II. Sonetos de amor.
La ligera brisa de la tarde movía los cabellos oscuros de Adelaine, algunos que otros llegaban rebeldes a cubrir su rostro para luego ser dejados detrás de su oreja con suavidad. A su boca se llevaba unas cerezas que, gracias al jugo de éstas mismas, tintaban sus carnosos labios con atrevimiento, logrando así un tono levemente más oscuro, atrayendo de forma ridícula la atención de Jim frente a ella. Quien la admiraba masticar la fruta con adoración y esa diminuta sonrisa de lado que llegaba al corazón de las muchachas para revolotear sus sentidos. Sus ojos azules la idolatraban, en cada latido su corazón quería huir de su pecho y saltar a las manos de Adelaine como un loco necesitado.
Para Jim, ella estaba siendo retenida en ese pueblo, era un descaro que estuviera allí frente a él, cuando podría estar viajando por el mundo, recorriendo las más grandes y dichosas ciudades. No le importaría si algún día decidiera dejarlo para salir en busca de algo mejor, lo destrozaría, pero estaba tan enamorado que recogería los pedazos de su corazón para sonreír, porque si ella era feliz, no había mayor goce para él.
—Me sorprende que tu padre te haya permitido venir conmigo —habló en un suspiro. Estaba recostado de lado, afirmándose sobre su codo. En sus manos yacían varias cerezas que se llevaba a la boca para masticarlas y luego lanzar la semilla por ahí. Recibiendo malas miradas por parte de la chica, quien le reprochaba su forma de alimentarse.
Adelaine levantó su mirada cuando escuchó la voz grave de su novio, y humedeció sus labios antes de contestar.
—Tengo autorización de compartir las tardes con quien quiera, Jimmy —se limitó a decir.
Aquella respuesta no fue suficiente para el mayor, y ella lo notó. Si bien su relación era estable y sin necesidad de posibles cambios, ambos se querían y era todo lo que entraba en sus oídos. No obstante —y Jim lo entendía—, el alcalde pensaba que él no sería suficiente como para tener el privilegio de salir con su única hija. Ignorando siempre las protestas constantes de Adelaine, Jim tomaba cada oportunidad que llegaba a su puerta para demostrar su valor. Una de ellas y la más cruel de todas, era la cacería. Ser considerado un héroe, ganar el dinero y la casa para su familia, sería quizás, en un milagro, suficiente para obtener la aprobación de la persona con más importancia en la vida de Adelaine.
Los duros entrenamientos lo mantenían en forma, era fuerte y rápido. Además de tener la motivación suficiente como para querer derrotar a esa bestia que atormentaba al pueblo cada año en Halloween. Tenía la seguridad de su lado para ganar el respeto de los pueblerinos. Para garantizar el respeto del padre de Adelaine, que era en esos momentos, lo único que necesitaba para encontrar la paz.
Soltando un suspiro se enderezó para comenzar a guardar las cosas de regreso en la canasta, recibiendo ayuda de su novia.
—Ahorraremos el dinero —murmuró, pensativo. Adelaine frunció el ceño.
—¿Qué dinero?
—El de la cacería. Lo ahorraremos y nos casaremos. Cuando regrese, conseguiré trabajo en el molino.
La pelinegra sonrió, sintiendo el corazón acelerarse por las palabras que dejaron la boca de Jim, sonando como dulces melodías que podría reproducir en su tocadiscos día y noche, en continuidad. Sin cansarse. ¿Cómo podría? Solo una tonta sería capaz de dejar ir a un chico como Jim.
No estaba de acuerdo con la idea de que quisiera probar su valor de esa forma, teniendo que arriesgar su vida por ello. Había discutido incontables veces con su padre por la desagradable manera en que trataba su relación con Jim. Y no podía evitar tener esos angustiosos pensamientos donde la culpa la invadía, y es que a final de cuentas, él se había propuesto semejante locura para probar ser digno de su corazón ante su padre. Ella no necesitaba ninguna prueba de amor, ninguna carta escrita con su sangre, lo único que contaba para ella era la manera en que era trataba por Jim, como sus caricias la hacían sentir querida, sus besos, las acciones que la llenaban de dicha y la hacían sentir la chica más afortunada del mundo. Aborrecía tener que dejarlo ir esa noche, porque no importaban cuantas veces ella se lo pidiera, él no daría su brazo a torcer.
—¿Cómo sabes que en tu regreso seguirás queriéndome? El tiempo olvida, Jimmy —sentenció, jugando con sus manos, mirando sus cutículas como si la respuesta no la inquietara.
—Pero mi corazón no lo hace, amor. Un año no será suficiente para sacarte de mi cabeza, mis sentimientos no son así de ligeros.
—No existiría ese año de ausencia si cambiaras de opinión—comentó con inocencia, más detrás de la suavidad de su voz estaba la intención de cambiar sus ideales. Deseaba que dejara de ser tan terco y la escuchara. Pero él no lo haría, no esta vez.
—¿Entonces cómo sabría tu padre mi valor? Voy en serio, Adelaine. Haré todo lo que esté a mi alcance para demostrarle que quiero estar contigo. Quizás no tenga el dinero que tienes, los valores que te inculcaron, la elegancia y sabiduría pero... Te quiero, Adi. Permíteme mostrarte a ti también cuanto lo hago —suplicó, dejando la canasta a un lado, olvidándola en el césped para acercarse a la pelinegra y acunar su rostro entre sus manos. Sus ojos vagaron por todas las delicadas facciones de la contraria, como si no se pasase ya todos los días admirando su belleza.
Adelaine suspiró y dejó sus manos sobre las más grandes de Jim. Sus ojos marrones se encontraron con los iris azulados de su novio. Sus corazones latieron juntos y sus almas conectaron como cada vez que tenían la oportunidad.
—No necesitas probar nada —le susurró, y sin poder evitarlo se lanzó a sus brazos. Tratando de evadir la angustia de su corazón, como si abrazarlo removiera todas las preocupaciones incrustadas en su ser.
Jim rodeó la cintura de su novia y la presionó con fuerza contra él, pegándola lo más posible para sentir el calor de su cuerpo, la satisfacción de su plena cercanía.
—Te amo —murmuró el rubio, alejándose para mirarla. Pocos segundos después, sus labios ya estaban saboreando los de ella, fundiéndose en un beso tranquilo, nada que pudiese llamar la atención de quienes pasaban por allí. Sin embargo, causó infinitas sensaciones en ambos, deseando poder estar en privado para compartir más que un simple beso.
Fueron interrumpidos por el insistente sonido de una bocina, lo que los obligó a separarse. Jim bufó y alzó las manos, mostrando inocencia, provocando una risa por parte de la chica.
—¿Qué ocurre, oficial? —Inquirió despreocupado, todavía con una pequeña sonrisa burlona que supo disimular bien.
—Demonios, mi padre tuvo que haberlo enviado a buscarme —se quejó la menor. Su mirada se dirigió al cielo y suspiró al notar que ya había pasado mucho tiempo, seguramente su padre estaría como loco en casa esperando su llegada, mirando por las ventanas ante cualquier movimiento que notase fuera de casa, en la espera de que fuese ella quien por fin se daba los ánimos de regresar.
—¡Apresúrate, mocosa! No tengo todo el día.
Jim borró la sonrisa de su rostro y se giró para ver al oficial Ricks.
—Ey —lo llamó Adelaine—, mañana tengo que cerrar el cine, un par de horas extras me ayudarán.
—Allí estaré, entonces —aseguró, todavía mirando al oficial de mala forma, lanzando cuchillos por sus ojos azulados. La pelinegra tuvo que atraerlo a ella de la chaqueta para dejar un beso en sus labios. Jim relajó su cuerpo y sonrió en aquel beso.
—Nos vemos —se despidió. El rubio la miró embobado dirigirse hacia el coche del oficial.
—¡Te amo! —le gritó antes de que partiera, ella sonrió y agitó su mano para despedirse.
Un suspiro molesto salió de la boca del oficial. Adelaine le dio una mala mirada. No la intimidaba como esperaba que lo hiciera, pues ella no guardaba respeto por quienes no lo tenían con los demás.
Adelaine tenía un instinto que no fallaba, y Ricks siempre le había dado una mala espina. No cree que sea solo por su detestable personalidad y forma de tratar a los demás. Había algo en él que simplemente no estaba bien.
Pero, ¿Quiénes estaban completamente cuerdos en ese inestable pueblo maldito?
rookiefilm⭒ 𝟸𝙾𝟸𝟹
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