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V. Cena de redención.

28 de octubre, 1962.

Lo que más amaba Adelaine de su cuerpo, eran sus ojos; los cuales tenían el mismo color marrón que portaron los de su madre. Así como también la misma capacidad de mirar más allá de los simples detalles, ella analizaba y observaba cosas que los demás no hacían. Lo que pasaban por alto, aquello que parecía carecer de importancia, era un nuevo y pequeño misterio que Adelaine disfrutaba descifrar, porque tenía la curiosidad letal de su hermano. La misma que lo llevó a salir esa noche a la cacería, aquella que lo obligó a ganar y luego desaparecer del pueblo para no ser nombrado otra vez, tal cual una suave brisa que pasaba y nadie se percataba de ella.

Supo que ocurría algo cuando no asistió al velorio de su madre con las excusas de que tenía asuntos importantes que resolver en las grandes ciudades. Le enviaba cartas que, con varios meses después, ella se percató de las pequeñas diferencias en la escritura. Porque su madre le había enseñado a analizar, a no dejarse engañar por pueblerinos que encerraban tres días a sus hijos sin comida ni agua para liberarlos en Halloween, para entregarlos a un monstruo que desconocían. Y es que a pesar de hacer su regreso cada año, nadie sabía nada en realidad. O eso le comentaba su madre cuando tenía diez años, ambas sentadas sobre la cama con dibujos sobre Jack Dientes de Sierra. No le asustaba, por eso Elena le compartía sus dibujos, le platicaba sobre sus pequeños informes. Pero nunca llegaba a una conclusión exacta sobre qué era esa criatura que amenazaba la prosperidad del pueblo. Ninguna otra además de que era una pesadilla.

"El monstruo debe morir para que nosotros podamos vivir".

Podría dejar de pensar en todo ello, eliminar las dudas de su cabeza y pretender que nada extraño había detrás de todo eso. Aceptar que son personas movidas por la errónea creencia de que la buena vida se trataba de vestir atuendos de última temporada, asistir a reuniones donde no se hablaba de otra cosa que no fueran los chismes sobre quienes ellos consideraban inferiores. Que la dignidad era un hijo de diecisiete años siendo considerado un héroe por asesinar a un monstruo que los más experimentados no tenían la valentía de enfrentar.

¿Quiénes eran realmente los monstruos? ¿Quiénes daban más miedo que el mismo Dientes de Sierra?

Se sobresaltó cuando los toques de la puerta resonaron en sus oídos. Esbozando una sonrisa natural, y eliminando cualquier actitud que podría causar sospecha en su padre, se pasó ambas manos por el cabello suelto para abrir la puerta, recibiendo al hombre que cuidaba de ella en ausencia de su querida esposa.

—Jim está esperando abajo —le informó, sus ojos brillantes al ver lo linda que se veía su hija. Adelaine asintió y salió de su habitación para seguir a su padre escaleras abajo.

Sonrió al encontrarse a Jim recorriendo todo con la mirada. Como acto de magia, cualquier malestar desapareció de su sistema para ser reemplazado por la alegría inmensa que le causó el verlo allí parado, recordando las veces que soñó con ello, con tener esa cena. Era una lastima que solo haya provenido de la cabeza de su padre como una distracción, una forma de desviar la curiosidad que se comenzaba a formar sobre la cacería. Lo que no sabía, es que esta misma se había creado años atrás.

Jim carraspeó al darse cuenta de que había sido encontrado observando sus alrededores, y dejando a un lado el nerviosismo insistente, sonrió para acercarse a Adelaine y darle un abrazo. Con todas sus fuerzas se resistió a las ganas de tomar su rostro, besarle la boca para luego pegarla a la pared, las cosas entre ellos surgirían naturalmente hasta que, quizás, hubieran finalizado esa noche en la cama de la pelinegra. Tenía que comportarse, sin embargo.

Se encontraba a horas del encierro. Una vez la cena finalizara, él debía ir directo a su casa para iniciar el habitual encierro durante los tres días previos a Halloween. Sin comida y sin agua. Parecía una tortura, pero en cierto modo funcionaba como estimulante para el cerebro. El miedo era reemplazado por el desespero de encontrar algún tipo de comida, una que asesinando a Jack Dientes de Sierra conseguiría. Asesinar primero, luego comer. Claro que había quienes salían de sus casas a únicamente buscar algo de comer, no todos tenían el mismo objetivo, algunos incluso perdían la cabeza y usaban esa noche como liberación. Jim se había preparado para esto durante el año completo, no estaba demasiado preocupado.

—Te ves hermosa, Adi —halagó con encanto, guiñándole un ojo cuando el alcalde se dio la vuelta y los dirigió al comedor.

Se sentaron y el rubio contempló la variedad de comida frente a él con ojos brillosos, sorprendiéndose con la cantidad de alimentos que había sobre la mesa. Ni siquiera en su familia de cuatro la mesa se veía de tantos colores y con diferentes olores. Adelaine se sentó frente a él, estando el alcalde en la punta. Tras agradecer por la comida brindada esa noche, pudieron pasar a servirse. La pelinegra sonrió al verlo ser el primero en hacerlo.

La conversación fue iniciada por su padre.

—¿Cómo te sientes, Jim? ¿Ansioso por la noche de Halloween?

El rubio le restó importancia con un gesto de la cara. Masticó y tragó su comida antes de hablar.

—Es como ir en busca de la piñata para comer los dulces que lleva dentro, intento mentalizarlo de esa forma —habló despreocupado, mirando a Adelaine con una sonrisa. El mayor a su lado soltó una risa nasal y negó con la cabeza.

—Buena comparación, concuerdo con ella, muchacho. No hay por qué temer cuando se va en la búsqueda de la dignidad.

—Totalmente —murmuró, concentrado en la comida. Sería la última cena antes del encierro, por lo que Adelaine comprendía que quisiese llenar su estómago, empatizaba con ello, al igual que su padre, así que ninguno le dio demasiada importancia a eso.

—Hay muchas apuestas rondando por allí, ¿lo sabías? Tienes a la mayoría del pueblo idolatrando tu nombre, Jim. Me atrevo a decir que en estos momentos tienen más fe en ti que en mí —bromeó el mayor, soltando una risa. Jim rió también, tal vez por compromiso.

Adelaine permitió que la cena transcurriera con tranquilidad. Que su padre le preguntara una infinidad de cosas a Jim que seguramente no le causaban importancia alguna, y tan solo fingía agrado por el chico por conveniencia. Se notaba en la forma que lo miraba cuando pensaba que su hija no le ponía atención. Apretaba el tenedor en sus manos con fuerza. No estaba a gusto con tenerlo en casa, más debía pretender que lo hacía. Luego de que Jim les comentara algunas cosas sobre Richie, con la sonrisa más grande que le había visto, los ojos brillosos de entusiasmo y un orgullo en su pecho, Adelaine tomó la oportunidad para hablar.

—¿Has considerado no viajar luego de la cacería? —Inquirió, mirando a su novio. No obstante, quien respondió fue su padre.

—Es la tradición, hija.

—¿Has visto a los otros gana...?

—¡Adelaine! No puedes tomarte esos atrevimientos cuando estamos en la cena y con Jim como invitado. ¿Qué está ocurriendo contigo?

Adelaine quiso preguntar: ¿Por qué? ¿Por qué estaba fuera de lugar? Sin embargo se contuvo, bajó la cabeza y pidió disculpas. Jim miró a su novia con curiosidad. La conocía como la palma de su mano y sabía que algo la tenía inquieta.

—No podemos culparlos si no vuelven. Encuentran mejores oportunidades fuera del pueblo —dijo en broma, aligerando rápidamente la tensión que se había creado en la mesa. El alcalde se giró a verlo y de nuevo soltó una risa forzada.

Jim y Adelaine compartieron una mirada cómplice.

Luego de unos cuantos minutos, la cena concluía como todo había sido planeado. Su padre le dio un apretón de manos a Jim y unas palmadas en la espalda para despedirse de él, en el fondo disfrutando que por fin la hora de que el chico se largara de su casa hubiese llegado. Les regaló un momento a solas, mordiéndose la lengua y atacando a sus ideales, lo hizo.

En cuanto el mayor desapareció por las escaleras, Jim se lanzó a los labios de Adelaine, sorprendiéndola. Las manos del rubio acunaron el rostro de la menor con firmeza, y ella lo tomó de la chaqueta negra que llevaba puesta. Por más que estuviera disfrutando del beso, tuvo que empujar suavemente a Jim para que se alejara. Este frunció el ceño y tragó saliva.

—¿Qué ocurre? —Cuestionó realizando un patrón donde sus ojos se desviaban de los labios de Adelaine hasta sus iris marrones, confundido y un tanto aturdido.

—Necesito que prestes atención, Jimmy —murmuró, preocupando al Shephard. —No vayas... por favor. No tengo un buen presentimiento de todo esto.

—Estaré bien, Adi —la tranquilizó.

Adelaine fue una vez más cautivada por los ojos azules de Jim. Aquellos que eran capaz de calmar su mente, de darle paz a sus días oscuros. Cuando más necesitó a alguien, Jim llegó a su vida para disminuir el dolor y plasmar su amor con besos que la llevaban a los rincones íntimos de su corazón. Lo amaba, así como amó a su madre, como amó a su hermano.

El alcalde bajó para interrumpir su momento.

—Ya es tarde, Jim. El encierro comienza pronto —recordó, dirigiéndose a la puerta.

—Te amo, Jimmy —le susurró al oído antes de alejarse de aquel abrazo. Él sonrió y le guiñó un ojo.

La sonrisa de Adelaine decayó cuando lo vio salir por la puerta de su casa, sintiendo una horrible sensación en el pecho. Sin embargo mantuvo firme su mente para no desviarse de su objetivo: desmantelar lo que sea que hubiese detrás de la cacería, y mantener a Jim a salvo, como prioridad.

rookiefilm⭒ 𝟸𝙾𝟸𝟹

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