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[ 0 1 | el fantasma de dios ]

Flashback

—¿Sabes lo que es la vida?

—Lo que yo no tengo —se burló el demonio.

—¿Crees que es gracioso? La vida es más importante que todos nosotros. Es más, nos encargamos de arrebatársela a las personas. La vida son momentos. Estar vivo es un privilegio—EunHee parecía regañarle, como se hace con un niño pequeño, pero no podía culparlo. Los seres del infierno, por naturaleza, no eran capaces de dar importancia real a los problemas más humanos. Él no era una excepción. Suspiró, resignándose—. Da igual ...

Sin embargo, el demonio tuvo curiosidad. El infierno era la morada de muchas criaturas, sin embargo, ninguna había conseguido entretenerle como esa mujer. No llevaba mucho tiempo allí y se aburría constantemente, por lo que decidió seguirle el juego. Podría ocupar sus pensamientos en algo más, lejos de esas incansables ganas de matar.

—Ningún demonio sabe lo que es eso, ¿no? —inquirió, sentándose a su lado.

Ella lo miró por el rabillo del ojo, satisfecha por haber despertado en ese novato algo nuevo.

Observó el acantilado sobre el que estaban sentados, en uno de sus bordes. El abismo era demasiado profundo. Nadie había caído en él y sobrevivido para contarlo. Ese lugar, creado por el mismísimo Satán, era una de las pocas formas que existían para acabar con un demonio. Y, por alguna razón, a ella le gustaba imaginar qué habría después de que su podrida alma quedara fulminada, hecha cenizas. ¿Volvería a nacer como una persona de carne y hueso? ¿Su existencia se convertiría en un círculo sin fin? ¿O todo se acabaría?

—Todos los que estamos aquí, en algún momento, fuimos humanos —le explicó—. ¿No lo sabías?

—Satán dijo que no debía saber. Que así disfrutaría más y haría mejor mi trabajo —aseguró el chico—. Y yo quiero complacerle. ¿Tú no?

—Claro que sí. Él es lo único que tenemos —sin embargo, en el fondo de su ser, ella sabía que no era la verdadera respuesta—. Pero, desde mi punto de vista, no creo que aprender sea un impedimento para hacer lo que nos pida. El conocimiento te hace más fuerte.

—¿Cómo?

Ese demonio apenas acababa de ser creado. No tenía un rumbo, al igual que todos los demás, pero EunHee sentía que había algo más. Desde que Satán se lo presentó como su nuevo pupilo, ella logró ver algo diferente. No estaba segura de qué. Solo ... Podía sentirlo en su interior. La extraña forma en la que sus ojos brillaban no se asemejaba a la del resto de habitantes del Infierno. Ese muchacho, probablemente, había vivido bien el tiempo que fue una persona y a EunHee le daba rabia que las vidas acabaran con tanta facilidad, arrebatando la única fuente de felicidad real.

—¿De verdad quieres que te cuente lo que sé? —nadie había tolerado sus "delirios", salvo ese chico de ojos oscuros que había quedado a su cargo hasta terminar su formación.

Él se encogió de hombros.

—No tengo nada mejor que hacer ahora mismo —dijo, tan sincero que EunHee realmente se replanteó su procedencia.

Satán dijo que trajo su esencia del mundo humano, entonces ... ¿Por qué actuaba con tal transparencia? Los demonios eran los maestros de la mentira y la seducción en estado puro. Y él no actuaba como el resto.

Intentó dejar de darle vueltas al asunto y esbozó una agradable sonrisa. Una sonrisa que a él le ofreció un sentimiento de paz que ni siquiera era capaz de identificar.

—Está bien. Te mostraré un par de cosas, Choi San.



Choi San

Abrí los ojos de golpe y tragué saliva al recordar aquel momento que tanto me había costado dejar atrás. Las pesadillas habían vuelto, no cabía duda.

Calmando mi respiración, me incorporé en la cama. ¿Acaso no había alguna manera de evitar soñar con EunHee? Desde lo que ocurrió había evitado tomar mi cuerpo humano por miedo a sentir todos esos miedos de nuevo y, ahora que debía acostumbrarme otra vez a estar encerrado entre todos esos huesos y músculos, había terminado regresando al pasado del que tanto deseé deshacerme.

—¿Qué te pasa? —Wooyoung entró en la habitación, observándome fijamente. Él sabía lo que me pasaba, pero aún así decidió preguntarme—. ¿Pesadillas?

Me rasqué la nuca y asentí en silencio. ¿Por qué razón habían vuelto? ¿Ese cuerpo estaba ligado a los acontecimientos de aquel entonces? ¿Por eso su recuerdo me atacaba en sueños?

—Eso parece ...

Odiaba dormir. Cuando duermes, bajas la guardia, te conviertes en una presa fácil. Cualquiera puede atacarte, matarte o degollarte y todo habrá sido en vano. No me gustaba ser débil y descansar te llevaba a serlo. El problema era que un humano necesitaba esas horas de descanso para no sufrir consecuencias y tener complicaciones físicas. Mierda ... Los humanos siempre serían los seres más frágiles de todos y yo tenía que adaptarme a sus hábitos para poder pasar por uno de ellos.

—¿Sobre ella? —preguntó mi compañero, curioso.

—Sí —admití al tiempo que me levantaba de la cama—. Lo mejor será no dormir para evitarlo —con un movimiento de mano, hice que el cuarto se esfumara y la ilusión óptica acabara. Volvíamos a estar en una de las alas norte del hogar del diablo—. No se lo cuentes a nadie. Podrían utilizarlo en nuestra contra.

—Lo sé. Hongjoong está esperando a que muestres algo con lo que poder atacarte y creo que lo único que podría usar en tu contra es eso.

Wooyoung me conocía bien, además de ser el otro discípulo directo de EunHee. Ambos nos entendíamos mutuamente, incluso cuando no éramos capaces de comprender nuestros propios actos. No confiaba en nadie porque la confianza era la muerte de nuestro demonio interior, pero si había algo parecido, era lo que sentía hacia Wooyoung. Aunque tampoco estaba seguro de entender lo que implicaba "sentir" algo.

Por suerte o por desgracia, había aprendido muchos términos humanos gracias a las clases clandestinas de EunHee. A veces me daba repulsión rememorar el tiempo en el que escuchaba sus palabras con atención y lo absorbía todo. En otras ocasiones me era imposible renegar de lo que aprendí con ella. A Wooyoung le pasaba lo mismo, por eso nos guardábamos los secretos entre nosotros. La caída de uno significaría la destrucción automática del otro.

—Bien. ¿El señor nos llama? —le pregunté, acercándome al espejo en el que mi compañero se observaba.

Las ojeras bajo mis ojos parecían haber disminuido un poco, pero aquel aspecto me traía recuerdos horribles. Tanto como para incitarme al miedo. A mí. A un demonio.

Sacudí la cabeza y alejé la mirada de mi reflejo. Lo mejor sería evitar mirarme a partir de ese momento. Solo me evocaría escenas que realmente quería borrar de esa maldita memoria infinita que poseíamos los seres oscuros.

—Así es —se volvió hacia mí—. ¿Parezco un humano? Ha pasado tanto tiempo desde la última vez que estuvimos en la Tierra que he olvidado cómo son.

No tendríamos problema alguno en integrarnos en la sociedad a la que nos enviaría Satán pronto. Pasaríamos completamente desapercibidos y los controles no detectarían nuestra naturaleza anómala después de obtener el último detalle. Nunca pensé que regresaría a ese cuerpo que una vez fue mío, en mi otra vida, pero ahí estaba. A ojos de todo el mundo, los dos nos veíamos como personas de carne y hueso, aunque por dentro fuera bastante diferente.

—Eres igual a uno, Wooyoung. Una copia exacta —nos pusimos en marcha, tomando uno de los cientos de laberínticos pasillos de aquel lugar.

—Tú también —me comunicó—, pero podrías haber tomado otro cuerpo, San. Aún estás a tiempo de cambiar de apariencia. A lo mejor así no ...

—No —rechacé su proposición a pesar de ser tentadora—. Prefiero sufrir con algo conocido que arriesgarme a probar un nuevo calvario.

Permanecimos callados el resto de camino, pero yo sabía que Wooyoung deseaba decirme algo.

Lo más incómodo de aquella misión era aquello. El rostro de las personas eran una proyección exacta a su alma. Debías saber muy bien cómo controlarlo para no ser atrapado en una mentira y, encontrarme de nuevo en esa tesitura, no me ayudaba. Había pasado mucho, ya no era igual y mis facciones eran demasiado cristalinas. Estaba indefenso en una jauría de hambrientos demonios, dispuestos a matarme para tomar mi posición.

Antes de entrar a la sala del trono, Wooyoung me cogió de la muñeca. Clavé mis ojos en los suyos, esperando a que lo soltara de una vez. Todo era más fácil de asimilar si era él quien me lo decía, sin embargo, sabía que no me caerían en gracia sus palabras.

—San ... Has sonado igual que ella —un escalofrío me recorrió de pies a cabeza, consciente de que llevaba razón.

Me aparté de él y rechacé el contacto físico. No quería parecerme más a ella. ¿Tan difícil era ser un maldito demonio, sin más complicaciones? Actuar y hablar como EunHee traía complicaciones siempre.

—Vamos. Deben estar esperándonos —desvié el tema, dispuesto a entrar en la boca del Infierno.

—Asegúrate de no decir algo así frente a ellos —masculló Wooyoung, deteniéndome—. Por favor.

Empujó la enorme puerta antes de que yo pudiera hacerlo y nos dejó al descubierto. Yo intentaba tomarme esto como una misión más, pero Wooyoung era consciente de que no se trataba del tipo de trabajos al que estábamos acostumbrados.

Pese a ello, fingí no haber escuchado nada y avancé junto a él en dirección a los invitados que ya habían llegado, rodeando el gigantesco trono en llamas que ocupaba el señor de los muertos.

Tanto Hongjoong como Seonghwa se volvieron al sentir nuestra irrupción en el salón. Ellos sonrieron con suficiencia, pero nuestras actitudes también habían cambiado, regresando a la esencia de lo que éramos; unos jodidos demonios, listos para destrozarlos en cuento bajasen la guardia.

—Echaba de menos verte en tu antiguo cuerpo, San —recalcó Hongjoong en busca de mi irritación—. Ese color te queda bien.

Lo decía por el toque oscuro que había añadido a mi cabello junto con esa pequeña mecha blanca cerca del flequillo, pero su comentario había sido bastante sarcástico.

Todos allí sabían que yo rechacé regresar a la Tierra. Veinte años atrás, juré que no volvería a pisar ese lugar. No di más explicaciones de la cuenta y le pedí a nuestro señor que me diera cualquier trabajo en el Inframundo, lejos de los humanos, y él, satisfecho porque había cumplido lo que me encargó en su momento, me lo concedió de buen grado.

En aquel entonces, supuse que ese gesto no duraría eternamente y terminé teniendo razón. Satán había estado esperado todo aquel tiempo para encargarnos una última misión. La misión que decidiría quién ganaba y quién lo perdía todo.

—Una pena que no vayas a verme con él durante mucho tiempo, Hongjoong —dije, socarrón.

Él entendió a lo que me refería, pero no perdió la sonrisa. En cambio, los ojos le brillaron con sus características llamas rojizas. Le gustaba alardear y sacar a relucir constantemente todas sus marcas más demoníacas. Disfrutaba recordándome que yo no era igual a él, que me superaba en numerosas cosas y no había nada que pudiera hacer al respecto.

—Sí, morirás antes de poder cambiar tu aspecto. Yo mismo me encargaré de ello —recalcó Hongjoong.

—Vuestro comportamiento nunca cambiará, ¿verdad? —la profunda voz de Satán nos hizo callar al momento—. Seguís peleando como lo hacíais desde el primer día que estuvisteis cerca.

Satán se deleitaba con nuestras peleas, ya fueran más importantes o simples riñas. Ver nuestro enfado, sentir cómo nuestra rabia se triplica solo con estar en el mismo lugar, le daba una grata satisfacción. Nos había enseñado para eso, por lo que no me resultó extraño escucharlo reír.

—Cambiará el día que San deje de existir, señor —explicó mi eterno rival.

—Eso no ocurrirá, así que deja de decir gilipolleces y respeta a nuestro señor. Estamos aquí por una jodida razón —le replicó Wooyoung, impartiendo orden.

Ninguno de los dos quería permanecer allí más tiempo del necesario. Lo mejor sería dejar de seguir el juego de Hongjoong y terminar el ritual para poder largarnos cuanto antes. No quería estar demasiado cerca de él. Últimamente parecía saber más cosas de mí de lo que creía y eso no me beneficiaría nada durante la misión.

—Aunque adoro ver cómo os odiáis, Wooyoung tiene toda la razón —el nombrado agachó ligeramente la cabeza a modo de agradecimiento y Satán continuó—. Ya habéis tomado los cuerpos que más convenientes os han parecido y ahora necesitáis lo único que os hará pasar por humanos.

El dios de la muerte también había tomado un cuerpo para la pequeña ceremonia, cosa que raramente hacía. Lo normal era que se mostrara como una simple bola de oscuridad o que ni siquiera apareciera de forma material. En esa ocasión había elegido la figura de un hombre joven, bastante alto y robusto.

Se levantó de su trono e hizo llamar a varios de los duendes que tenía como criados. Estos entraron en la sala a toda prisa, recorriendo con sus enanas patitas el recibidor hasta llegar frente a su señor. Cada uno de los cuatro seres malignos depositó una caja en el primer escalón de las escaleras que ascendían hasta el trono de fuego desde el que Satán nos observaba.

Todos sabíamos qué contenían aquellas urnas de metal, pero contuvimos la respiración, o al menos eso me ocurrió a mí.

—Ya sabéis lo que hay dentro —Satán se levantó, abandonando su sagrado lugar, y comenzó a bajar la escalinata de cenizas. Al instante, bajamos la cabeza, mostrando respeto hacia él—. Un corazón humano para cada uno de vosotros. Wooyoung, Seonghwa ... Nunca habéis tenido uno dentro, ¿no es así?

—No, señor —negaron ambos al mismo tiempo.

—Bien. San y Hongjoong ya han experimentado lo que se siente al llevar uno, así que ellos os aconsejarán si os surge alguna duda —se agachó y agarró, con esas manos humanas que había usurpado, la caja que quedaba frente a mí. Sentí la garganta seca, aterrado por el solo recuerdo de los latidos retumbando en mi pecho—. Es un privilegio que casi nadie obtiene, espero que seáis conscientes de lo mucho que os valoro. Lo más importante es saber quiénes sois —abrió el recipiente y metió su mano—. Ya conocéis todas esas historias de demonios que han perdido el rumbo de sus existencias por algo tan simple como la posesión de un corazón.

—Esas historias ... ¿Son ciertas? —inquirió un Seonghwa de lo más preocupado.

—Lo son —afirmó Satán—. Y ellos tres conocieron a alguien que pagó el precio por rebelarse contra mí después de sentir el bombeo de la sangre en sus propias carnes—la imagen de EunHee regresó a mí, pero me concentré en las acciones que nuestro señor llevaba a cabo a tan solo un metro de distancia—. Lo que esa diablesa hizo ... Fue imperdonable. ¿No crees, San?

Mi vista se volvió borrosa por unos momentos. Estúpidos cuerpos mortales ... Te invitan a llorar cuando no debes hacerlo. Sin embargo, mi poder sobre ese cuerpo era mayor y fue fácil evitarlo.

—Cualquiera que cometa un delito como ese merece desaparecer, señor —le aseguré.

—Exacto. Ahora, mírame, San —dio un paso en mi dirección—. Empezaremos contigo.

Levanté la mirada, sin atreverme siquiera a observar su rostro por miedo. Podía matarme allí mismo, con un maldito chasquido de dedos, por lo que me mantuve en silencio y miré el órgano que tenía en su mano derecha.

La sangre todavía estaba fresca, resbalaba por la rugosa superficie del corazón que pronto ocuparía un espacio en mí. Las venas lo rodeaban y este palpitaba como loco, como si se hubiera vuelto eufórico al sentir cerca su próximo hogar.

Respiré profundamente, incapaz de apartar la mirada de aquello que se movía por cuenta propia. ¿Realmente necesitaba un corazón para pasar adecuadamente los controles de los humanos? No quería volver a sentir esa cosa como parte de mí.

—Recíbelo bien —se regodeó la Muerte frente a mí—. Ahora es tuyo.

En un solo segundo introdujo con fuerza la mano en mi pecho, hundiéndola. Me perforó el cuerpo en un abrir y cerrar de ojos, creando un enorme agujero en mí. Conmigo inmóvil, nuestro dueño examinó todos los recovecos de mi organismo. Buscó el punto donde debía colocar ese corazón y lo depositó de una manera tan brutal que, cuando se alejó de mí, el dolor se extendió por mis extremidades y caí de rodillas al suelo.

Una incontrolable tos me atacó; poco después me di cuenta de que escupía ese líquido rojo y viscoso. La sangre salpicó frente a los pies de Satán que, con gusto por verme así de maltratado, sonrió.

—¿San ...?

Wooyoung se agachó a mi lado. Agarró suavemente mi hombro, pero yo no pude moverme.

Presioné mi pecho, mareado, y toqué el lugar en el que ese nuevo elemento había entrado.

No se sentía igual que la primera vez que tuve uno.

Cuando EunHee acababa de irse, requirieron de mi presencia en la Tierra para una misión que yo mismo pedí. Una labor que me costó demasiado y que no volvería a repetir por nada. Satán sabía mi historia, sabía lo que ocurrió entonces. Por eso se había encargado de que doliera tanto.

Sin embargo, esa extraña sensación era diferente. Aquel primer corazón que albergué dentro no me afectó del modo en que este lo estaba haciendo. Intenté encontrarle alguna explicación lógica a la irritable presión que se desencadenaba con cada latido, pero mi mente estaba en blanco. No podía pensar, solo sentir la tortura incesante y escuchar a Wooyoung, llamándome para que volviera en mí.

—San, ¿por qué sangras ...?

El daño fue disminuyendo poco a poco y pude incorporarme a pesar del leve mareo.

—Debe ser porque su cuerpo lleva años sin sufrir un cambio tan intenso —aclaró nuestro señor, tomando la caja que quedaba frente a Hongjoong.

—Te has vuelto débil, San —se burló este último.

Puede que fuera eso. A lo mejor el tiempo me había hecho vulnerable a los aspectos más humanos, pero supe recomponerme y limpiar las gotas de sangre que resbalaban por mi barbilla.

Bajo los preocupados ojos de Wooyoung, neutralicé el dolor a duras penas y me mantuve firme. No iba a dejar que un maldito corazón acabara conmigo o, al menos, que el resto viera cómo me destruía. Tenía demasiado orgullo, EunHee siempre lo dijo, pero no podía evitarlo. Era parte de mí y debía aceptarlo, al igual que debía cuidarme de fallar.

Me jugaba más que nunca.

Satán repitió la acción con mi rival, pero con él hizo un giro brusco que le arrancó un pequeño gemido. Sonrió por haberle causado sufrimiento y sacó de su pecho la mano ensangrentada.

—Tú tampoco eres tan fuerte, Hoongjoong —a mi lado, Wooyoung esbozó una rápida sonrisa. Yo le habría imitado, pero seguía controlando mi respiración y calmando ligeramente las punzadas—. Ya sabéis que este trabajo es el último que os encargaré. Los que ganéis, os convertiréis en demonios inmortales. Nada ni nadie podrá acabar con vosotros. Seréis eternos, al igual que yo —se enfrentó a un tembloroso Seonghwa y siguió hablando—. Además de mis subordinados más poderosos. Pero ... El par que fracase no tendrá opción a nada. Solo a desaparecer —penetró en Seonghwa y este perdió el color por la horripilante intromisión—. Yo mismo os mataré, por lo que espero que deis lo mejor que tenéis. No me gustaría prescindir de ninguno, pero así son las cosas —tras dejar a Seonghwa sin habla, se limpió un poco las manos en un pañuelo de tela blanca y caminó hacia mi compañero—. Quiero que traigáis el corazón que más sangre angelical tenga. Sé que hay algunos, pero sólo ganará el que me ofrezca el mejor. No puede quedar una sola gota de sangre de ángel ahí fuera —miró con diversión a Wooyoung, que sudaba a mares—. Los quiero a todos muertos.

Casi tiró a Wooyoung por la fuerza con la que metió su nuevo corazón, pero este fue capaz de aguantar en pie y retener las lágrimas que amenazaban con salir de sus aterrorizados orbes.

—Perfecto —dijo jovialmente. Nos echó un vistazo a todos—. Ahora, abrid el portal. Os veré en un tiempo.

Hongjoong y Seonghwa se apresuraron a abrir el suyo y desparecieron tan pronto que ni siquiera notamos su falta. Satán nos examinó a Wooyoung y a mí con detenimiento, desde la parte más alta de las escaleras.

Querría haber ido a un sitio antes de marcharnos, pero no había tiempo para recordar el pasado.

Recreé en mi mente el precipicio con el que había soñado un rato antes, el mismo que fue testigo de su muerte. Siempre iba hasta allí porque quería pensar que algo de mi antigua maestra residía todavía en el lugar. Lograba obtener un tenue consuelo permaneciendo cerca de ese sitio, pero en aquella ocasión no había nada que pudiera hacerme sentir mejor.

Solo pedí en silencio que EunHee me perdonara por lo que iba a hacer; por todas las vidas que iba a arrebatar y por aquellas a las que me encargaría de destrozar. Sabía que mi antigua maestra habría estado en contra de aquella misión, sin embargo, ni siquiera ella habría podido detener lo que se había desencadenado. Ya no había forma de volver atrás y cambiarlo todo. Solo me quedaba avanzar, ya fuera hacia la guillotina o hacia una existencia más llevadera en ese duro Infierno.

Paciente, realicé el hechizo correcto y ambos hicimos una última reverencia ante el señor de la oscuridad. Había algo que me molestaba de aquel trabajo, algo que me llevaba a un mal presentimiento, pero no podía hacer más que imaginar, así que me decanté por la opción de vencer a Hongjoong a cualquier precio. No quería morir de nuevo.

Satán esperó a que yo me atreviera, casi augurando un fallo por mi parte. La equivocación no llegó; me aseguré de ello.

"La duda nos hace vulnerables. Nos hace humanos, San."

Wooyoung y yo dejamos que el oscuro portal nos engullera y que nos transportara a la zona más alejada de la ciudad que nuestro Dios había elegido para que el proyecto se llevara a cabo.

Tras unos últimos segundos de viaje, la nube de humo comenzó a dispersarse. Las cenizas que dejó nuestro rastro estaban por todas partes y no pudimos hacer otra cosa que toser. Tapamos nuestros rostros hasta que el oxígeno entró debidamente en el sistema respiratorio de aquellos cuerpos y dejamos de ocultarnos a la intensa luz del día.

Los años no parecían haber pasado para la Tierra. La vida se esparcía por doquier, abrumándome y sofocándome. Esa pequeña punción en mi pecho no había desaparecido del todo, pero al respirar aire limpio, alejado de todo el azufre y olor a putrefacción que reinaba en las profundidades, mi cuerpo humano recuperó unas pocas fuerzas.

A pesar de que quería disfrutar de aquella sensación de momentánea paz, busqué en mi interior y recopilé aquella ansia de muerte que me había acompañado siempre. Solo podría sobrevivir arrebatando corazones y vidas, y eso sería lo que haría.

—Eso es una iglesia, ¿verdad? —me preguntó Wooyoung.

Él no había pisado la Tierra antes. Todo era nuevo y hermoso para sus ojos. A mí me ocurrió igual cuando EunHee me llevó a visitar el mundo terrenal por primera vez.

En aquel momento pude permitirme el lujo de soñar con ser un habitante más de un lugar así, pero ese sueño ya no existía. La Tierra no era ni sería nunca un posible hogar para demonios como Wooyoung o como yo. Cuanto antes entendiera eso, menos envidia sentiría. Las personas que nos encontraríamos a partir de entonces tendrían todo lo que nosotros perdimos tiempo atrás y la rabia se apoderaría de nuestras pobres mentes. Solo podríamos matar a todos, canalizando aquella decepción con el asesinato del resto.

—Sí, es una iglesia —le contesté.

El edificio se alzaba a unos treinta metros de nuestra posición, imponente. La cruz que lo presidía me llevó a pensar en todas aquellas historias que había escuchado sobre ese Dios al que tanto amaban los humanos.

Nunca existió un Dios como el que ellos creían.

Los ángeles desaparecieron antes de poder crear a un ser como el que los humanos alababan. Satán se encargó de aniquilarlos a todos excepto a algún que otro descendiente del que no supo hasta más tarde, pero el lado de la "luz" nunca obtuvo a su venerado Dios.

Solo había un Dios: el Dios de la muerte y la destrucción.

A pesar de todo, las personas decidieron inventar la existencia de uno que, según ellos, los cuidaba del mal desde algún lugar desconocido. Los humanos eran débiles incluso para eso. No eran capaces de afrontar la muerte con dignidad y se amparaban en un ser imaginario que debía velar por sus almas.

Sus gritos de desesperación, reverberando en mi mente bastaron para insuflarme energías y descubrir a ese pequeño niño que nos miraba con un balón en sus manos.

Una amplia sonrisa se dibujó en mi rostro al verlo. Mi apetito apenas despertaba de su letargo, pero encontrar a esa criatura perdida y confundida hizo que mi lado más oscuro emergiera.

No me detuve a pensar en lo correcto y deseché las enseñanzas de EunHee tan bien como fui capaz. Al llegar junto al niño, este me observó con desconfianza. No debía tener más de tres años y eso lo hacía un cervatillo ante mis ojos.

El más débil de entre los débiles. Alguien que, al morir, rompería el alma a sus familiares. Arrancaría tantas vidas que la ambición me cegó y no controlé mis instintos más primarios.

—¿Estamos en un ángulo muerto, Wooyoung?

—No hay cámaras humanas por aquí —dijo mi compañero.

Yo acaricié la cabecita del chico.

—¿Y tus papás? —intenté sonar amable.

—No lo sé. ¿Los has visto?

—Puede —me encogí de hombros—. ¿Quieres que te ayude a encontrarlos?

—Sí, pero ... ¿Quién es usted? —frunció el ceño, repleto de dudas sobre si debía confiar en un desconocido—. Mamá siempre me dice que debo tener mucho cuidado con la gente.

Amaba esa parte de los humanos. Ellos realmente querían creer en la bondad del mundo. Deseaban confiar en el resto a pesar de no conocer sus verdaderas intenciones. Era magnífico.

—¿Quieres saberlo? —me agaché para quedar a su altura y poder mirarlo directamente a los ojos.

El niño asintió, tímido.

Le hice un pequeño gesto, pidiendo que se acercara a mí. Wooyoung estaba tenso, pero no hizo nada para impedírmelo. En el fondo, él también encontraba un resquicio de placer con ello. Esa era nuestra naturaleza.

Mis pupilas tomaron un color rojizo que alertó al pequeño. Antes de que pudiera escapar, agarré su brazo.

Pude oír cómo los huesos de su pequeño cuerpo se rompían uno a uno, pero sellé su boca para que no pudiera gritar. Me miró con terror, llorando entre duros espasmos provocados por sus músculos siendo desgarrados.

—La Muerte —dije—. Eso es lo que soy.

Mi mano izquierda se adentró en su pecho, al igual que había hecho Satán con nosotros, y tomé el corazón del infante.

No hay alma más pura que la de un niño. Y no hay mejor forma de recordar lo bien que se siente arrebatar la vida a alguien que arrancando de cuajo el corazón a una criatura tan inocente.

Podía haber sacado su corazón, habérselo entregado a Satán, sin embargo ... Necesitaba hundir mis dedos en el rugoso tejido que lo rodeaba, rasgarlo y dejar que se desangrara desde dentro. Se sufría más de esa manera y deseaba observar el miedo en su moribunda mirada.

Quería alimentarme de su horror, cerciorarme de que aquella macabra práctica seguía siendo tan espeluznante como agradable para mi desenfrenado anhelo.

Vi cómo la vida se escapaba de sus ojitos, sentí cómo su corazón se hacía pedazos bajo la presión de mi mano. Su cuerpo terminó desplomado en el suelo justo después de que yo sacara mi brazo. La sangre goteaba de mis dedos y noté cómo mi corazón latía, hambriento.

—¿Lo dejamos aquí?

—Sí. Así no tendrán que llevárselo muy lejos para enterrarlo —esa fue mi respuesta.

La frialdad había vuelto a mí. Puede que necesitara aquella misión para recordar quién era, qué debía hacer. Matar era suficiente para no pensar. Matar ayudó enormemente a endurecer los pocos sentimientos que podían haber nacido en mi interior desde que EunHee nos dejó. Matar curó temporalmente mis famélicas heridas.

Sin decir una palabra más, nos alejamos del cuerpo inerte. Debíamos desaparecer antes de que alguien nos viera merodeando por allí, pero mientras dejaba que Wooyoung creara el nuevo portal, me giré de nuevo hacia la iglesia.

Ella había sido testigo de nuestro crimen, lo que me hizo sonreír. Aquel lugar había visto cómo pulverizaba a ese niño con mis propias manos, manchándolas con sangre humana.

Era divertido. La historia se repetía siempre, sin importar cuanto tiempo pasara. El único que estaba, presenciando las innumerables muertes que demonios como yo llevaban a cabo, era él.

El fantasma de un Dios que callaría por toda la eternidad atrocidades como aquella.


🕯🕯🕯


Este primer capítulo de "devilish" debió haberse subido el día 10 para celebrar el cumpleaños de San, pero no tuve tiempo de terminarlo para ese momento, así que lo subo ahora :3

Espero que os haya gustado y que apoyéis la historia :))

Pronto subiré el segundo capítulo, no tendréis que esperar mucho 💜

Os quiere, GotMe 💙

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