IV. Azote de realidad.
27 de octubre, 1962.
A la mañana siguiente, cuando sus ojos se abrieron con pereza y los rayos del sol iluminaban la habitación, Adelaine se sintió diferente. Aún le costaba digerir la información que había leído en aquel papel de periódico. Se planteaba muchas dudas y otras tomaban sentido. No recuerda con exactitud cuándo fue que se quedó dormida, en qué momento dejó de calentarse la cabeza con el millón y medio de preguntas que se formaban cada segundo que transcurría. Buscaba respuestas como encontrar una aguja en un pajar, teniendo muchas posibilidades de errar cada que creía encontrarlas. Podría jurar que en el apartado donde se describía la fecha, habían rayas y debajo de estas diferentes alternativas de la misma. Como si fuese un borrador. Pero no podía asegurarlo porque también el sueño pudo haberle jugado una mala pasada. Quería creer que de eso se trataba.
Cuando finalizó su rutina matutina bajó las escaleras y se dirigió al comedor, encontrándose para su sorpresa, una variedad de distintos tipos de desayunos sobre la mesa. No era una novedad tener abundancia en su casa, sin embargo, creía que esta vez su padre estaba siendo un poco exagerado con la cantidad de comida que había puesto. Con todo lo que se encontraba allí, al menos cinco personas más podrían sentarse junto a ellos y disfrutar de aquel privilegio, hasta podrían quedar totalmente satisfechos, con el estómago tan duro que daría la sensación de que explotaría con un toque.
Luego de saludar a su padre con un beso en la mejilla, abrió su silla para, por fin, sentarse a un lado de él. Solo cuando se percató de su presencia apartó el periódico y le regaló una sonrisa. Ella le dio una rápida y cautelosa mirada al papel, dándose cuenta que era distinto al que había encontrado ayer por la noche, confirmando su sospecha sobre el posible borrador. Su ceño se frunció.
No obstante, la voz de su padre la hizo apartar la mirada para mirarlo.
—¿Cómo te fue ayer en el cine? —Inquirió mientras le ponía mermelada a su trozo de pan. Su expresión era relajada, como en cada mañana.
—Bien. Cerré en cuanto todos se fueron, limpié un poco, también —contestó, igual de serena que el hombre a su lado. Ocultando la compañía de Jim y los sucesos posteriores.
Creyó que eso sería todo, que el tema quedaría finalizado allí y no sería tocado de nuevo, pero su padre carraspeó antes de volver a indagar sobre ello.
—Annie Crenshaw dejó esta mañana un reclamo con el oficial Ricks. La pobre casi moría de vergüenza detallando los besos inoportunos que compartías con el chico Shephard. Lo describió como una falta de respeto, incluso alegó que era obsceno.
Adelaine borró cualquier indicio de felicidad en su rostro, reemplazando con una notoria expresión de molestia. Le ardió la sangre, su mirada se endureció al oír el nombre de la chica rubia. Su lengua venenosa había profanado mentiras ante el oficial, puesto a que en ningún momento mostró afecto físico con Jim en presencia de quienes iban por su boleto o a comprar algo para comer dentro y ver la película. Sabía que las acciones de la rubia eran celos malditos que la obligaban a actuar en contra de ella. Pero ir e inventar semejante calumnia al oficial era pasar el límite.
—No quiero que ese muchacho te guíe por un mal camino, Adelaine. Muchas jovencitas suelen caer en la tentación de la lujuria antes de contraer matrimonio. Pero no es algo de lo que deba preocuparme, ¿verdad? Siempre me encargué de enseñarte buenos valores —continuó su padre, al ver que no emitía palabra alguna. Adelaine levantó la mirada y supo esconder el enojo. Una sonrisa se formó en su rostro y negó con la cabeza.
—Por supuesto que no, padre —mintió. —Annie solo está con el corazón dolido porque Jim la rechazó. No hay nada de lo que debas preocuparte.
Continuaron su desayuno con tranquilidad. Ambos masticando con educación su comida, de vez en cuando dándose miradas acompañadas de sonrisas forzadas. Adelaine sin embargo, necesitaba quitar las dudas de su cabeza o terminaría por volverse loca. Si algo más estaba siendo tratado en la cacería, y aquello hacía peligrar la vida de Jim si ganaba, su padre se lo diría, ¿no? Porque confiaba en que por más grande que fuera el recelo de padre, no llegaba a ser odio como para lastimar al chico que su hija amaba. Por ello, suspiró y se giró a su padre.
—Anoche bajé por un vaso de agua y me encontré con un periódico sobre la mesa. Entre dormida me di el tiempo de leerlo —confesó, su padre levantó la mirada del té para ver a su hija. Adelaine notó el nerviosismo en la expresión del hombre, la que quiso maquillar con una falsa sonrisa—. Decía algo sobre este último ganador que no recuerdo su nombre, pero informaba su muerte. ¿Cuándo será el velorio?
—No entiendo de qué hablas, cariño. ¿Estás durmiendo bien? El único periódico sobre esta mesa es el mismo que tengo aquí a un lado ahora mismo. ¿Quieres revisarlo?
—No... El periódico decía algo sobre que había muerto en...—El fuerte golpe que su padre le dio a la mesa la sobresaltó. Pestañeó un par de veces, asustada por la explosión de ira que parecía iniciar en su padre. Sus ojos se abrieron y con el dedo índice la señaló. Ella se espantó ante aquel comportamiento.
—Estás siendo demasiado curiosa, Adelaine. Sabes muy bien que el chisme es un pecado. Nuestro pueblo es pequeño y no podemos permitir que calumnias nos desestabilicen. Nos necesitamos unos a otros, debemos mantenernos unidos. Es mi trabajo mantener en pie las cosechas para que tengamos alimento en nuestras mesas. ¿Escuchas lo que te digo, hija? La curiosidad es un arma de doble filo.
Adelaine tragó saliva y agachó la cabeza, mostrando respeto, pero con el corazón acelerado y las manos temblando bajo la mesa. El alcalde pareció notar lo asustada que estaba su hija, por lo que se tomó unos segundos para recomponerse y luego, como si hace algunos instantes no hubiera hecho un espectáculo, esbozó una sonrisa hacia la menor. Su cambió repentino de humor pareció irreal, podría llegar a confundirse, a cuestionarse si se lo había imaginado o no.
—Tengo una sorpresa para ti, cariño. ¿Qué te parece si mañana invitas a tu amigo a cenar? Hoy podremos salir a comprar algunas cosas, lo que tú prefieras para realizar la cena. Tómalo como una disculpa por el mal momento que te hice pasar al preguntarte semejante barbaridad respecto a lo ocurrido en el cine. Una muestra de que confío en ti.
No podía creerlo. Su corazón se aceleró y en otra ocasión, incluso hubiera saltado de felicidad ante la propuesta de su padre. Que él aprobara su relación con Jim era el sueño que mantenía con fe desde que comenzó su relación, dos años atrás. Se había dado el tiempo incluso de imaginar cómo ocurriría, cual sería la comida para la ocasión y se esmeró de buscar sus mejores atuendos para aquella cena. La ilusión desapareció cuando entendió lo que su padre intentaba hacer: distraerla. La pregunta era, ¿de qué? ¿Por qué? Hacía solo segundos que le había gritado como un loco desencadenado, tan solo por haber preguntado algo relacionado con la cacería. Eso levantó sus sospechas.
La inteligencia que Adelaine poseía se la debía a su difunta madre. Un ejemplo de mujer que seguiría hasta el día de su muerte. La recordaba como alguien astuta, inteligente y paciente. Elena Morgan había muerto un treinta y uno de octubre de 1955. Un año después de que su primer hijo, y hermano mayor de Adelaine ganara la cacería y nadie supiera de él después. Por supuesto, eso no era lo que el alcalde le había dicho a su hija, más ella misma fue capaz de descubrirlo.
Las mentiras reinaban en el hogar de la abundancia, donde el pueblo entero creía que, detrás de aquellas puertas solo era sonreír hasta el cansancio y disfrutar del dinero que pensaban, hacia la felicidad.
El repentino comportamiento de su padre le regresó las dudas, por ello, fingió una sonrisa y la misma demencia que él portaba.
—Claro, padre. Mi mayor deseo es que aceptes a Jim.
—Será una cena de redención. Dejaremos las diferencias atrás, cariño. Lo prometo.
Adelaine sonrió.
En su mente, una idea surgió. Era alocada y enormemente peligrosa, pero si quería descubrir que demonios ocurría con la maldita cacería, no le quedaba de otra que formar parte de ella.
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