviosa.
—Sí ... Está arriba. Pasa a la cocina y mientras voy a llamarla, ¿vale? —dijo Jein.
—De acuerdo.
—Por cierto, me llamo Jein. Soy la mejor amiga de Haneul —se presentó ella, sin perder un segundo—. Bueno, también su cuñada.
—Encantado de conocerte, Jein —le contestó él educadamente.
—Bien, pues ... Voy a buscarla. Quédate aquí.
Escuché cómo lo dirigía hacia la cocina para que no me viera.
En un abrir y cerrar de ojos, me cogió del brazo y comenzó a tirar de mí hacia las escaleras. Yo la seguí sin hacer ruido y rezando para que Yeosang no se moviera ni un solo centímetro.
Entramos en mi cuarto a todo correr y ella me miró con los orbes tan brillantes como perlas.
—Es más guapo de lo que me contaste, hija de ... —claramente, su indignación había ascendido, pero no dijo nada más al respecto—. Da igual. Ya hablaremos de eso. Ahora vístete rápido y baja a verle. Por dios, ha venido incluso después de que lo hayas dejado plantado ...
La emoción que debería ser mía brotaba de la voz de Jein al tiempo que yo me arreglaba con algo simple.
No estaba muy segura de querer ver a Yeosang, pero era todo un detalle por su parte haber venido a saber cómo estaba. Era un cielo y yo volvía a sentirme mal por todo.
Bajé apenas dos minutos más tarde con Jein dándome suaves empujones para que corriera a su encuentro. Cuando lo tuve enfrente y observé su cálida sonrisa, yo también sonreí.
Yeosang no se quedó durante mucho rato porque se hacía tarde y era peligroso estar fuera después de que anocheciera. Tanto Jein como yo intentamos que se quedara a cenar con nosotras mientras esperábamos a que mi primo llegara a casa, pero él declinó la oferta con amabilidad y prometió que se quedaría otro día.
No insistí más, a pesar de que uno de los hermosos sermones de mi amiga estaría ahí en cuanto él se fuera, y lo acompañé a la entrada.
Como ya había ocurrido anteriormente, fue Yeosang quien se inclinó para besarme los labios en un gesto adorable. Yo me limité a sonreír porque seguía un poco incómoda y él se despidió con un movimiento de su mano derecha.
Descendió las escaleras del jardín delantero y yo me aseguré de que llegaba a su coche antes de cerrar la puerta.
Como era lógico, Jein se lanzó a por mí y sus preguntas me taponaron los oídos. Hablaba tan apresurada que no capté ni una sola palabra.
No estaba muy segura de qué debía hacer después de todo. Yeosang me gustaba ... ¿Verdad?
O, a lo mejor, solo deseaba que me gustara en un futuro próximo y lo estaba confundiendo con una tonta esperanza.
Fui al salón y me senté en el sofá, confundida e ilusionada.
De pronto, la agradable tela de la bufanda de Yeosang entró en contacto con mis dedos. Miré la prenda y la agarré, sorprendiendo a Jein.
El ring-ring volvió a resonar desde la entrada de casa.
Las dos nos giramos otra vez, pero no dejé que se lanzara a abrir. Yeosang había vuelto ha recoger su bufanda y, si dejaba a Jein suelta, lo atosigaría para que se quedara.
—No, no. Ve arriba. Yo se la daré y no quiero que estés escuchándolo todo como si fueras mi madre —le eché en cara.
Le empujé hasta las escaleras y ella subió, fingiendo estar ofendida.
Entró en mi cuarto y, solo en ese momento, me atreví a ir hasta la puerta para mirar a la cara a Yeosang por segunda vez esa noche.
Corrí el cerrojo y tiré de la manivela, pero en lugar de ver los dulces ojos de mi compañero de carrera, tropecé con otros bien distintos.
Choi San me regaló una sonrisa que, como siempre, no supe descifrar. Él me observó y ladeó el rostro, repleto de curiosidad.
—¿Era tu novio?
El calor subió por mi cuello y se ancló en mis mejillas, avergonzándome hasta la médula.
—N-no.
Apreté la madera de la puerta, irritada por ese torpe tartamudeo.
La diversión que reflejaban sus pupilas se multiplicó por momentos.
—¿No? Pensé que eras una chica romántica que solo deja que su novio la bese, pero parece que me equivoqué —dijo, con un débil puchero que me aceleró el pulso.
—¿Qué haces aquí? —cambié de tema, molesta.
Se lo pensó, aguantándome la mirada a propósito.
Iba a cerrarle la puerta en las narices por jugar conmigo y, justo cuando me estaba apartando para hacerlo, él sacó una radiante rosa roja de su espalda.
Me quedé de piedra, incapaz de articular palabra.
Él se rió y, extraordinariamente, percibí en aquellas carcajadas una dulzura que nunca habría esperado de un tipo como San.
Alcé la barbilla para mirarlo a los ojos, pero un par de tiernos hoyuelos asomaban a ambos lados de sus labios y no pude dejar de apreciarlos hasta que su voz, mucho más serena que otras veces, me sacó de aquel ensimismamiento.
—He venido a disculparme —explicó, ofreciéndome la delicada flor—. ¿Me dejas entrar, Haneul?
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