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。⁠☬ Tentación ☬⁠。

Cien veces se repitió que no tenía por qué aceptar la invitación. En el pasado, infinidad de veces recibió invitaciones para él y sus hombres, pero jamás le importó codearse con los nobles ni recibir la bendición de cada familia que vivían en los pueblos que protegía. Esta vez sería diferente. Dentro de él creció la necesidad de ver a Hyungwon, de descubrir el origen de la atracción antinatural que lo poseía cada vez que se encontraban.

Contrario a lo que esperaba no tuvo suerte de verlo. Al menos no cuando llegó a la casa y saludó a los señores Chae.

—Es un honor tenerlo en nuestra casa —dijo la señora Chae mientras ayudaba a las sirvientas a poner los platos—. He escuchado que no suele relacionarse con la gente del pueblo.

—Así es.

—¿Por qué? —preguntó Taekjoo, ladeando la cabeza—. A donde vaya, la gente lo mira con respeto.

Nara asintió con una sonrisa, respaldando las palabras de su esposo.

—También con miedo —dijo Hoseok y levantó su vaso de cobre. Se tomó el contenido de un solo trago y no se molestó en limpiar la gota que resbaló por su quijada—. Lo último que necesito es disculparme con cada persona que me teme.

Taekjoo tragó saliva, pero antes de que pudiera decir algo más su hijo apareció en el umbral de la puerta junto a su dama.

—Hyungwon, cariño —Nara corrió hacia él y ayudó a la chica a sentarlo en el cojín, en el extremo contrario de Hoseok, junto a su padre—. Pensé que ya dormías.

—Solo tomé una pequeña siesta...

—Hyungwon, el oficial Shin nos acompaña esta noche —dijo su padre con orgullo.

Hoseok fijó sus ojos en él, en especial en la venda de seda negra que cubría la mitad superior de su rostro. No se dio cuenta de cuánto tiempo estuvo viéndolo hasta que el señor Chae golpeó intencionalmente los palillos contra la mesa. Apartó la mirada rápidamente pero logró ver la expresión de desprecio de Dayoung.

—Me alegra que haya aceptado la invitación —habló Hyungwon. Cada palabra melodiosa metiéndose en lo profundo de la cabeza y alma de Hoseok.

—Fue muy insistente —comentó y fingió que la carne era lo más importante en ese momento.

No volvió a hablar y se limitó a dar cortos vistazos al hombre frente a él. A pesar del poco tiempo de verlo consiguió capturar cada sonrisa, suspiro y gesto que hizo mientras disfrutaba de la comida y de la charla de sus padres. Una hora después, se levantó con el estómago lleno y el corazón latiendo desenfrenado.

—Oficial, ¿le molestaría acompañarme a caminar? —preguntó Taekjoo.

Hoseok aceptó desconcertado. Salió detrás del jefe de la casa obligándose a no mirar atrás, no cuando la dama de compañía estaba al pendiente de cada uno de sus movimientos. Salieron de la casa y el señor Chae tomó una de las lámparas que sostenía el sirviente de la entrada. Con las manos en la espalda y una expresión seria lo siguió a través del jardín hacia un estanque. Subieron al puente de piedra y se detuvieron a mitad del camino.

—Sinceramente, tenía miedo de que no aceptara la invitación pero como usted lo dijo, Hyungwon es un experto convenciendo a las personas —comentó con una sonrisa—. Él es mi único hijo y mi tesoro más valioso. Él y su madre.

—Puedo verlo.

Taekjoo asintió.

—Fue una pena verlo perder la vista cada día. Tan solo tenía cinco años y era normal que fuera tan alegre y activo —dijo sin perder la sonrisa. Hoseok lo escuchó con atención, por primera vez interesado en una de sus historias—. Mi esposa y yo viajamos por todo Joseon y pensamos que estaba bien dejar que él explorara su alrededor. ¿Qué podía pasar? Pero era un niño y los niños no miden los peligros. Mientras saltaba imitando una rana resbaló en una de las piedras húmedas del río y cayó golpeándose la cabeza. Es una suerte que él esté vivo.

—¿No había nadie cuidándolo?

—Estábamos estudiando el cielo, él pidió permiso para ver el río —cerró los ojos y suspiró ruidosamente—. La recuperación fue rápida pero nadie esperaba las consecuencias que tendría al despertar. Dos meses después vimos las primeras señales, le molestaba la luz y se quejaba del dolor de cabeza. Poco a poco su vista se tornó borrosa y en su sexto aniversario perdió la vista por completo. La mayoría de las personas se compadecen de su discapacidad pero el resto lo ataca sin razón.

Hoseok se sorprendió cuando el señor Chae se giró hacia él con el rostro afligido.

—Usted más que nadie sabe lo que la gente mala le hace a los débiles —susurró, con un nudo en la garganta—. Decidimos venir a Haeju porque es un pueblo muy tranquilo pero no esperábamos que fuera el camino de los piratas hacia la ciudad principal.

Cayendo de rodillas y soltando la lámpara, Chae Taekjoo suplicó.

—Por favor, le daré todo lo que me pida solo proteja a mi hijo —dijo e hizo una reverencia completa—. Mi hermosa estrella no merece ningún sufrimiento. Por favor, cuídelo.

El oficial Shin no se especializaba en la seguridad privada, incluso rechazó la oferta de proteger al príncipe. Su deber iba más allá, con todas las personas de la nación. Constantemente viajaba para detener a los intrusos, no existía manera ni razón para quedarse en un solo sitio. Además, cuanto más lejos se encontrara de Hyungwon más fácil sería deshacerse de la misteriosa atracción.

—Mis hombres necesitan alimento —dijo Hoseok y se sacudió las manos que sujetaban sus pies—. Encárguese de que no les falte comida y yo veré por su hijo.

Taekjoo levantó la cabeza y dos segundos después comprendió la orden.

—Sí, sí, sí. Yo puedo hacer eso.

Hoseok miró hacia la casa, donde una luz tenue dibujaba dos siluetas siendo la más alta y delgada la única que le importaba.

—Vuelva adentro. El frío de la noche no es tan amable —soltó bajando la cabeza.

—Gracias...

—Oficial Shin —dijo dándose la vuelta. Bajó del puente y se apresuró a encontrar su caballo.

No sabía cómo o por qué había aceptado el trabajo. Quería convencerse de que lo hacía por sus soldados, pero muy dentro de él sabía que no era así. Sacudió la correas y dejó que el caballo lo llevara al interior del bosque.

La primera semana decidió mantenerse en la distancia. Escondido detrás de los árboles, mezclado entre las personas del mercado o lo que fuera que lo ocultara. No pasó nada, todos lo trataban con amabilidad y le sonreían con sutileza. Su padre no mentía, Hyungwon era una estrella brillante que iluminaba por donde pasara. Esos pocos días fueron suficientes para trazar una rutina que facilitó la vigilancia, porque sabía dónde estaba y dónde estaría después.

—¿Por qué no se acerca?, debería estar cansado de estar detrás de mí.

Todos los músculos de su cuerpo se tensaron. No se movió y contuvo la respiración. Hyungwon no podía verlo, se repitió.

—¿Crees que por qué no puedo ver no sé qué me sigues? —preguntó con una sonrisa. Hyungwon encogió los hombros y cogió otra rebanada de pera—. Supongo que mi padre no te contó que tengo buen oído.

—No. Olvidó decirlo —dijo Hoseok, su voz gruesa y con un toque de amargura.

Salió detrás del árbol de cerezo y se detuvo frente a Hyungwon. Cuando lo vio sentado comiendo pensó que era la mejor oportunidad de acercarse a él, aunque todavía no había encontrado el valor cuando fue atrapado.

—Mis ojos no sirven, es lógico que el resto de mis sentidos mejoren. ¿Por qué estaba ahí?

—No quería molestarlo.

Hyungwon asintió. Tomó una rebanada y la acercó a su boca. Separó sus labios gruesos y mordió la fruta. Su boca se frunció delicadamente mientras masticaba y Hoseok pensó que era lo más erótico que había visto.

—¿Cuál es su nombre? —preguntó Hyungwon, siguiendo la última dirección de la voz de Hoseok.

—Shin.

Hyungwon rio y juntó sus manos en su regazo.

—Ese es su apellido —le recordó. Humedeció su labio inferior y ladeó la cabeza—. No me lo diga. Voy a darle un nombre.

Hoseok levantó el mentón y enarcó una ceja.

—No es necesario. Ya tengo uno y...

—Wonho.

—¿Qué?

El joven movió su mano entre los pequeños platos de cerámica que había a su lado y tomó una flor que Dayoung cortó para él. Confiando en que Hoseok seguía en el mismo lugar, la extendió al frente.

—Eres mi protector, Wonho.

—Wonho —repitió el oficial, tomando con cuidado la flor blanca. Tan pequeña y delicada entre sus dedos llenos de marcas de guerra.

Pasos apresurados sobre madera alertaron a Hoseok, quién rápidamente guardó la flor en su pecho y haciendo una reverencia, se alejó. Aunque tuviera la autorización del padre de Hyungwon, no tenía ánimos de discutir con una lacaya que no se esforzaba en ocultar su desagrado hacia él.

En los siguientes días tuvo más cuidado aunque llegó a pensar que Hyungwon fingía no darse cuenta que él lo seguía. En su interior, muy en el fondo, esperaba un momento para acercarse nuevamente y escuchar su voz ronca y nasal. Y el momento llegó oportunamente dos días después, en uno de los viajes al mercado.

—¡Fíjate por dónde vas! —gritó uno de los vendedores, lanzando un pañuelo viejo a los pies de Hyungwon.

El joven saltó hacia atrás y apretó la mano de su amiga.

—Lo siento, señor —se disculpó e inclinó la cabeza—. Sí me dice el precio del daño yo haré traer el dinero y...

—Esa era mi cosecha de todo el mes, ¿crees que una disculpa hará que la recuperé? —dijo furioso el hombre, pateando dos calabazas y rompiéndolas en la acción.

Dayoung frunció el ceño y se plantó delante de su maestro.

—¡Oiga, señor! Él se disculpó y se ofreció a pagar los daños, ¿por qué tiene que comportarse de esa forma? —preguntó indignada.

Hoseok lanzó una mandarina y la atrapó exitosamente sin perder detalle de la acalorada discusión. Él había sido contratado para proteger a Hyungwon de los bárbaros o de verdaderos peligros; y un vendedor molesto no era considerado un peligro. Ese era el trabajo de Dayoung.

—Malditos forasteros que piensan que estamos a su servicio —murmuró el hombre mayor, comenzando a levantar su verdura.

Hyungwon levantó las cejas y dio un paso adelante.

—Discúlpeme por los problemas que le causé con mi torpeza. Sin embargo, no busco que me sirva o algo parecido —dijo Hyungwon con calma y extendió un bolsito con monedas—. Por favor, acéptalo.

—¡No quiero tu limosna! —gritó golpeando la mano de Hyungwon, haciendo que la bolsa cayera al suelo.

La sorpresa del golpe desorientó a Hyungwon y en consecuencia, se alejó tropezando con sus propios pies y cayó sobre su trasero. Las pocas frutas que quedaban en el suelo se rompieron bajo las piernas largas de Hyungwon y mancharon la tierra y sus vestiduras.

—¡Hyung!

—¡Ahh! Pedazo de mierda —se quejó el vendedor. Cegado por la ira, tomó un palo de madera y se lanzó sobre Hyungwon.

Hoseok atrapó el brazo del hombre en el aire y presionó hasta que el dolor lo obligó a soltar el arma. Siseó y lo empujó sobre el puesto. La madera crujió antes de romperse y dejar al hombre tirado y con su mercancía desecha.

—Ten más cuidado con lo que haces —murmuró Hoseok. Se acercó a Hyungwon con una mirada molesta y deslizó sus manos por debajo de las piernas y la espalda del joven levantándolo con gracia y fuerza. El joven se aferró a él con los brazos en su cuello y sonrió.

—Wonho, creí que te habías quedado en casa —murmuró con una sonrisa ligera.

Hoseok no respondió inmediatamente. Siguió caminando hasta estar lejos del mercado, yendo en dirección a la casa de los Chae. Sabiendo que Dayoung los alcanzaría pronto, Hoseok se detuvo bajo la sombra de un árbol, con Hyungwon aún en sus brazos. El sol pintó el cielo con todos dorados, creando un ambiente más agradable alrededor.

—Que suerte la tuya que decidí salir a caminar.

—¿Por qué no lo harías? Los rayos del sol le hacen bien a la piel —comentó y envolvió un dedo en la tela gruesa alrededor del cuello de Hoseok—. ¿Cómo es tu piel?

El oficial frunció el ceño y su mirada se desvió a la boca del chico. Sus labios suaves y tentadores, parecían hipnotizar a Hoseok, quién se sentía atraído a ellos como un imán. Su corazón latió con fuerza y el deseo creció con cada latido por fin mientras luchaba con la tentación de inclinarse y besarlo. Asustado de sus pensamientos, lo dejó en el suelo y se alejó una vez que comprobó que podía mantenerse de pie.

—¿Por qué preguntas eso?

Hyungwon levantó las manos y las movió lentamente hasta alcanzar los brazos vestidos del soldado.

—Porque mis ojos son inútiles y quiero saber cómo es mi protector.

Hoseok parpadeó dos veces antes de sacudir la cabeza y alejarse, en su mente, el tacto de las manos de Hyungwon eran igual al fuego.

—No hay nada que necesites saber sobre mí —dijo con la voz ronca—. No te muevas y espera a que Dayoung llegue.

Sacudió la tierra de su ropa y caminó de regreso al pueblo, pero tomando otro camino. El camino hacia la casa Kisaeng. Una vez ahí, miró hacia el interior, ¿por qué estaba ahí? No necesitaba una mujer. Necesitaba probar la boca regordeta del chico ciego y hundir la cabeza en su cuello para absorber su delicioso aroma. No pudiendo cumplir sus necesidades, se adentró en la casa despidiendo emociones negativas. Evitó conversar y todo el juego previo con la mujer que lo atendió. Por un momento sintió pena por la mujer, pero la ira e impotencia lo privó de cualquier pensamiento coherente.

Con la mente despierta y viendo la espalda desnuda de la joven se arrepintió y la vergüenza lo golpeó. Pocas veces perdía la batalla con sus emociones, incluso en batalla actuaba con inteligencia y cautela. Le molestaba en sobremanera el desorden que causaba aquel joven con su simple sonrisa y su sola existencia.

Hoseok se obligó a guardar distancia del joven y eso pareció enfadar al chico, quien en consecuencia decidió poner su vida en riesgo. Al principio, Hoseok no olió sus intenciones disfrazadas de torpezas y curiosidad, pero poco a poco la mentira del chico en peligro perdió credibilidad.

—Tienes boca para hablar, no es necesario que camines al filo de un cañón solo para que venga hasta aquí —apretó la cintura de Hyungwon y lo alejó del acantilado—. ¿Dónde está Dayoung?

Hyungwon sonrió y bajó las manos.

—Buscándome.

—¿Te parece divertido? —preguntó Hoseok y lo ayudó a sentarse en una roca—. Mis hombres me necesitan...

Hyungwon apretó sus manos sobre su regazo y asintió lentamente.

—Entonces, ¿por qué no vas con ellos?

—Porque también necesitan alimento y...

Hoseok cerró la boca y desvió la mirada. Aunque Hyungwon no podía verlo, su repentino silencio evidenciaba que había puesto en descubierto la verdadera razón de ir tras él.

—Lo sé. Todos deben recibir un pago por su trabajo —susurró mientras levantaba una mano y tocaba la tela que cubría el brazo del oficial—. No me molesta, pero ¿por qué te alejas? Pensé que te agradaba.

Los ojos de Hoseok siguieron el camino cauteloso de los dedos de Hyungwon, hipnotizado por su toque se puso de rodillas y esperó. Su respiración se ralentizó conforme los dedos subieron por su brazo hacia su hombro y se detuvieron en el cuello de su hanbok. Apretó los labios y cerró los ojos dejando que los dedos tibios tocaran su quijada y mejilla.

—Tu piel es muy suave —comentó con una risita—. Esperaba algo diferente y unas cuantas cicatrices.

—Las tengo, pero tendrías que tocar más abajo.

Las mejillas de Hyungwon se tiñeron y rápidamente bajó la mano.

—¡Señor Hyungwon! ¡Wonnie! ¿¡Dónde está!?

Hoseok se levantó lentamente y sacudió sus rodillas.

—¿Wonnie? Un nombre muy varonil —se burló caminando hacia los arbustos—. Buena suerte sobreviviendo, Wonnie.

El menor mordió su labio inferior y apretó las manos. Mataría a Dayoung en la primera oportunidad.

—Hasta luego, mi Wonho.

Los hombros del oficial se pusieron rígidos y sus pies se pegaron al suelo. Bajó la mirada y sacudió la cabeza. Mi wonho. No. Él era el oficial Shin Hoseok, líder de la tropa de resistencia. Y no un hombre cobarde prendado por un chiquillo curioso. Resopló y se adentró en el bosque a zancadas escuchando a lo lejos la preciosa voz del demonio de labios regordetes. 

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