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VI. A contra corriente.

30 de octubre, 1962.

Los desgarradores e incesantes gritos provenientes de afuera tenían a Adelaine lo suficientemente inquieta como para no ser capaz de conciliar el sueño. Estaba desesperada con los pedidos de ayuda, la forma en la que quienes cumplían con su segundo día de encierro exigían ser liberados con sangre en la garganta, lágrimas en los ojos y la imponente debilidad mental.

Era horrible, a pesar de las lejanías, la mezcla de gritos y la cantidad de chicos que pedían ayuda, eran audibles cómo si en su misma habitación estuviesen. Normalmente los padres encendían las radios para opacar el ruido y poder dormir luego de cerrar con seguro las puertas y esperar a que el treinta y uno llegase pronto. Adelaine estaba casi consternada. Sin embargo, esperó con paciencia, porque esa noche estaba dispuesta a conseguir más información, y su padre le estaba dando oportunidades en bandeja de plata al continuar con sus salidas nocturnas que, a pesar de llenarla de curiosidad, le facilitaban la tarea. Así que cuando la puerta se abrió, ella fingió estar dormida, su respiración era tranquila, sus pestañas descansaban sobre sus pómulos, nadie podría percatarse de que solo fingía.

—¿Adelaine? —Escuchó la voz de su padre, en un murmuro para comprobar si efectivamente estaba sumida en las profundidades del sueño. Al no recibir respuesta, cerró la puerta con llave, lo que alarmó a Adelaine de inmediato, obligándola a abrir los ojos para encontrarse con la luz de la luna mezclándose con la oscuridad de su habitación.

Se levantó cuando escuchó el coche del Oficial Ricks estacionarse frente a su casa, y seguido de ello, la puerta principal siendo cerrada. Se levantó con precaución y observó el exterior. Nuevamente su padre se subía al coche y le entregaba un paquete al oficial. ¿Sería dinero? ¿Algún producto ilícito? No estaba segura. Pero no perdió tiempo en correr su mueble para quitar la tabla suelta del piso donde escondía los dibujos y otra información que le había sido proporciona por su madre años atrás. Sacó de allí las llaves de su habitación para abrir la puerta y se encaminó por el gran pasillo hasta llegar a la habitación de su padre. Buscó en el manojo de llaves la que podría abrir la puerta, con las manos temblorosas lo consiguió.

Antes de entrar, tomó una bocanada de aire. Observó la habitación, pensando en que podría revisar primero, donde podría su padre ocultar información valiosa. Suspiró y se dirigió al armario de madera, recorrió cada rincón, tocó las tablas para escuchar si había algún sonido que le indicara de alguna tabla suelta, pero no encontró ningún apartado sospechoso. Mordió su labio con nerviosismo y continuó con el mueble.

—Bingo —murmuró al encontrar algunos papeles. Eran recibos del mecánico. Entre los papeles, unas fotografías cayeron al suelo. Frunciendo el ceño las tomó y se sentó sobre la cama, dejando a un lado los recibos.

Eran diferentes fotografías de un mismo coche: el Corvette que habían estado recibiendo los ganadores durante los pasados seis años. Llamó su atención que solo los dos primeros fueron de color rojo, luego los otros tres estaban alternados entre azul y negro. Y debido a la secuencia que seguían, este año tendría que ser de color azul oscuro. Desvió la mirada a los recibos y los tomó para comprobar que efectivamente se trataba de un cambio de pintura. Pero su padre no había cambiado el color de su coche desde que lo había adquirido.

Se guardó la foto del coche hace seis años y tomó la más reciente, que era del año anterior. La fecha estimada en los recibos era la misma en la que las fotografías de los autos habían sido tomadas. Sabía que no tenía mucho tiempo, así que dejó todo en orden. No obstante, antes de salir, decidió revisar debajo del colchón.

Nada.

Desistió a cualquier idea y regresó a su habitación para buscar algún abrigo y bajó las escaleras rápidamente. Con las llaves de su casa en mano, una pequeña botella de agua y una tableta de chocolate, salió de casa para dirigirse al único lugar donde podría conseguir otra mente maestra: Jim.

El frío de la noche abrazó su rostro incluso con el gorro del abrigo puesto. Decidió salir por la puerta trasera y caminar por los lugares más oscuros, evitando ser vista. Los gritos y golpes en las puertas la hicieron abrazarse con fuerza, observando a todos lados. Tenía la suerte de que la casa se encontrara ubicada más alejada que las otras, y que la habitación de Jim diera con el patio trasero. Revisó en los bolsillos y sacó la llave que Jim le había dado hace un tiempo, cuando ella se escapaba para ir a visitarlo en las noches y pasar el rato juntos. Sonrió ante el recuerdo y abrió el candado de la ventana, no obstante, cuando vio a través de ella, la imagen que visualizó le rompió el corazón.

Jim se encontraba sentado, abrazando sus piernas, con la espalda afirmada en la puerta.

—Jimmy... —susurró ella, abriendo la ventana. El mayor levantó la mirada.

—No... Adi —susurró, negando con la cabeza—. Vete por favor. Tengo que cumplir con las normas.

Ella negó con la cabeza, las lágrimas cayendo por sus mejillas heladas. Él se levantó y a pesar de no estar de acuerdo con su presencia allí, la ayudó a adentrarse a su habitación, alejándose lo más posible de ella cuando estuvo dentro. Estaba cansado, con hambre y muriendo de sed.

—Tienes que irte, Adelaine, si te encuentran aquí...

Ella lanzó las fotografías y los recibos sobre la desordenada cama de Jim. Este frunció el ceño y se acercó, tomándolas entre sus manos con inseguridad. No le veía sentido a nada estando con la cabeza en otro lugar. Así que la miró con una expresión de confusión. Ella tragó saliva y mantuvo su distancia, respetando a su novio.

—Son los mismos coches. Los recibos concuerdan con el día de la fotografía —explicó, todavía con las lágrimas en sus ojos al ver el estado de Jim. El mayor observó de nuevo las fotografías, las fechas escritas debajo de estas y las anotadas en los recibos. No había diferencia entre los coches de las fotografías, ninguna que no fuera el color de la pintura y la patente.

Él entendió entonces lo que había mantenido a Adelaine preocupada durante los días previos. Golpeó con suavidad el colchón para indicarle que se sentara a su lado, y como si de un imán se tratase, ella fue hasta allí. Utilizo su dedo índice para indicar detalles en las fotografías.

—Es el mismo Corvette, todos del cincuenta y siete. Han estado tan cegados por la avaricia que nadie se percató que la única diferencia es el último número de la patente. Y el color del auto, por supuesto. Aquello no es una coincidencia, Jim.

—Es el mismo auto, pero, ¿Cuál es el problema? —Cuestionó, aún sin entender, hasta que lo hizo. —Nadie es estúpido como para devolver un maldito Corvette.

—Exacto. Están usando el mismo coche hace cinco años, la pregunta es, ¿no se supone que los ganadores se van con ese coche?

Jim la miró.

—A menos que los ganadores no salgan del pueblo.

—¿Algún tipo de intersección en la carretera? No tengo idea. Pero somos un pueblo chico, Jim. No hay forma de que tengan el dinero para comprar un Corvette cada año, ni para regalar veinticinco mil dólares —sentenció con seguridad. Jim regresó la mirada a las fotografías.

—A no ser que todo sea reutilizado —concluyó.—Si los ganadores no salen del pueblo, ¿Dónde están?

Adelaine le dio una mirada lastimera y se encogió de hombros.

Todas sus conclusiones no tenían base alguna, podrían ser solo ideas vacías que le venían a la cabeza, guiadas por la curiosidad y necesidad de saber de una vez por todas que ocurría en aquel pueblo. Pero también parecían ser demasiado realistas como para dejarlas en el olvido.

—No lo sé, Jimmy. Pero sí tengo un plan.

—Dime qué tengo que hacer —contestó sin dudarlo.

Adelaine tragó saliva.

—Será como ir en contra de la corriente, pero puede funcionar.

Jim escuchó con atención cada palabra que salía de la boca de su novia, intentando concentrarse en lo que ella decía, en lugar del hambre que tenía. Se había negado a las súplicas de su novia para que comiese aunque sea un bocado de la tableta de chocolate. Normas eran normas, y ahora más que nunca debía dejarse llevar por sus instintos a la hora de ayudar a Adelaine con el plan.

Se despidieron con un asentimiento de cabeza, estrujando ambos corazones al no poder ceder a sus deseos. De por si, Adelaine era una debilidad para Jim, ahora no podía dejarse llevar por ella.

La chica Morgan corrió de regreso a su casa, teniendo suerte de que su padre no hubiese llegado a casa aún. Se metió entre las sábanas de su cama, con los ojos lagrimosos. Porque si peores cosas salían a la luz y su padre era parte de ellas... Desistió a esos pensamientos y cubrió sus oídos para amortiguar el ruido del exterior.

rookiefilm⭒ 𝟸𝙾𝟸𝟹

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