。☬ Decepción ☬。
La brisa fresca del bosque acarició el rostro de Hoseok mientras apretaba las correas del caballo. Avanzó con paso firme por el sendero sinuoso y se movió entre los árboles que se sacudían suavemente con el viento. Los rayos del sol filtrados a través de las hojas creaban un juego de luces y sombras en el suelo cubierto de hojas secas.
Escuchó la historia de su amigo, uno de los tantos cuentos que creaba para entretener sus paseos a caballo. El sonido rítmico de los cascos de los caballos sobre el suelo empedrado acompañó la voz ronca del soldado.
De repente, Hoseok detuvo su caballo e hizo que su compañero guardara silencio. Con sus cuerpos quietos y solo el sonido de sus respiraciones, escucharon una voz masculina que tarareaba lo que parecía ser una canción de cuna. Una melodía tranquila y familiar para Hoseok.
—De ser alguien del pueblo —susurró Hyunwoo.
Hoseok asintió. Levantó las correas y las sacudió obligando al caballo a avanzar. El soldado lo siguió con la mirada y lo vio desviarse del camino, hacia el origen del canto.
—Vuelve al pueblo —ordenó Hoseok. Su subordinado obedeció y solo cuando escuchó el sonido de los cascos lejos, bajó del caballo.
Lo que había llamado su atención: un estanque, escondido entre los árboles. El agua que caía de una pequeña cascada reflejaba el cielo azul y los rayos del sol que parecían bailar en la superficie. Cerca de la orilla, un cuerpo largo y delgado se alzaba con gracia. Las gotas de agua brillaban sobre la piel casi blanca y el cabello largo cubría sus hombros y su espalda. Bajando la mirada Hoseok descubrió un par de nalgas redondas y apetecibles.
El joven en el agua se hundió hasta la mitad y se giró para poner en descubierto su identidad.
Era él.
El demonio de labios regordetes.
—Mierda.
Sin decir una palabra, Hoseok dirigió su caballo hacia un árbol y lo atacó. Volvió hacia el estanque y se quedó allí por un momento, admirando la belleza natural que tenía ante él. El único sonido que rompía el silencio era el suave murmullo del agua cada vez que Hyungwon se sumergía y salía. Después de un momento de contemplación, bajó la cabeza y dio la vuelta para volver.
—¿De nuevo vas a huir?
Hoseok volvió la cabeza violentamente y abrió la boca pero no dijo ni una sola palabra.
—Recuérdalo, tengo un oído impresionante.
El oficial asintió y se acercó al borde del estanque. Cruzó las manos tras su espalda y levantó la ropa de Hyungwon con un pie.
—Es peligroso que estés aquí.
Hyungwon nadó hacia el centro del estanque y se hundió hasta que solo su cabeza se veía. Al ser el agua clara, Hoseok todavía podía ver la silueta de su cuerpo bailando en el agua.
—También lo es para ti —dijo y sonrió—. No es correcto que espíe a un chico ciego e indefenso.
—Me atrevo a poner en juicio lo de indefenso —murmuró haciendo puño sus manos—. ¿Dónde está?
Agitando sus manos de adelante hacia atrás, Hyungwon echó la cabeza hacia atrás.
—Dayoung. Ella debe estar contigo.
—Usted está aquí y eso es suficiente para mí.
Hoseok resopló y tomó la ropa del suelo. Caminó hacia adelante y se detuvo cuando sus pies rozaron el agua.
—Sal. Tienes que volver a casa. No puedes estar aquí —dijo sacudiendo su mano con insistencia.
—No. Acabo de llegar.
Hoseok rodó los ojos y consideró la idea de meterse y sacarlo a la fuerza. Pero eso implicaría tocarlo y Hyungwon estaba desnudo.
—¿Es mejor si Dayoung me acompaña? —Hyungwon nadó de vuelta a la orilla, al mismo lugar en el que estaba cuando el oficial lo encontró.
—No.
El oficial detuvo su paso, sus ojos se ampliaron con sorpresa y fascinación al ver el cuerpo celestial de Hyungwon. El joven parecía venir de la oscuridad, pero era tan hermoso y envolvente que Hoseok no podía resistirse a seguirlo.
Incapaz de resistir a la atracción, Hoseok dejó caer la ropa que había levantado y se adentró más en el agua, se movió lento y cauteloso mientras la suave brisa del estanque acarició su piel. Hyungwon dijo algo pero Hoseok no fue capaz de escucharlo, siguió los seductores labios que lo llamaron con una promesa de placer y libertad. Sus pies tocaron el fondo del estanque y un escalofrío recorrió su cuerpo. El oficial se sumergió lentamente, como si estuviera siendo arrastrado por una corriente invisible.
Una sensación de paz y éxtasis lo invadió cuando su cuerpo se cubrió de agua. Sus pulmones ardieron por la urgencia de aire, porque se había olvidado de respirar.
—Wonho —susurró Hyungwon y abrió los brazos.
Sus manos grandes y cubiertas de callos y cicatrices tocaron la cintura de Hyungwon y lo atrajeron hacia su cuerpo. Sintió los brazos del menor posarse sobre sus hombros pero se negó a apartar la mirada de los ojos cristalinos. Lamió su labio superior y tragó saliva. Movió sus pulgares acariciando los huesos de la cadera y amando lo bien que se sentía tener el cuerpo contrario tan cerca de él y el aliento caliente soplando sobre sus labios.
Hoseok cerró los ojos creyendo imposible alejarse de él. De la tentación que eran sus labios rojos y su piel caliente.
—Hyungwon, tienes que salir —le recordó, pero no se movió ni lo motivó a hacerlo.
De nuevo, Hyungwon comenzó a tocar sus hombros, acarició su cuello y delineó su mandíbula. Acunó la cara del oficial entre sus manos y rozó las comisuras de sus labios.
—No —murmuró Hoseok, sin saber qué estaba negando.
—Perdón.
Lleno de deseo y confiando en su propios cálculos, Hyungwon se inclinó lentamente hacia adelante, su respiración entrecortada por la anticipación. El momento se detuvo cuando los labios gruesos encontraron los de Hoseok en un suave e inocente roce, un beso robado cargado de emoción y anhelo. Anhelo de más. El sabor del deseo se mezcló con el frescor del agua mientras sus cuerpos se entrelazaron en un abrazo. El beso no se prolongó.
Hoseok lo miró con una mezcla de sorpresa y miedo. Rompiendo la unión, alejó a Hyungwon provocando que se hundiera pero rápido lo salvó. Abrazó el cuerpo delgado contra su pecho ignorando el temblor del suyo y lo arrastró hacia afuera.
—Tu ropa está ahí. B-buscaré a Dayoung para que te ayude —dijo Hoseok sentándolo en la hierba.
La mano de Hyungwon quedó en el aire y una lágrima bajó por su mejilla mientras Hoseok se subía a su caballo y huía entre los árboles.
—Dayoung, ¿alguna vez te has enamorado?
Levantó la flor que su amiga le había llevado temprano y la acercó a su nariz.
—No y ojalá que nunca me pase —comentó irritada—. Es el peor sentimiento.
Hyungwon rio dejando en su regazo la flor. Era el cuarto día en que no recibía señales del oficial Shin. No lo había escuchado detrás de él ni peleando con Dayoung. Quería convencerse de que no le afectaba la lejanía del soldado, pero en su pecho crecía cada día una extraña incomodidad que podía confundir fácilmente con dolor. Cuando se inclinó y lo besó esperó que él se asustara no que lo alejara y lo abandonara. Se escapó de su casa y de la compañía de Dayoung para encontrarse a solas con él y pasar un rato tranquilo. En sus planes no había estado el beso, pero fue un excelente cambio de planes hasta que Wonho huyó.
—¿Por qué desearía enamorarme? Los enamorados siempre sufren —dijo Dayoung, lanzando las cáscaras de las nueces por la ventana—. Solo mira a la cocinera Choi. Su esposo la abandonó por una muchacha más joven. ¡Cobarde! ¡Miserable!
—Dayoung.
—Perdón, señorito Chae.
Hyungwon se volvió hacia su amiga y tocó su hombro para atraer su atención.
—Si cometes un error con una persona que te gusta, ¿qué haces?
La joven entrecerró los ojos y ladeó la cabeza extrañada por la pregunta. Sin embargo, no quiso indagar porque conocía a Hyungwon desde hacía varios años y sabía lo difícil que era saber sus secretos.
—Busco a esa persona y le pido sinceras disculpas. Y no me rindo hasta obtener su perdón —dijo sonriendo—. Oh, también le ofrezco un dulce. Ya sabe, para endulzar el ambiente.
—Buscarlo y pedir disculpas —repitió entre murmullos—. Claro, es lo que debo hacer.
Hyungwon recogió su bastón y se puso de pie. ¿Qué había pasado por su cabeza cuando decidió besar a Wonho? Nada. Actuó por los dos sin conocer los sentimientos del soldado y ahora sufría a causa de su atrevimiento. Dayoung tenía razón, debía buscar a Hoseok y pedirle perdón por muy vergonzoso que fuera. Él lo valía.
—Dayoung, ¿me acompañas a dar un paseo?
—¡Hasta el fin del mundo! —exclamó saltando de su cojín.
Tomó la mano de Dayoung y salió de la habitación. El sol estaba en el centro del cielo y no había ni una sola corriente de aire. Hoseok debía estar en el campo de entrenamiento con sus hombres. Era el momento perfecto para seguir las recomendaciones de su amiga, aunque tendría que cambiar los dulces por algo más refrescante.
—¿Por qué estamos aquí? Este no es lugar para un paseo —murmuró la joven y apretó su brazo escondiéndose parcialmente detrás de él.
Hyungwon palmeó la mano que cubría su brazo y sonrió.
—Me gusta estar en campo abierto.
El sonido metálico resonó en el aire mientras las hojas chocaban en un ballet coordinado de destreza y fuerza. Los soldados se movieron con gracia y determinación, ejecutando movimientos fluidos y precisos bajo la atenta mirada del oficial Shin. Con las manos en la espalda , Hoseok caminó de un lado a otro observando a cada uno de sus hombres. El sudor perlado en sus frentes reflejaban la intensidad del entrenamiento, mientras cada uno se esforzaba por perfeccionar su técnica y dominar el arte de la guerra con espadas. El sonido de las órdenes cortantes y el crujir de las hojas se mezcló con el rugido de la energía y el compromiso de defender al pequeño pueblo que los acogía.
—¿Desde cuándo?
—Es bueno cambiar de aires —dijo moviendo el bastón sobre la tierra para marcar un camino seguro—. ¿El oficial Shin está aquí? Me pareció escuchar su voz.
La joven arrugó la nariz y jaló el brazo de Hyungwon.
—Sí. Él está aquí, debemos irnos.
—No. Quiero hablar con él.
Uno de los soldados, guardó su espada y corriendo se acercó al par de amigos. Escaneó con la mirada a Dayoung y le lanzó una sonrisa sugerente antes de dirigirse al chico.
—Mi oficial pide que se retiren. Los acompaño de vuelta al camino —dijo la voz amigable y tocó el codo de Hyungwon.
—No es necesario, sabemos cómo volver —dijo Dayoung, apartando la mano del brazo de Hyungwon—. Mi señor, volvamos.
—Está bien.
Hyungwon bajó la cabeza y le dio la espalda al campo de entrenamiento. Un dolor de cabeza lo golpeó con el hecho de escuchar la voz de Hoseok alejarse cada segundo. Él no quería verlo, pero se aferró a la esperanza de encontrarse en otra ocasión, cuando sus emociones y el peso de su arrebato no lo molestaran.
Nunca antes se había sentido tan impotente como en ese momento, cuando no podía ver la expresión de Hoseok mientras se alejaba. Preguntarle a Dayoung era igual que mentir porque su amiga era experta en disfrazar la verdad.
—¿Qué pasó entre usted y el oficial? Pensé que su padre lo había contratado para vigilarlo.
Hyungwon mordió su mejilla y apretó su agarre en el bastón.
—La guerra está cada vez más cerca, Dayoung. Ellos tienen que prepararse.
—Pero el oficial Shin siempre encuentra tiempo para visitarlo y...
Con una sonrisa golpeó la pierna de Dayoung y avanzó lentamente entre los árboles, golpeando sus bases con el bastón de madera.
—Él no te agrada, ¿por qué te preocupa ahora? —preguntó y fingió que su voz no sonaba débil.
—Porque a usted le preocupa, mi señor.
Tal vez si pudiera dejar de pensar en él, tal vez si hubiera ignorado sus sentimientos, Wonho todavía estaría escondido entre las ramas.
Fiel a su palabra, al otro día salió de casa hacia la posada sosteniendo una canasta con panes rellenos de frijol dulce. Escogió un lindo hanbok lila con bordados en los hombros y pidió a Dayoung que peinara su cabello e incluso usó una de las fragancias que el príncipe le regaló a su madre. Más tarde recibiría con orgullo el castigo.
—No camine tan rápido, mi señor. Se va a caer y yo soy la que se meterá en problemas —lo regañó su amiga, luchando por seguirle el paso.
—Entonces debiste haber robado el caballo que te pedí —contestó riendo.
La chica rodó los ojos y apresuró el paso.
—No podía. ¡Porque la que recibe los azotes soy yo! —se quejó. Abrió los ojos y se lanzó hacia adelante para abrazar la cintura de Hyungwon y jalarlo hacia atrás un segundo antes de que una carreta pasara frente a ellos—. Cielos.
—¿Qué haces? Vamos a llegar tarde.
Soltándose, Hyungwon golpeó el bastón dos veces en la tierra y continuó su camino sin percatarse del peligro al que se había expuesto momentos antes. Con la frente perlada de sudor y una dama muy cansada a su lado, llegó a la posada donde descansaban los soldados. No hubo necesidad de preguntar, la fuerte y autoritaria voz que provenía desde el interior de la casa, le mostró el camino. Al llegar a la puerta, Hyungwon vaciló por un momento antes de reunir el coraje suficiente para entrar. Las voces, los pasos y los golpes de los palillos en los platos se detuvieron y el silencio reinó. Avanzó lentamente por el estrecho pasillo y escuchó a los lejos a Dayoung gritar que se detuviera.
Uno de los soldados salió para ver de quién se trataba y se hizo a un lado para que él entrara. Sentado en la alfombra frente a una pequeña mesa y varios platos de comida, Hoseok lo miró con un semblante serio, sus ojos centellearon con una mezcla de sorpresa, ira y resentimiento.
—Vete —ordenó, alzándose delante suyo.
Hyungwon sonrió. Inhaló profundamente, su voz temblorosa pero firme cuando comenzó a hablar.
—W-wonho.
—Largo de aquí —repitió sintiendo la ira crecer en su interior.
Dayoung dejó caer la canasta y entró a la posada. Sin embargo, dos soldados se interpusieron y la tomaron por los hombros hasta sacarla.
—Wonho, Y-yo lo siento. No fue mi intención ofenderte ni nada parecido —se explicó, ocultando su miedo con una risita.
Los ojos de Hoseok se oscurecieron y los soldados que estaban cerca contuvieron la respiración.
—¡FUERA DE AQUÍ! —gritó y su rostro se retorció por la furia contenida.
La expresión de Hyungwon se tensó con tristeza y confusión, Hoseok quien lucía tan demandante y arrogante con todos jamás le había alzado la voz ni tratado con tanto desdén. Antes de que pudiera reaccionar, sintió un par de mano empujarlo con fuerza hacia atrás. Se tambaleó y escuchó su bastón cayendo al suelo con un golpe sordo.
Hyungwon luchó por mantener el equilibrio mientras se aferraba a la pared más cercana, su corazón latió violentamente. Dayoung consiguió entrar y lo ayudó a mantenerse de pie.
—Mi señor, ¿está bien? —susurró apartando el cabello y las lágrimas de su cara.
Con el corazón roto y la dignidad herida, Hyungwon asintió y recogió su bastón del suelo. Entrelazó su mano con la de Dayoung y se salió lentamente, con la espalda encorvaba por el peso abrumador de la decepción.
Hoseok bajó las manos mientras su mirada se perdió, el arrepentimiento lo golpeó, pero se encontró incapaz de retractarse de sus palabras y acciones. Resopló y se dio la vuelta para ir a su habitación.
—¿Deberíamos comernos la ofrenda? —preguntó Hyunwoo. Una nota de burla se deslizó entre sus palabras pero Hoseok no mordió el anzuelo—. No creo que regrese por ella.
—Hagan lo que quiera —murmuró y cruzó las manos tras su espalda.
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