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[ 02 | vivo porque no muero ]

—Se hace tarde —dijo Yeosang—. Deberías irte ya, Haneul.

—Te ayudaré a recoger todo esto y después me marcharé. Solo quedamos tú y yo; así acabaremos antes —le respondí.

—Está bien, pero yo te llevo a casa, ¿vale? No estaría bien que te fueses sola —añadió, agarrando un par de documentos.

—De acuerdo.

Le sonreí y él me devolvió el gesto amablemente.

Para nuestra mala suerte, a veces las prácticas se alargaba de más y salíamos bastante tarde del hospital. Lo peor de todo era que casi nadie se quedaba para colocarlo todo en su lugar y, esa noche, solo resistimos Yeosang y yo.

¿Debería agradecerlo? Al fin y al cabo, eso nos daba algo más de tiempo a solas y disfrutaba mucho de su compañía.

—No hay nada fuera de su sitio, ¿verdad? —preguntó desde el grifo, limpiándose las manos.

—Creo que no. Por fin hemos terminado —le comuniqué, realmente aliviada.

Al mirar mi reloj de muñeca comprobé que habían dado ya las diez y media de la noche. El estómago me rugía y no quería que Yeosang se diera cuenta porque seguramente se ofrecería a llevarme hasta cualquier sitio que estuviera a esas horas para saciar mi escandaloso apetito. Lo cierto era que tampoco quería darle esa impresión y que pensara que comía a todas horas, por lo que agarré nuestras chaquetas y lo esperé frente a la puerta de la sala.

No tenía tanto confianza con él todavía y, aunque me agradaba y esperaba que ese sentimiento correspondiera pronto a los suyos, no era capaz de mostrarle quién era, qué me gustaba y lo pesada que podía llegar a ser con respecto a algunos asuntos y aspectos de mi vida. Apenas nos conocíamos y mis inseguridades me limitaban bastante. Debía abrirme a él poco a poco, lo sabía, pero iría a paso tranquilo. No quería apresurarme con Yeosang.

—¿Vamos?

—Sí —afirmé, saliendo tras él.

—¿Tu primo está ya en casa? No me gustaría dejarte allí si te quedas sola —dijo mientras llegábamos a los ascensores de la tercera planta.

—No te preocupes —le repetí—. Mingi debe estar esperándome. No suele llegar muy tarde y hoy es miércoles. Seguro que no ha tenido mucho trabajo.

—Está bien —me respondió.

Dejó que entrase yo primero en el cubículo y esperó a que se cerraran por completo las puertas de metal para pulsar el número 0 en el panel.

El toque de queda era a medianoche, así que llegaría a tiempo a casa y Yeosang podría marcharse sin temor a saltarse las reglas de la comunidad.

Últimamente la ciudad había estado bastante tranquila, pero esa misma mañana habían dado la noticia de un niño al que encontraron sin vida a las afueras. Lo atacaron a plena luz del día y, por suerte para los que cometieron el asesinato, no se habían instalado cámaras en la zona. Nadie sabía qué había ocurrido exactamente, pero la incertidumbre y el temor se propagó como la pólvora. Tan pronto como se supo, todos empezaron a especular lo que significaba. ¿Estaban avisándonos de algo? ¿Esos demonios pretendían atacar a más personas de repente? Después de un par de meses sin ningún altercado, esto me ponía los pelos de punta.

La imagen del pequeño cuerpo no se iba de mi cabeza. ¿Por qué a un niño? Hacía mucho que las víctimas habían pasado a ser adultos, pero ahora todo parecía haberse invertido.

Le estuve dando vueltas al asunto durante todo el trayecto y fue Yeosang quien tuvo que avisarme de que ya habíamos llegado a mi calle. Todo estaba sumido en una oscuridad que no me gustaba en absoluto, pero las luces de las farolas alumbraban lo suficientemente como para llegar a la puerta de casa sin problemas.

Agarré mi bolso tras agradecerle por el viaje y cerré correctamente mi abrigo para que el viento no me afectara demasiado una vez fuera. Sin embargo, Yeosang todavía tenía algo que decirme, así que me llamó, frenándome.

—¿Haneul?

Me giré hacia él, atendiendo a su llamado. Al hacerlo, me encontré con que su rostro estaba más cerca de lo que pensaba y, a pesar de mi forma de actuar, se las arregló para lograr lo que se había propuesto. En un abrir y cerrar de ojos, sentí sus comisuras chocar con suavidad contra mis labios. Parpedeé, asimilando lo que estaba ocurriendo, pero me pilló tan desprevenida que no pude corresponderle como él habría querido.

A los dos segundos, se alejó de mí, ligeramente sonrojado. Lo miré, algo avergonzada por no haberle devuelto el beso.

—Yo ... Lo siento, no ... —murmuré, tratando de excusarme.

—No te preocupes —dijo con una tierna sonrisa, como si no le importara mi poca colaboración—. Fue sin avisar, es normal que te sorprendiera —se encogió de hombros, restándole relevancia—. Buenas noches, Haneul.

Solo habían pasado tres días desde que Yeosang me confesó lo que sentía por mí. Tres días en los que me había sentido incómoda y no terminaba de acostumbrarme a sus pequeñas muestras de cariño.

A lo mejor fue mi culpa; por darle esperanzas, después de todo.

Mi impetuosa necesidad de agradar en todo a los demás a veces era mi mayor enemigo.

Siempre lo había visto como un superior incluso si solo me llevaba dos años. Nos conocíamos desde que yo me encontraba en mi segundo año de universidad y él estaba a punto de terminar la carrera. Lo transfirieron a la misma sede que a mí, pero nunca nos llegamos a hacer muy cercanos hasta que, ese año, mis prácticas comenzaron y él resultó ser mi coordinador en el hospital. Empezamos a hablar mucho más que los años anteriores y supongo que esa cercanía derivó a un enamoramiento para él. Yo, por mi parte, nunca lo llegué a ver de otra forma. Siempre lo tuve en gran estima por todas las ayudas que me había proporcionado, ayudándome a estudiar algunas de las asignaturas más complicadas, por ejemplo. Pero, cuando me dijo que las cosas habían cambiado para su corazón, por miedo a lastimarle, no fui capaz de rechazar sus intenciones. Yo no me sentía igual y, aún así, estaba dándome una oportunidad para desarrollar el mismo afecto que él ya me había declarado.

¿Y si terminaba enamorándome de él ahora que sabía lo que Yeosang pensaba de mí? Esa pregunta seguía reproduciéndose entre toda aquella confusión y por eso no le decía la verdad. En el fondo, quería sentir lo que era amar a alguien y él era perfecto. Cuando dijo que quería pedirme una cita, pensé en lo que Jein me decía: "Inténtalo. No lo sabrás hasta que no le des un voto de confianza." Esa filosofía le había servido bastante bien, así que no creía que nada malo pudiera salir de ahí si aceptaba la propuesta de Yeosang.

Cuando Jein lo supo, enseguida me animó a que lo intentara. No perdía nada con ello y podía llegar a quererlo. Quería corresponder sus sentimientos, pero era demasiado tímida como para decirle toda la verdad a Yeosang. Él se estaba comportando muy bien conmigo, como siempre lo había hecho, y yo estaba esperando a sentir esas mariposas de las que todos hablaban. Pero no las sentía y eso me hacía sentir fatal.

—Nos vemos mañana —le dije, deseando huir—. Descansa.

Salí de su coche a todo correr y me encaminé hacia la puerta de nuestra casa.

La pequeña luz del jardín se encendió en cuanto pisé el primer escalón. Me apresuré para llegar a la entrada y, una vez allí, metí la llave incorrecta al menos tres veces. Estaba demasiado nerviosa como  para pensar como una persona normal y sabía que Yeosang no se marcharía hasta que no me viera entrar en casa. Todo iba rematadamente mal, pero de alguna manera conseguí escoger la llave correcta y la puerta se abrió con su horripilante y habitual chirrido.

Me volví para despedir a Yeosang con la mano y corrí a ocultarme de él.

Cerré la puerta tras de mí y solté una bocanada de aire. A oscuras en el recibidor, me mordí el labio inferior y pataleé la nada en un ataque de estupidez.

—No sirves para esto, Haneul ... —me dije a mí misma, lamentando la torpeza con la que lo había tratado.

Tras unos momentos de silencio, escuché el motor de su coche al otro lado de la calle. Esperé a que se desvaneciera poco a poco y, cuando no hubo rastro del sonido, me alejé de la puerta y encendí la lámpara del pasillo. Estaba acostumbrada a hacerlo automáticamente, pero entonces fruncí el ceño.

¿Mingi no estaba en casa?

Odiaba estar sola en casa. Desde que era pequeña, siempre procuraba quedarme con alguien porque no soportaba la soledad. Esos extraños escalofríos siempre aparecían, recordándome una sensación que quería enterrar bajo tierra de una maldita vez.

Aquel episodio de mi infancia volvía a golpearme cada vez que me veía sola, daba igual el lugar. Mi cabeza empezaba a imaginar y mi lado más excéntrico salía de mí.

—¿Mingi? —lo llamé.

Como figuré en un primer momento, no hubo respuesta.

Saqué el móvil de mi bolso y lo desbloqueé con la intención de contactar con él. ¿Por qué narices no estaba en casa a esas horas?

Mientras esperaba a que contestara al teléfono, el reloj de pared que teníamos colgado en la sala de estar sonó, marcando las once de la noche.

Preocupada, conté el sexto tono y, entonces, descolgó.

—¿Mingi?

Ah, Haneul. Perdón —se disculpó—. ¿Has llegado ya a casa? Siento no estar allí todavía, de verdad.

Escuchaba la música del bar a través del móvil y ese detalle bastó para tranquilizarme.

—¿Estás aún en el bar? —le pregunté, sentándome en uno de los sofás.

Sí. Debería haber acabado antes, pero un tipo armó un escándalo hace rato y tuve que avisar a la policía —me explicó.

—¿Estás bien? ¿Quién era?

No lo sé. Nunca lo había visto por aquí, pero me he dado cuenta de que necesito a alguien que me ayude a controlar a todos estos imbéciles. Ya van tres veces desde la semana pasada. Por suerte, había un chico aquí y pudimos frenarlo hasta que llegó el agente —se detuvo un momento, alejando el teléfono un poco—. Parecía un buen candidato. ¿Verdad, cariño?

¿Es Haneul? —cuestionó mi mejor amiga—. ¡Haneul! —gritó contra el aparato, haciéndome reír—. Ni te imaginas la que se ha montado aquí antes. Si no hubiera sido por ese chico, estoy segura de que Mingi habría acabado con la nariz rota otra vez —dijo, conteniendo un par de carcajadas.

¡Eso no es cierto! —replicó mi primo—. Le habría metido una paliza. Lo sabes perfectamente, Jein.

A pesar de llevar juntos más de dos años, seguían peleándose de la misma forma. Parecían mejores amigos más que una pareja, pero supongo que esa era la clave para que les fuera tan bien. Sabían soportarse el uno al otro y quererse después de todo; los admira por eso.

Seguro —le respondió Jein, risueña—. Pudo con ese gracioso de pacotilla gracias a que ese tipo le ayudo. Tenía unas buenas agallas —me reconoció—. Nos vendría de lujo que aceptara la propuesta que Mingi le ha hecho, pero de todo eso hablaremos luego. ¿Estás en casa ya?

—Sí, acabo de llegar —le respondí—. ¿Os falta mucho para llegar? Ya estoy empezando a escuchar ruidos —bromeé a pesar de que no era nada divertido.

Creo que en una media hora estaremos ...

—No puedo aguantar aquí sola media hora, Jein —le aseguré, sintiéndome como una inútil.

En el silencio de casa, escuché un suave ruido venir de las escaleras. Me puse en pie, alertada e intentando apaciguar la histeria que amenazaba con controlarme. No quería que la situación pudiera conmigo, pero la aversión que tenía al encierro, fuera donde fuera, era superior a mí. Nunca podría ganarle a ese miedo.

Lo sé, Haneul, pero tenemos que cerrar el local y ...

—En cinco minutos estoy allí —le contesté, algo paranoica.

Cogí mi bolso de nuevo y, sin apartar la mirada del fondo del pasillo, fui caminando hacia la entrada de la casa.

Es muy tarde para que vengas tú sola. Solo serán ... —me dijo, intentando convencerme.

—Jein —la corté—. Cinco minutos. Solo necesito eso, ¿vale?

Escuché cómo soltaba un soplido, poco de acuerdo con que fuese hasta allí a esas horas.

Está bien, pero no te entretengas y ten cuidado.

—Lo haré —prometí, agarrando el pomo de la puerta.

Vale. Ahora nos vemos.

—No se lo digas a Mingi, por favor —le rogué, a modo de último favor.

De acuerdooo. Ven rápido, tonta.

El pitido me dio a entender que había puesto fin a la llamada, por lo que alejé el móvil de mi oído y abrí la puerta.

No iba a quedarme en casa a esperar a que uno de esos demonios apareciera para degollarme. Y me daba igual ser una exagerada de mierda; temía por mi vida. No era un crimen ser una cobarde a la que le temblaban las piernas siempre que se veía sola en un lugar cerrado.

Ya en la calle, observé cómo la misma luz del patio delantero se apagaba. Aliviada, eché un último vistazo a la casa, pero al instante me di cuenta de que hubiera sido mejor no hacerlo.

Dos puntos rojos surgieron tras las cortinas de la sala de estar, esa en la que había estado desde que llegué. Horrorizada, comencé a caminar para alejarme de allí.

Después de dar la vuelta a la esquina de la calle, me dije en voz baja que solo había sido mi imaginación, mostrándome algo que ni siquiera existía. ¿Cómo narices iba a haber algo dentro de casa? Era imposible. Mingi instaló aquel sistema de control que debería saltar si notaba una presencia no humana en cualquiera de las habitaciones y cuando lo probamos funcionó a la perfección. Debería haber sonado la alarma y no lo hizo.

No era real. Mi agotada mente lo había inventado para tener un motivo sólido por el que ir en busca de Mingi y Jein. Solo eso.

—Deja de comportarte como una cría, Haneul —dije en mitad de la solitaria calle, cruzándome de brazos para refugiarme todo lo posible del frío de la noche—. No había nada de nada ahí.

La sensación de que algo estaba detrás de mí no se fue en todo el recorrido. Ni siquiera me atreví a mirar; solo seguí caminando para llegar al local de mi primo cuanto antes. Necesitaba estar rodeada de vida pronto o perdería el norte y figuras ficticia que me perseguía en completo silencio terminaría ganando la partida.

La muerte de ese niño no ayudaba a tranquilizarme, así que cuando divisé el gran cartel de bar, sentí mi corazón saltar de puro apremio. Empujé la puerta y me escondí tras ella tras cerrar con más fuerza de la que me habría gustado.

Jein me observó, algo preocupada por el gesto de miedo que cargaba.

—Haneul, estás pálida —dijo, saliendo de detrás de la barra.

Sonreí, descansando por fin.

—Veía cosas. Mis crisis, ya sabes —le expliqué, casi tomándole a broma.

—¿Qué ha sido esta vez? —me preguntó, dándome un cálido abrazo.

Me humedecí los labios, analizando lo que había visto y tanto quería olvidar.

—Unos ojos rojos en casa —murmuré.

La imagen de esos orbes no se esfumaban de mi cabeza y era consciente de que no dejaría de pensar en ellos en toda la noche.

—No pueden entrar en casa. Lo sabes, ¿no?

—Lo sé —asentí—, pero quédate esta noche a dormir. No creo que pueda pegar ojo.

Ocurría cada vez que aquellos delirios volvían a asomar. Ese mundo ya me había hecho pasar por una de las peores experiencias posibles y, cada vez que me sentía desprotegida, todo ese estrés se insistía en hacerme pasar otro mal rato. Sabía que tenía que empezar a superar lo que pasó, pero no estaba preparada.

—¡Fiesta de pijamas! —gritó de lo más contenta.

Esbocé una sonrisa y Mingi salió de la cocina del bar, saludándome. Aunque, en cuanto se dio cuenta de que había ido sola hasta allí, se acercó a nosotras y demostró las amenazantes intenciones de echarme la bronca.

Era normal que se asustara.

Desde bien pequeña había atraído a numerosos demonios. No sabíamos cual era la razón por la que aquello ocurría, pero después de lo  que les sucedió a mis padres cuando yo apenas tenía dos años, debía tener mucho más cuidado con lo que hacía. Ya me había enfrentado a otra situaciones en las que podría haber perdido la vida y, a pesar de todo, lograba escapar de la muerte.

Era bastante precavida y gracias a ello llevaba un tiempo sin verme en peligro, pero nunca podría cantar victoria. Ahora que habían vuelto a matar, debía estar más alerta que de costumbre.

Después de pedirle perdón a mi primo mayor por haber cometido aquella imprudencia, él olvidó el tema y me dio un abrazo.

Los ayudé a recoger lo poco que quedaba y nos fuimos a casa en el coche de Mingi. Al llegar, les pedí que tuvieran cuidado. Quería pensar que mis ojos me habían engañado, pero no podía evitar dudar sobre esos dos farolillos de color bermejo.

El ritmo cardíaco se me disparó cuando entramos a casa. Mingi se detuvo en la entrada para comprobar el sistema de seguridad y yo me acerqué a la lámpara. Sin embargo, frené en seco y me fijé en ella. Yo ... Salí corriendo de casa y no pude apagarla ... ¿Por qué estaba la casa a oscuras entonces?

Con la boca reseca, observé las escaleras. Jein se encargó de encender todas las luces y, viéndome tan angustiada, me preguntó si pasaba algo.

Estaba cansada, la medianoche estaba cerca y, probablemente, la cabeza me estaba jugando una de sus malas pasadas.

"Apagué la luz. Estoy segura de que lo hice", me repetí varias veces internamente.

—Nada —logré responderle—. Supongo que no había de qué preocuparse.

—Exacto —Mingi pasó su brazo por mis hombros—. No se ha detectado ninguna anomalía. La casa está limpia.

—Aségurate otra vez —le pidió Jein, sorprendiéndonos, pero su sonrisa nos tranquilizó al instante—. Solo es por seguridad. Ya sabes que Haneul tiene un sexto sentido para todo esto.

—Lo que mis chicas quieran —aseguró él y se inclinó sobre mi mejor amiga para besar cortamente sus labios.

Le agradecí a Jein por el detalle con una débil mueca y ella le restó importancia. Dejamos a un lado todos esos temores que me habían estado rondando y esperamos a que Mingi acabase para preparar juntos algo rápido de cenar.

Ya no tenía nada de hambre. La tensión que había pasado se había tragado mi apetito, pero hice un pequeño hueco en mi estómago y acepté uno de los sándwiches que Mingi preparó. Estaba probando nuevas combinaciones para el bar y tanto Jein como yo lo felicitamos; sería todo un éxito.

Sin más rodeos, fuimos a nuestras habitaciones tras recoger la cocina. Jein se quedaría conmigo a dormir, así que dejé que utilizara mi baño todo el tiempo que lo necesitara y, mientras tanto, yo fui a buscarle uno de mis pijamas.

La noche transcurrió como todas las demás, a pesar de esa mal presentimiento rondándome. El escepticismo no se alejó de mí ni siquiera cuando ya estaba entre las mantas, esperando a que Jein se uniera a mí.

—¿Estás mejor? Pareces distraída —dijo mi amiga, saliendo del baño.

—No lo sé. Solo estoy pensando de más, supongo.

Ella se metió en la cama y me miró.

—Estoy aquí contigo, ¿vale? Intenta dormir —me sugirió.

Asentí y me acurruqué, curiosa por lo que me habían contado antes.

—No terminaste de contarme lo que pasó en el bar —le recordé—. ¿Tan fea se puso la cosa?

—No mucho, pero estoy segura de que si ese chico no nos hubiera ayudado, Mingi tendría un bonito recuerdo de aquel matón en su cara —dijo ella, haciendo memoria.

—¿Quién era él? El chico que se interpuso —pregunté.

—No me enteré de su nombre, pero era bastante guapo —dijo por lo bajo, sacándome una sonrisa—. Aunque no creo que fuera tan atractivo como Kang Yeosang —levantó las cejas, rebuscando en un asunto que tampoco quería tocar—. Te trajo a casa, ¿no? ¿Qué tal? ¿Pasó algo entre vo ...?

—Me besó.

Los ojos de Jein se abrieron como dos canicas relucientes e incluso se incorporó, asimilando lo que acababa de descubrirle.

—¿¡Qué!? —alzó la voz.

Yo la agarré del brazo para que se tumbara de nuevo.

—No grites, Jein —le rogué, avergonzada—. Fue algo sin importancia.

—Que un chico te bese no es algo sin importancia, Haneul —me explicó como si tuviera tres años—. Es un gran paso. Y más aún si sabes que él siente cosas por ti.

—Lo sé —admití y bufé, confundida por todo lo que estaba pasándome—, pero yo no puedo corresponderle así como así y me siento mal ...

—Dale tiempo. El amor no siempre te golpea, sino que tiene que construirse y tú debes encargarte de darle forma —me aconsejó, cubriéndose bien.

Pero yo no estaba segura de eso porque esperaba sentir algo en un beso y aquel no me hizo nada. No me alteró ni un poquito. Simplemente, pasó. Nada más, por triste que sonara.

Poco después, la respiración de Jein se volvió uniforme y decidí que yo también debía dormir o no sería persona a la mañana siguiente. Me costó conciliar el sueño, pero el cansancio agotó mis últimas fuerzas y terminé durmiéndome.

Puede que lo mejor hubiera sido permanecer despierta.

Hacía años que no tenía pesadillas, menos aún si repetían la muerte de mis padres, torturándome por lo que ocurrió aquella noche. Fue muy confuso y todo pasó muy rápido, pero el terror que pasé en aquellos momentos tan críticos me paralizó el cuerpo mientras seguía atrapada en el mundo de Morfeo. Escuchaba voces en lugar de identificar rostros. No era capaz de recordar cómo era ese demonio, sino que la escena se reproducía como una cinta de vídeo, mostrándome una nube de humo negra en representación del asesino de mis progenitores.

Me desperté en mitad de la madrugada, con el corazón acelerado y los brazos entumecidos. Procuré no despertar a Jein, que seguía durmiendo a mi lado, y traté de calmar mi pulso y apaciguar todos esos miedos que habitaban en mi fuero interno.

No podía continuar guardando dentro todo eso; tenía que contarle cómo me sentía a alguien o terminaría explotando. Había partes que ni siquiera conseguía identificar, espacios en blanco que se habían borrado por el trauma que me supuso la experiencia.

Retirado el sudor y alejados los demonios de mi pasado, cerré de nuevo los ojos y, por alguna razón, no soñé con el maldito suceso que marcó el resto de mi vida. Soñé con algo mucho más extraño a lo que no pude encontrar sentido cuando Jein me despertó unas horas más tarde.

El escenario de ese sueño era la calle por la que había caminado la noche anterior para llegar al bar de Mingi. Hice el mismo recorrido, pensando en lo mismo, como si todo estuviera repitiéndose otra vez, pero había algo nuevo. Un chico al que tampoco pude ponerle cara y que me interceptaba en mitad del camino, queriendo decirme algo que yo no alcanzaba a oír. Era frustrante no entender lo que estaba pasando.

Esa mañana, mientras desayunaba, le di vueltas al sueño, pero no saqué nada en claro de aquel sinsentido. Cada vez tenía sueños más raros, eso era evidente.

El día transcurrió con normalidad y agradecí que así fuera porque todavía estaba recuperándome mentalmente de todo lo que había ocurrido en tan pocas horas.

Fui a la universidad, como siempre. Allí me encontré con Jongho y no dejó de preguntarme por la cara de muerta que traía, por lo que tuve que explicarle los motivos de mi aspecto.

—¿Y has notado algo fuera de lo normal hoy? —inquirió, caminando hacia fuera del edificio por el fin de la jornada.

—No —le contesté—, pero es lo que más me asusta.

—Venga, no seas tan negativa, Haneul —dijo, sonriente—. Seguro que ayer estabas inquieta por la noticia del niño que encontraron y tu cabeza se obsesionó con un par de ojos rojos.

Le di la razón porque necesitaba una explicación lógica a todo lo que vi y sentí. Omití la parte del sueño porque no tenía mucho que ver, aunque me siguió molestando la aparición de ese chico al que no identificaba por mucho que me esforzara.

Después de comer, me despedí de Jongho y Yeonsag me llamó. Iba a marcharme a casa para descansar un rato y poder echarle una mano a Mingi en el bar esa noche y esa fue la excusa que le di para no encontrarnos. Sabía que lo estaba haciendo mal porque no ganaría nada evitándole, pero ese día estaba demasiado perdida como para ver a Yeosang y acabar más confundida.

Regresé a casa y, al descubrir que Mingi ya se había marchado, no me quedé ni un minuto. Estaba trazando mi ruta habitual hacia el bar cuando recibí una llamada de Jein y consiguió enredarme para ir a comprar algunas cosas que necesitaba urgentemente. Mi plan original se fue al garete y me sentí un poco mal por mi primo porque debía ayudarle.

Finalmente, le avisé de que estaría con Jein el resto del día, para que no se preocupara, y esperé a las puertas de casa hasta que ella llegó. La tarde se pasó entre risas y tranquilidad, lo que me hizo olvidar poco a poco la incomodidad que acarreaba desde la mañana.

Decidimos cenar en el centro comercial al que habíamos ido. Nos percatamos de que todo estaba bastante vacío y yo lo asocié con ese último incidente que había removido los ánimos. También dieron la noticia de que se habían descubierto rastros de un azufre sin clasificar, alterando todavía más a la gente. Nadie sabía qué había llegado a la ciudad y eso invitaba a no salir de casa, quedarse en la seguridad del hogar mientras uno pudiera. Era la opción más normal siempre que ocurrían cosas parecidas, pero hacía tanto tiempo que no se palpaba tanto miedo entre la población que se sentía de otra manera mucho más peligrosa.

Enfrentarse a lo desconocido era lo que más teníamos los humanos de carne y hueso y, por lo visto, ese era el caso que estábamos viviendo en aquellos momentos.

—Nosotras vamos a tomar el siguiente autobús. ¿Estás ya en casa? —le preguntó mi amiga a Mingi a través de esa llamada.

Estoy saliendo de salir del bar, así que llegaré antes que vosotras.

—¿Has tenido mucho trabajo? Siento no haberme quedado —añadí yo.

¿Mi prima pequeña disculpándose por haber huido con mi novia? Me conmueves, Haneul —dijo, fingiendo estar muy ofendido.

Yo rodé los ojos.

—¿Sabes? Te llevaba la cena, pero creo que sigo teniendo un poco de hambre.

Jein se rió ante mi respuesta y yo sonreí.

A los minutos de despedirnos de Mingi, subimos al autobús que pasaba tanto por mi vecindario como por el de Jein. Ella bajó primero y, poco después, llegué a mi calle.

No había nadie fuera, pero no me importó mucho. Salir con Jein esa tarde había servido de mucho para calmar mi repentina ansiedad y, al no estar alerta, olvidé por completo buscar el coche de Mingi frente a nuestra casa.

La lucecilla del jardín se iluminó cuando lo atravesé, como siempre. Introduje la llave adecuada en la cerradura y la puerta se abrió con total normalidad. La lámpara encendida del recibidor me recibió y, viéndola, pregunté en voz alta por Mingi.

—¿Mingi? —cerré la puerta y fui directa a la cocina para dejar la bolsa de comida—. Me diste pena y te dejé el último pedazo de pizza —me mofé.

No hubo respuesta, así que supuse que se estaría cambiando en el piso de arriba. No tenía sospechas de ningún tipo, pero mientras sacaba la caja con su cena, me fijé en que las cortinas no estaban corridas.

Mingi tenía la manía de cerrar las ventanas y mover las cortinas siempre que estaba en casa, así que, con el ceño fruncido, me acerqué al ventanal que daba a la calle. Tomé la tela del dosel dispuesta a hacer lo que mi primo no había hecho, pero entonces mis despreocupados orbes dieron con el detalle que pasé por alto al llegar.

No había ningún coche aparcado fuera. Ninguno.

Apreté la tejido entre mis dedos y giré la cabeza hacia la entrada, allí donde la lámpara yacía prendida.

Las luces nunca se quedaban encendidas si no había nadie en casa, pero Mingi no había llegado todavía ...

Y, sin necesidad de llamarlo, todo el miedo del que creía haberme deshecho con el paso del día se aferró a mis entrañas.

Tragué saliva, intentando encontrar una explicación que pudiera tranquilizarme, pero, al sentir la histeria treparme el pecho, dejé que el pánico se propagara por todo mi ser.

En un abrumador silencio, comencé a caminar hacia el pasillo. Con un hilo de voz, repetí la misma pregunta, esperando obtener su contestación.

—¿Mingi?

No había ninguna luz proveniente de la planta superior y entendí que mi primo no aparecería. Desvié ligeramente la mirada y pude distinguir una tenue luz proveniente del antiguo despacho de mi tío. Mingi lo utilizaba a modo de biblioteca y para guardar todos los documentos relacionados con el bar. Una pequeña esperanza de encontrarlo allí, aislado del mundo, se instaló en mí, pero después de dar el primer paso, tremendamente aliviada, sentí mi teléfono vibrar en el bolsillo de mi chaqueta.

Lo saqué y leí el mensaje que me había llegado, quedando tan pálida como la cera.

Mingi

Haneul, ¿has llegado ya a casa? Estoy en camino.

Sentí cómo el corazón me dejaba de latir por un segundo. Lo suficiente como para cortarme la respiración y entender que halgo malo iba a pasar, sin que yo pudiese hacer nada más que observar.

Alcé la barbilla de nuevo, mirando la poca iluminación que salía por el marco de la puerta del viejo despacho.

La puerta estaba cerrada y yo visualicé dos caminos. El primero, y más sensato, era el de salir de casa y esperar a que Mingi apareciera, pero la cobardía que me había convivido con todos esos temores se negó a elegir esa alternativa.

De algún modo, comencé a caminar en la maldita dirección que me llevaría al degolladero.

Ese presentimiento había regresado. La sensación que me invitaba a mirar a la cara a la muerte y sentirme viva por una vez. Porque, en el fondo, quería confirmar que no estaba loca; que el peligro me rodeaba y que, por suerte o por desgracia, seguía conservando esa vida, monótona e insalvable.

Puse la mano sobre la rugosa madera y empujé la puerta, descubriendo que no se había cerrado del todo.

Entreabrí los labios resecos, pero no pude preguntar nada porque una presión imaginaria me sujetaba del cuello, negándome el habla.

El flexo de la mesa parpadeaba debido a la gastada bombilla que tenía, pero bastaba para iluminar la estancia. Era un cuarto amplio, rodeado de estanterías con libros que no se desempolvaban desde hacía años, con un buró de listones oscuros al fondo.

Inhalé profundamente, aceptando que allí no había nadie, y me aproximé al escritorio. Había un par de pilas de papeles con la firma de mi primo, como era de suponer, pero hubo algo que no esperaba encontrar. Había un libro, fuera de su lugar.

Lo cogí, descubriendo que se trataba de una antología poética anónima. No había un autor al que atribuir esa obra y, de pronto, me hallé abriendo el estropeado tomo. Las hojas se movieron solas y se detuvieron al final del ejemplar.

Me abstraí de tal forma que, ganando la curiosidad al miedo, contemplé las letras escritas sobre el fino papel y empecé a susurrar lo que mis ojos descifraban de aquel poema que aparecía en la parte final de la página.

Sácame de aquesta muerte

    mi Dios, y dame la vida;

    no me tengas impedida

    en este lazo tan fuerte;

    mira que peno por verte,

    y mi mal es tan entero,

    que muero porque no muero.

    Lloraré mi muerte ya

    y lamentaré mi vida ...

... en tanto que detenida

     por mis pecados está.

     ¿Cuándo será

     cuando yo diga de vero:

     vivo ya porque no muero?

Mis pupilas abandonaron el libro y, paralizada por esas palabras que no habían salido de mi boca y que habían concluido el poema sin un solo error, sentí un pérfido escalofrío reptar por mi espalda.

Me volteé hacia la derecha lentamente, aterrada por esa voz masculina que había surgido de la nada, atacando mis sentidos y noqueándolos para que ni siquiera fuera capaz de emitir sonido alguno.

El sillón, girado y apenas iluminado por la luz de la lámpara, tenía un invitado. No lo vi al entrar, pero él me vio en todo momento. También escuchó mis llamados y calló, como si aquello se tratara de un jodido juego que se hacía más y más interesante con el transcurso de los minutos.

El chico esbozó una siniestra sonrisa y examinó el pavor que mi rostro reflejaba, disfrutando de mi mutismo y recreándose en el miedo que habitaba en mis ojos.

—Un poema precioso, ¿verdad? —dijo de repente, alertándome. Se levantó del sillón, haciendo sonar las tachuelas de su cazadora de cuero negra—. Escoger la muerte en lugar del sinsabor de una vida que no es vida por todos los pecados que alberga el alma ... Triste, pero cierto.

—¿Quién eres? —di un paso hacia atrás al ver que él avanzaba—. ¿Q-Qué haces en mi casa?

Cada vez se acercaba más a mí, acelerándome el pulso de una manera sobrehumana. Me apoyé en la mesa y golpeé el libro de tal manera que cayó al suelo, pero no me importó porque no podía apartar la mirada del intruso que me miraba como si fuera una especie en extinción.

Conforme se iba acercando a la fuente de luz, pude vislumbrar mejor sus rasgos. Se trataba de un chico de mi edad, más o menos.

Se detuvo a apenas unos centímetros de mí y yo, por inercia, arañé la superficie de madera, conteniendo el miedo hacia ese desconocido.

—Solo estoy de visita —me contestó, con un toque de diversión.

Se agachó frente a mí, recogiendo el libro de la moqueta y, al ponerse en pie, el resplandor de la lámpara me permitió analizar su rostro a la perfección. Tenía las facciones marcadas, mucho más afiladas de lo normal, por lo que sus ojos se veían agudos y pequeños, pero, cuando se desviaron y aterrizaron en mis temblorosas pupilas, no sentí nada más que un abismal vacío. No era alguien a quien me acercaría por su apariencia, incluso reconociendo que resultaba bastante atractivo.

El color oscuro de sus orbes penetró en mí, sesgando mi aliento. A pesar de la dilatación que se apreciaba en la abertura de su iris, pudo ver el delicado fulgor que se produjo cuando me miró fijamente.

El pelo negro caía por su frente, rozando la línea de sus cejas y ofreciendo una imagen menos espeluznante. Su tez era blanquecina, similar el tono de una perla de nácar. Por el contrario, sus labios no poseían esa pigmentación diáfana, sino un color rosado que la daba vida a su semblante. Las mismas comisuras que observaba se curvaron en una mueca cargada de picardía, siendo consciente del examen al que lo estaba sometiendo en silencio.

—Es de mala educación callar delante de un invitado —aseguró, obligándome a pestañear y devolviéndome al mundo real.

No sabía quién demonios era, qué hacía dentro de mi casa y tampoco las intenciones que lo habían movido a hacerlo, pero el miedo que amenazaba con anegarme fue cayendo en picado al escuchar el sonido de su voz nuevamente. No se sentía amenazante sino paliativo, cerrando todas las brechas que se habían abierto en mi valor.

—Es ilegal entrar en casas ajenas —le respondí, luchando contra mí misma para no dejar de mirar sus fulgurantes ojos.

Dejó escapar una risilla, burlándose de mis palabras y de la seriedad que caracterizaba mi gesto.

Entonces, levantó la mano derecha y meneó un manojo de llaves. Las observé y me di cuenta de que eran las llaves de Mingi.

—No es ilegal si tienes llaves —aclaró, ladeando la cabeza—. Y yo veo unas aquí, ¿tú no?

—Tenerlas no te da el derecho a usarlas y entrar en una casa sin permiso —me encaré a él.

Bajó el brazo y dio un paso más, acorralándome contra el escritorio sin siquiera tocarme.

El aura que envolvía a ese chico era extraña y densa. Daba la impresión de que pretendía embotar mis sentidos y atacar cuando menos lo esperara.

—¿Y quién te ha dicho que no tenga permiso, Haneul?

En el instante en que mi nombre salió de sus labios, los vellos se me erizaron, como quien escucha un susurro cortar el viento. Él sintió cómo reaccionaba mi cuerpo y, por el brillo de sus pequeños orbes, supe que disfrutó con ello.

Todo me invitaba a huir, pero esa diminuta parte de mí que deseaba correr riesgos, famélica de la frenética sensación que provocaban los entresijos de una vida que no había vivido todavía, decía que no. Y por eso permanecí quieta, formando en mi mente la siguiente respuesta que le daría a aquel muchacho de ojos de lince.

Sin embargo, cuando ya estaba pronunciándome, el golpe de la puerta principal me sobresalté y aparté la mirada del chico a pesar de que él no dejó de analizar mi rostro.

No tuve tiempo de apartarme del intruso; la figura de mi primo surgió en el umbral de la puerta del despacho. Se alejó de mí lentamente, enfocándose en Mingi.

—¿Qué hacéis aquí? —inquirió mi primo mayor, confundido por la situación.

—Hacíamos algo de tiempo mientras te esperábamos —respondió el chico por los dos, ganándose una mala mirada de mi parte.

Pensé en contestarle, pero decidí ir más rápido y miré a Mingi.

—Quién es y por qué mierda está aquí —exigí saber.

—¿Siempre eres tan malhablada y descortés con las personas a las que acabas de conocer? —preguntó él, reclinándose sobre el filo de la mesa.

La manga de su chupa de cuero hizo contacto con mi brazo, pero lo pasé por alto a pesar del nerviosismo que me transmitía tenerlo tan cerca.

Respiré hondo y esperé a que Mingi me diera una respuesta mínimamente convincente. Después del susto que me había llevado, al menos exigía saber por qué narices mi primo estaba tan tranquilo.

—No te pongas así, Haneul. Vinimos juntos —me aclaró—. Es el chico del que te hablamos ayer; el que me ayudó a calmar los ánimos en el bar. Le ofrecí un puesto y hoy me ha dado su respuesta, pero le pedí que me acompañara para hablarlo todo más tranquilamente en casa porque ya era tarde. Llegamos hace un rato y me di cuenta de que no había traído el móvil, así que tuve que volver al bar—fue explicándome—. Le pedí que entrara en casa y te hiciera compañía cuando llegaras. No quería que te quedaras sola mientras yo no estaba y ...

—Pudiste haberme avisado de que me encontraría a un tipo que no conozco de nada al llegar, ¿sabes? Casi me dio un paro cardíaco, por dios ... —suspiré, creando cierta distancia entre el chico sin nombre y yo.

—Te mandé varios mensajes —respondió—, pero no leíste todo lo que te decía, por lo que veo.

La tensión que se había aferrado a mi vientre durante todo ese tiempo se disipó al comprender lo que ocurría y pude respirar con normalidad, aunque no me deshice de la inquietud que ese par de ojos azabaches me generaba en el pecho.

—Aún así ... —balbuceé.

La melodía del móvil de Mingi me hizo guardar silencio.

La única persona que lo llamaría a esas horas era Jein, así que no me molestó que se diera la vuelta tras hacer un aspaviento con la mano, rogando que esperáramos ahí. Como si fuésemos a ir a alguna parte.

Me calmaba saber que ese chico no era una verdadera amenaza, pero había estaba a punto de desmayarme del maldito miedo que había pasado gracias a mi primo. No tenía ninguna gana de permanecer ahí; tenía motivos suficientes para dejarme llevar por el enfado.

Estaba a punto de salir del cuarto cuando el tintineo de las llaves y una falsa tos me hicieron parar. Desconfiada, me volví, encontrándolo con una media sonrisa que no me ofrecía mucho confianza.

Se cruzó de brazos y humedeció sus rosados labios.

—Oye —dijo, jugando con una de las llaves que se deslizaban entre sus dedos.

Clavó su mirada en mí, regalándome un nuevo escalofrío.

—¿Qué?

Dejó el libro sobre el buró y me observó por un segundo, alargando aquel encuentro hasta el final.

Choi San —contestó, al tiempo que me atravesaba con la mirada, dejándome helada—. Ese es mi  nombre.


🕯🕯🕯



No tengo mucho que decir sobre este capítulo, solo espero que os haya gustado tanto o más que el anterior y que la espera haya valido la pena 🥰

Dicho esto, tengo que hablar un segundo sobre el poema que aparece. Pertenece a un poeta místico español del siglo XVI; San Juan de la Cruz. Toda su obra gira en torno al amor que el alma le profesa a Dios, la redención y la expurgación de los pecados más mundanos. Estudiándolo, me di cuenta de que sería paradójico meterlo en esta novela pero que al mismo tiempo pegaba demasiado, así que terminé añadiéndolo xD

Aunque no os voy a engañar; la idea de tener delante a San recitando poesía es superior a mis fuerzas :D

Os invito a que lo leáis completo, por cierto 😊

Decidme qué os ha parecido el encuentro entre Haneul y San 😈😈

Os quiere, GotMe 💜

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